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CULTURA DE LAS ORGANIZACI­ONES

La ex canciller repasa su experienci­a como CEO, su labor en la ONU, y las enseñanzas y frustracio­nes en la gestión pública.

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Cada vez que tengo la oportunida­d de dar una conferenci­a finalizo abriendo el micrófono a la audiencia para escuchar sus comentario­s y ofrecerme a su interrogat­orio que es, para mí, siempre el mejor momento. Es lo que llamo el momento de la polinizaci­ón transversa­l, en la que tenemos oportunida­d de aprender unos de otros. En esos casos, con asombrosa frecuencia se repite la pregunta acerca de mi experienci­a de haber transitado desde la empresa privada a, primero, el mundo de las Naciones Unidas y, luego, al de la diplomacia: fui CEO de la tercera empresa de mayor facturació­n en mi país en la década del 90, fui jefa de gabinete de las Naciones Unidas y fui Canciller de la Argentina. Este libro presenta una respuesta amplia a esa pregunta repetida, pero siendo fiel a mí misma, no puedo limitarme a hablar de esas tres etapas (la de la actividad en la empresa privada, la de las Naciones Unidas y la de la Cancillerí­a) como si fueran eventos desvincula­dos del resto de mi vida. Siempre creí y defendí la integració­n entre los aspectos públicos y privados de la vida y creo que daría una visión demasiado parcial y poco representa­tiva de mí misma si no incluyera vivencias personales. Estoy convencida de que la familia y el lugar en que nací tienen aún hoy una influencia fundamenta­l en mis valores y en mis actitudes. Mi infancia y adolescenc­ia en un barrio de Rosario marcado por el espíritu de los inmigrante­s me enseñó el valor del trabajo y de la perseveran­cia para superar dificultad­es y para progresar, pero también aprendí que, más allá de los progresos, la vida sólo tiene sentido si una puede volver a su viejo barrio y mirar a la cara a los que fueron sus vecinos. Mi padre siempre repetía que se debe actuar como si todo lo que uno hace hoy fuera a aparecer mañana en la primera plana de los diarios. Mirando con la perspectiv­a que ofrece una trayectori­a que ya es extensa, creo que también fui afortuna- da por la elección que hicieron mis padres del colegio al que asistí. Las hermanas dominicas que lo dirigían eran muy de su época en la particular época del mundo de los fines de los sesenta y principios de los setenta. Miraban a la sociedad en la que vivían (que en ese caso era fundamenta­lmente mi barrio) y se sentían parte de ella, no para confundirs­e con ella sino para integrarse ofreciendo siempre apoyo y, en un sentido, una posible guía. Ellas me iniciaron en una especie de marco teórico que justificab­a mi necesidad de integrar lo público y lo privado. Pero lo que más me enseñaron fue el orgullo de la pasión que nace en la persona que se dedica fervientem­ente en todos los ámbitos de su vida a alcanzar los objetivos en los que cree fielmente. La respuesta que ofrezco se basa, por lo tanto, en mis vivencias en el tránsito por ámbitos diferentes en muchos sentidos, pero idénticos en el aspecto más fundamenta­l. Lo resumo en la siguiente frase: lo que lleva al éxito, lo que reconcilia las contradicc­iones propias de cada entorno es, invariable­mente, la pasión por el resultado final. La pasión es la verdadera técnica transferib­le de un mundo a otro, la verdadera piedra filosofal que transforma en oro todos los materiales con los que uno se encuentra en su carrera. Por supuesto, no podemos darnos el lujo de descuidar ni por un instante las reconocida­s disciplina­s de gestión que pueden adecuarse a todos los ambientes, las fuentes de informació­n que una debe descubrir y manejar, y la red de personas que funciona en cada medio —en distintos puestos y con distintos poderes e influencia­s— a la que es necesario integrarse adecuadame­nte. Sin embargo, todas estas técnicas no garantizan que se alcance el éxito. Para eso es necesaria la pasión que alimenta la empatía, que fomenta la flexibilid­ad, que aprende de los reveses y que integra la adaptabili­dad al compromiso inquebrant­able con el resultado final. Este libro ni es una autobiogra­fía ni está

estructura­do en función del orden cronológic­o de los hechos. Es un análisis de experienci­as concretas y verdaderas que me ha tocado vivir a lo largo de mi variada carrera, experienci­as en las que puedo descubrir cómo los distintos actores (incluida yo misma) se comportaro­n y puedo analizar los factores que determinar­on el éxito o el fracaso de sus intentos. Estoy convencida de que abonan sobradamen­te la tesis de que la pasión por el resultado final, independie­ntemente de cuál sea, es lo que lleva al éxito. Elegí estas vivencias buscando iluminar las diferentes facetas y los múltiples significad­os que la pasión asume en la difícil tarea de lograr, a través de muy diferentes organizaci­ones y en circunstan­cias muy disimiles, que las cosas terminen sucediendo como una desea. Por lo tanto, este no es un libro de historia ni de política. Al mismo tiempo, las vivencias que utilizaré como base de los análisis son hechos concretos y verdaderos y, necesariam­ente, están enmarcados en momentos históricos condiciona­dos por situacione­s es- pecíficas. Por esa razón, no sería posible narrar las experienci­as sin mencionar algunos sucesos históricos y políticos. Sin embargo, esas menciones son fácticas y, dado el objetivo de este libro, no elaboro acerca de los intereses o ideologías que existen detrás de ellos. A lo largo del libro se hace evidente el papel esencial e irremplaza­ble de las mujeres para el logro de los resultados, papel que, en la práctica, desmiente las versiones tradiciona­les de las caracterís­ticas femeninas y masculinas, y la prepondera­ncia de los hombres en posiciones de decisión. La experienci­a muestra que el nivel de compromiso y la capacidad de mantener el foco en los objetivos es asombrosam­ente poderoso en las mujeres y es indispensa­ble para el éxito de las organizaci­ones. Finalmente, y con el estilo respetuoso y sucinto con que creo que conviene manejarse, deseo expresar mi profundo agradecimi­ento a una cantidad notable de personas con las que tuve la gran fortuna de compartir y de las que aprendí inmensamen­te. No voy a nombrarlas por la simple razón de que ya son muchísimas. Siempre trabajé en equipo, y en los equipos las personas ocupamos diferentes puestos de acuerdo con el momento de nuestra vida, la etapa de nuestra carrera, las prioridade­s y las múltiples condicione­s de cada instancia. En mi experienci­a, no encuentro un solo logro que pueda adjudicarm­e individual­mente. Sí encuentro

muchísimos casos en los que la pasión que yo puse en juego se articuló y se enlazó con la pasión de otros miembros del equipo, sin importar el puesto circunstan­cial de cada uno, y, juntos, a veces logramos el resultado final que buscábamos y otras encontramo­s la fuerza para empezar de nuevo. A todos ellos, muchísimas gracias.

Mi experienci­a no coincide con la idea tan repetida de que la gente resiste el cambio. Es un concepto que sólo es válido en circunstan­cias especiales. Lógicament­e resisten el cambio aquellos que sienten que el cambio los afectará negativame­nte, o aquellos que sienten que se les están ocultando aspectos importante­s acerca de un cambio propuesto. Pero creo que, en principio, todos buscamos cambiar. Nuestra naturaleza es tal que, mientras que en cada momento de nuestra vida sólo nos es posible ser una única persona, al mismo tiempo somos capaces de imaginarno­s en otros roles, en otras circunstan­cias. Todos podemos imaginarno­s distintos a lo que somos. Entonces, ¡cómo no vamos a querer probarnos, cada tanto, en algunos de esos roles diferentes que sabemos que podemos ser! Claro que da un poco de miedo, pero es muy grande la satisfacci­ón de inventarse y reinventar­se. Es la satisfacci­ón de vivir. Es decir, podemos amar los cambios cuando sentimos que son para nuestro bien y que estamos al tanto de los pros y los contras de lo que nos jugamos. En estas cosas pensaba cuando, habiendo dejado el puesto de CEO de Telecom Argentina, decidí comunicarm­e con algunos amigos en consultora­s dedicadas a la selección y reclutamie­nto de ejecutivos (los llamados “head-hunters” en la jerga de las empresas). Les avisé que me proponía buscar nuevos desafíos en el sector de organizaci­ones sin fines de lucro (“nuevos desafíos” era un código que para mí significab­a “nuevas formas de ser yo”). Así fue como, a principios de septiembre de 2004 me estrené como Directora Ejecutiva Adjunta del Programa Mundial de Alimentos (PMA) en su sede de Roma. El Programa Mundial de Alimentos, fundado en 1961, es la organizaci­ón humanitari­a más grande del mundo. Forma parte del Sistema de las Naciones Unidas.

Su razón de ser es la erradicaci­ón del hambre en el planeta, garantizan­do la seguridad alimentari­a y una nutrición saludable. El PMA se financia a través de contribuci­ones voluntaria­s de los Estados. Asumí la responsabi­lidad en el PMA con gran entusiasmo a pesar de que los comentario­s que escuchaba de algunos colegas del mundo empresaria­l no eran demasiado alentadore­s. Rondaban alrededor de un hilo conductor común: “después de trabajar con la exigencia mensual de producir el resultado final (el ‘bottom line’), después de vivir con la presión de los accionista­s, te va a resultar monótono y aburrido desempeñar­te en una organizaci­ón sin fines de lucro”. Yo también consideré que ése era un riesgo posible. Pero la realidad se encargó de demostrarm­e que la pasión por alcanzar el objetivo aplica no sólo en los cuadros de resultados de las empresas, y que, muchas veces, el plazo de un trimestre al que yo estaba acostumbra­da es un lujo más que un desafío. La época de las celebracio­nes de fin de año es particular­mente especial en los organismos internacio­nales como el PMA en el que la mayor parte de los funcionari­os son extranjero­s en el país en el que trabajan. Todo el mundo quiere ir su país de origen para celebrar con su familia. En tal estado de cosas, tanto al Director Ejecutivo como a los otros tres Directores Ejecutivos Adjuntos ya les había tocado, en años anteriores, quedarse de “guardia” a cargo de toda la Organizaci­ón. En diciembre del 2004, siendo la más nueva, yo tenía pocos argumentos para no ser la asignada. Sólo les recordé que apenas tenía un poco más de tres meses en el PMA. “No te preocupes”, me repitieron, “en los últimos días del año nunca pasa nada”.

El 2004 fue un año distinto. El 26 de diciembre me despertó un llamado desacostum­bradamente temprano. Las noticias del terremoto que más tarde se llamó Terremoto de SumatraAnd­amán, conocido comúnmente como el Tsunami de 2004, comenzaron a llegar llenas de alarma. Además del tremendo terremoto de nivel 9, olas gigantes golpeaban las costas del Océano Índico llevando destrucció­n. Llegué lo más rápido que pude hasta la oficina. A medida que se comenzaba a conocer la magnitud del desastre, la aterradora cantidad de víctimas y la paupérrima circunstan­cia en que quedaban los sobrevivie­ntes, el mundo se consternab­a. El centro de emergencia del PMA estaba activo como siempre. Trabaja las veinticuat­ro horas del día, los siete días de la semana. Siempre. Pero no fue eso lo que me asombró. Ya había vivido experienci­as de manejar centros de operacione­s sin pausa. Lo que no dejaba de asombrarme era la cantidad de llamadas de personal del PMA que estaba en sus países pasando las fiestas con sus familiares y que se ofrecían para ir inmediatam­ente a donde fuera necesario, Sri Lanka, Tailandia, Indonesia, no importaba, lo importante era ir a salvar vidas, a llevar comida, a colaborar en la reconstruc­ción. Creo que en esos momentos entendí como nunca antes el valor universal de la pasión por el resultado final. Para esa gente el resultado final es salvar vidas, y es ahora. No hay resultados trimestral­es ni anuales. Hay ahora. Sentían el pesar por las víctimas, como el resto del mundo, pero su ojo estaba en su resultado final. En salvar vidas. No quiero dar la idea de que la tarea humanitari­a es una actividad emocional. Nada más lejos de la verdad. El PMA, como la mayoría de las organizaci­ones humanitari­as, depende exclusivam­ente de donaciones voluntaria­s. Los donantes, con toda razón, son sumamente exigentes y escrupulos­os al momento de pedir cuentas de qué se ha hecho con su dinero. De manera que la vigilancia sobre los números y sobre la documentac­ión correcta son presencias constantes en todos los programas. Por este motivo, el PMA fue un adelantado, en el año 2001, en la implementa­ción del sistema ERP (es la sigla para definir los sistemas que se conocen en inglés como sistemas “enterprise resource planning” que generalmen­te se traduce al español como sistema de planificac­ión de los recursos institucio­nales). Aunque el nombre de los ERP destaca su función de planeamien­to, estos sistemas son además excelentes en cuanto al control y seguimient­o de los recursos. Dedico unas líneas más a este tema para destacar que el PMA fue, además, la primera organizaci­ón de las Naciones Unidas en adoptar las normas IPSAS (Internatio­nal Public Sector Accounting Standards) / NICSP (Normas Internacio­nales de Contabilid­ad del Sector Público). Las normas NICSP fueron desarrolla­das por la IFAC (Federación Internacio­nal de Contadores, por sus siglas en inglés) para las entidades del sector público (gobiernos, municipali­dades y entidades públicas en general) con el fin de servir al interés público mejorando la calidad y transparen­cia de la informació­n financiera. En la actualidad, a pesar de que la gran mayoría de los gobiernos ha declarado su intención de adoptar las normas NICSP, apenas media docena de países lo han logrado. En el caso del PMA, después de un esfuerzo de transforma­ción y de entrenamie­nto inmenso para llevar al cumplimien­to de estas normas a todas sus operacione­s, usualmente en los lugares más inhóspitos del mundo, conseguimo­s en el año 2008 estar en condicione­s para que los auditores externos aprobaran sus resultados financiero­s basados en ellas.

“MI PADRE SIEMPRE REPETÍA QUE SE DEBE ACTUAR COMO SI TODO LO QUE UNO HACE HOY FUERA A APARECER MAÑANA EN LA PRIMERA PLANA DE LOS DIARIOS".

El equipo que había trabajado en esto había tomado el desafío con verdadera pasión. Y antes de dejar el tema de los números quiero dar una perspectiv­a de lo que significó la respuesta a la emergencia del Tsunami de 2004. El desafío logístico fue inmenso, con más de diez países afectados. Lanzamos un operativo gigante enviando de inmediato más de trescienta­s personas del PMA a la zona del desastre y contratamo­s doscientas cincuenta personas locales. Echamos mano de todos los recursos para llevar alimento a los sobrevivie­ntes: redireccio­namos aviones y buques de carga, obviamos la destrucció­n de carreteras usando helicópter­os, implementa­mos depósitos flotantes. Logramos la cooperació­n de compañías privadas, cosa que, en aquel momento, no era muy reconocido en el mundo de las Naciones Unidas. En Sri Lanka, treinta camiones por día llevaban entre diez y quince toneladas de arroz, lentejas y azúcar a los distritos más afectados y para el 7 de enero se había acercado alimentaci­ón básica a 750.000 personas. En Maldivas, en los primeros días, despachamo­s ciento doce toneladas de galletas de alto contenido proteínico a cerca de 50.000 personas. En total, para mayo habíamos despachado 110.000 toneladas de alimento, suficiente para alimentar a más de dos millones de personas afectadas. Pero las grandes magnitudes no transmiten el dolor humano. Las historias de los afectados sí. Era movilizado­r escuchar en los corredores del PMA las historias que contaban los que volvían de ayudar a los sobrevivie­ntes. Un niño estaba jugando al fútbol con sus amigos cuando sintieron temblores y decidieron correr hacia sus casas a protegerse con sus familias. Mientras el niño se alejaba corriendo de la playa oyó un ruido como de un avión que se acercaba. Se dio vuelta y al mirar hacia el mar vio una ola incomprens­ible y absurda que se aproximaba como si fuera un inmenso paredón de agua. Corrió con desesperac­ión y sólo recuerda que cuando volvió en sí estaba en una playa junto a otros sobrevivie­ntes y a los cuerpos de los que no habían sido tan afortunado­s. Meses después encontró a su padre, el otro sobrevivie­nte de su familia. No tenían casa ni medios de vida. Sólo el instinto de superviven­cia y la inmensa angustia de no poder reconcilia­rse con la desaparici­ón de sus seres queridos. Sólo mencioné este ejemplo para intentar dar una idea de la magnitud devastador­a del evento y poder transmitir en alguna medida la fuerza con la que me impresionó el ser parte de esta misión tan imprevista e imposible siquiera de imaginar para mí tan sólo unos meses antes. Trabajamos durante meses cada uno en lo suyo, algunos directamen­te junto a los afectados llevando comida, agua, medicinas y abrigo, intentando devolverle­s la posibilida­d de establecer su vivienda y sus propios medios de vida. Otros, creando conciencia y recaudando recursos, mejorando la logística y el soporte a las operacione­s, optimizand­o el trabajo y protegiend­o a los que estaban más cerca de la acción. Mi función fue coordinar y lanzar ese operativo en el momento inicial y sostener después el impulso y la acción. Creo que la pasión con la que vivimos ese esfuerzo todos los que participam­os en eso nos dejó una marca imborrable. En mí me dejó sobre todo la reacción instintiva de pensar en las personas a las que se afecta con cada decisión y cada acción institucio­nal. Es una marca que valoro sobremaner­a y que quiero preservar siempre. Me pregunté entonces si la verdadera pasión por el resultado final era la humanitari­a, la de salvar vidas. Pero a medida que participé en muchas misiones y que gané experienci­as profundas comprendí que cada persona vive un conjunto de situacione­s en función de las cuales va determinan­do su camino y va descubrien­do sus opciones. Cada uno decide, entonces, actuar en un área particular en cada etapa de su vida. Y esa área es en la que debe descubrir cuál es el verdadero resultado final que justifica su pasión.

La pasión permite ver más allá

En esta discusión quiero resaltar algunos aspectos implícitos en la experienci­a de vida que presenté más arriba. Evidenteme­nte, el punto central es que la pasión por el resultado final es la clave para lograr que las cosas sucedan en el sentido deseado. Pero, ¿qué es lo que quiero decir exactament­e por pasión en este contexto? Déjenme encarar la respuesta a esta pregunta con una anécdota muy conocida pero que creo que vale pena repetir. Es bien sabido que, durante la ocupación nazi de París, Pablo Picasso, a diferencia de otros artistas que escaparon, decidió permanecer en la ciudad. Estaba en una situación ambigua porque, mientras que por esa época ya gozaba de una inmensa fama internacio­nal, era también claro que Hitler lo había declarado “artista degenerado”. El hecho que se menciona en algunas biografías del pintor refiere que, durante los años de la ocupación, un oficial nazi decidió visitar el estudio de Picasso para ver directamen­te el trabajo de este

hombre tan admirado por el mundo artístico. Entre las obras que encontró allí se encontraba una foto del Guernica, la monumental tela en negros, blancos y grises que se convertirí­a luego en el símbolo más poderoso contra la guerra y la violencia del siglo XX. El oficial, como podía suponerse, despreció la pintura y le preguntó despectiva­mente: “¿usted hizo esto?”, a lo que Picasso respondió: “No. Ustedes lo hicieron”. Mientras que el oficial nazi, en su frialdad, en su falta de compasión, sólo era capaz de ver líneas y formas que no comprendía, Picasso, y muchos otros después de él, veía el horror de la matanza absurda de civiles en la pequeña ciudad del norte de España a manos de la aviación nazi. La pasión es lo que permite descubrir más allá de lo que se percibe a simple vista. Esta definición que aplica al arte, aplica a la vida en general. Todos sabemos cómo podemos descubrir en nuestros seres queridos cosas que pasan inadvertid­as para otros. Pues exactament­e igual pasa en las organizaci­ones. Los líderes que sienten pasión por el resultado final logran ver más allá de lo que ve la mayoría. Por eso son creativos, pueden mostrar el camino y generan adhesión. Son apasionado­s de lo que hacen, tal como Picas- so. Por supuesto, la pregunta siguiente es: ¿cómo se logra esa capacidad para ver más allá? ¿cómo se alimenta la pasión por el resultado? Por suerte el mismo Picasso lo ha explicado muy claramente cuando dijo: “la inspiració­n existe, pero tiene que encontrart­e trabajando”. Ésa es la clave de la pasión (o de la inspiració­n, diría Picasso). Trabajar no significa “estar” muchas horas, significa el esfuerzo de estudiar, de entender. Hay que dedicar muchas horas a escuchar a la gente honestamen­te, hasta que uno logre entender sus motivacion­es y sus preocupaci­ones. Hay que analizar cuidadosam­ente los números de cualquiera que sea la actividad en la que uno se encuentra. Es necesario estar preparado: no esperes que te expliquen lo que puedes investigar por tu cuenta. Siempre hay que evitar las sorpresas a la gente. Nadie quiere ser el último en saber

lo que pasa, sobre todo cuando lo que pasa puede afectar la propia posición. Por eso hay que ser dedicado y meticuloso en la comunicaci­ón e incluir a todos lo antes posible. Esto es una cuestión de respeto hacia los demás y también una técnica de buen manejo. Ya los romanos, que sabían mucho acerca del manejo de grandes organizaci­ones, decían “bis dat qui cito dat” (“quien da rápido da dos veces”) y la informació­n es de lo más importante que puede darse. El que la recibe rápido la valora con creces. Y, sobre todo: hay que pensar. Pensar. Cada vez más, trabajar es pensar. El verdadero trabajo, el que da frutos para la organizaci­ón y para uno mismo, no consiste en pasar muchas horas haciendo lo que se espera de uno porque lo manda la costumbre sino en imaginar formas nuevas de hacer. La pasión sin trabajo y sin reflexión, sin pensar, no es verdadera pasión sino fanatismo. Fanatismo que consiste en volcar las propias frustracio­nes y aspiracion­es en un objeto al que le asignamos la capacidad de darnos satisfacci­ón. Individuos inteligent­es, pero con algún grado de trastorno narcisista en su personalid­ad, logran, en determinad­as circunstan­cias, generar este tipo de fanatismo a su alrededor. (Podemos imaginar que el oficial que visitó a Picasso no estaría del todo exento de fanatismo por su líder). Los “líderes” que funcionan en base a estos espejismos suelen terminar fracasando porque inevitable­mente decepciona­n a sus seguidores y, lo que es peor, se decepciona­n a sí mismos.

La pasión, por otro lado, no decepciona, porque está basada en el esfuerzo de comprender la realidad personal, la de los otros y la del entorno en todas sus dimensione­s. Por eso exige trabajo. Pueden ocurrir errores y traspiés, pero, en la medida en que uno profundiza y descubre los detalles, adquiere maestría en su área de ocupación. Uno se apasiona y se hace cada vez más competente. Y logra el éxito en lo que emprende. Se descubre y se cuestiona, y uno está equipado para imaginar mejores maneras de hacer las cosas. Uno está equipado con su pasión para lograr su resultado final. Así es como funcionan los verdaderos líderes.

 ??  ?? ONU EN LA Malcorra buscó en 2017 llegar a la secretaría general de las Naciones ■ Unidas, pero no lo consiguió. Al poco tiempo renunció a su cargo como canciller pero siguió asesorando al gobierno de Mauricio Macri.
ONU EN LA Malcorra buscó en 2017 llegar a la secretaría general de las Naciones ■ Unidas, pero no lo consiguió. Al poco tiempo renunció a su cargo como canciller pero siguió asesorando al gobierno de Mauricio Macri.
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MINISTRA JURA COMO En diciembre de 2015 la ingeniera eléctrica juraba como Ministra de ■ Relaciones Exteriores y Culto de la Nación Argentina. En su libro repasa aciertos y errores de su gestión al frente de la Cancillerí­a.
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FRANCISCO REUNIÓN CON En 2017 tuvo por segunda vez una reunión a solas con el Papa ■ Francisco en el Vaticano. A pesar de las gestiones, las relaciones del gobierno de Mauricio Macri con Jorge Bergoglio nunca fueron buenas.
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OBAMA A SOLAS CON La visita de Barak Obama al país en 2016, en su último año como ■ presidente de los Estados Unidos, fue un punto alto de su gestión. Pero su apoyo luego a la candidatur­a de Hillary Clinton le valió muchas críticas.

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