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De vuelta a la tierra

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El Presidente emergió como un líder de la cumbre del G20 con chinos, rusos y norteameri­canos. El análisis de James Neilson.

No se equivocan quienes dicen que la del G20 fue la reunión internacio­nal más importante que jamás se haya celebrado en el país. Nunca antes se habían juntado en suelo argentino tantos jefes de Estado y primeros ministros de naciones poderosas, además de un príncipe heredero. Para asombro de casi todos, incluyendo a los más optimistas, todo se realizó sin contratiem­pos mayores. En esta ocasión, un gobierno que es notorio por su propensión a cometer aquellos “errores no forzados” que tantas críticas le han valido hizo gala de un grado de profesiona­lismo organizati­vo que fue realmente llamativo.

Entre los más sorprendid­os por lo bien que todo salió habrá estado Mauricio Macri, el que por algunos días desempeñó con éxito el papel nada sencillo del mediador ecuánime para que, a pesar de sus muchas diferencia­s, Donald Trump, Xi Jinping, Vladimir Putin, Angela Merkel, Emmanuel Macron, Mohammed bin Salman, Narendra Modi, Theresa May y los demás pudieran codearse amablement­e por un rato.

Al darse cuenta de que, lejos de ser el desastre que habían previsto los consternad­os por la violencia de ciertos hinchas de River Plate, el encuentro del G20 en Buenos Aires será recordado, tal vez con nostalgia, como un modelo del género, Macri se puso a llorar. Puede que haya entendido que, aun cuando un día lograra transforma­rse en un secretario general de la ONU o algo similar, nunca más le tocaría ocupar el centro del escenario mundial de manera tan vistosa. Después de medio año repleto de malas noticias, acababa de disfrutar de tres días en que la vida le sonreía y había más aplausos que abucheos. Desgraciad­amente

para Macri y quienes lo rodean, arreglarse para que una veintena de potentados quisquillo­sos se comporten bien es una cosa y gobernar la Argentina es otra muy distinta. Las palabras pesan menos que los hechos concretos que siguen jugándole en contra. Asimismo, el que desde el punto de vista oficial la reunión del G20 haya sido un triunfo notable virtualmen­te asegura que la oposición peronista, que en efecto lo boicoteó, se esfuerce por minimizar los eventuales beneficios políticos que espera conseguir. Los hay que comparan lo sucedido con los festejos del Bicentenar­io del 25 de mayo de 2010, pero en aquel entonces Cristina no se veía frente a una oposición resuelta a aprovechar todas las oportunida­des para debilitarl­a sin preocupars­e por las consecuenc­ias.

Por lo demás, a esta altura todos saben muy bien que Macri se siente a sus anchas en los lugares frecuentad­os por integrante­s de la elite mundial, lo que, tal y como sucede en el caso del presidente francés Macron, lo perjudica a ojos de quienes lo toman por una persona incapaz de vincularse emotivamen­te con la gente común.

Pese a su fama de ser un país ombliguist­a obsesionad­o por lo que piensa el resto del mundo acerca de sus vicisitude­s y particular­idades, la Argentina dista de ser el único al cuyo gobierno le importa mucho la imagen internacio­nal. Por el contrario, casi todos invierten grandes cantidades de dinero comprando publicidad y contratand­o a lobbistas con la esperanza de llamar la atención ajena a sus presuntos logros. En este ámbito, el de Macri ha sido muy eficaz, ya que a cambio de un gasto módico ha conseguido difundir la impresión de que ha emprendido con seriedad la tarea hercúlea de sacar a la Argentina de una crisis que ya ha durado casi un siglo, quizás más, lo que es bueno para su reputación personal pero no lo es necesariam­ente para la de un país que precisa dejar de ser uno de los símbolos máximos del fracaso económico fuera del mundo comunista.

La buena imagen internacio­nal que tiene Macri mismo no ha bastado como para atraer a tantos inversores como esperaba a comienzos de su gestión; por razones comprensib­les, quienes manejan las grandes carteras de valores son reacios a arriesgars­e en un país que se ha hecho mundialmen­te célebre por su capacidad para decepciona­r a todos, incluyendo, desde luego, a sus propios habitantes. Es por lo tanto natural que, fronteras adentro, los elogios por la buena organizaci­ón de la cumbre del G20 motivan escepticis­mo. Nadie ignora que Macri es capaz de llevarse muy bien con virtualmen­te todos los mandatario­s extranjero­s –el venezolano Nicolás Maduro es una excepción–, sin por eso saber convencer a empresario­s y financista­s que les convendría respaldarl­o con dinero contante y sonante. Si bien exageran los que insisten en que los votantes siempre dan prioridad al bolsillo, ya que tanto aquí como en otros países inciden muchos factores inmaterial­es, es innegable que la mayoría tiende a estar más interesada en la evolución de la economía que en las hazañas diplomátic­as que el gobierno de turno se atribuye. De todos modos, es más que probable que las décadas venideras se vean dominadas por la lucha de Estados Unidos por continuar siendo la potencia hegemónica y los esfuerzos de China por poner fin al largo “siglo norteameri­cano” y, con él, al medio milenio de supremacía occidental, para que el mundo retome lo que a juicio de sus dirigentes es su forma predestina­da en que todo gire en torno al “reino del medio”.

Trump es un mandatario impulsivo que confía más en sus propios instintos que en las lucubracio­nes de sus asesores, pero de haber triunfado en las elecciones de noviembre de 2016, Hillary Clinton hubiera tenido que adoptar una actitud parecida frente al desafío planteado por China. Lo mismo podría decirse de Xi, ya que cualquier otro líder chino, (siempre y cuando no se tratara de un aislacioni­sta del tipo que, una y otra vez, ha surgido para poner fin a etapas de expansioni­smo chino como la de inicios del siglo XV que, de haber durado algunos años más, hubiera cambiado por completo la historia mundial), estaría procurando firmar pactos con países como la Argentina que están atiborrado­s de recursos materiales valiosos.

A los norteameri­canos no les gusta demasiado que la Argentina se haya visto atraída por la fuerza gravitator­ia del coloso emergente, pero para contrarres­tarla tendrían que mostrar que están en condicione­s de darle mucho más. Mientras China no intente hacer valer su poder para presionar a los “socios” latinoamer­icanos, tratándolo­s como vasallos, las advertenci­as formuladas por los encargados de la política exterior norteameri­cana no servirán para mucho.

Si bien Trump ha brindado mucho apoyo concreto a Macri –de no haber sido por la aprobación estadounid­ense, el país hubiera tenido que enfrentar una pavoro-

sa corrida cambiaria sin la ayuda del Fondo Monetario Internacio­nal que, por “antipopula­r” que fuera la decisión de pedirle plata, lo salvó de una depresión muchísimo más dolorosa que la que está sufriendo–, el que más provecho sacó de las oportunida­des ofrecidas por la cumbre fue su rival chino Xi que, huelga decirlo, pensaba no sólo en ganancias comerciale­s a corto plazo sino también en las ventajas estratégic­as de estrechar los lazos con la Argentina. A buen seguro, Xi entendió que el momento le era propicio, ya que el gobierno macrista no puede darse el lujo de permitir que cálculos geopolític­os lo priven de recursos financiero­s que por ahora no están disponible­s en otras partes del mundo. Felizmente para Macri, poco antes de firmar los chinos más de treinta acuerdos con el país, Trump y Xi declararon un armisticio en la guerra comercial que están librando, con el norteameri­cano postergand­o los aranceles adicionale­s que tenía en mente para castigar a quienes denuestan por no acatar las reglas fijadas por Estados Unidos y el chino afirmándos­e dispuesto a comprar más productos agrícolas para mitigar el gigantesco superávit comercial que tanto molesta al magnate. Puesto que entre los beneficiad­os de tales concesione­s estarán los granjeros del Medio Oeste que apoyan a Trump, Xi maniobró con habilidad cuando los dos, flanqueado­s por sus ayudantes, cenaron juntos en el Palacio Duhau. Como es su costumbre, Trump cantó victoria, calificand­o de “increíblem­ente positivo” el acuerdo alcanzado. Veremos. El gran juego entre Estados Unidos y China apenas si ha comenzado. Como pudo preverse, el documento final que firmaron los asistentes a la cumbre del G20 resultó ser más descafeina­do que los redactados en ocasiones anteriores. Contenía las banalidade­s presuntame­nte bienintenc­ionadas que suelen aprobar personajes que, en muchos casos, tienen ideas muy distintas acerca de temas como los derechos humanos, los problemas causados por “los grandes movimiento­s de refugiados”, la reaparició­n fuerte del nacionalis­mo y la amenaza que plantea al multilater­alismo y así por el estilo. Aunque Trump, Xi y compañía, para no hablar de Putin, el turco Recep Erdogan y el príncipe heredero saudita Ben Salman, acusado él de haber ordenado el asesinato y descuartiz­amiento de Jamal Khashoggi, un miembro de la Hermandad Musulmana y ex operador de la familia real, además de periodista que escribía para el Washington Post, optaron por no oponerse al supuesto consenso internacio­nal sobre asuntos clave, todos tendrán su propia manera de interpreta­rlo, acaso por entender que si no se produjera una declaració­n conjunta el G20 terminaría desbandánd­ose. Para alivio de Macri, pues, parecería que la agrupación, que se formó en 1999 en circunstan­cias muy diferentes de las actuales, seguirá existiendo por algunos años más y que la Argentina continuará integrándo­la.

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 ??  ?? MACRI MAO. El Presidente emergió como un líder de la cumbre con chinos, rusos y norteameri­canos. * PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.
MACRI MAO. El Presidente emergió como un líder de la cumbre con chinos, rusos y norteameri­canos. * PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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