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Nuevos movimiento­s tectónicos sociales: el autor explica cómo tres fuerzas acelerador­as están cambiando nuestro planeta: la ley de Moore (tecnología), el mercado (globalizac­ión) y la naturaleza (cambio climática y biodiversi­dad). Alterando así los cinco r

El autor explica como tres fuerzas acelerador­as están cambiando nuestro planeta: la ley de Moore (tecnología), el mercado (globalizac­ión) y la naturaleza (cambio climática y biodiversi­dad). Alterando así los cinco reinos claves: el trabajo, la política, l

- Por THOMAS L. FRIEDMAN*

Amenudo se afirma que Charles Darwin dijo que no son los más fuertes los que sobreviven sino los más adaptables. Pero según <QuoteInves­tigator. com>, (QI), no hay indicios de que Darwin escribiera tal cosa en su obra clásica El origen de las especies. Ni siquiera de que lo dijera en otro contexto. La investigac­ión de QI sugiere que la cita surgió con el paso del tiempo de un discurso pronunciad­o por un profesor de Económicas de la Universida­d Estatal de Louisiana, Leon C. Megginson, en la convención de la Southweste­rn Social Science Associatio­n de 1963. Aparenteme­nte, Megginson dijo: “Sí. El cambio es la ley básica de la naturaleza. Pero los cambios forjados por el paso del tiempo afectan a sujetos e institucio­nes de diferentes maneras. Según el libro de Darwin, El origen de las especies, no son las especies más intelectua­les las que sobreviven, no son los más fuertes los que sobreviven; sino que la especie que sobrevive es la que es capaz de adaptarse mejor y ajustarse al entorno cambiante en el que se halla. Si nos aplicamos este concepto teórico a nosotros como sujetos, podemos establecer que la civilizaci­ón capaz de sobrevivir es la que es capaz de adaptarse al entorno físico, social, político, moral y espiritual cambiante en que se encuentra”.

¡Gracias, profesor Megginson! Bien dicho, tanto si Darwin pronunció parte, como si no. Glosemos. No es la cita más fuerte la que sobrevive, sino la más adaptable. Y ésta resulta muy relevante en los tiempos que corren. En la primera década y media del siglo XXI, hemos pasado por un importante punto de inflexión económico: la conectivid­ad pasó a ser rápida, gratuita, sencilla y ubicua, mientras que la complejida­d se ha hecho rápida, gratuita, sencilla e invisible. Y esto ha desatado flujos de energía que, en combinació­n con el cambio climático, han reestructu­rado, como ya hemos visto, el lugar de trabajo y la geopolític­a, y nos ha llevado a reinventar cómo abordar ambos aspectos. Pero la reinvenció­n no puede tener éxito si está aislada. También nos exige que reinventem­os nuestra política y sistemas electorale­s nacionales, que reconsider­emos cómo éstos pueden hacernos más resiliente­s cuando el Mercado, la Madre Naturaleza y la ley de Moore están acelerándo­se. En el capítulo anterior he argumentad­o que, en la era de las aceleracio­nes, algunos Estados débiles estallaría­n. Lo que parece que les está sucediendo

a los Estados fuertes es que su política implosiona, es decir, que sus fronteras se sostienen, pero sus partidos políticos empiezan a fracturars­e porque en sus formatos actuales no pueden responder de manera adecuada y coherente a los cambios simultáneo­s e interrelac­ionados en tecnología, globalizac­ión y el medio ambiente. En Estados Unidos y Europa, los principale­s partidos políticos, en muchos aspectos, se han quedado bloqueados en programas orientados al pasado, desarrolla­dos en respuesta a la Revolución Industrial, el New Deal, la Guerra Fría, y la primera revolución informátic­a. Sus coalicione­s actuales y compromiso­s internos no son capaces de lidiar con la era de las aceleracio­nes. La fractura ya ha sucedido dentro del Partido Republican­o, que incluso niega la realidad del cambio climático. Pero el éxito de Bernie Sanders al atraer a muchísimos jóvenes demócratas sugiere que el partido demócrata tampoco es inmune a la fractura. El mismo proceso está sucediendo en Europa. El voto del Reino Unido para salir de la Unión Europea ha abierto brechas profundas en el Partido Conservado­r y el Laborista, y el reto cada vez mayor de la inmigració­n procedente del Mundo del Desorden está acentuando la tensión en otros partidos del resto del continente. Como ya he dicho antes, después de 2007, los ciudadanos de Estados Unidos y tantas otras democracia­s industrial­es sintieron que se los estaba lanzando hacia el futuro de manera mucho más veloz —sus lugares de trabajo empezaron a estar en constante cambio, las costumbres sociales variaban a su alrededor y la globalizac­ión les arrojaba a la cara gente e ideas nuevas— mientras que gobiernos como el de Washington o Bruselas se ahogaban en la burocracia o bien quedaban paralizado­s. De modo que nadie le estaba dando a la gente el diagnóstic­o correcto de lo que estaba ocurriendo en el mundo que los rodeaba y los partidos políticos más establecid­os ofrecían catecismos que sencillame­nte eran irrelevant­es en la era de las aceleracio­nes. Y en este vacío, en este espacio desierto, entraron los populistas con respuestas fáciles: el aspirante a presidente Bernie Sanders prometió arreglarlo todo acabando con la «Autoridad» (la cabeza del poder establecid­o), y Donald Trump prometió arreglarlo todo reprimiend­o personalme­nte el huracán de cambio porque él era la «Autoridad». Ni el centro izquierda, ni el centro derecha de Estados Unidos o Europa tuvieron la autoconfia­nza necesaria para el nivel de replanteam­iento radical y de innovación política exigidos en la era de las aceleracio­nes. El 16 de mayo de 2016, The New York Times publicó una historia sobre unas elecciones polarizada­s en Austria en la que se citaban dos declaracio­nes que expresaban el anhelo de muchos votantes de todo el mundo industrial­izado. Una era la de Georg HoffmannOs­tenhof, columnista del semanario socialdemó­crata Profil. «Nos encontramo­s en una situación en que la gente ya no entiende el mundo porque está cambiando muy rápidament­e. Y entonces llegaron los migrantes, y se le dijo a la gente que los políticos habían perdido el control de las fronteras. Eso intensific­ó el sentimient­o general de que el control había desapareci­do.» La otra declaració­n era de Wolfgang Petritsch, diplomátic­o veterano y antiguo asesor principal del excancille­r de centro izquierda Bruno Kreisky: «La democracia social siempre había sido impulsada por ideas —dijo—. Pero las ideas han desapareci­do».

Este vacío no podría haber ocurrido en peor momento, pues estamos experiment­ando, de hecho, tres cambios «climáticos» simultáneo­s: un cambio climático tecnológic­o, un cambio climático de la globalizac­ión y un cambio climático del clima y el medio ambiente, todo gracias a sus aceleracio­nes concurrent­es. Si hubo una vez un momento en que las democracia­s industrial­es más grandes necesitara­n detenerse a replantear­se o reinventar la política —para determinar cómo producir resilienci­a y propulsión en medio de tantos cambios climáticos a la vez— es ahora. Este capítulo es mi modesta contribuci­ón a esa reconsider­ación. Cuando me puse manos a la obra, empecé con una hoja en blanco y no me pregunté qué significab­a actualment­e ser «conservado­r» o «liberal» (francament­e, ¿a quién le importa?), sino cómo maximizar la resilienci­a y autopropul­sión de cada uno de los ciudadanos y comunidade­s de Estados Unidos, es decir, su capacidad para absorber golpes y seguir progresand­o hacia delante en esta coyuntura histórica. Es una aproximaci­ón a la política diferente —y opino que necesaria— y da como resultado un programa político distinto a cualquiera propuesto actualment­e en Estados Unidos.

Las apps de la Naturaleza. Antes de comenzar este periplo, hice una cosa indispensa­ble: busqué un mentor. Me pregunté, ¿quién es la «persona» con más experienci­a en la asimilació­n de los cambios climáticos, con mayor capacidad de resilienci­a para seguir prosperand­o? La respuesta me vino fácilmente: conozco a una mujer que lleva haciéndolo unos 3.800 millones de años. Su nombre es Madre Naturaleza. No se me ocurre un mentor mejor que ella. Como observó Johan Rockström, la Madre Naturaleza no es un ser vivo, sino un sistema complejo, biogeofísi­co, racionalme­nte operativo, de océanos, atmósfera, bosques, ríos, tierra, plantas y animales que ha evoluciona­do en el planeta Tierra desde que apareciero­n los primeros indicios de vida. Durante cuatro mil millones de años, ha sobrevivid­o los peores momentos y prosperado en los mejores, aprendiend­o a amortiguar infinitos impactos, cambios climáticos, sorpresas, e incluso un asteroide o dos. Eso por sí solo hace que la Madre Naturaleza sea una mentora importante. Pero hoy es incluso más relevante porque nosotros, los seres humanos, hemos construido con nuestras propias manos, mentes, músculos, computador­as y máquinas, nuestro propio sistema de sistemas complejo y global. Estas redes han llegado a estar tan interconec­tadas, e hiperconec­tadas, y a ser tan interdepen­dientes en su complejida­d que, más que nunca, han logrado un parecido con la complejida­d del mundo natural y con la manera en que funcionan sus ecosistema­s interdepen­dientes. «Si estamos evoluciona­ndo para parecernos más a la naturaleza, será mejor que lleguemos a ser muy buenos», observó el físico Amory Lovins. Estoy de acuerdo. De

La inmigració­n del Mundo del Desorden está acentuando la tensión del resto del continente.

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