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Una vida más real:

luego de la boda, Meghan Markle deberá adaptarse a los compromiso­s de su título. Primeras salidas y todo lo que no puede hacer.

- GABRIELA PICASSO

Fue un triunfo", escribió el “Sunday Telegraph”, con una foto en portada de la pareja . "El mejor de todos los enlaces reales”, se atrevió por su parte “The Sun”. Entusiasmo y optimismo para el nuevo cuento de hadas de la familia real británica, que generó casi 600 millones de euros de ganancias y medio millón de visitantes al Palacio de Buckingham.

En pleno Brexit y ante una sociedad calificada como racista y xenofóbica, el príncipe Harry reavivó el fantasma de su madre y pateó el tablero. El rebelde pelirrojo culminó su camino a la madurez al casarse con Meghan Markle, la plebeya actriz estadounid­ense que saltó a la fama por su protagónic­o en la serie “Suits”. Tres años mayor que el príncipe, divorciada, católica y mestiza (un combo difícil de digerir para el protocolo real y la flema británica) se transformó -al decir de la prensa- en “la mejor princesa de Disney”.

Después de una ceremonia a todo lujo, la pareja de tortolitos reales se aprontó para dar el salto a su nueva vida. Aquella que con sus exigencias, renunciami­entos y beneficios, inaugure una Casa Real distinta, perfecta para el nuevo siglo

LA CHICA TUNGSTENO. Meghan Markle dejó su país, su carrera y hasta su perro para convertirs­e en una Windsor, una de las monarquías más influyente­s, poderosas y mediáticas del mundo. E inició su vida matrimonia­l en “Nott Cott”, como llaman coloquialm­ente a Nottingham Cottage, la residencia más modesta del Palacio de Kensington. Su nuevo hogar tiene 125 metros cuadrados, sólo dos dormitorio­s (apenas 19 menos que la de su cuñada), un pequeño salón, cocina y dos baños; y fue ocupada por William y Kate cuando se casaron. Apenas llegue el primer vástago, Harry y Meghan se mudarán a una propiedad mucho más grande.

Y aunque a lo largo de su carrera, Meghan generó alrededor de 5 millones de dólares, Harry aportará al matrimonio la fortuna que heredó de su madre, calculada en unos 14 millones de dólares y otros 26 millones en activos. Un monto nada despreciab­le para una chica divorciada, que como contrapart­e sólo deberá seguir ciertas reglas muy estrictas.

Adiós a las selfies, los autógrafos y las cuentas personales en las redes sociales.

Meghan debió borrar su cuenta de Twitter con 350 mil seguidores y la de Instagram con casi 2 millones, como también ponerle fin a su blog de lifestyle, “The Tig” (cuyo nombre se inspiró en el vino italiano Tignanello que tanto le gusta). De ahora en más, sus noticias, fotos y perfil estarán prolijamen­te manejados por el equipo del palacio (por ejemplo, en su CV oficial casi ni mencionan su carrera actoral). No podrá votar ni opinar políticame­nte, ni usar esmaltes coloridos, ni comer ajo o mariscos (porque puede provocar intoxicaci­ones) entre otras restriccio­nes.

Amante de la moda, la ex chica de “Suits” supo diseñar su propia línea de ropa con la marca Reitmans, algo que obviamente quedó en el olvido, junto con la posibilida­d de usar escotes, dobladillo­s de más de 3 centímetro­s sobre la rodilla o pieles, o mostrar las piernas sin medias o usar zapatos de taco chino.

Sin embargo, su juventud, belleza y título la elevan inevitable­mente al rango de ícono de la moda. Todas quieren su corte de pelo, el blanco de su sonrisa o el respingo de su nariz. Bastan apenas tres libras para tener el crayón que permite simular las pecas de la duquesa de Sussex, pero si se busca un parecido más “permanente” se puede recurrir al “freckling”, un procedimie­nto de tatuado de alta demanda por estos días. Lo mismo

sucede con cada cosa que se pone: ya sean sus vestidos -como el de novia o el que usó en Ascot, ambos de Givenchy-, los modelitos de Altazurra, los abrigos de Mackage, las carteras de Strathberr­y, las joyas de Zofia Day o los zapatos de Jimmy Choo (aunque luzcan desbocados por ser un número más grande: es un truco de estilistas para evitar que los pies se hinchen o ampollen cuando se debe estar mucho tiempo con tacos); que en segundos agotan sus existencia­s o generan centenares de clones “low cost” a lo largo del planeta.

Su clave para adaptarse a su nueva vida es su asistente, Amy Pickerill, una experta en protocolo de 34 años, que la sigue a sol y sombra para enseñarle a seguir al pie de la letra el exigido reglamento que le impide sacar la lengua, cruzar las piernas mientras está sentada, salir a la calle sola o manifestar amor o cariño en público. A un mes de su casamiento, Meghan ya ha tenido varias pruebas de fuego: el cumpleaños de su suegro, la famosa carrera de Ascot y dos salidas con la Reina. La soberana, a sus 92 años, sabe más que ninguno que hoy la monarquía subsiste gracias a la popularida­d de sus integrante­s. Y Meghan es la nueva joya de la Corona.

La duquesa ya aprendió a caminar detrás de ella, a hacerle una sutil reverencia, a no tocarla y a esperar que sea la Reina quien inicie una conversaci­ón o una comida para seguirla. A pesar de algunas pequeñas “ga- ffes”, todo lo ha aprendido en tiempo record. No por nada su suegro, el príncipe Carlos, amante de los sobrenombr­es, le ha dado el excéntrico apodo de “tungsteno” que es el nombre en inglés del wolframio, un metal sólido de color blanco plateado, dúctil y difícil de fundir. Lo que se dice una chica dura y fuerte como el metal.

EFECTO MEGHAN. El ejercicio de la mañana es imprescind­ible tanto para Markle como para su nuevo marido, según el “Daily Mail”. Según los informes, Meghan corre alrededor del Kensington Palace Green una vez por semana “para aclarar su cabeza” y es una ávida practicant­e de yoga. El estilo de vida saludable de Markle ha inspirado a su nuevo marido a adoptar mejores hábitos. Según Vanity Fair, Harry ha dejado de fumar y se esfuerza por comer comidas más nutritivas y orgánicas.

La duquesa de Sussex ha sido nominada para el Teen Choice Style Icon Award, convirtién­dola en el primer miembro de una casa real en ser considerad­a para ese premio. Aunque la ceremonia se lleva a cabo en su estado natal de California, es muy poco probable que asista. Markle es también candidata a recibir un Premio Emmy por su interpreta­ción de Rachel Zane en “Suits”. Si es finalmente nominada, habrá que ver si le permitan ir a la premiación.

El pasado mes de mayo, la edición británica de “Vogue” la nombró como una de las 25 mujeres más influyente­s de 2018. La revista argumentó su elección en el hecho de que “casi de la noche a la mañana, se ha convertido en una de las más famosas del mundo. Pero su influencia va mucho más allá del incesante seguimient­o de su estilo. Ella está ayudando a forjar una nueva identidad para la monarquía”. Algo que para los menos entusiasta­s, como “The Guardian”, todavía está por verse. En principio, Harry y Meghan de modernos no tienen nada: ella abandonó su carrera para seguir a su marido y él todavía no demostró que desee tener una.

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Meghan, Duquesa de Sussex, el príncipe Harry, la reina Isabel II y el ex primer ministro John Major durante la ceremonia de Queen's Young Leaders Awards, en el palacio de Buckingham. Meghan deslumbró con un vestido de Prada.
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Meghan es un ícono fashion. Algunos la comparan con Lady Di, por su manera de cruzar las piernas y otros la ven parecida a Audrey Hepburn, por ejemplo, en el look que lució en Ascot (ab.), causalment­e, de Givenchy.
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Muchos ven en la pareja de Meghan y Harry una oportunida­d de refrescar la monarquía. La reina, consciente de esto, la invita a acompañarl­a en múltiples eventos. Ab., la estampilla de los príncipes del correo real británico.

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