Abusos en Pensilvania:
La pedofilia no es excepción sino regla en una iglesia que encubre sistemáticamente. El mal que produce su trama institucional.
la pedofilia no es excepción sino regla en una iglesia que encubre sistemáticamente. El mal que produce su trama institucional. Por Claudio Fantini.
Un
capítulo del Talmud describe una asamblea de rabinos discutiendo sobre una Ley para la comunidad. Eliezer Ben Hirkanu, el más dogmático, decía que la Ley debía elaborarse según el deseo de Dios. En distintos tramos del debate clamaba al cielo que el mismísimo Jehová señalara su razón. Ante la mirada de los rabinos, primero un árbol se levantó de la tierra, después el río junto al cual deliberaban cambió el curso de sus aguas y, finalmente, la voz del propio Dios retumbó diciendo que era Eliezer Ben Hirkanu quien tenía la razón. De todos modos, los demás rabinos votaron en sentido contrario, aduciendo que discutir las leyes de una comunidad es una cuestión de los hombres. Relatada en Baba Metzia 59b, esta leyenda talmúdica plantea la idea de que la religión debe actuar sobre la conciencia de las personas, pero no sobre las leyes ni sobre el gobierno de la comunidad. Así lo consideró la antigua “iglesia de las comunidades”, hasta que el Edicto de Constantino marcó, en el año 313, el comienzo de la verticalización de lo que hasta entonces era una estructura horizontal, que aún separaba “lo que es del César” y “lo que es de Dios”.
IGLESIA. Ya vertical y monárquica, se superpuso con el Estado hasta desembocar en la teocracia medieval que dejó en la iglesia un fuerte ins- tinto de poder terrenal. Ese instinto aún la inclina hacia el Medio Evo, el tiempo en que gobernaba y legislaba según sus dogmas y tradiciones. El tiempo en que todo lo que consideraba pecado, era también considerado delito. Lo curioso es que, desde hace muchos siglos, pecados que son indiscutibles delitos, como la violación o cualquier abuso sexual de menores, en la estructura eclesial son, en los hechos, apenas considerados como faltas. Si un abuso queda a la vista, el abusador es cambiado de parroquia o de diócesis, pero no entregado a la Justicia para que pague por su delito aberrante.
La iglesia es una institución que posee colegios y orfanatos. Ergo, en ella hay niños al alcance de personas que, desde el II Concilio de Letrán, tienen prohibida una vida sexual natural y que, si abusan de menores, no serán entregados a quienes juzgan con leyes seculares. Esa realidad institucional atrae a los pedófilos. El instinto medieval la hace presionar al Estado para que
sus dogmas y convicciones se reflejen en las leyes, a la vez que protege de las leyes laicas a los sacerdotes que abusan de niños.
ESCÁNDALO. La investigación judicial que detalló en Pensilvania la masividad y sistematicidad de los delitos sexuales cometidos por cientos de sacerdotes contra miles de niños durante setenta años, reveló un problema que no es de los 54 condados investigados, sino de la iglesia católica. Del mismo modo, los delitos sexuales revelados por “The Boston Globe” no son un problema de la capital de Massachusetts, sino de la iglesia. Por eso, tras las revelaciones de Boston, estallaron las de Millwakee, Nueva York, Los Angeles y muchas otras ciudades. Paralelamente, saltaron revelaciones en España, Irlanda, Austria, Alemania, Italia y otros países que, como México y Chile en América Latina, vieron caer los muros de silencio.
Los derrumbes debían comenzar en Estados Unidos, por el poder de la prensa y de la Justicia. También es lógico que el dominó siguiera por Europa, donde el Estado de Derecho y los medios también son muy fuertes. A esta altura, está claro que la perversión sexual con niños es un problema estructural. No se trata de la excepción, sino de la regla. Aunque haya una inmensa cantidad de sacerdotes que no violan ni abusan de menores, la pedofilia es regla porque la producen rasgos estructurales de esa institución. Por eso es inaceptable la reacción del Vaticano ante lo develado en Pensilvania. La cúpula eclesiástica dijo sentir “vergüenza” y pidió “perdón” a las víctimas, como si se tratara de hechos aislados en lugar de ser una constante.
No existen lugares donde ocurran delitos sexuales de sacerdotes y lugares donde no ocurran; existen lugares donde caen los muros de silencio y lugares donde aún se mantienen. Si no fuera de ese modo, en distintos países la propia iglesia estaría entregando sacerdotes pedófilos a la Justicia. Siempre son investigaciones judiciales o periodísticas las que revelan abusos sistemáticos y masivos de niños. Nunca son las autoridades eclesiásticas las que denuncian y entregan a sus propios pervertidos. En Boston, la iglesia que presidía el cardenal Bernard Law pagaba hasta 20.000 dólares a víctimas o familia- res, a cambio de firmar documentos de confidencialidad.
VATICANO. Repitiendo sus pedidos de disculpas, el Vaticano elude la única reacción aceptable: una vasta reforma de la estructura que genera pederastia, porque ese tipo de perversión es un mal congénito de un entramado institucional. La reforma deberá ir, desde la eliminación del celibato, a la erradicación del instinto medieval que, mientras la hace sentir al margen de las leyes del Estado, la lleva a presionar a gobiernos y legislaturas para que la Ley no contradiga sus dogmas y tradiciones. Ese instinto la puso en guerra contra la ciencia para someterla a la teología, y contra el pensamiento secular que concibe a la sociedad, su gobierno y sus leyes como el ámbito en el que debe obrar el ser humano con el libre albedrío que según las Sagradas Escrituras recibió del “creador”. Algo está claro a esta altura de la historia. En la sociedad abierta, plural y diversa, que sólo puede basarse en el Estado de Derecho, las religiones deben obrar sobre la conciencia de la persona, porque el gobierno y las leyes son cuestiones seculares. Cuando una religión presiona a gobernantes y legisladores, es porque está perdiendo influencia sobre la conciencia de la gente.
Europa fue el espacio donde imperó la teocracia medieval y, desde hace siglos, es donde más aceleradamente la iglesia pierde influencia. Los referendos que aprobaron el aborto en las catoliquísimas Italia, Irlanda y Portugal, prueban que esa influencia retrocede incluso en la propia grey.
La convicción de la iglesia sobre el inicio y el fin de la vida no es retardataria. Es una convicción religiosa. Lo retardatario no está en esa convicción, sino en las acciones ejecutadas para imponerla en la sociedad. Esas acciones no sólo buscan gravitar sobre las leyes, sino mantener a sus miembros al margen de la Justicia del Estado.
“Pecados que son indiscutibles delitos, en la estructura eclesial son en los hechos, apenas considerados como faltas.”