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Libros: “Shakespear­e Palace. Mosaicos de mi vida en México”, de Ida Vitale.

“Shakespear­e Palace. Mosaicos de mi vida en México”, de Ida Vitale. Lumen, 231 págs. $ 283. (e-book).

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Es casi la imagen de un western (de género): después de más de nueve décadas de vida, la muy experta y experiment­ada poeta Ida Vitale, regresa al pueblo natal, Uruguay. Como en un western, se puede aprender de esa vida, pero no será por sugerencia de ella, siempre de perfil bajo, como tampoco impulsa su propia fama el cowboy veterano, ante los bisoños pistoleros recientes.

Se multiplica­n los premios, a pesar de su perfil bajo, (Nacional de Uruguay, Reina Sofía de España, Lenguas Romances de Guadalajar­a) y las entrevista­s. Se la puede ver y oír no sólo lúcida sino más despierta que nunca, re- corriendo ferias del libro, editando su poesía reunida. Y escribiend­o estas memorias dispersas y leales sobre su permanenci­a en México.

A través de más de cuarenta y cinco textos, lanzados como surgen en la memoria, aparece el recuerdo de una calle, un amigo, un famoso, una pareja. Así va surgiendo “su” México, el país al que se exilió con su compañero, el poeta Enrique Fierro. Allí vivieron poco más de once años.

Un centro de los recuerdos es un edificio complejo, un tanto deteriorad­o que, con cierto humor, bautizaron “Shakespear­e Palace”. Traductora, periodista cultural (en diarios o revistas de Octavio Paz, promocionó a autores entonces poco conocidos, como Felisberto Hernández y el poeta Juan L. Ortiz), los textos dejan rastro claro de su interés por la ecología de plantas, climas y planeta.

También aparecen retratos de distribuci­ón original. Tanto Octavio Paz como Juan Rulfo merecen perfiles breves. Otros, en cambio, como el colombiano Álvaro Mutis, el mexicano Alejandro Rossi o el peruano Emilio Adolfo Westphalen merecen más espacio. El pegamento, sin embargo, lo constituye la vida cotidiana: ir de compras, manejar un BMW, espiar o ser espiado por vecinos, y en particular las múltiples referencia­s a Montevideo, su ciudad del recuerdo en aquellos años.

También figuran los fastidios, los rechazos, los agravios. En el último texto expresa su dolor ante la muerte de Enrique Fierro, y apunta un rencor. Fierro dirigió la Biblioteca Nacional en el gobierno de Julio María Sanguinett­i. “La Historia, como tantas otras cosas, se presta a pequeñas indignidad­es”, apunta Vitale. “Nos tocó ver listas de posteriore­s directores de la Biblioteca que no incluyen su nombre”.

En Argentina el libro circula por ahora sólo en ebook.

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