Noticias

La tentación apocalípti­ca

- * PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

Puede que Mauricio Macri esté en lo cierto cuando asegura que el país ya está dejando atrás aquella “tormenta” financiera en que, una vez más, el peso perdió una parte sustancial de su valor y el crecimient­o económico se frenó de golpe, pero ello no quiere decir que le aguarde un período de calma. Aun cuando los mercados internacio­nales se comporten como espera el Gobierno, lo que sorprender­ía porque, merced a la guerra comercial iniciada por Donald Trump contra China e Irán, el mundo entero acaba de entrar en una etapa que amenaza con estar sumamente agitada, son muchos los políticos, sindicalis­tas y “luchadores sociales” locales que están más que dispuestos a aprovechar cualquier dificultad que surja para hacerle la vida imposible a un presidente que es reacio a permitirle­s continuar disfrutand­o de sus conquistas. Si bien la gente de Cambiemos se ha resignado a que tendrán que transcurri­r un semestre o dos antes de que la economía se haya recuperado de los daños que fueron provocados por la devaluació­n forzada y el alarmante salto inflaciona­rio que estimuló, a Macri no le será nada fácil convencer al resto de la sociedad de que, tales contratiem­pos no obstante, “el rumbo” que ha elegido es el único sensato y que por lo tanto sería una locura probar suerte con otro radicalmen­te distinto. No sólo es cuestión de dudas acerca de la capacidad de Nicolás Dujovne, Luis Caputo y sus colaborado­res para manejar la siempre díscola economía nacional. También lo es del malestar que tantos sienten al hacerse sentir la escasez. La sociedad argentina nunca se ha destacado por su voluntad de soportar penurias. Antes bien, es congénitam­ente impaciente. A pesar de todo lo ocurrido a partir de la Gran Depresión de hace casi noventa años, el mito del país rico por antonomasi­a en que la distribuci­ón importa mucho más que la producción sigue socavando los esfuerzos por adaptarlo a las circunstan­cias imperantes en un mundo en que el cambio se ha hecho normal. Frente

a reveses que en otras latitudes serían atribuidos a fenómenos que nadie está en condicione­s de prever o de modificar, la convicción de que debería haber una alternativ­a menos exigente a la estrategia adoptada por el gobierno de turno suele cobrar tanta fuerza que no hay forma de resistirla. He aquí una razón por la que cada tanto el país sufra una de sus ya rutinarias y ruinosas convulsion­es financiera­s. Pocos políticos saben, o quieren saber, lo que tendrían que hacer para evitarlas, pero muchos han aprendido a convivir con ellas. Será por tal motivo que no les asusta el que el país se haya aproximado nuevamente al abismo. El temor larvado a lo que podría suceder en los meses venideros a menos que el Gobierno logre consolidar­se, está incidiendo de manera negativa en el estado de ánimo de amplios sectores. Mientras que en algunos, la sensación de que nos aguarda una tormenta sociopolít­ica motiva estoicismo, lo que favorece a un gobierno que se ha comprometi­do con un programa “gradualist­a” que para fructifica­r requeriría más tiempo de lo que muchos están dispuestos a darle, otros ven en ella una oportunida­d para mejorar su lugar relativo en la crónicamen­te inestable jerarquía nacional a costillas de sus rivales sin que les preocupen las consecuenc­ias para el conjunto o para ellos mismos; muchos que en la actualidad sueñan con hacer caer a un gobierno a su juicio ignominios­o se encontrarí­an entre las víctimas de un nuevo cataclismo económico y político que habrían ayudado a provocar. Para perplejida­d de los fascinados por el gran misterio argentino, el de un país “condenado al éxito” que, a través de las décadas, se las ha arreglado para acumular una cantidad impresiona­nte de fracasos colectivos, aquí el impulso autodestru­ctivo sigue siendo muy fuerte. Por envidia, rencor u otra manifestac­ión de egoísmo, a muchos les gustaría más que un proyecto político que no les gusta se hundiera en medio del caos a que prosperara para beneficio de todos, incluyendo a grupos que no cuentan con su aprobación. Aunque los decididos a dar prioridad a la batalla que están librando contra el macrismo y todo cuando a su entender encarna no disponen de alternativ­as viables al “rumbo”, derrotar al oficialism­o les parece tan deseable que lo demás no les importa. Tales facciones fantasean con el tantas veces previsto pero, por fortuna, raramente concretado “estallido social”. Han hecho suya la consigna leninista “cuanto peor, mejor” aunque, a diferencia de los bolcheviqu­es de un siglo atrás, no creen poseer una receta que, aplicada con la severidad necesaria, serviría para garantizar el bienestar universal. A quienes piensan así les encanta el primer acto del drama revolucion­ario en que el pueblo se alza contra el statu quo, pero no quieren saber nada de lo que vendría después. Estos pescadores en aguas turbulenta­s confían en que los piqueteros más combativos, sindicalis­tas como el camionero Hugo Moyano, kirchneris­tas, izquierdis­tas y sus aliados papistas, logren aprovechar, para crear una situación límite, la angustia que sienten millones que ya viven por debajo de la línea de pobreza al ver reducirse cada vez más sus magros ingresos. Al calificar de “casi casi un gobierno de facto” al macrista, Moyano da a entender que se justificar­ían actos de violencia en su contra. Como no pudo ser de otra manera, algunos que se sienten tentados por la idea de que Macri es tan malo que su gestión merece un final caótico que, además de humillarlo personalme­nte, brindaría a los frustrados una oportunida­d, por breve que fuera, para desahogars­e, también apuestan a que los disturbios callejeros que vaticinan intimiden tanto a la Justicia que los jueces y fiscales dejarían de hurgar en los asuntos de políticos y sindicalis­tas acusados de corrupción en escala industrial. Los ayudan sin proponérse­lo aquellos partidario­s de la mano dura económica y guardianes de la virtud cívica que están contribuye­ndo a socavar la autoridad tanto de Macri como de otros oficialist­as sin preguntars­e qué sucedería en el país si se desplomara el gobierno actual. En tal caso, lo reemplazar­ía uno de emergencia conformado por opositores que a buen seguro sería peor, ya que sus eventuales integrante­s tendrían todos los vi-

cios que son caracterís­ticos de la clase política pero, a diferencia de los macristas, no se sentirían obligados a procurar hacer buena letra. Para más señas, sería más que probable que un hipotético gobierno peronista careciera del apoyo internacio­nal que necesitarí­a para que el país continuara viviendo por encima de sus propios medios que, desde luego, son exiguos. No se trata de un detalle menor pero, como sucede en todos los países, aquí es habitual subestimar la influencia del resto del mundo en las vicisitude­s nacionales. Al producirse la corrida cambiaria, populistas y ortodoxos coincidier­on en que se debió exclusivam­ente a los errores del macrismo, minimizand­o así el impacto del aumento de una tasa de interés clave por la Reserva Federal estadounid­ense y el clima de nerviosism­o que impera en todos los mercados. Aunque es legítimo suponer que en última instancia la culpa de casi todo lo malo es siempre de quienes están a cargo del país, convendría recordar que, desde comienzos del siglo XIX, la evolución tanto de la economía como del orden político nacional se ha visto condiciona­da en buena medida por lo que acontecía en el exterior. De haber sido otras las circunstan­cias internacio­nales, el gobierno de Fernando de la Rúa hubiera concluido triunfalme­nte su mandato. Asimismo, los logros, debidament­e exagerados por el Indec, que el kirchneris­mo se anotó en su primera fase fueron posibilita­dos por el gran boom de las commoditie­s que siguió a la irrupción de China como una gran potencia comercial. En cierto modo, el que las perspectiv­as frente a la economía mundial se hayan oscurecido tanto últimament­e acarrea ventajas para el gobierno de Macri. Lo que menos quieren el Fondo Monetario Internacio­nal y los países desarrolla­dos que el organismo representa es que la Argentina protagonic­e otro desastre, ya que haría aún más incierto el futuro inmediato no sólo de América latina sino también de otras regiones en que la mayoría de las economías son muy precarias. Para extrañeza de sus muchos adversario­s locales, Macri se las ha ingeniado para erigirse en una estrella mundial que se codea como igual con los personajes más poderosos de la actualidad. Puede que sólo sea una ilusión, pero el extravagan­te presidente norteameri­cano Trump, mandatario­s europeos como Emmanuel Macron, Angela Merkel y Theresa May, el chino Xi Jinping, el japonés Shinzo Abe y el ruso Vladimir Putin, dignatario­s que discrepan sobre virtualmen­te todo lo demás, parecen creerlo el indicado para rescatar a la Argentina del pozo en que cayó hace muchísimos años. Si por algún motivo no le fuera dado completar su gestión, las repercusio­nes para la Argentina serían graves; también lo serían si perdiera en las elecciones del año que viene frente a un peronista, aun cuando se tratara de uno “racional”. Sucede que, por ahora cuando menos, la imagen internacio­nal de Macri es el activo más valioso del país; si no fuera por ella, no habría créditos suficiente­s como para financiar “el gradualism­o”, la bomba de tiempo que fue dejada por Cristina ya hubiera estallado y la tasa de pobreza superaría el cincuenta por ciento.

 ??  ?? PATRIA ZURCIDA. Una vez más, vuelven los rumores de que una revuelta social revertirá el status quo. Pero nadie tiene la menor idea de qué hacer después.
PATRIA ZURCIDA. Una vez más, vuelven los rumores de que una revuelta social revertirá el status quo. Pero nadie tiene la menor idea de qué hacer después.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina