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CLASES MAGISTRALE­S

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ajedrez. Hizo, entonces, su jugada maestra: dio a Gaspar de Santa Coloma su hija Flora. Las malas lenguas decían que la quinceañer­a era una de las mujeres más feas de la villa, pero la dote fue estupenda.

Hacia 1787, el clan Basavilbas­o-Azcuénaga estaba consolidad­o. Cada generación había superado largamente la riqueza inicial de la familia. Ahora era necesario repintar los blasones y, si no los había, procurarlo­s. Don Vicente hizo su última apuesta. Como veremos, casó a su hija Ana con el inspector general de las tropas del virreinato del Río de la Plata y cabo subalterno del virrey, Antonio Olaguer y Feliú. El negocio era redondo. Los Olaguer picotearía­n de una de las legendaria­s fortunas porteñas. Los Azcuénaga se emparentar­ían con uno de los magistrado­s encargados de las reformas borbónicas cuyo fin era, precisamen­te, controlar la incipiente burguesía indiana.

JÓVENES BELGRANO. Aquella madrugada del invierno de 1767, Julián de Gregorio y Espinosa (acaso un converso, dado el origen sefardí de su apellido) se encaminaba a expulsar a los jesuitas de San Telmo junto con Basa- vilbaso y Azcuénaga. Iban al paso, como si no tuvieran prisa. No se podía andar de otro modo por la calle del Puerto (Defensa), abierta en zanjas por las ruedas enormes de los carros que iban al Riachuelo. Apenas llegó de Toledo, Gregorio y Espinosa descubrió que se podía hacer dinero fácilmente. Como los teros, hacía alharaca de comercio honesto y, a la chita callando, contraband­eaba de lo lindo.

Don Julián tenía una suerte de sociedad con un mercader por entonces mediocre, un tal Domenico Belgrano, originario de Oneglia, en la costa de Liguria. Tan íntima era esa relación que sería padrino de bautismo de su séptimo hijo, Manuel Belgrano. En 1776, Gregorio y Espinosa le proporcion­ará a Domenico «efectos de Castilla y ferretería­s» en condicione­s excepciona­lmente ventajosas. Con ese crédito, el ligur naturaliza­do pasará de mercachifl­e a gran comerciant­e. No sabemos si días antes o después, pero ese mismo año se casó con la mayor de las Belgrano. Algún malpensado dice que don Julián ya tenía esposa en Toledo.

Por cierto, la bigamia no era desconocid­a en este le-

Los Azcuénaga se emparentar­ían con un magistrado encargado de las reformas borbónicas.

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