Clásica: “La bohème”, de Giacomo Puccini. Con Mariana Ortiz, Atalla Ayan, Fabián Veloz, Jaquelina Livieri y elenco. Teatro Colón.
“La bohème”, de Giacomo Puccini. Con Mariana Ortiz, Atalla Ayan, Fabián Veloz, Jaquelina Livieri y elenco. Dirección escénica: Stefano Trespidi. Dirección musical: Joseph Colaneri. Teatro Colón.
Es una de las óperas más representadas en el mundo y es sencillo entender por qué. A más de 120 años de su estreno, “La bohème” sigue fascinando porque refleja las idas y vueltas de la vida: la amistad, el amor, las alegrías, los sinsabores y el dolor. La maravillosa música de Puccini potencia esas emociones y nos brinda algunos de los pasajes más estremecedores de la historia de la ópera. Es difícil, si no imposible, resistirse al encanto de “La bohème”.
En esta ocasión, el Teatro Colón apostó a lo seguro, con una puesta ambientada en la París del siglo XIX, donde Puccini y sus libretistas situaron la acción. La escenografía de Enrique Bordolini es deslumbrante en su magnitud y en la multiplicidad de detalles. La buhardilla de los amigos, los alrededores del Café Momus y la Barrière d’Enfer se vieron tan reales como impactantes y se convirtieron, a su vez, en coprotagonistas de la historia. Las actuaciones también resultaron creíbles, ya que el planteo de Stefano Trespidi se alejó del habitual estatismo que suele acompañar a las puestas tradicionales. Las marcaciones le aportaron agilidad a la trama, aunque sin desviarse de la literalidad del libreto.
En un elenco latinoamericano, sobresalió la siem- pre encantadora pareja del pintor Marcello y la vivaz Musetta, asumida por dos de los más notables cantantes argentinos. Fabián Veloz desplegó su voz suntuosa y un gran compromiso a nivel actoral, mientras que Jaquelina Livieri fue seductora y sensible en la composición de su personaje. Menos convincente resultó la pareja de la dulce Mimì y el poeta Rodolfo, a cargo de de la soprano Mariana Ortiz y del tenor Atalla Ayan, cantante refinado de voz cálida. Ambos afianzaron sus desempeños con el correr de la función, hasta alcanzar momentos de gran expresividad en los dos últimos actos. Mención aparte merecen el Coro Estable y el Coro de Niños, que se lucieron en el segundo acto, en una escena de gran impacto visual. Joseph Colaneri realizó una digna labor como concertador, con un rendimiento homogéneo de la orquesta. Podría reprochársele un exceso de mesura en los pasajes de mayor dramatismo, pero los acordes finales lograron conmover, una vez más, con la muerte de Mimì.