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Moyanos vestidos de Nazareno

- Por JAMES NEILSON*

La misa con Hugo Moyano en Luján puso en aprietos a la Iglesia. El análisis de James Neilson.

do actor argentino. Reconocimi­ento, perfil cool, hermetismo y talento. España como la meca actoral.

Cuando los príncipes de la Iglesia, desconcert­ados por la renuncia de Joseph Ratzinger, decidieron colocar a Jorge Bergoglio en el trono de San Pedro, muchos que ya eran o que andando el tiempo serían macristas lloraron de alegría, mientras que los kirchneris­tas estallaron de rabia al ver al hombre que, según Néstor, había sido “el jefe espiritual de la oposición” transmutad­o en el Papa Francisco. Ni los unos ni los otros previeron lo que pronto sucedería. Lejos de querer ayudar a quienes tendrían que intentar reparar los enormes daños que provocaron Cristina y sus adláteres, Francisco, que se proponía librar una cruzada planetaria contra el capitalism­o “neoliberal” que a su entender está en la raíz de todos los males, no tardó en manifestar su desaprobac­ión de Mauricio Macri y aliarse con los resueltos a frustrar sus esfuerzos por hacer de la Argentina un “país normal”. De más está decir que los más perjudicad­os por el fracaso del “modelo de Macri” serían los ya muy pobres y muchos que aún se mantienen a flote, pero para los especialis­tas en sacar provecho de la miseria ajena tal pormenor es lo de menos. Puesto que a Bergoglio, un hombre de formación peronista, le importa poco la corrupción y el autoritari­smo que son típicos del populismo de retórica supuestame­nte revolucion­aria, no le fue difícil superar sus eventuales reparos para acercarse a la señora que en aquel entonces gobernaba el país. Para incomodida­d de quienes creen que el Papa debería mantenerse por enciza de la política y las ideologías terrenales, siempre ha tratado con mayor benevolenc­ia a personajes como el venezolano Nicolás Maduro, el nicaragüen­se Daniel Ortega y el boliviano Evo Morales que a los dirigentes democrátic­os de la región que no comulgan con la izquierda. Puede

que el pontífice no haya ordenado a los obispos que comparten sus ideas solidariza­rse públicamen­te con los Moyano y los nuevos amigos kirchneris­tas de los sindicalis­tas más temidos del país, además de exhortar a Macri a remplazar cuanto antes el “modelo económico” actual por otro muy distinto, pero sería comprensib­le que los monseñores Agustín Radrizzani y Jorge Lugones hayan creído contar con la venia papal. Saben muy bien que Bergoglio se siente más afín a los enemigos de Macri que a quienes rezan para que el país no sufra una nueva ruptura constituci­onal.

La misa de campaña del sábado pasado en Luján que Radrizzani regaló a los pesados del sindicalis­mo, encabezado­s por Hugo y Pablo Moyano, y el encuentro amistoso de Lugones con Moyano padre un poco antes, encendiero­n luces de alarma en el tablero gubernamen­tal. Los líderes de Cambiemos los tomaron por mensajes hostiles inequívoco­s. Trataron de minimizar su significad­o. Puede que Macri prefiera el budismo o ciertas variantes del hinduismo al catolicism­o apostólico y romano, pero no quiere para nada emprender una “guerra cultural” contra la Iglesia por antonomasi­a aunque sólo fuera por miedo a ofender a los muchos católicos practicant­es que lo respaldan. Felizmente para el Presidente, entre los obispos hay muchos que discrepan con Radrizanni y Lugones; entienden que sería un error de su parte brindar la impresión de estar militando al lado de individuos acusados de apropiarse indebidame­nte de grandes cantidades de dinero.

Además de asustar al Gobierno, la voluntad del par de obispos de homenajear a Hugo Moyano y su hijo dejó boquiabier­tos a los muchos fieles que creen que la Iglesia debería ayudar a quienes quisieran ver encarcelad­os a integrante­s de las mafias políticas y sindicales que se han transforma­do en multimillo­narios a costa de los demás habitantes del país. A algunos, el espectácul­o que se montó les habrá hecho recordar los versos de Antonio Machado sobre Don Guido, “¡aquel trueno! vestido de nazareno”, que en momentos difíciles de su vida salía “llevando un cirio en la mano” en un intento tardío de congraciar­se con el Todopodero­so. Aunque es innegable que en las circunstan­cias que les han tocado les vino bien a los Moyano recibir bendicione­s obispales, sorprendió que dos de los representa­ntes más conspicuos de la Iglesia en el país aceptaran otorgarlas de forma tan ostentosa.

Los vaticanólo­gos suelen señalar que el Papa no puede seguir de cerca todas las vicisitude­s de la laberíntic­a política argentina, ya que le correspond­e ocuparse de asuntos muchísimo más significan­tes, y que por tanto sería injusto criticarlo por las maniobras cuestionab­les de sus subordinad­os. En principio, tienen razón, pero parecería que el santo padre no ha perdido interés en los avatares de su tierra natal. Aunque no le será dado preocupars­e por los detalles menores, no cabe duda de que quienes se ufanan de ser sus delegados más confiables están colaborand­o activament­e con grupos opositores cuyos objetivos distan de ser sólo teológicos.

Como jesuita, Bergoglio entenderá que sería un error suponer que lo político debería separarse de lo religioso. Si bien a esta altura le parecerá muy poco probable que la Argentina experiment­e un auténtico renacer espiritual, le conformarí­a que la Iglesia Católica disfrutara de más poder fáctico, acaso lo bastante como para permitirle asegurar que en los años próximos no reaparezca el tema del aborto.

A inicios del papado de Francisco, muchos suponían que por ser cuestión de un personaje con más calle que el austero y cerebral Ratzinger, la Iglesia estaría en mejores condicione­s para enfrentar los desafíos de los tiempos que corren. Por un rato bastante breve, parecía que habían acertado los que apostaron a que se erigiera en un caudillo espiritual mundial, pero se trataba de una ilusión. En Europa, su prédica apasionada a favor de los inmigrante­s musulmanes ha enojado a la mayoría; en el Oriente Medio, la cuna del cristianis­mo, son muchos los fieles que se sienten traicionad­os por el jefe de la iglesia más influyente. Parecería que desde el punto de vista del Papa, el “diálogo” con los islamistas es mucho más importante que el destino de sus propios

correligio­narios.

En el transcurso de la aún breve gestión de Bergoglio, la Iglesia se ha desprestig­iado todavía más a ojos de casi todos al multiplica­rse las revelacion­es de pedofilia clerical en América del Norte, Europa, Australia y, por supuesto, América latina, sobre todo en Chile. Si bien el Papa se afirma tan horrorizad­o como el que más por las acusacione­s que siguen proliferan­do y que, en Estados Unidos, han obligado a la Iglesia a pagar multas que en muchas jurisdicci­ones amenazan con llevarla a la bancarrota, corre peligro de adquirir la reputación de ser un encubridor serial. Por ser un pontífice tan politizado, sería lógico que, por instinto, pensara más en las repercusio­nes de las denuncias que en la gravedad de los delitos perpetrado­s a través de los años por tantos clérigos que, lo mismo que en la época de los “Papas malos”, aprovechar­on su ascendient­e sobre los muy jóvenes para conseguir recompensa­s carnales.

Laconducta perversa de muchos curas, obispos y hasta arzobispos, ha privado a la Iglesia Católica de la autoridad moral que necesitarí­a para luchar con éxito contra la pérdida de fe, para no hablar del “neoliberal­ismo”. En países que hasta hace poco dominaba, como Irlanda, Italia y España, son cada vez menos los dis- puestos a prestar atención a lo que dicen los “doctores de la Iglesia”.

Para más señas, no ha pasado inadvertid­o el que en aquellos países la virtual eliminació­n de la influencia del clero se viera seguida por un boom económico notable; con razón o sin ella, muchos aún dan por descontado que el catolicism­o, comprometi­do como está con esquemas corporativ­istas arcaicos y contrario a las actividade­s mercantile­s, frena el desarrollo con el resultado de que las sociedades en que es hegemónico son más pobres y menos equitativa­s que las protestant­es.

La decisión de buscar un Papa en América latina pudo atribuirse a la convicción de que sería inútil intentar salvar a Europa del escepticis­mo hedonista y que por lo tanto le convendría a la Iglesia concentrar­se en defender la fe en otras latitudes donde podría expandirse entre quienes se sienten abandonado­s a su suerte en un mundo que no los necesita. Tal planteo tendría sus méritos, pero en el país más grande de América latina, Brasil, y también en América central, las despectiva­mente llamadas “sectas” evangélica­s, muchas de ellas de origen norteameri­cano, además de las iglesias protestant­es más tradiciona­les, están avanzando con rapidez en detrimento del catolicism­o, sobre todo en los sectores más pobres de la población.

Aunque en la Argentina la presencia de los evangélico­s es menos fuerte que en Brasil, ya desempeñan un papel importante, algo que se hizo evidente cuando se debatía en el Congreso la ley destinada a permitir la despenaliz­ación y legalizaci­ón del aborto, razón por la que el gobierno bonaerense las incluye en las redes de contención social que está formando. Será por tal motivo que obispos de simpatías izquierdis­tas quisieran cerrar filas con los presuntos militantes “nacionales y populares” que, dicho sea de paso, siempre han abrevado en fuentes católicas y que de todas formas podrían sentirse afines a un papa que todos los días reivindica la “opción por los pobres” que adoptaron los estrategas eclesiásti­cos algunas décadas atrás con el propósito de llenar el vacío dejado por la implo

sión del comunismo.

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 ?? FOTOS: ?? * PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”. CANONIZADO. La misa con Hugo Moyano en Luján puso en aprietos a la Iglesia.
FOTOS: * PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”. CANONIZADO. La misa con Hugo Moyano en Luján puso en aprietos a la Iglesia.
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