Atisbo a la vida entre bastidores
“El vestidor” de Ronald Harwood. Con Arturo Puig, Jorge Marrale y elenco. Dirección: C. Fiorillo. La Plaza, Corrientes 1660.
Los talentosos, queridos y populares actores Jorge Marrale y Arturo Puig interpretan a “Su excelencia” y “Norman”, respectivamente, en esta flamante adaptación de la ya célebre pieza del dramaturgo, guionista y productor sudafricano, ganador del Oscar, Ronald Harwood (1934). Estrenada en 1980, se ubica entre las mejores obras que retratan la vida detrás de los bastidores teatrales. A sus debuts destacados, tanto londinense como neoyorquino, le siguieron las elogiadas y laureadas versiones fílmicas, protagonizadas de forma admirable por Albert Finney y Tom Courtenay, dirigida por Peter Yates; y la reciente televisiva, con actuacio- nes fabulosas de Anthony Hopkins e Ian McKellen, y dirección de Richard Eyre, ambas aunadas en sus múltiples logros. Hay que sumar en el racconto a la primera puesta porteña de 1997, a cargo de Federico Luppi y Julio Chávez (inolvidables), bajo la guía de Miguel Cavia, justo en el espacio donde se ofrece nuevamente.
Al verla otra vez, sor - prende la injustificada eliminación de personajes en una rica trama que proporciona a los actores princi- pales dos roles suculentos: el cabeza de compañía, a punto de ofrecer la función número 227 como Lear, en una raída producción itinerante en Inglaterra, durante la Segunda Guerra Mundial y bajo el asedio de los ataques aéreos, es un ser vanidoso, mezquino y algo fanático; símbolo de la resistencia de aquellos antiguos shakesperianos, ajeno a la realidad pero consciente de su inexorable declive. De manera similar, el fiel vestidor y asistente, persuade a este ícono para volver al escenario con amorosa constancia y, al mismo tiempo, encarna a una criatura a veces malintencionada, resentida de su propia y constante sumisión. Lamentablemente, la actual producción luce demasiado modesta, con una escenografía que no sabe mostrar los recovecos de los pequeños camarines británicos, un vestuario poco imaginativo, iluminación sin matices y, sobre todo, notorios desniveles en los intérpretes; mientras en Marrale hay un exhibicionismo superficial y verborrágico excesivo para esa personalidad vacilante, Puig, en cambio, sostiene el ritmo del montaje con una entrega, compromiso e intensidad conmovedores.