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Librerías en fuga

Los talleres literarios se multiplica­n mientras las librerías cierran. Deseos de expresión y fama vs. mercado en crisis.

- VALERIA GARCÍA TESTA @valgarciat­esta

Las ventas de libros se desmoronan y, en los últimos tres años, cerraron cincuenta librerías en el país. Mientras, los escritores aumentan su producción.

En

este mismo momento, miles de personas están sentadas frente a una computador­a con el afán de darle forma a ciertos personajes, urdir una trama, pulir sus textos, desenmarañ­ar el laberinto. Cantidades se embarcan en talleres de escritura y leen lo propio y lo ajeno, esperan que con la guía de un maestro puedan tallar el mármol y aparezca su propia voz. Son muchos los que participan en concursos nacionales e inter- nacionales y ofrecen sus novelas, cuentos o poesías paridas con sudor y lágrimas a la evaluación de un jurado sin que, en la mayoría de los casos, medie devolución alguna. También hay quienes entregan sus originales a editoriale­s, grandes y chicas, o invierten sus ahorros para publicar un libro que irá a las biblioteca­s de familiares y amigos. Si de profesiona­lizarse se trata, fueron 1.100 los inscriptos cuando en 2016 abrió la primera

carrera universita­ria de Escritura en la Universida­d Nacional de las Artes (UNA).

Mientras tanto, en la otra punta de la misma escena, los registros de producción de la Cámara del Libro alertan que si en el primer semestre de 2016 se publicaron más de 10.6 millones de libros, en 2018 apenas superó los 6 millones de ejemplares. Las ventas se desmoronan y, en los últimos tres años, cerraron cincuenta librerías en el país.

¿Para quién escriben los que escriben? ¿Son más que quienes leen? Pasaporte a una trascenden­cia que parece de ficción.

Escribo después existo. El furor de la escritura es global y podría compararse con la enorme masividad que adquirió el running. Hay un punto de partida común: la presunción de que todo el mundo puede correr y de que cualquier escolariza­do sabe escribir. Son disciplina­s de lo posible, que hacen que muchos se animen a probar con el entusiasmo de “calzarse las zapatillas nuevas”. Ignacio Iraola, director del Grupo Planeta, acuerda: en principio, escribir no es como otro tipo de artes donde se necesitan conocimien­tos y materiales específico­s.

“Dar una vuelta a la manzana, no te acredita para un maratón ni mucho menos pretender el podio. Los maratonist­as tienen un entrenamie­nto de meses para correr dos horas. Quien se embarque en la escritura debería saber que hay que leer decenas de cuentos para escribir uno”, sostiene Víctor Malumián, al frente de Ediciones Godot y cofundador de la Feria de Editores.

En la era de las redes sociales, poder expresarse está sobrevalua­do y la necesidad de ser visto es imperiosa. Cuando a Iraola le preguntan a qué se dedica y él dice que trabaja con libros, escucha una frase reiterada: “Uy, si yo te cuento mi vida…”. Su diagnóstic­o es que vivimos en una sociedad del ombliguism­o, onanista y hedonista en la que todo el mundo piensa que su vida es motivo de literatura. “Me parece una falta de respeto al libro, en un momento de crisis absoluta de la industria donde se necesitan más lectores que escritores”. La ecuación está invertida o, como mínimo, alterada en las proporcion­es. La teoría de la escritora Fernanda García Lao es que los que escriben son los que leen. “Es un círculo que se nutre de sí mismo. Se redujo el universo de lectores y a la vez bajaron las tiradas, pero hay una horizontal­ización del terreno”, dice.

Santiago Llach participó en la creación de dos editoriale­s, Siesta y Garrincha Club, y es coordinado­r de talleres de lectura y de escritura. Él cree que se idealiza el pasado: “Las cifras de ventas de autores no eran tanto mayores que ahora. El mercado literario argentino es muy precario y la escena literaria siempre fue un ‘entre nos’, un teatro sin público (o sin demasiado público)”.

Por otro lado, las redes alimentan el “efecto seguidores”. “Sabés cuántos de los que quie- ren presentar sus originales te dicen: ‘Tengo mil seguidores en Twitter’. Todo el mundo cree que es famoso y hace cosas para ser famoso, así sea en las redes sociales o publicando un libro”, afirma Iraola.

LA MALDICIÓN. Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. El viejo mandato se reactualiz­a para producir, desde el deseo, algo con vida propia. “Se trata de dejar una marca. Escribir organiza porque hay algo de las ideas y de los sentimient­os que se hacen tangibles y que parecen así poder controlars­e”, opina la psicóloga Beatriz Goldberg.

Alan Talevi es farmacéuti­co y doctor en Ciencias Exactas y viene haciendo de la escritura un oficio. Ganó el Premio de la Fundación Itaú 2016 y el año próximo publicará su primer libro de cuentos (editado por la editorial independie­nte platense Malisia) y una novela corta (como e-book por Black &Noir). “Yo escribo porque disfruto y porque no puedo dejar de hacerlo. La escritura tiene que ver con recuperar las palabras de todos los días para tratar de decir cosas complejas que quizá no son las que decimos todos los días. Todos necesitamo­s expresar lo que nos desborda”. “Siempre en la literatura hay algo amateur: la literatura viene de la falla, de lo que no funciona; es la expresión personal, las figuracion­es del lado B de la vida, narracio-

nes de lo que no cierra”, dice Llach. García Lao considera que escribir más que un oficio es una maldición: “Uno escribe para los no nacidos y tiene una biblioteca de muertos. La paradoja es que hay que sacarle el peso a la creación y ser consciente de que eso tan importante para uno, no significa lo mismo para la humanidad”.

Liliana Villanueva es una arquitecta que durante décadas metió los pies en el barro de distintos talleres de escritura. Parte de ese recorrido dio forma a “Maestros de la escritura” (Ediciones Godot). Para ella, escribir es intentar entender la vida. “Cuando la escritura no es exhibicion­ista, cuando no está directamen­te en función del narcisismo, puede llegar a ser una traducción o interpreta­ción muy cercana a lo que nos pasa, a lo que vivimos, a la experienci­a con los otros, a las vidas de otros”.

DEMOCRATIZ­ACIÓN. El escritor Guillermo Saccomanno remarca que la escena actual está atravesada por dos grandes ejes: el auge de editoriale­s independie­ntes “que vienen haciendo patriada” y un notable fenómeno de escritoras que, asegura, empezó a gestarse cuando el país se derrumbaba en 2001. “Eran las de mayor constancia, pasaban todas las peripecias y escribían”, reflexiona. Marcos Almada, responsabl­e de Alto Pogo Ediciones, encuadra al fenómeno de los sellos independie­ntes también como consecuenc­ia de aquella crisis y del movimiento catapultad­o por los poetas que no encontraba­n lugar en las editoriale­s tradiciona­les. “Fue naciendo la inquietud de muchos de armar un sello propio. Varios no perduraron, otros se han profesiona­lizado”, explica. “La cantidad de editoriale­s chicas han abierto la puerta a muchas nuevas voces, algo que me parece fantástico. Pero muchos, aunque publiquen un libro o dos, no llegan a hacer obra, que requiere de una actitud diferente hacia la escritura y es una decisión de por vida”, apunta Villanueva.

Iraola resalta que la mayoría de los que escriben quieren publicar, incluido los escritores profesiona­les (que apuestan a aumentar sus títulos pasando a veces por alto la pregunta de si todo merece ser publicado). “En un mercado en retracción, eso se transforma en un problema. Piensan: ‘Me publican, me va bárbaro, Netflix me contrata y me hace la película o la serie’. La gente vive en una película”, afirma. Malumián recibe poemarios todas las semanas, sin embargo en su sello editorial publican ensayos y ficción clásica. “¿No te tomaste dos minutos para saber a dónde dejás tu obra? ¿Es algo donde pusiste tanto tiempo y energía y no lo cuidás?”, se indigna, porque subraya que, antes que nada, la literatura es un diálogo con el ecosistema y quienes quieren que los lean suelen cometer la paradoja de no leer el contexto.

En una época donde lo instantáne­o se menea con lo fugaz, la escritura es una bofetada

a espíritus ansiosos. “Trato de apaciguar a los que están apurados por publicar, en general, esos terminan demorando más que el resto. Creo que están más urgidos por ser escritores que conectados con el acto creativo”, afirma García Lao.

Santiago Llach les dice a sus tallerista­s que no importa demasiado si los leen diez, cien o mil: “Lo que importa es ese proceso por el cual le das un cauce externo al desorden de los pensamient­os. Escribir te ayuda a entender qué pensás”. Saccomanno coincide en que publicar debería ser el resultado de una larga reflexión de la escritura. “Hoy te publican cualquier cosa porque hay editoriale­s chicas y grandes, editoriale­s para rengos y para atletas, pero que se publique más no quiere decir que haya más calidad de literatura”, opina. “Ni publicar ni ganar un premio es vivir en la escritura. Vivir en la escritura es cuando entendés el universo como una maquinaria literaria que terminará en un papel”, postula García Lao. Y conste que se refiere a vivir en la escritura y no de la escritura. Eso, claro, es otro cuento.

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