Neurociencia y comportamiento:
Nuevos estudios indican cómo y por qué el juego puede ser una adicción. Su relación con la toma de decisiones y las conductas de alerta.
nuevos estudios indican cómo y por qué el juego puede ser una adicción. Su relación con la toma de decisiones y las conductas de alerta.
Sise toman en cuenta los registros históricos, los juegos de azar y el hecho de tomar riesgos parecen estar integrados a la mente. Hace milenios, en la Mesopotamia antigua, los hombres eran capaces de arriesgar sus cosechas de cebada, y hasta el bronce y la plata que tuvieran jugando a los dados, aún cuando las chances de ganar fueran mínimas y las desventajas enormes. Ahora, un conjunto de hallazgos neurocientíficos están más cerca de descifrar el por qué de tales comportamientos, al menos en lo que al plano biológico respecta.
Hace veinte años, la idea de que alguien pudiera volverse adicto a un hábito como el juego, de la misma manera que una persona se engancha con una droga ilícita, era polémica. La comunidad psiquiátrica consideraba que el juego patológico era más una compulsión que una adicción, un comportamiento motivado por la necesidad de aliviar la ansiedad en lugar de un deseo intenso de placer.
En la versión más reciente del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V), de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), se incluyó al juego patológico como un capítulo dentro del conglomerado de las adicciones.
La neurociencia y la genética demuestran que el juego y la drogadicción son mucho más similares de lo que se creía. En el medio del cráneo de una persona, una serie de circuitos conocidos como siste- ma de recompensa, conectan varias regiones cerebrales dispersas involucradas en la memoria, el movimiento, el placer y la motivación. Cuando las personas se involucran en una actividad que las mantiene vivas o las ayuda a transmitir sus genes, las neuronas en el sistema de recompensa lanzan un mensajero químico llamado dopamina. Esto genera una ola de bienestar, de satisfacción, lo que a su vez puede crear un hábito.
Cuando se la estimula con drogas adictivas, el sistema de recompensa libera hasta 10 veces más dopamina de lo normal. Pero el uso constante quita a esas drogas su poder euforizante, los adictos desarrollan tolerancia a la sustancia, y necesitan cada vez más cantidad para obtener el mismo placer. Además, las vías neuronales que conectan el circuito de recompensa con la corteza prefrontal se debilitan: situada justo por encima y detrás de los ojos, la corteza prefrontal ayuda a las personas a controlar los impulsos.
SINTONÍA FINA. Las investigaciones neurocientíficas muestran que los jugadores patológicos y los drogadictos comparten muchas de las mismas predisposiciones genéticas para la impulsividad y la búsqueda de recompensas. Así como los adic-
tos a las sustancias requieren cada vez más cantidad, los jugadores compulsivos persiguen empresas cada vez más arriesgadas.
Resultados recientes muestran que la explicación de cómo y por qué el juego puede convertirse en una adicción es aún más compleja, y que involucra no sólo a circuitos de recompensa, sino que arriesgarse a perder a cambio de una sensación fuerte pone en juego una danza compleja de toma de decisiones y de emoción.
Un nuevo estudio llevado a cabo en la Universidad Johns Hopkins (Estados Unidos) identificó una región del cerebro que desempeña un papel crítico en la toma de decisiones riesgosas. Publicado el 20 de septiembre en Current Biology, los autores analizaron el comportamiento de los monos rhesus, que comparten una estructura y función cerebral similar a la de los seres humanos. Ellos también toman riesgos.
Primero, los investigadores entre- naron a los monos para "apostar" contra una computadora con el fin de ganar tragos de agua. Luego, debían elegir entre un 20% de posibilidades de recibir 10 mililitros de agua frente a un 80% más confiable de obtener sólo tres mililitros. Los monos se arriesgaron, incluso cuando ya no tenían sed.
El trabajo demostró que una región del cerebro denominada campo ocular suplementario está, junto con la regulación de los movimientos oculares, involucrado en la toma de decisiones. Cuando los investigadores suprimieron la actividad en ese lugar del cerebro, enfriando la región con una placa de metal externa (un proceso inofensivo y reversible, según los científicos), los monos mostraron entre un 30% y un 40% menos de probabilidades de hacer apuestas arriesgadas.
Para el neurocientífico y coautor del estudio, Veit Stuphorn, de la Universidad Johns Hopkins, los hallazgos no fueron del todo sopre- sivos, dado el papel que ya se sabía juegan el campo ocular suplementario y las áreas vecinas en la toma de decisiones. Pero lo que intriga a los expertos es cómo un área del cerebro puede estar tan ligada al procesamiento del riesgo asociado con un comportamiento en particular sin causar ese comportamiento.
"Interpretamos esto como una señal de que ese campo ocular refleja principalmente la contribución de las áreas cognitivas de orden superior. Dichas áreas construyen un modelo del entorno y lo utilizan para predecir oportunidades y peligros", explica Stuphorn. En otras palabras, parece dar forma a la actitud hacia un comportamiento arriesgado particular. También, sugiere Stuphorn, a futuro podría convertirse en un posible objetivo de tratamiento para las personas que sean propensas a realizar actividades excesivamente arriesgadas, como el juego compulsivo. SIN PENSAR. Pero aún es tempra-
no para ir por ese resultado. “Todavía no comprendemos lo suficientemente bien cómo funciona la red de riesgos en el cerebro como para pensar en las implicaciones terapéuticas -advierte-. Pero a medida que nuestra comprensión mejora, aumentan las esperanzas de diseñar intervenciones conductuales más eficientes basadas en un mayor conocimiento de los factores que impulsan decisiones riesgosas. O intervenciones directas como estimulación cerebral ".
Daeyeol Lee, neurocientífico de la Universidad de Yale, también es optimista. "Encontrar que la toma de riesgos excesiva podría estar influenciada por la función de un área cerebral específica podría ser un paso importante en el tratamiento de humanos con tendencias severas a tener conductas de riesgo -opina-. Ciertos tratamientos farmacológicos para la enfermedad de Parkinson y otros trastornos neurológicos pueden también ser causa de comportamientos riesgosos. Los hallazgos obtenidos en este trabajo también pueden tener consecuencias en la reducción de dichos efectos secundarios no deseados".
REMORDIMIENTO. Otro estudio publicado la semana pasada, también en Current Biology, agrega otro elemento a tener en cuenta en la neurociencia del riesgo en el juego compulsivo: la sensación de remordimiento. En 10 pacientes neuroquirúrgicos, los autores midieron la actividad eléctrica en una región del cerebro llamada corteza orbitofrontal, ubicada cerca del campo ocular complementario, al tiempo que les presentaban con escenarios de juego. Los investigadores utilizaron electrodos para analizar la actividad cerebral mientras cada una de esas personas decidía si apostaba o no, inmediatamente después de una apuesta y cuando, medio segundo más tarde, conocían el resultado.
Al comparar los hallazgos con las grabaciones cerebrales previas asociadas con el arrepentimiento, dedujeron que durante el segundo que transcurre entre la apuesta y el conocimiento del resultado, los cerebros humanos repiten frenéticamente las decisiones de apuestas anteriores. Recuerdan la frustración y la tristeza sentidas al perder apuestas anteriores y al no haber apostado más dinero por aquellas en las que había ganado.
Ming Hsu, del Instituto de Neurociencia Helen Wills de la Universidad de California (Berkeley, Estados Unidos) toma nota de que esta reflexión sobre elecciones pasadas es probablemente un medio evolutivo de mejorar la toma de decisiones en el futuro. "Este tipo de repetición es frecuente durante la pausa después de que uno toma una decisión y antes de averiguar el resultado", dice. "Pero lo que vemos es que la corteza orbitofrontal es increíblemente activa y, en particular, procesa cuánto arrepentimiento experimentó la persona con la decisión previa".
A medida que investigadores como Hsu y Stuphorn desentrañan gradualmente los neurocircuitos cerebrales de riesgo y recompensa, aumenta la esperanza de dar con mejores tratamientos para la compulsión problemática a jugar, que ya ni siquiera exige salir de casa. Tablets y smartphones ponen la tentación al alcance de estirar el brazo. Es muy probable que se trate de intervenciones conductuales o cerebrales que buscan calmar la emoción y alentar cierto sentido de prudencia.