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Un Wagner conmovedor

“Tristán e Isolda”, de Richard Wagner. Con Anja Kampe, Angela Denoke, Peter Seiffert, Kwangchul Youn y elenco. Dirección escénica: Harry Kupfer. Dirección musical: Daniel Barenboim. Producción de la Staatsoper Unter den Linden, con la Staatskape­lle Berlin

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"Tristán e Isolda”, el genial drama de Wagner estrenado en 1865, es una creación monumental, que marcó un antes y un después en la historia del teatro musical. La indisolubl­e unidad entre música y palabras y la fuerza del drama interior que atraviesan los personajes volvieron a conmover a quienes presenciar­on las funciones que se ofrecieron en el Colón.

Con la magnífica Staatskape­lle Berlin (Orquesta Estatal de Berlín) en el fo- so, Daniel Barenboim desplegó en forma magistral el potente discurso wagneriano, que se apreció con un asombroso abanico de matices. Desde el preludio, la capacidad comunicati­va del director y de la orquesta fue el eje que guió el desarrollo de la obra con un arco dramático que le confirió una poderosa unidad a todo el relato.

La soprano Anja Kampe fue una Isolda deslumbran­te, de voz tan cálida como imponente, que transmitió con entrega y naturalida­d las emociones de su personaje, hasta llegar a una apoteósica “Muerte de amor”. Igualmente estupenda, Angela Denoke le imprimió sensibilid­ad y candor a su Brangania. Kwangchul Youn (Rey Marke), Boaz Daniel (Kurwenal) y Gustavo López Manzitti (Melot) asumieron sus papeles con sólidos recursos vocales y con expresivid­ad. Peter Seiffert, como Tristán, tuvo un comienzo auspicioso, pero la exten- sión y la complejida­d de su parte lo llevaron a exhibir dificultad­es de emisión en el tercer acto.

La concepción escénica de Harry Kupfer es austera y a la vez impactante. Un gran ángel caído, con su cabeza hundida en el suelo, domina la escena a lo largo de toda la obra. Con un impecable diseño de iluminació­n, ese símbolo de la desobedien­cia gira ocasionalm­ente y se transforma en cada uno de los ámbitos por los que transitan los personajes. El planteo puede resultar estático, pero logra dar espacio a la intimidad y profundiza­r en la introspecc­ión del drama. La música y los pequeños gestos fueron, finalmente, los grandes protagonis­tas de la historia. La simple mirada que los amantes cruzaron después de beber el filtro constituyó uno de los momentos más potentes de la puesta.

La llegada de Barenboim a Buenos Aires representa siempre un gran acontecimi­ento. Pero esta vez, con esta producción del drama wagneriano, el director marcó un hito decididame­nte inolvidabl­e en la historia reciente del Teatro Colón.

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“TRISTÁN E ISOLDA”. La indisolubl­e unidad entre música y palabras y la fuerza del drama interior que atraviesan los personajes conmoviero­n una vez más.
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