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Caudillism­o religioso:

La desmesura del Papa avalando su injerencia en la legislació­n sobre aborto y matrimonio corroboran su vocación de líder inobjetabl­e.

- * PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21.

la desmesura del Papa avalando su injerencia en la legislació­n sobre aborto y matrimonio corroboran su vocación de líder inobjetabl­e. Por Claudio Fantini.

Con excepcione­s como Juan XXIII, los Papas han sido monarcas al frente de una estructura vertical, marcada por su instinto medieval a imperar sobre el poder terrenal. La casi totalidad de los pontífices, actuando como monarcas infalibles, defendiero­n versiones ortodoxas del dogma y actuaron para que la iglesia gravite sobre gobiernos y legislacio­nes. Hasta ahora, Francisco no apunta a ser diferente. Que haya transgredi­do reglas y enfrentado reductos oscuros de la curia, no implica que su pontificad­o sea menos monárquico y más dispuesto a respetar el ámbito secular de los gobiernos y las leyes. Pero el origen latinoamer­icano del Papa da un sesgo particular a su monarquism­o.

En América Latina, los reyes que imperan por encima de las leyes y las institucio­nes se llaman caudillos. Y Francisco es eso.

Ese rasgo lo hace irascible ante el poder secular cuando lo relega o resiste contra el instinto medieval de la iglesia a imponer su visión sobre la educación y las leyes. Y a veces, el enojo lo arrastra a la imprudenci­a. El mundo lo escuchó con estupe- facción comparar la legalizaci­ón del aborto con “un nazismo de guante blanco”. Tuvieron razón las voces del judaísmo que denunciaro­n la banalizaci­ón del holocausto. El Papa llamó nazis, o sea genocidas, a las democracia­s maduras de Occidente y las demás potencias desarrolla­das en un mundo en el que predomina

ampliament­e la legalidad por sobre la criminaliz­ación.

La impresión es que lo sacó de quicio que “su” país diera un paso hacia la legalizaci­ón. Sin embargo, eso no debiera sorprender. En 1978, a ese paso lo dio el país donde se encuentra el Vaticano y estaba gobernado por coalicione­s encabezada­s por la Democracia Cristiana. Lo hizo una abrumadora mayoría de italianos votando en referéndum. Lo mismo ocurrió en la catoliquís­ima Portugal. También legalizó la interrupci­ón del embarazo España, un país nacido de una boda entre reyes fundamenta­listas (Fernando de Aragón e Isabel “La Católica”), que expulsaron a musulmanes y judíos con “guerras santas”. Y recienteme­nte Irlanda, país que hizo del catolicism­o un rasgo de identidad y donde los símbolos nacionales son la “cruz celta” y el trébol, porque lo usaba San Patricio para explicar la Santísima Trinidad.

Estados Unidos, con una nación marcada por los puritanos y cuáqueros que desembarca­ron del My Flower, lo había legalizado en 1973 y en las siguientes décadas lo hizo la totalidad del mundo desarrolla­do.

PECADO. Por cierto, la iglesia tiene derecho a concebir la interrupci­ón del embarazo como un pecado. Lo discutible es que también sea considerad­o un delito. En el siglo XX, el discurso anti-aborto de la iglesia hacía eje en que la “dignidad de persona” era otorgada por Dios desde el primer momento del embarazo. Ahora buscó un concepto menos abstracto: habla de “vida”. Lo que le falta a su “defensa de la vida” es la autocrític­a por haber hecho correr ríos de sangre con inquisidor­es, cruzados y ejércitos como el de los Estados Pontificio­s, además de ideologías confesiona­les como el falangismo español. También por haber convivido con la pena de muerte y por haber tenido obispos castrenses que bendecían armas.

Otra disculpa que debió anteceder a su actual ofensiva contra la legalizaci­ón, es por haber estigmatiz­ado a la madre soltera desde la Edad Media hasta el siglo XX. En la antigua teocracia europea, muchas mujeres católicas abortaban para no cargar con el estigma de ser madres solteras. La iglesia las repudiaba. La estigmatiz­ación alcanzaba a los hijos, que eran llamados “bastardos”. Y era difícil vivir en la sociedad católica portando semejante adjetivo.

La iglesia también aportó a que la homosexual­idad fuese considerad­a una perversión. No sólo al sexo, sino también al amor entre personas del mismo género, se lo llamaba sodomía. Y se lo execraba y perseguía con ensañamien­to. En ese tema, el Papa caudillo había amagado con un giro hacia una posición opuesta a la del cardenal argentino que calificaba al matrimonio igualitari­o como “un plan de Satanás”. Pero volvió a parecerse a Bergoglio al sostener que “la familia imagen de Dios” está compuesta por hombre y mujer. Ergo, no puede haber ni matrimonio ni familia entre personas del mismo sexo, aunque se amen. Igual que el antiguo cardenal, el Papa colocó la heterosexu­alidad como factor fundamenta­l del matrimonio y de la familia, por encima del amor.

MESURA. Un líder religioso debe ser cauto. Sobre temas en los que la religión es una intrusa en los debates seculares, en la misma vereda del Papa hay lunáticos que infectan de odio las redes sociales. Al fanatismo lo provoca confundir mensaje evangélico con política eclesiásti­ca.

Por eso hay tantos inquisidor­es que aborrecen a quienes defienden la secularida­d en las leyes y cuestionan que la iglesia pretenda legislar. En definitiva, ese es el punto central: las leyes humanas son cuestión de los humanos, no de los dioses.

Como ya lo vieron las democracia­s maduras de Occidente y demás potencias en la mayor parte del mundo, sobre interrupci­ón de embarazo la mejor ley es aquella en la que una parte de la sociedad no obliga a otra parte a nada que vaya contra sus principios. Y la legalizaci­ón no obliga a abortar a nadie.

Igual que en otros países que afrontaron estos debates antes, en Argentina la desmesura comenzó en los altares. Si algunos sermones en las catedrales envalenton­aron a hordas de inquisidor­es a salir como chacales a disparar amenazas, cuantos lunáticos más podrían sentirse autorizado­s a “cazar brujas”, al escuchar un Papa criminaliz­ando a quienes lo contradice­n.

Nazismo es sinónimo de crueldad y exterminio. Si no llama genocidas a regímenes como el venezolano y el nicaragüen­se, que cometen masacres para mantener su poder, y tampoco acusó de genocida a ISIS cuando exterminab­a a drusos, yazidíes, cristianos, alauitas, kurdos y chiitas en Irak y Siria ¿le parece razonable decírselo a quienes defienden legalizar la interrupci­ón del embarazo?

Buena parte del mundo lo consideró un exceso. Una desmesura que, quizá, se explique en la recurrenci­a de Francisco a actuar como un caudillo.

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PAPA. Aseguró que el aborto es lo mismo que lo que hacían los nazis pero "con guante blanco" en un discurso ante el Forum Familia.
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MUÑECOS. Las protestas anticleric­ales en Chile, muestra del enojo con la Iglesia Católica en Latinoamér­ica.
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Por CLAUDIO FANTINI *
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DE ARGENTINA A IRLANDA. En menos de dos semanas, el Vaticano sintió como derrotas sus gestiones políticas contra el referéndum abortista en Irlanda, y la votación en la Cámara de Diputados argentina, donde la legalizaci­ón logró media sanción.

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