Rebeldía importada:
la actriz Maite Lanata mostró su axila sin depilar y generó controversia. De qué se trata la movida “Sobaquember” que estrellas de Hollywood la adoptaron como una forma de cuestionar a la depilación.
“Menos lágrimas y más acción", le reclamó Anne Barret Doyle, líder de una de las ONG que investigó las denuncias en Estados Unidos.
glio significó cambios hasta entonces inauditos en la Iglesia vinculados con la austeridad y una cierta apertura hacia la comunidad homosexual. Es el primer Papa al que le toca abordar tanta cantidad de denuncias de pedofilia. “Expreso mi dolor por los crímenes graves de abusos sexuales cometidos por el clero. La Iglesia llora por su gran pecado y debe redimirse”, les dijo en el 2014 a seis víctimas de abusos sexuales. No sólo eso: admitió “encubrimiento” de parte de la Iglesia en un caso de un cura pederasta, el del mexicano Marcial Maciel. Pero la moneda tiene dos caras. Las víctimas del Padre Grassi todavía recuerdan que Bergoglio jamás los quiso recibir y que nunca se pronunció en público sobre este tema. Además, en el 2010 la Conferencia Episcopal, que en ese entonces presidía Bergoglio, encargó una investigación que llegó a la conclusión de que las acusaciones contra Grassi se basaban en testimonios falsos. Ese trabajo se sumó a la apelación legal del sacerdote, que con eso evitó la cárcel durante un tiempo. Para las víctimas argentinas, el Papa no fue lo suficientemente contundente en sus acciones para desterrar y condenar la pedofilia. Otro traspié de Francisco fue en su visita en enero a Chile, donde defendió al obispo Juan Barros, acusado de encubrir a un cura abusador. “No tengo ninguna prueba en su contra, la gente de Osorno -la diócesis de Barros- sufre por tonta”, dijo en ese viaje. En junio, cercado por las pruebas, Francisco le pidió la renuncia a Barros y a dos obispos chilenos más. Fue una de las pocas medidas concretas que tomó contra el problema de los abusos. “Menos lágrimas y más acción”, le recriminó Anne Barret Doyle, líder de Bishop Accountability, una de las ONG que investigó las denuncias de abusos en Boston que luego se convirtieron en la película ganadora del Oscar, “Spotlight”. El viaje de Francisco, a fines de agosto, a una Irlanda que acababa de legalizar el aborto y donde se amontonaban los escándalos de abuso sexual por parte de curas fue otra dura prueba. Y más difícil de lo que parecía, cuando apareció la carta de Viganò. El texto significó un tsunami dentro del clero, donde salieron a la superficie las internas de una Iglesia que vive momentos de transformación. “Fue una jugada mentirosa. Viganò es parte del sector más conservador de la Iglesia, uno de los que filtró los Vatileaks, y a ellos les molesta la crítica de Francisco al capitalismo desigual, su posición sobre la protección del medio ambiente, y su inclusión de los trabajadores de la economía popular, entre otras cosas. Es parte de una guerra cultural del sector más conservador”, explica Eduardo Valdés, ex embajador en el Vaticano.
La carta destapó guerras internas y aceleró finales: uno de ellos es del del C9, el consejo de nueve cardenales que eran una especie de Jefatura de Gabinete del Papa. Al momento del cierre de esta edición se esperaba la renuncia a ese consejo del obispo chileno Javier Errázuriz, acusado de encubrir a Barrio, y de al menos dos cardenales más. Además, el Papa convocó, para febrero de 2019, a todos los presidentes de las Conferencias Episcopales para debatir el “cuidado del menor”. Fuentes vaticanas aseguran que es cuestion de días a que la Santa Sede o el Papa emitan alguna palabra fuerte sobre el tema.
Por casa la cuestión no anda mejor: la Iglesia local quedó profundamente resentida con el Gobierno de Mauricio Macri, del que sienten que promovió el debate sobre el aborto, y la relación Casa Rosada-Vaticano atraviesa un pésimo momento. Macri no visita la Santa Sede desde el 2016 y no tiene planeado hacerlo en el 2019, año en el que quizás la separación Iglesia y el Estado sea un hecho en Argentina. El Papa tampoco piensa venir.