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Lacomunida­d científica internacio­nal comenzó a rediscutir las bondades de los productos lácteos para la salud, presentado­s como pilares de la alimentaci­ón. Se investiga su incidencia en ciertas afecciones crónicas. La Universida­d de Harvard, incluso, ya eliminó a los lácteos de su “plato” de alimentos saludables con el objeto de poner un freno a su ingestión excesiva. Esta nueva mirada sobre el consumo humano de leche vacuna se ha expandido tanto que ya fue motivo de diversos libros y documental­es, aún en la Argentina. Mientras NOTICIAS realizaba una investigac­ión sobre el tema con el título “Mala leche”, que ilustra la tapa de esta edición, Editorial Planeta publicará en noviembre el libro homónimo de la periodista Soledad Barruti, autora del bestseller “Malcomidos”, sobre los riesgos de los productos ultraproce­sados.

María Luz Sanz (29) admite que amaba especialme­nte los quesos. Licenciada en Nutrición por la UBA y con una residencia completa en el Hospital de Clínicas, creció y se formó asumiendo los beneficios de los lácteos. Las Guías Alimentari­as para la Población Argentina, por ejemplo, recomienda­n tres porciones al día de leche, yogur o queso. Pero, desde 2013, Sanz empezó a quemar los libros, o, al menos, algunos de sus capítulos. Durante una rotación por el Servicio de Pediatría del hospital, descubrió un enfoque integral para el tratamient­o del autismo que, entre otras medidas, restringe la ingestión de proteínas de la leche. Y que podría tener beneficios en poblacione­s más amplias. Leyó estudios y fue una epifanía. “No podía entender que nadie en la facultad me lo hubiera contado”, asegura. La joven nutricioni­sta no sólo se integró a un equipo multidisci­plinario que alienta esa “herejía” para el tratamient­o del espectro autista y otras afecciones crónicas, sino que también modificó gradualmen­te su propia alimentaci­ón. Chau quesos, yogur, leche. También limitó el gluten de las harinas, hace las compras en dietéticas en lugar de supermerca­dos y frecuenta más la cocina.

La postura de Sanz se inscribe dentro de una incipiente tendencia que cuestiona el lugar “sagrado” de la leche de vaca y sus derivados como un pilar de la nutrición saludable. En artículos académicos, notas periodísti­cas, libros y documental­es, cada vez más médicos y expertos en nutrición esgrimen un discurso que combina la crítica a las pautas de producción de la industria, la denuncia del lobby de las corporacio­nes lecheras, el embate contra los alimentos procesados y la selección de variados estudios científico­s que sugieren un vínculo del consumo de lácteos con afecciones de distinta índole: desde mocos y dispepsia hasta diabetes, infartos, autismo y ciertos tumores.

La disputa pone sobre la mesa la

manera en que se construye y evalúa la evidencia en el campo de la nutrición, pero también desafía la utilizació­n “instrument­al” de la ciencia como un recurso válido sólo cuando sus hallazgos confirman prejuicios previos. ¿Se trata de una verdad que finalmente sale a la luz? ¿O de una moda peligrosa?

Muchos de los críticos coinciden en un mantra: la leche de vaca es muy beneficios­a… para que crezcan los terneros. “No hay ningún chico o humano en la tierra que necesite la leche de vaca más de lo que la necesita una jirafa o un ratón”, espetó el médico vegano Michael Klaper en “What the Health”, el inquietant­e documental de Neftlix de 2017 que también descerraja advertenci­as sobre otros supuestos azotes blancos: la bioacumula­ción de toxinas en la grasa bovina, el cóctel de hormonas que alberga la bebida y hasta el poder adictivo de los quesos y otros lácteos.

En Argentina, un pionero hoy olvidado de la cruzada antiláctea fue Arturo Capdevilla (1889-1967), que también pergeñó una teoría nutriciona­l sobre la génesis de las enfermedad­es. En un curioso experiment­o que publicó en su libro “Revisión microbiana”, Capdevilla y un médico amigo indujeron “fenómenos reu

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Por MATÍAS LOEWY *
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