La violencia sexual en el espacio público:
El régimen patriarcal ha estado signado por la no participación de las mujeres en el espacio público y hoy, lo más notable de la violencia del varón contra el sexo femenino, es que corre paralela con el cambio de posición de las mujeres en el escenario so
El régimen patriarcal ha estado signado por la no participación de las mujeres en el espacio público y hoy, lo más notable de la violencia del varón contra el sexo femenino, es que corre paralela con el cambio de posición de las mujeres en el escenario social. Por Silvia Ons.
La violencia contra las mujeres está lamentablemente a la hora del día y, si bien ella no es nueva, cabe ubicarla bajo la perspectiva de ciertos ángulos de nuestra contemporaneidad. Históricamente en la Argentina las cifras oficiales a nivel nacional sobre violencia contra las mujeres fueron escasas. Los únicos registros al alcance consistieron en aquellos provistos por organizaciones de la sociedad civil, que recolectaban datos de noticias policiales en medios.
Pero desde hace pocos años es posible saber -oficialmente- que una mujer muere por día víctima de femicidio en algún punto del país. Se dirá que la violencia contra las mujeres ha existido siempre y que la dominación sobre ellas es una constante en el marco del sistema patriarcal1 pero la particularidad de la violencia actual estaría dada por el ocaso de ese régimen y-según nuestra idea- es ese ocaso el que da forma a la brutalidad con la que emerge.
Detengámonos en la palabra “ocaso” para precisar que no es el equivalente a “desaparición” sino afín a declinación en la que algo pervive pero ya no reviste el valor de antaño. Conviene también diferenciar patriarcado de machismo, términos que se confunden en los estudios dedicados a esta problemática y que urge distinguirlos. Podemos adelantar que el machismo presente en la violencia contra el sexo femenino es signo de la decadencia patriarcal ya que se apela a la fuerza cuando no hay autoridad.
En principio la palabra “patriarcal” alude a “padre” mientras que el vocablo “machismo” alude a “macho”, es decir que no son equivalentes. Si “padre” tiene un estatuto simbólico que sobrepasa la reproducción: padre de una idea, de una Nación, de un movimiento, de una doctrina etc., “macho” solo remite a un animal de sexo masculino o a un hombre en el que se destacan las cualidades tradicionalmente consideradas masculinas como la fuerza, la virilidad o el vigor.
El psicoanálisis se inscribe en el marco del "Dios ha muerto" nietszcheano, al punto tal que se puede afirmar que Freud levanta la figura del padre allí donde la cultura es índice de su decadencia. Es que el creador
Es el desfallecimiento del discurso amo que signa nuestra contemporaneidad.
del psicoanálisis se afanó por afirmar la preeminencia del padre en la constitución de la realidad psíquica. Sin embargo tal preeminencia no debe hacernos olvidar que cuando Freud recuerda que Pater semper incertus dice con esto que el padre es un nombre cuyo referente no está garantizado solo por una verdad de experiencia, sino por la fe en la nominación.
El desfallecimiento del discurso amo que signa nuestra contemporaneidad va a la par con el incremento de la violencia. Vale aquí la siguiente afirmación de Lacan: “Si el discurso del amo constituye el lecho, la estructura, el punto fuerte en torno del cual se ordenan varias civilizaciones, es porque el resorte es allí, pese a todo.de un orden distinto que la violencia”.
Los discursos contemporáneos anunciaron una caída de la virilidad, no fue solo el psicoanálisis sino también la sociología y la filosofía quienes anticiparon tal descenso. Lacan se inspiró en Kojève cuando se refirió a este fenómeno quien al leer el libro de Francoise Sagan Bonjour tristesse destacó que en las playas de la Costa Azul descriptas por la joven escritora, se pasean los varones del nuevo mundo, el de la posguerra.
Hombres que tienen la molesta tendencia de ofrecerse a la mirada, desnudos, pero obligatoriamente musculosos. Las referencias al “mundo nuevo” con el tropel vanguardista de este perfil de “machos”, no dejan de tener resonancias hegelianas, incluso el título del artículo se llama: “Sagan: el último mundo nuevo”.
Retrotrayéndonos a Hegel, para él, las postrimerías de la historia equivale a la relativización de todas las diferencias, al advenimiento de un tiempo signado por la coexistencia de todas las configuraciones, reemplazo de lo que antes era sucesión de particularidades excluyentes por contemporaneidad de opuestos, y ya nunca oposición. Hegel no pensaba a modo simplista que en su época y con su filosofía, terminaba la historia, pero sí captó que la lógica que había presidido el desarrollo de los acontecimientos, perdía su vigencia.
Entonces, la aparición de este nuevo estilo de hombres debe situarse en el horizonte de la evaporización de las
antítesis, del desfallecimiento de los contrarios, de la disolución de los opuestos.
Lacan, en correspondencia con el filósofo, acentúa el tema de la desvirilización epocal y Miller afirma que la idea del declive viril, incluso su desaparición del mundo contemporáneo, no es pensable sin el declive del padre. ¿Van entonces al unísono padre y virilidad, al punto donde la caída de uno se identifique con la caída del otro?
La declinación paterna puede pensarse como desaparición de la excepción, en un mundo en el que se suprimen las diferencias y se borran las singularidades. ¿Cuál es su consecuencia a nivel de la masculinidad? Podríamos localizar sus efectos en esa” virilidad” de la que habla Kojève, la del cuerpo que se muestra cual oropel en el exhibicionismo “macho”, el hombre que no porta emblemas de un ideal que lo trasciende, sino que gusta ofrecerse como objeto en la pasarela de las vanidades musculosas, o que quiere mostrar su poder en el ejercicio de la violencia. Así el machismo puede leerse como efecto de la declinación paterna, intento por restituir un poderío que falta. Podemos recordar aquí la observación de Lacan cuando dice que “la impotencia para sostener una praxis, se reduce, como es corriente en la historia de los hombres, al ejercicio de un poder.
El régimen patriarcal ha estado signado por la no participación de las mujeres en el espacio público y hoy, lo más notable de la violencia del varón contra el sexo femenino, es que corre paralela con el cambio de posición de las mujeres en el escenario social. Considerarlas como seres en pie de igualdad con el hombre, tanto en lo civil, como en lo intelectual y en diversas esferas es algo verdaderamente inédito y reciente. Hasta el siglo XX las diferencias anatómicas, psicológicas, etc., entre hombres y mujeres, servían para justificar la no paridad en sus derechos cívicos, políticos, laborales, etc.
Las ideas aristotélicas acerca de las féminas con voluntad subordinada a la del hombre perduraron a lo largo de la civilización occidental. Para los griegos, Pandora, la primera mujer, fue dotada por los dioses de voz humana y a partir de ese momento las voces femeninas poblaron de murmullos el mundo antiguo. Ellas gritan cuando se mata a la bestia en sacrificio cruento, lloran el cuerpo del muerto cantan en los coros, parlotean en el cerrado universo doméstico pero no acceden a la única palabra reconocida: la política.
Tal incapacidad refleja en el mundo romano otra mucho más radical: la jurídica que determina que no pueda hacer acceder a la ciudadanía a su descendencia, o sea la incapacidad para trasmitir legitimidad.
La diferencia sexual trazada por Filon de Alejandría marca a fuego siglos y siglos en la historia: el intelecto es masculino y la sensación es femenina9. Para Aristóteles| su la inferioridad es sistemática en todos los planos y ella es corolario de una pasividad metafísica: la naturaleza femenina es un defecto natural. Pero las mujeres no representan solo un aspecto y ya el antiguo consideraba la diversidad que podrían encarnar: es la falta pero en ocasiones el mal o la divinidad que el pa- gano quiso también mujer. Nacida de la impotencia del padre por el déficit de su semen en una suerte de mutación degenerativa viene al mundo su genos.
Pese a este menos que pesa sobre su naturaleza, fue Platón quien consideró que la gestación de la sabiduría es un proceso que toma a la mujer como modelo, alumbramiento y pensamiento se dan la mano. Por un lado la mayéutica será comparada con el parto donde las ideas llegan a la luz con esfuerzo imponiendo resistencia, por el otro el amor mismo en el que el amante está en posición de falta…como una mujer. En definitiva el alma del filósofo se feminiza. Y es que ellas al encarnar la sensación y no el intelecto, carentes del acceso a la educación tienen una permeabilidad casi sin obstáculo respecto a lo verdadero en coherencia con su vocación sexual a acoger, a tomar en si.
La Edad Media vio -como ninguna otra- en las mujeres a la figura del exceso Desde finales del siglo XII hasta terminar el siglo XV una serie de textos, escritos por hombres de la iglesia y por laicos, elaboran valores y normas de conducta para las mujeres.8 Los criterios con los que se las clasificaba son importantes para entender los modelos éticos que se construían. Las vírgenes, las viudas y las casadas son constantemente evocadas en los escritos. La castidad de vírgenes, viudas y mujeres casadas coloca a la sexualidad en un espacio comprendido entre el rechazo y el control con vistas a la procreación y muestra cómo, ya sea en el rechazo, ya en el control, la batalla se juega sobre el predominio del aspecto espiritual y racional sobre lo corpóreo y sensual. A través de la figura ideal de la mujer casada se elabora un modelo de comportamiento para todas las mujeres, que en el seno de los grupos familiares realicen las funciones de esposas y madres.
En la Sagrada Escritura y en la tradición patrística las mujeres están gobernadas por su sexo, por su causa han entrado en el mundo la muerte, el sufrimiento y el trabajo. Controlar o castigar a las mujeres, y ante todo su cuerpo y su sexualidad desconcertante y peligrosa será tarea de hombres. Los conocimientos y las preocupaciones éticas y de dominación social se fundan en la idea de que ese cuerpo , ya que no puede permanecer casto, debe al menos tender únicamente a la procreación.
Así, la maternidad aparece como una forma de domesticar y amarrar el goce femenino, vivenciado como sin límites y errante. Vigiladas como un peligro siempre en acecho, encarnan - de manera ejemplar en la edad media-la figura del exceso.
Si las diferencias atribuidas a hombres y a mujeres algunas de no tan distantes de las consideradas por el psicoanálisis, eran la justificación para excluir a las mujeres de la vida pública, hoy, que-afortunadamente- se está logrando una igualdad de derechos, en pos de esa equivalencia, se niegan las diferencias sexuales.
Actualmente un número cada vez más numeroso de mujeres confiesan que fueron abusadas sexualmente bajo la consigna: “yo también”. La iniciativa La iniciativa Time's Up, llamada así en inglés convoca a una gran ma-
La violencia del varón corre paralela con el cambio de posición de las mujeres.
yoría, lo que antes se mantenía en secreto hoy se canta a viva voz. El problema es que se agrupan bajo es mismo sesgo: violaciones reales, chistes machistas, insinuaciones, gestos sarcásticos, acoso en la calle, seducción incisiva. Y se corre así el riesgo de no contemplar sus diferencias. Cuando un grupo de mujeres francesas, distinguieron lo que es una violación y un abuso sexual de alguna insinuación masculina defendiendo el derecho a importunar que tiene el hombre sobre la mujer, los ataques contra estas ideas no se hicieron esperar. Es que tal proliferación tiende a no dar peso a quienes son víctimas de verdad: mujeres violadas, mujeres asesinadas sin escapatoria, perseguidas sin ninguna posibilidad de sustraerse, objeto de tratas y de maltratos, niños sometidos a la pedofilia o al trabajo infantil, sujetos excluidos del sistema….
¿Y qué diría Freud del “derecho a importunar” reivindicado por estas mujeres francesas? Seguramente le llamaría la atención la palabra “derecho” cuando se evoca a algo relativo a la sexualidad masculina que él ubicó en términos de vencer un obstáculo que a modo de cierta resistencia ofrece una mujer. Incluso comparó al psicoanálisis con una mujer que pierde valor si no ofrece cierta resistencia, así el consenso previo al acto sexual eliminaría el carácter erótico de la conquista. Ello no quiere decir forzar el acto sexual ya que ella debe aceptarlo, pero no es lo mismo que un consenso hablado previamente a modo de un contrato racional En este sentido pensemos el “importunar” como el goce masculino por penetrar en un territorio otro que es el de la mujer. Urge pues diferenciarlo del acoso, de la violación y del maltrato.
Si nos remitimos a la historia de la civilización occidental veremos que las mujeres no han escrito la Historia, es decir, al ordenamiento e interpretación del pasado de la humanidad.
Si bien este y otros muchos aspectos de su prolongada subordinación a los hombres han victimizado a las mujeres, es un craso error intentar conceptualizarlas esencialmente como las víctimas. Hacerlo oscurece lo que debe asumirse como un hecho de la situación histórica de las mujeres: las mujeres son parte esencial y central en la creación de la sociedad, son y han sido siempre actores y agentes en la historia. Las mujeres han «hecho historia», aunque se les haya impedido conocer su Historia e interpretar tanto la suya propia como la de los hombres. Se las ha excluido sistemáticamente de la tarea de elaborar sistemas de símbolos, filosofías, ciencias y leyes. La contradicción entre la centralidad y el papel activo de las mujeres en la creación de la sociedad y su marginación en el proceso de interpretar y dar una explicación ha sido una fuerza dinámica, que las ha impulsado a luchar contra su condición. Otra cuestión que subleva a las feministas es el largo retraso en la toma de conciencia de las mujeres de su posición subordinada dentro de la sociedad. ¿Qué podía explicarlo? ¿Qué es lo que explicaría la «complicidad» histórica de las mujeres para mantener la mentada sumisión?
Este interrogante tiene un punto en común con el que surge al comprobar que en los tiempos presentes, muchas mujeres permanecen ligadas al golpeador aún pudiendo desprenderse. Justamente aquellas que son objeto de efectivos maltratos son las que retardan la denuncia o no la hacen. En definitiva: ¿qué hace que muchas de ellas permanezcan junto al hombre violento a pesar de que el acto agresivo sea usual, repetido, esperado y hasta corriente?
Gustavo Dessal describe que cuando la violencia de ETA castigaba a España, un policía encargado de dar protección por orden judicial a mujeres amenazadas por sus parejas, confesaba que su labor le causaba mucha más ansiedad que la de ocuparse de la custodia de personas amenazadas por el terrorismo. Basaba su llamativa observación en el hecho de que estas últimas cumplían a rajatabla con todos los protocolos de seguridad que se les indicaba, mientras que muchas mujeres escapaban de su guardaespaldas para mantener encuentros clandestinos con aquellos hombres a los que los jueces habían aplicado una orden de alejamiento. Hace unos años, una jueza se vio enfrentada a un problema ético, le fue requerido el permiso por parte de una mujer para casarse con su agresor, encarcelado por acciones violentas dirigidas
Las mujeres han hecho historia, aunque se les haya impedido interpretar su propio aporte.
hacia ella misma.la jueza negó ese permiso y esa mujer la acusó de no respetar la libertad de elección.
En nuestro país, fue famoso el caso del hombre que mató a una de las hermanas gemelas y la otra se casó con él cuando estaba en la cárcel. ¿Porqué tantas mujeres persisten de este modo al lado del golpeador? El psicoanálisis Claro que este” ser hablada” puede adquirir un grosor-en determinadas mujeres-que no podría asimilarse a la palabra de amor Tal configuración es la que permite entender la razón por la cual ciertas mujeres no se separan del hombre golpeador tan fácilmente, como cabría de esperar. Se dirá que es una locura ya que los golpes son opuestos al amor pero algunas mujeres experimentan en ellos la prueba de ser únicas para él. El hombre violento es en general aquel que les habla, que las nombra, que las separa de la familia, quien se presenta en suma como el Otro absoluto en la época del Otro que no existe.
Generalmente paranoicos, avizoran como tales el inconsciente del otro y sus raíces culpables, tal captación es la que genera dependencia: él sabe algo sobre mí. En un mudo en el que las mujeres han logrado tanta independencia el hecho de que algunas se sometan al golpeador invita a una reflexión. Si bien los casos descriptos por Freud tienen aún vigencia, encontramos en la clínica cuadros inéditos que reflejan el malestar actual en una cultura, que no es la de principios del siglo pasado, en la que se descubrió el psicoanálisis. La decadencia de antiguos valores, los cambios vinculados con las constelaciones familiares, la declinación del padre, el estado actual del capitalismo, los avances tecnológicos etc. inciden en las estructuras clínicas. Muchas veces se presentan sujetos que han perdido la brújula, esa que daban los ideales, el padre y los caminos que parecían certeros. Algunas mujeres encuentran en el golpeador su relevo.
Lo que subleva a las feministas es el largo retraso en la toma de conciencia.