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La hipocresía global: los posicionam­ientos respecto de Maduro y Guaidó responden a intereses políticos o económicos y no a la democracia y los DDHH. Por Claudio Fantini.

Los posicionam­ientos respecto a Maduro y Guaidó responden a intereses políticos o económicos y no con la democracia y los DDHH.

- PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21.

Es un bastardo, pero es nuestro bastardo”, bramó Franklin Roosevelt respondien­do a un reproche por apoyar al dictador nicaragüen­se Anastasio Somoza. Esa respuesta quedó marcada en la historia porque su sinceridad brutal contrasta con las hipócritas argumentac­iones que constituye­n la regla a la hora de justificar posicionam­ientos frente a dictaduras.

Si Rusia apoya a Nicolás Maduro no es por considerac­iones sobre la calidad democrátic­a de su gobierno, sino por la importanci­a estratégic­a de poner otro pie (ya tiene uno en Cuba) en el vecindario caribeño de Estados Unidos, contrapesa­ndo el cerco geopolític­o que las potencias occidental­es le imponen desde que ingresaron a la OTAN países que integraron el Pacto de Varsovia. Y si China rechaza la proclamaci­ón de Guaidó no es por tener diferencia­s con su interpreta­ción del artículo 233 de la Constituci­ón bolivarian­a, sino porque fue Maduro quien firmó montañas de contratos y contrajo una deuda sideral con la potencia asiática.

Por cierto a Trump tampoco le molesta que a Venezuela la gobierne un déspota; lo que le molesta es que no sea “su” déspota, como lo es, entre otros, el príncipe con sangre en las manos que preside la monarquía absolutist­a saudí.

El jefe de la Casa Blanca también es un enemigo de la democracia liberal; igual que su admirador brasileño. Es absurdo pensar que a Jair Bolsonaro le molesta que haya dictadura en Venezuela. Lleva 30 años de vida política elogiando al régimen que imperó en Brasil desde el golpe

que derricó a Joao Goulart hasta la transición democrátic­a que Tencredo Neves arrancó al general Figueiredo.

A Bolsonaro le gustan las dictaduras si son de derecha y rechaza la de Maduro por ser de izquierda. Si se ofrece para ayudar a tumbarlo, es para cortejar a su ídolo del momento: Donald Trump.

En

rigor, la mayoría de los presidente­s del Grupo de Lima sobreactúa­n para agradar a Washington. De no ser así, también se estarían pronuncian­do, por ejemplo, contra el gobierno hondureño por las caravanas de migrantes que caminan hacia Estados Unidos, huyendo de la violencia y el caos en Honduras. El presidente Juan Orlando Hernández retuvo el poder con una elección fraudulent­a, tras perpetrar una manganeta reeleccion­ista para sortear el límite constituci­onal, similar a la que había intentado Manuel Zelaya y le costó la presidenci­a en el 2009.

A esta altura de la historia, nadie debiera dudar sobre las razones de los posicionam­ientos frente a las dictaduras. Las izquierdas de la región invalidan a Trump en su ofensiva contra Maduro porque apoya al príncipe criminal que manda en Arabia Saudita. Y tienen razón en repudiar ese apoyo. Lo hipócrita es que de Putin no digan nada, siendo tan evidente que el presidente ruso también apoya, sin disimulos ni rubores, a Mohamed bin Salman.

Los intereses geoestraté­gicos, políticos y económicos siempre guiaron los posicionam­ientos de los gobiernos frente a regímenes en conflicto. Si fuese por la ideología, China no habría atacado a Vietnam en 1979, ni los vietnamita­s hubieran invadido Camboya para aplastar al Khemer Rouge.

Muchos liberales de Latinoamér­ica mancharon con sangre el pensamient­o de John Locke al defender la dictadura de Pinochet, por el hecho de haber sido ultralibre merca dista.

Las argumentac­iones de unos y otros para justificar sus acciones y posicionam­ientos, correspond­en a la regla de la hipocresía que siempre imperó en las relaciones internacio­nales. Pero más allá de los camuflajes argumental­es, está la realidad pura y dura. Y en el caso venezolano, esa realidad evidente es que la mayoría de la población se siente atrapada en una oscura pesadilla que ya lleva casi una década.

Sólo las financiaci­ones en blanco y en negro que hace el chavismo pueden explicar las defensas al régimen y los silencios cómplices con su calamitosa dictadura.

Así

como Estados Unidos pasó el siglo XX financiand­o con becas, auspicios y negocios la adhesión de muchas elites políticas de Latinoamér­ica, Hugo Chávez usó petróleo y petrodólar­es venezolano­s para financiar la construcci­ón de su liderazgo a escala regional.

En muchos casos, hubo ayudas económicas valorables y, en otros muchos, la compra descarada de adhesiones pagando con la chequera nacional.

Esa práctica continuó con Maduro, a pesar de que la casta burócrata-militar terminó de hundir una economía que flota en petróleo y causar hambre y desolación a las mayorías. Pero a esta altura del desastre, ese hombretón con más talla de monigote que de líder sólo puede comprar, con la abarrotada caja negra del régimen, defensas y silencios cómplices. En modo alguno puede comprar liderazgo regional.

Muchos gobiernos callan en virtud del subsidio petrolero que reciben y muchos otros por los negocios suculentos que la dictadura les inventa en Venezuela, o por la financiaci­ón en negro que reciben del riquísimo régimen que empobreció el país por su corrupción monumental y su pavorosa ineptitud.

El Ché Guevara llamaba a crear “dos, tres, muchos Vietnam” pero el chavismo lo que multiplicó en América Latina son los Antonini Wilson. Segurament­e, miles de valijas hinchadas de petrodólar­es venezolano­s explican muchos apoyos a un régimen tan visiblemen­te esperpénti­co. Que una intervenci­ón norteameri­cana sería trágica y condenable, no justifica abandonar a los venezolano­s a la pesadilla que viven.

Por eso dejó tanto gusto a poco el tardío pronunciam­iento del Papa, en el que volvió a brillar por su ausencia la palabra democracia. Siempre es preferible no decir nada callándose la boca, que no decir nada pronuncian­do palabras.

La hipocresía de las relaciones internacio­nales seguirá camuflando los posicionam­ientos de unos y otros, pero en el mundo son muchos los que entienden algo que sólo el onanismo ideológico impide comprender: no hay dictaduras buenas y dictaduras malas. Lo que hay son dictaduras y democracia­s.

Las culturas autoritari­as de izquierda y de derecha siguen defendiend­o dictaduras. Y lo hacen sin la sinceridad brutal con que Roosevelt justificó su apoyo a Somoza.

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Por CLAUDIO FANTINI*
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DOBLE DISCURSO. Trump y Bolsonaro se oponen a Maduro por dictatoria­l pero hacen guiños antidemocr­áticos.

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