VICTIMIZAD@S
La patria es un recurso retórico que siempre está ahí, al alcance de la mano, como un matafuegos en medio del incendio. Pero hay que saber usarlo. El relato patriótico sirve, en política, para echarles la culpa a los otros de lo que no está bien en casa. Tiene algo de psicopateada de Estado. El mecanismo es simple: el líder se autodefine como víctima de una conspiración, y la denuncia con un llamado histórico a la unidad nacional. Y nada mejor que un 9 de julio para montar la escena.
En pleno feriado, hay que reconocer que Macri hizo los deberes. Con el Billiken bien leído, se fue a Tucumán, comió las empanadas, posó con los granaderos y vivó dos veces a la patria con todo el énfasis que pudo aprender en sus sesiones de media coaching. Es lo que hay. Pero no alcanza. La crisis requiere de otra convicción, o al menos de otro histrionismo, para prometer sangre, sudor y lágrimas, una vez más, cada vez más, y a la vez que no decaiga.
También es cierto que el Gobierno se acordó tarde de aferrarse a la épica de la historia nacional para apuntalar el humor social en los bajones de la gestión. Más bien, venía apostando a todo lo contrario: en su comunicación, desinfló el “tenemos patria” kirchnerista, hasta cambiar próceres por bichitos en los billetes, con la intención de mostrar un país “en paz”, sin tantas grietas. El problema de Macri es que ahora, cuando para hacer creíble el optimismo oficial hay que envolverlo con la celeste y blanca, Messi y San Martín están de vacaciones.
Cristina elevó el psicopatriotismo a la categoría de arte: irritante, manipulador, farsesco, sí, pero arte al fin. Ella se victimizaba mejor.