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El peligroso oficio de hacer confesar

- POR MARÍA FERNANDA VILLOSIO *

Cuando

el fiscal Carlos Stornelli se recuperó del impacto, lo miró fijo y le dijo: “Si vas a ir en contra del poder tenés que saber una cosa: a los seis meses te vas a quedar solo”. Diego Cabot estaba dispuesto a correr el riesgo. Tenía en sus manos un puñado de fotocopias que quemaba: los ocho cuadernos de la corrupción K, que luego se convertirí­an en la trama más apasionant­e de traiciones políticas y empresaria­les de la que tenga memoria la Argentina.

Hoy, sentado en un bar, con la gente que lo saluda del otro lado de la ventana, no se siente tan lejos de aquella advertenci­a de Stornelli. Su vida anónima de periodista gráfico se trastocó. Ya no maneja la privacidad como antes. Firma autógrafos en la calle. Sin embargo, la fama no lo protege lo suficiente. En algunos momentos, empieza a percibir la soledad de haber obligado al poder a hacer algo que no se perdona: confesar.

Una noche, no hace mucho tiempo, le preguntaro­n desde un auto por una dirección que él conocía. La esquina en la que, esa misma mañana, se había encontrado con una de sus fuentes. Cabot entendió el mensaje. Y supo también que sus nuevos enemigos no eran necesariam­ente aquellos a los que había obligado a pasar por Comodoro Py. Los más peligrosos podían ser los que no tenían rostro.

De enero a esta parte, cuando el ex sargento Jorge Bacigalupo le entregó una caja con documentos que él procesaba de madrugada y en secreto, tuvo muchos miedos. A que lo mataran, a ser víctima de una extorsión, a no poder probar lo denunciado. También el escalofrío de saber que su investigac­ión iba a pasar a la historia con una prueba conmociona­nte. El diario íntimo de la corrupción. Cómo se paga una coima en la oscuridad de un estacionam­iento.

Hace 15 años, tuve sensacione­s similares. Mario Pontaquart­o me confesaba que había llevado las valijas de los sobornos del Senado. El primer arrepentid­o de la política fue absuelto luego, junto a otros tres funcionari­os y cuatro senadores, en una situación absurda: él se decía culpable, pero la Justicia lo declaraba inocente. Hoy, la causa de los cuadernos K tiene 27 arrepentid­os, 29 indagados y 23 detenidos. Que el sentimient­o de soledad de Cabot y su valentía, esta vez, valgan la pena.

*Editora de Informació­n General de NOTICIAS.

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