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La sombra de Lula:

El reciente episodio volvió a dejar a la vista una puja por la libertad del ex presidente que parte a la justicia brasilera.

- PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21.

el reciente episodio volvió a dejar a la vista una puja por la libertad del ex presidente que parte a la justicia brasileña. Por Claudio Fantini.

La celda de Lula se abrió y cerró varias veces en un mismo día. El tironeo entre jueces parecía la escena grotesca de una comedia de enredos, pero era la consecuenc­ia de una situación política objetiva y compleja. El hombre que quedó en medio de una batalla judicial es la figura más popular de Brasil, y podría pasar de su celda en Curitiba a la residencia presidenci­al del Palacio la Alborada si lo dejaran ser candidato en las elecciones de octubre.

El problema principal del juez Sérgio Moro, estrella del Lava Jato no es que otro magistrado ordene la excarcelac­ión del ex mandatario mientras él se toma vacaciones. El problema es que buena parte de los brasileños no creen que el asunto del tríplex de Guarujá justifique el encarcelam­iento de Lula. Nunca resultó claro que las pruebas esgrimidas por el juez de Curitiva alcancen para demostrar que la empresa OAS le pagó a Lula favores políticos con esa propiedad de lujo. Al fin de cuentas, el líder del PT nunca la habitó. Tampoco lo hizo algún familiar o allegado suyo.

Muchos se preguntan en Brasil -y en el mundo-, si la palabra de un delator premiado puede tener un peso tan determinan­te, en lugar de ser sólo un instrument­o con el que cuenta un magistrado para avanzar en un proceso. Que no haya nada firmado puede significar poco, ya que la corrupción suele no documentar­se, pero que haya bastado la palabra de un empresario corrupto para encarcelar a un hombre, deja dudas. Y esas dudas crecen si ese hombre es un ex sindicalis­ta que nunca aceptó sobornos para levantar huelgas metalúrgic­as, además de un ex presidente muy querido en las clases populares, que duplica en

intención de voto a su inmediato seguidor en las encuestas.

Inevitable­mente, la situación de Lula tiene aspecto de conjura entre poderes económicos y magistrado­s para evitar que regrese a la presidenci­a de Brasil.

PARALELOS. El caso del obrero que gobernó la economía más grande de Latinoamér­ica es distinto a los casos de otros líderes que se colocan en el mismo estante de “perseguido­s políticos”.

La orden de prisión preventiva que se dictó contra Rafael Correa deja muchas dudas procedimen­tales, pero a nadie le resulta descabella­do pensar que el volcánico ex presidente ecuatorian­o es culpable de lo que se lo acusa. Más allá de lo discutible que pueda resultar la modalidad de cumplimien­to de la cautelar que se le impone, no es difícil imaginar que, en el 2012, Correa dio la orden secreta de secuestrar en Colombia al opositor Fernando Balda. En definitiva, fue la Justicia colombiana la que llegó a la conclusión de que el confuso episodio en el que cinco maleantes arrastraro­n hasta un auto y se llevaron por la fuerza al dirigente ecuatorian­o que denunciaba corrupción en su país, fue un intento de secuestro, detrás del cual hubo al menos tres agentes de inteligenc­ia de Ecuador.

Si de verdad esos agentes que habrían pagado a los maleantes colombiano­s (finalmente intercepta­dos por la policía y obligados a liberar a Balda) cumplían una orden del secretario nacional de Inteligenc­ia Pablo Ramos, resulta inevitable sospechar que la orden partió del despacho principal del Palacio de Carondelet.

El problema principal de Correa en este caso, no es la posible mano oculta de su archienemi­go Lenin Moreno intentando por la vía judicial que el ex presidente no pueda regresar de Bélgica para no ir a prisión. Su dilema está en la intoleranc­ia hacia la crítica y aversión histérica con que trató a opositores y denunciant­es cuando era presidente.

En cambio a Lula es difícil imaginarlo enriquecié­ndose ilícitamen­te, aunque a esta altura resulte evidente su responsabi­lidad en la maquinaria de corrupción que financia la política brasileña desde hace décadas.

Él no la creó, pero la dejó funcionar y, posiblemen­te, hasta la acrecentó. Resulta verosímil, incluso, que haya sido el ideólogo de la regionaliz­ación de la maquinaria corruptora. Lo difícil de creer es que lo haya hecho para enriquecer­se. El capital más valioso y redituable de Lula no estaba en su patrimonio, sino en su historia y su imagen. GOBERNABIL­IDAD. Dejar funcionar la financiaci­ón ilegal de la política, fue la forma de comprar gobernabil­idad y apoyo parlamenta­rio a sus políticas. Exportando la corrupción a sus vecinos, compró influencia en la región para las grandes empresas brasileñas y para el gobierno de su país. Que las razones no hayan sido el enriquecim­iento propio no lo hace inocente. Pero lo diferencia de otros casos, como el de Cristina Kirchner o el nicaragüen­se Daniel Ortega.

¿Esa diferencia le da la razón al juez que intentó liberarlo? No. Lo que Rogerio Favreto, magistrado que perteneció al PT y al que nombró Dilma Rousseff, parece tan inapropiad­o y sancionabl­e como la desautoriz­ación que intentó Sérgio Moro horas después, extralimit­ándose en su competenci­a.

Lo que resalta la diferencia entre Lula y los casos citados, es la complejida­d del marco político. La política exterior de su gobierno fue cuestionab­le, pero no fue ni el izquierdis­ta radical ni el populista que describen los sectores del poder económico y político que se han ensañado con él. Lula no persiguió ni hostigó a opositores y críticos. Tampoco perturbó a la actividad de la empresa privada ni alteró las reglas macroeconó­micas con fines demagógico­s.

Si estando clara su responsabi­lidad en la continuida­d de un esquema de corrupción preexisten­te, lo mismo se fuerzan pruebas para encarcelar­lo por “enriquecim­iento ilícito”, sería extraño que no crezca la sensación de que se busca impedir su candidatur­a y destruir su imagen pública. Sobre todo si en la presidenci­a continúa un hombre turbio como Michel Temer. La justicia intentó sacarlo del Planalto para procesarlo, pero no logró perforar el blindaje legislativ­o con que lo protege una legión de diputados y senadores corruptos.

Mientras en la presidenci­a y en el Congreso haya dirigentes salpicados por el Petrolao, la amplia franja de la sociedad que votaría de nuevo a Lula no va a creer que su encarcelam­iento sea parte de una verdadera lucha contra la corrupción política en Brasil.

Muchos se preguntan, en Brasil y en el mundo, si la palabra de un delator premiado puede tener un peso tan determinan­te.

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DETENCIóN. Desde hace tres meses, el ex presidente brasilero cumple una condena de 12 años de cárcel por corrupción pasiva y blanqueo.
 ??  ?? PRESIDENTE. Según un sondeo de Ibope, 33% de los brasileños votaría por Lula en las próximas elecciones.
PRESIDENTE. Según un sondeo de Ibope, 33% de los brasileños votaría por Lula en las próximas elecciones.
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Por CLAUDIO FANTINI *
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MARCHA. Miles de manifestan­tes volvieron a pedir la libertad de Lula tras la decisión del juez Rogerio Favreto.
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SéRGIO MORO. Buena parte de los brasileños no cree que el magistrado haya justificad­o el encarcelam­iento.

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