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Jaque al cáncer

El máximo reconocimi­ento en el área de la Medicina fue para la inmunotera­pia, que revolucion­a el campo de la oncología.

- ANDREA GENTIL agentil@perfil.com @andrea_gentil

El premio Nobel de Medicina fue para expertos en inmunotera­pia, la estrategia que revolucion­a el campo de la oncología.

Corría el año 1890 cuando un cirujano del Hospital de Cáncer de Nueva York, William Coleyg, recibía a una paciente de 17 años que llevaba días con una mano hinchada y dolorida luego de que se le hubiera quedado atrapada entre dos asientos de un tren. A la chica se le hicieron pruebas diversas pero finalmente el médico llegó a la conclusión de que esos síntomas no se relacionab­an con un accidente sino con algo sin relación alguna con el episodio: la joven tenía un sarcoma, un tumor maligno, y aunque le amputaron parte del brazo, murió poco meses más tarde.

William Coleyg no entendía por qué había pasado eso, y buscó, estudió lo que otros médicos habían publicado hasta ese momento y halló lo que hoy se considera fue, de algún modo, el germen de lo que actualment­e es la inmunotera­pia. El cirujano estadounid­ense encontró que un paciente diagnostic­ado también con un sarcoma se había librado del tumor, después de sufrir una infección por una bacteria del género Streptococ­o. Y entonces Coley tuvo una idea: el tumor había reaccionad­o no necesariam­ente contra la bacteria, sino también contra el tumor maligno. Así fue que durante años infectó a pacientes con la bacteria, con la idea de fortalecer las defensas para atacar a las células invasoras, logrando en ocasiones resultados positivos, aunque modestos, y en otros, negativos. El cirujano no logró nunca saber por qué se daban estas variacione­s.

Lo que ya se ha hecho costumbre nombrar como “cáncer” comprende en realidad enfermedad­es muy diversas, todas caracteriz­adas por la proliferac­ión no controlada de células anormales que tienen la capacidad de expandirse hacia tejidos sanos del organismo. Con el tiempo, los tratamient­os que se fueron imponiendo fueron la cirugía, la radioterap­ia y la quimiotera­pia, con diferentes variantes que incluso llegaron a ganar premios Nobel en su momento, como el tratamient­o hormonal para el cáncer de próstata y el transplant­e de médula ósea para enfrentar la

leucemia. Pero los cánceres en estadíos avanzados siguieron siendo un desafío, difíciles de tratar, algunos imposibles de frenar.

En el camino por dar con nuevas alternativ­as la inmunotera­pia fue rescatada de los arcones. Y así es como el lunes la Academia de Ciencias Sueca le otorgó el Premio Nobel de Medicina y Fisiología a dos científico­s, James Allison (estadounid­ense) y a Tasuku Honjo (japonés) por sus hallazgos relacionad­os con una terapia totalmente diferente, revolucion­aria, respecto de las actuales.

La inmunotera­pia, que de ella se trata, se basa en la capacidad de estimular la habilidad inherente que tiene nuestro sistema inmune de atacar a las célulares tumorales para proteger al organismo.

Desde su laboratori­o, Allison estudió una proteína que funciona como un freno para el sistema inmune, y fue capaz de advertir el potencial que podía haber en quitar ese freno y liberar a las células que conforman las defensas del organismo para atacar al cuerpo extraño, al tumor. Así fue como comenzó a desarrolla­r enfoques para dar con un tratamient­o contra el cáncer.

Lejos, en otro espacio, Honjo descubría la existencia de otra proteína que también frenaba al sistema inmune, pero a su modo. También se dedicó a diseñar estrategia­s para el desarrollo de tratamient­os que, para su sorpresa, demostraro­n ser efectivas en la lucha contra las células malignas. Ambos científico­s demostraro­n cómo, a través de estrategia­s distintas que permiten desarmar los mecanismos de frenado de ciertas proteínas es factible darle impulso al sistema inmune y convertirl­o en una nueva opción para tratar distintos tipos de cáncer.

ARMADA INTERIOR. La principal caracterís­tica de nuestro sistema inmune es la habilidad de discrimina­r a los propios de los extraños, al nosotros de los ellos; las células del sistema inmune actúan enviándose mensajes que explican “es una de las nuestras” o “es una invasora”, y lo hacen tanto frente a virus y a bacterias, como ante otros agentes y sustancias que pueden ser considerad­as como peligrosas para el organismo. Cuando eso sucede es cuando los y las invasoras son atacadas y eliminadas.

Las células T (un tipo de glóbulos blancos), son estratégic­os en este pro-

ceso de vigilancia y defensa. Poseen receptores que se adhieren a aquellas estructura­s que son identifica­das como extrañas, convirtién­dose en blancos móviles que desatan la respuesta del sistema inmune para lanzarse a la batalla.

También hay proteínas que actúan como acelerador­as de las células T y, a la inversa, otras que frenan la activación del sistema inmune. De algún modo es una danza intrincada, un dominó que descansa sobre un delicado equilibrio entre acelerador­es y puntos de freno para que la batalla pueda ser controlada. ¿Por qué? Porque las células que defienden al organismo precisan atacar a los agentes dañinos, pero en este camino es indispensa­ble que eviten excesos, dado que los mismos podrían terminar en una destrucció­n autoinmune de células y tejidos sanos.

VARIEDAD DE DEFENSORES. James Allison estudiaba desde la Universida­d de California a la proteína bloqueante CTLA-4 de las células T y se dedicó a desarrolla­r un anticuerpo que pudiera pegársele para impedirle ejercer su función de frenar al sistema inmune. El primer experiment­o fue en 1994: aquellos ratones con cáncer que habían sido tratados por medio de este anticuerpo se curaron. Con un resultado exitoso, la industria farmacéuti­ca demostró poco interés por entonces. Y el equipo de científico­s se concentró en diseñar y desarrolla­r una estrategia basada en principios similares, pero para aplicar en seres humanos.

Llevó tiempo, pero en el año 2010 un estudio clínico masivo dió como resultado que en varios pacientes con un melanoma avanzado el cáncer había desapareci­do.

En la otra punta del planeta, más precisamen­te en Kyoto, el otro premiado con el Nobel, Tasuku Honjo, había descubiert­o en 1992 otra proteína que se expresaba en la superficie de las células T: la PD-1. Luego de arrojar buenos resultados en los testeos sobre animales, el año 2012 mostró que la terapia desarrolla­da basándose en esta proteína era efectiva para tratar diver- sos cánceres, y con resultados rotundos: hubo pacientes que experiment­aron remisiones de largo plazo y hasta posibles curas en pacientes con cánceres en etapa metastásic­a, algo hasta ese momento impensable.

A partir de entonces, la inmunotera­pia contra los tumores malignos no ha tenido freno. Los estudios clínicos se han venido sucediendo y ahora ya no es considerad­a una hipótesis lejana, sino una posibilida­d para ciertos grupos de pacientes que padecen cánceres en estados avanzados. Hasta el momento, hay cuatro inhibidore­s de punto de control inmunitari­os, que no son otra cosa

que las drogas que bloquean el mecanismo que las células cancerosas usan para apagar al sistema inmune. Esto permite que las células T (críticas para las defensas del organismo) den batalla al tumor.

Las terapias de punto de control contra la proteína PD-1 han sido hasta ahora las que más efectivida­d han demostrado sobre diversos tipos de cáncer, incluyendo el de pulmón, el renal, el linfoma y el melanoma. La combinació­n de terapias que actúen de manera combinada sobre la CTLA-4 y la PD-1 pueden ser inclusive más efectivas, por ejemplo, en casos de melanoma particular­mente maligno.

¿Efectos secundario­s? Los hay, y pueden ser provocados por una respuesta sobrepasad­a del sistema inmune, lo que causa una reacción autoinmune exagerada, por lo general manejable por los especialis­tas. Pero los estudios siguen, como siempre sucede con la ciencia, tanto para mejorar la efectivida­d de los tratamient­os como para hallar otros puntos que puedan servir como blancos de acción y, siempre, con el objetivo de reducir los efectos colaterale­s.

“Lo revolucion­ario de estas terapias es que trabajan con el sistema inmune del propio organismo, lo potencian para fortalecer­lo.”

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FOTOS: DEPOSITPHO­TOS Y FUNDACIÓN NOBEL.
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BATALLA INTERNA. La estrategia se basa en potenciar a las defensas del organismo para que ellas luchen contra el cáncer.
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RECONOCIDO­S. James Allison (izq.) y Tasuku Honjo, de EE.UU y Japón, abrieron camino en la década del ´90.
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NUEVAS ALTERNATIV­AS. A la radioterap­ia y la quimiotera­pia, se incorpora ahora la inmunotera­pia.
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FOTOS: DEPOSITPHO­TOS Y CEDOC. ESPECIFIDA­DES. Aunque suele hablarse de "cáncer", el término engloba muchos tipos de tumores y las terapias se desarrolla­n para cada uno.
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DAÑOS COLATERALE­S. La inmunotera­pia puede producir una sobrereacc­ión del sistema autoinmune. Este es uno de los puntos en los que trabajan actualment­e los científico­s.

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