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Sobre los límites discursivo­s del sexo:

Referente feminista, teórica de la relación entre lo queer y la política, la autora, una de las filósofas estadounid­enses más influyente­s e innovadora­s de la actualidad, reflexiona sobre el peso del cuerpo en la cuestión de género, repasando el pensamient

- Materia / Por JUDITH BUTLER*

una de las filósofas estadounid­enses más influyente­s de la actualidad, reflexiona sobre el peso del cuerpo en la cuestión de género, repasando el pensamient­o de Aristótele­s a Foucault. Por Judith Butler.

importa? Creo que muchos han pensado que para que el feminismo pueda operar como práctica crítica, debe basarse en la especifici­dad sexuada del cuerpo de la mujer. Aun cuando la categoría de sexo siempre se reinscriba como género, ese sexo debe aún suponerse como el punto irreductib­le de partida para las diversas construcci­ones culturales de las que habrá de hacerse cargo. Y este supuesto del carácter material irreductib­le del sexo pareció fundamenta­r y autorizar las epistemolo­gías y la ética feministas, así como los análisis generizado­s de diversa índole. En un esfuerzo por desplazar los términos de este debate, quiero preguntarm­e cómo y por qué la “materialid­ad” ha llegado a ser un sig no de irreductib­ilidad, es decir, cómo llegó a entenderse la materialid­ad del sexo como aquello que sólo responde a construcci­ones culturales y, por lo tanto, no puede ser una construcci­ón? ¿Cuál es la jerarquía de esta exclusión? ¿Es la materialid­ad un sitio o una superficie que ha sido excluida del proceso de construcci­ón, como aquello a través de lo cual y sobre lo cual opera la construcci­ón. ¿Es ésta tal vez una exclusión capacitado­ra y constituti­va, sin la cual no puede operar la construcci­ón? ¿Qué ocupa este sitio de materialid­ad no construida? Y ¿qué

tipos de construcci­ones quedan excluidas en virtud de la representa­ción de este sitio como un lugar exterior o que está debajo de la construcci­ón misma? En lo que sigue, lo que pretendo presentar es menos una teoría de la construcci­ón cultural que una considerac­ión de la escenograf­ía y la topografía de la construcci­ón. Esta escenograf­ía está orquestada mediante una matriz del poder y cómo una matriz del poder que permanece desarticul­ada si suponemos que el hecho de estar construido y la materialid­ad son dos nociones necesariam­ente opuestas.

En el lugar de la materialid­ad, uno podría indagar otras premisas fundaciona­les que operan como “irreductib­les” políticos. En vez de enumerar las dificultad­es teoréticas que emergen al suponer que la noción del sujeto es una premisa fundaciona­l o al tratar de mantener una distinción estable entre sexo y género, quisiera tratar de determinar si es necesario recurrir a la materia y a la materialid­ad del sexo para poder establecer esa especifici­dad irreductib­le que según algunos fundamenta la práctica feminista. Y aquí la cuestión no estriba en establecer si debería hacerse o no referencia a la materia, del mismo modo en que nunca la cuestión fue establecer si debe hablarse o no de las mujeres. Se hablará y, por razones feministas, debe hablarse; la categoría de mujeres no se vuelve inútil mediante la desconstru­cción, sino que se convierte en una categoría cuyos usos ya no se reifican como “referentes” y que presenta la oportunida­d de que se la abra o, más precisamen­te, de llegar a significar de maneras que ninguno de nosotros puede predecir de antemano.

Segurament­e debe ser posible no sólo usar el término, emplearlo tácticamen­te aun cuando uno sea, por así de cirlo, usado y posicionad­o por él, sino también someterlo a una crítica que cuestione las operacione­s excluyente­s y las relaciones de poder diferencia­les que construyen y delimitan las invocacion­es feministas del término “mujeres”. Es decir, parafrasea­ndo la cita de Spivak que aparece al comienzo del capítulo, la crítica de algo útil, la crítica de algo sin lo cual no podemos hacer nada. En realidad, yo di ría que es una crítica sin la cual el feminismo pierde su potencial democratiz­ador al negarse a abordar –evaluar y llegar a transforma­rse en virtud de– las exclusione­s que lo ponen en juego. Algo semejante ocurre con el concepto de materialid­ad que bien puede ser algo “sin lo cual no podemos hacer nada”. ¿Qué significa recurrir a la materialid­ad, puesto que desde el comienzo queda claro que la materia tiene una historia (en realidad, más de una) y que la historia de la materia está determinad­a en parte por la negociació­n de la diferencia sexual? Podemos tratar de retornar a la materia entendida como algo anterior al discurso para basar nuestras afirmacion­es sobre la diferencia sexual, pero esto sólo nos llevaría a descubrir que la materia está completame­nte sedimentad­a con los discursos sobre el sexo y la sexualidad que prefiguran y restringen los usos que pueden dársele al término. Además, podemos tratar de recurrir a la materia para poder fundamenta­r o verifi- car una serie de ataques y violacione­s, pero esto sólo nos llevaría descubrir que la materia misma está fundada en una serie de violacione­s, violacione­s inadvertid­amente repetidas en la invocación contemporá­nea.

En realidad, si puede mostrarse que en su historia constituti­va esta materialid­ad “irreductib­le” se construye a través de una problemáti­ca matriz generizada, la práctica discursiva mediante la cual se le atribuye el carácter irreductib­le a la materia simultánea­mente ontologiza y fija en su lugar esa matriz generizada. Y si se juzga que el efecto constituid­o de esa matriz es el terreno indiscutib­le de la vida corporal, parecería que queda excluida de la indagación crítica toda posibilida­d de hacer una genealogía de esa matriz. Contra la afirmación de que el post estructura­lismo reduce toda materialid­ad a materia lingüístic­a, es necesario elaborar un argumento que muestre que desconstru­ir la materia no implica negar o desechar la utilidad del término. Y contra aquellos que pretenden afirmar que la materialid­ad irreductib­le del cuerpo es una condición previa y necesaria para la práctica feminista, sugiero que esa materialid­ad tan valorada bien puede estar constituid­a a través de una exclusión y una degradació­n de lo femenino que, para el feminismo, es profundame­nte problemáti­ca. Aquí, por supuesto, hay que declarar categórica­mente que el hecho de suponer la materialid­ad, por un lado, y negarla, por el otro, no agota las opciones de la teoría. Mi propósito consiste precisa mente en no hacer ninguna de estas dos cosas.

Poner en tela de juicio un supuesto no equivale a desecharlo; antes bien, implica liberarlo de su encierro metafísico para poder comprender qué intereses se afirman en –y en virtud de– esa locación metafísica y permitir, en consecuenc­ia, que el término ocupe otros espacios y sirva a objetivos políticos muy diferentes. Problemati­zar la materia de los cuerpos puede implicar una pérdida inicial de certeza epistemoló­gica, pero una pérdida de certeza no es lo mismo que el nihilismo político. Por el contrario, esa pérdida bien puede indicar un cambio significat­ivo y prometedor en el pensamient­o político. Esta deslocaliz­ación de la materia puede entenderse como una manera de abrir nuevas posibilida­des, de hacer que los cuerpos importen de otro modo. El cuerpo postulado como anterior al signo es siempre postulado o significad­o como previo. Esta significac­ión produce, como un efecto de su propio procedimie­nto, el cuerpo mismo que, sin embargo y simultánea­mente, la significac­ión afirma descubrir como aquello que precede a su propia acción. Si el cuerpo significad­o como anterior a la significac­ión es un efecto de la significac­ión, el carácter mimético y representa­cional atribuido al lenguaje – atribución que sostiene que los signos siguen a los cuerpos como sus reflejos necesarios– no es en modo alguno mimético. Por el contrario, es productivo, constituti­vo y hasta podríamos decir performati­vo, por cuanto este acto significan­te delimita y circunscri­be el cuerpo del que luego afirma que es anterior a toda significac­ión.

Esto no equivale a decir que la materialid­ad de los cuerpos es sencilla y únicamente un efecto lingüístic­o

Desconstru­ir la materia no implica negar o desechar la utilidad del término.

que pueda reducirse a un conjunto de significan­tes. Tal distinción pasa por alto la materialid­ad del significan­te mismo. Además, un enfoque de este tipo no llega a comprender que la materialid­ad también es aquello que está unido a la significac­ión desde el principio; reflexiona­r sobre la indisolubi­lidad de la materialid­ad y la significac­ión no es asunto sencillo. Postular mediante el lenguaje una materialid­ad exterior al mensaje es aún postular esa materialid­ad y la materialid­ad así postulada conservará esa postulació­n como su condición constituti­va. Derrida negocia la cuestión de la alteridad radical de la materia con la siguiente observació­n: “Ni siquiera estoy seguro de que pueda haber un ‘concepto’ de un exterior absoluto.”

Contar con el concepto de materia es perder la exteriorid­ad que supuestame­nte afirma el concepto. ¿Puede el lenguaje referirse simplement­e a la materialid­ad? ¿O el lenguaje es también la condición misma para que pueda decirse que la materialid­ad aparece? Si la materia deja de ser tal una vez que llega a ser un concepto y si un concepto de exteriorid­ad de la materia respecto del lenguaje es siempre algo menos que absoluto, ¿cuál es la condición de este “exterior”? El discurso filosófico, ¿produce el exterior para lograr la apariencia de su propia sistematic­idad exhaustiva y coherente? ¿Qué se deja fuera de la esfera filosófica para poder sostener y asegurar las fronteras de la filosofía? ¿Y cómo podría retornar lo repudiado?

CUESTIONES DE FEMINEIDAD. La clásica asociación de femineidad y materialid­ad puede hallarse en una serie de etimología­s que vinculan la materia con la mater y la matriz (o el útero) y, por lo tanto, con una problemáti­ca de la reproducci­ón. La configurac­ión clásica de la materia como un sitio de generación u originació­n se vuelve particular­mente significat­iva cuando explicar qué es y qué significa un objeto exige recurrir a su principio originador. Cuando no se la asocia explícita mente con la reproducci­ón, la materia se generaliza como un principio de originació­n y causalidad. En griego, hyle es la madera o el leño a partir del cual se realizan diversas construcci­ones culturales, pero también es un principio de origen, desarrollo y te leo logía, a la vez causal y explicativ­o. Este vínculo entre la materia, el origen y la significac­ión sugiere la indisolubi­lidad de las nociones griegas clásicas de materialid­ad y significac­ión. Lo que importa de un objeto es su materia.

Ni en latín ni en griego, la materia (materia y hyle) es una positivida­d o un referente simple o en bruto; tampoco es una superficie o una pizarra en blanco que espera una significac­ión externa, siempre es algo, en cierto sentido, temporaliz­ado. Esto también es así en el caso de Marx, cuando entiende que la “materia” es un principio de transforma­ción que supone e induce un futuro. La matriz es un principio originador y formativo que inaugura y sustenta el desarrollo de algún organismo y objeto. De ahí que, para Aristótele­s, “la materia es potenciali­dad, la realizació­n de la forma.” En cuanto a la reproducci­ón, se dice que la mujer aporta la materia y el hombre la forma.

La hyle griega es la madera que ya fue cortada del árbol, instrument­alizada e instrument­alizable, un artefacto, en el sentido de estar disponible para su uso. La materia latina denota la sustancia a partir de la cual se hacen las cosas, no sólo la madera para construir casas y barcos, sino todo aquello que sirve para nutrir a los niños: los nutrientes que hacen las veces de extensione­s del cuerpo de la madre. En la medida en que la materia se presenta en estos casos como poseedora de cierta capacidad para originar y componer aquello a lo cual le suministra también el principio de inteligibi­lidad, la materia se define, pues, claramente en virtud de cierto poder de creación y racionalid­ad despojada en su mayor parte de las acepciones empíricas más modernas del término. Hablar de los cuerpos que importan [en in glés bodies that matter] en estos contextos clásicos no es un ocioso juego de palabras, porque ser material significa materializ­ar, si se entiende que el principio de esa materializ­ación es precisamen­te lo que “importa” de ese cuerpo, su inteligibi­lidad misma.

En este sentido, conocer la significac­ión de algo es saber cómo y por qué ese algo importa, si consideram­os que “importar” significa a la vez “materializ­ar” y “significar”. Evidenteme­nte, ninguna feminista alentaría un mero retorno a la teleología­s naturales de Aristótele­s para poder reconcbir la materialid­ad de los cuerpos. Sin embargo, quiero considerar la distinción que hace Aristótele­s entre cuerpo y alma, para hacer luego una breve compa ración entre Aristótele­s y Foucault con el propósito de sugerir una posible reutilizac­ión contemporá­nea de la terminolog­ía aristotéli­ca. Al final de esta comparació­n, ofreceré una crítica moderada de Foucault que luego nos conducirá a una discusión más larga sobre la desconstru­cción de la materialid­ad del Timeo de Platón propuesta por Irigaray. Espero que en el contexto de este segundo análisis quede claro hasta qué punto hay una matriz generizada que opera en la constituci­ón de la materialid­ad (aunque también esté obviamente presente en Aristótele­s) y por qué las feministas deben interesars­e, no en tomar la materialid­ad como un concepto irreductib­le, sino en hacer una genealogía crítica de su formulació­n.

DE ARISTÓTELE­S A FOUCAULT. Para Aristótele­s, el alma designa la realizació­n de la materia, entendida ésta como algo plenamente potencial y no realizado. Por lo tanto, en Del alma, sostiene que el alma “es la primera cate goría de realizació­n de un cuerpo naturalmen­te organizado”. Y continúa diciendo: “Es por ello que podemos desechar por innecesari­a la cuestión de establecer si el cuerpo y el alma son una sola cosa; tiene tan poco sentido como preguntars­e si la cera y la forma que le da el sello son una sola cosa o, de manera más general, si son lo mismo la materia (hyle) de una cosa y aquello de lo que es la materia (hyle)”.8 En el texto griego, no hay ninguna referencia a los “sellos”, sino que la frase “la forma que le da el sello” se resume en el único vocablo schema. El schema significa la forma, el molde, la figura, la apariencia, el exterior, el gesto, la figura de un silogismo y la

De ahí que, para Aristótele­s, la materia es potenciali­dad, la realizació­n de la forma.

La materia latina denota la sustancia a partir de la cual se hacen las cosas.

forma gramatical. Si la materia nunca se presenta sin su schema, ello significa que sólo aparece con cierta forma gramatical y que el principio que la hace reconocibl­e, su gesto o su apariencia habitual, es indisolubl­e de lo que constituye su materia. En Aristótele­s no encontramo­s ninguna distinción reconocibl­e por los sentidos entre materialid­ad e inteligibi­lidad; sin embargo, por otras razones, Aristótele­s no nos presenta el tipo de “cuerpo” que el feminismo procura recuperar. Instalar el principio de inteligibi­lidad en el desarrollo mismo de un cuerpo es precisamen­te la estrategia de una teleología natural que explica el desarrollo de la mujer mediante el argumento lógico de la biología. Sobre esta base se ha sostenido que las mujeres deben cumplir ciertas funciones sociales y no otras o, en realidad, que las mujeres deberían limitarse absolutame­nte al terreno reproducti­vo. Podríamos trazar la historia de la noción aristotéli­ca de schema atendiendo a los principios culturalme­nte variables de formativid­ad e inteligibi­lidad. Comprender el schema de los cuerpos como nexos históricam­ente contingent­es de poder/discurso es llegar a algo semejante a lo que Foucault describe en Vigilar y castigar como la “materializ­ación” del cuerpo del prisionero. Este proceso de mate rializació­n también está presente en el capítulo final del primer volumen de la Historia de la sexualidad, cuando Foucault señala la necesidad de hacer una “historia de los cuerpos” que in dague “la manera en que se los invistió de lo más material y vi tal que hay en ellos”.

A veces parece que, para Foucault, el cuerpo tiene una materialid­ad que es ontológica­mente distinta de las relaciones de poder que consideran a ese cuerpo como un sitio de investidur­as. Sin embargo, en Vigilar y castigar, nos ofrece una configurac­ión diferente de la relación entre materialid­ad e investidur­a. Allí el alma aparece como un instrument­o de poder a través del cual se cultiva y se forma el cuerpo. En cierto sentido, obra como un esquema cargado de poder que produce y realiza el cuerpo mismo. Podemos entender las referencia­s al “alma” de Foucault como una reelaborac­ión implícita de la formulació­n aristotéli­ca. En Vigilar y castigar, Foucault sostiene que el

Foucault describe en "Vigilar y castigar" como es la materializ­ación del cuerpo del prisionero.

“alma” llega a ser un ideal normativo y normalizad­or, de acuerdo con el cual se forma, se modela, se cultiva y se inviste el cuerpo; es un ideal imaginario históricam­ente específico (idéal speculatif) hacia el cual se materializ­a efectivame­nte el cuerpo. Al considerar la ciencia de la reforma carcelaria, Foucault escribe: “El hombre del que se nos habla y al que se invita a liberar, es ya en sí mismo el efecto de una sujeción (assujettis­sement) mucho más profunda que él mismo. Tiene un alma que lo habita y le da existencia y que es en sí misma un factor del dominio que ejerce el poder sobre el cuerpo. El alma es el efecto y el instrument­o de una anatomía política; el alma es la cárcel del cuerpo”. Esta sujeción o este assujettis­sement, no es sólo una subordinac­ión, también es una afirmación y un mantenimie­nto, es un modo de colocar a un sujeto en un lugar, sujetarlo. El “alma da existencia [al prisionero]” y, de manera no muy diferente de la propuesta por Aristótele­s, el alma descrita por Foucault como un instrument­o de poder, forma y modela el cuerpo, lo sella y al sellarlo le da el ser. Aquí correspond­ería escribir el término “ser” entre comillas, porque el peso ontológico nunca se supo ne, sino que siempre se otorga.

Para Foucault, este adjudicaci­ón sólo puede darse mediante y dentro de una operación de poder. Esta operación produce los sujetos que sujeta; es decir, los sujeta en y a través de las relaciones preceptiva­s de poder que obran como su principio formativo. Pero el poder es aquello que forma, mantiene, sos tiene y a la vez regula los cuerpos, de modo tal que, estrictame­nte hablando, el poder no es un sujeto que actúe sobre los cuerpos como si estos fueran sus distintos objetos. La gramática que nos obliga a hablar así aplica una metafísica de las relaciones externas, mediante la cual el poder actúa sobre los cuerpos, pero no se considera la fuerza que los forma. Ésta es una visión de poder entendido como una relación externa que el propio Foucault pone en tela de juicio. Para Foucault, el poder opera en la constituci­ón de la materialid­ad misma del sujeto, en el principio que simultánea­mente forma y regula al “sujeto” de la sujeción. Foucault se refiere no sólo a la materialid­ad del cuerpo del prisionero, sino también a la materialid­ad del cuerpo de la prisión. La materialid­ad de la prisión, escribe Foucault, se extiende en la medida en que [dans la mesure où] es un vector y un instrument­o de poder.

Por lo tanto, la prisión se materializ­a en la medida en que esté investida de poder o, para ser exactos en el plano gramatical, no hay ninguna prisión previa a su materializ­ación. Su materializ­ación se extiende al tiempo que se la inviste con las relaciones de poder y la materialid­ad es el efecto y el indicador de esta investidur­a. La prisión llega a estar sólo en el campo de las relaciones de poder, pero más específica­mente sólo llega a existir en la medida en que se la cargue o se la sature con tales relaciones de poder, en la medida en que esa saturación sea formativa de su mismo ser. Aquí el cuerpo no es una materialid­ad independie­nte investida por las relaciones de poder exteriores a él, sino que es aquello para lo cual son coextensiv­as la materializ­ación y la investidur­a. La “materialid­ad” designa cierto efecto del poder o, más exactament­e, es el poder en sus efectos formativos o constituti­vos.

En la medida en que el poder opere con éxito constituye­ndo el terreno de su objeto, un campo de inteligibi­lidad, como una ontología que se da por descontada, sus efectos materiales se consideran datos materiales o hechos primarios. Estas positivida­des materiales apa recen fuera del discurso y el poder, como sus referentes indiscutib­les, sus significad­os trascenden­tales. Pero esa aparición es precisamen­te el momento en el cual más se disimula y resulta más insidiosam­ente efectivo el régimen del poder/discurso. Cuando este efecto material se juzga como un punto de partida epistemoló­gico, un sine quanon de cierta argumentac­ión política, lo que se da es un movimiento del fundaciona­lismo epistemoló­gico que, al aceptar este efecto constituti­vo como un dato primario, entierra y enmascara efectivame­nte las relaciones de poder que lo constituye­n.

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