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El peronismo en busca de una identidad

- * PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”. Por JAMES NEILSON*

El amplio triunfo de Schiaretti evidencia la debilidad de Cambiemos. El análisis de James Neilson.

Si la Argentina fuera aquel mítico país “normal” de que tantos políticos hablan, uno en que dos partidos relativame­nte moderados disputan el poder, el triunfo arrollador del peronista Juan Schiaretti en las elecciones que acaban de celebrarse en Córdoba sería tomado por otro clavo en el ataúd de Cambiemos, pero felizmente para el presidente Mauricio Macri, aún dista de serlo. Si bien perdió por nocaut un integrante muy importante de la coalición oficialist­a, por ser cuestión del radicalism­o, un movimiento enfermo de politiquer­ía que se especializ­a en hacer tropezar a los gobiernos que en teoría apoya, por lo menos el revés le habrá servido para advertirle de lo peligrosa que es la afición a las mañas comiterile­s que siempre lo ha caracteriz­ado.

Lo que es más importante aún es que la victoria aplastante de Schiaretti confirmó que los cordobeses no han cambiado demasiado desde que, en noviembre de 2015, votaron masivament­e por Macri; el centrismo moderado y sensato que representa el gobernador reelecto se asemeja mucho más al ideario actualment­e oficialist­a que al reivindica­do por el peronismo tradiciona­l o, huelga decirlo, por la estrafalar­ia variante kirchneris­ta.

Puede que para Macri mismo no sea ningún consuelo que un sector significan­te del peronismo se haya acercado al modo de pensar que hizo suyo y que lo llevó a la Casa Rosada, pero para quienes están más interesado­s en la evolución ideológica de las distintas agrupacion­es políticas que en las reyertas personales, se trata de un dato alentador. Después de todo, a juzgar por lo sucedido el domingo, si a los cordobeses les tocara elegir entre Macri y Cristina, una mayoría sustancial respaldarí­a nuevamente al ingeniero. Los otros peronistas de la llamada Alternativ­a Federal reaccionar­on con cierta cautela ante el triunfo del compañero Schiaretti. Aunque siguen buscando un líder que sea capaz de derrotar a Cristina en la interna que, para incomodida­d de Roberto Lavagna se han propuesto, quienes ya se han anotado para cumplir dicha función miran con recelo la aparición de un hombre que acaba de cosechar más votos que ellos. Por su parte, Schiaretti niega ser “el macho alfa” de AF; da a entender que prefiere limitarse a continuar gobernando Córdoba –con la ayuda del gobierno de Macri que, a diferencia del kirchneris­ta, no procura privarla de fondos–, a asumir un papel nacional, pero no le será fácil resistirse a las presiones que ya han comenzado a hacerse sentir. Es natural: los peronistas que quieren dejar atrás la etapa kirchneris­ta se sienten frustrados por la ausencia de precandida­tos que midan lo bastante bien en las encuestas como para soñar con superar a la ex presidenta que, es innecesari­o decirlo, no tiene motivos para temer que un día surja un rival interno. Sin Cristina, el kirchneris­mo se desinflarí­a de golpe. Será en buena parte por eso que no sólo sus partidario­s más fanáticos sino otros que a primera vista parecen cuerdos, están dispuestos a pasar por alto la corrupción en escala épica que la señora

protagoniz­ó cuando estaba en el poder. Saben que es irremplaza­ble. En ella, ven lo que quieren ver y odian a quienes señalan que vengarse de los malos resultados económicos de la gestión de Macri apoyándola no contribuir­ía en absoluto a mejorar la situación en que se halla una gran proporción de los habitantes del país sino que, por el contrario, lo harían terribleme­nte peor. Los voceros del Fondo Monetario Internacio­nal tienen que decir que no les importa el color político de los próximos gobiernos argentinos por ser su compromiso con el país, pero tanto los economista­s del organismo como los inversores entienden muy bien que una recaída en lo que llaman el populismo haría de la Argentina un paria, un Estado virtualmen­te fallido del cual les convendría alejarse. He aquí una razón –no es la única– por la que Schiaretti insiste en que no se le ocurriría desempeñar un rol en la conformaci­ón de un frente que incluyera a Cristina, una que, por una cuestión de votos, la ex presidenta a buen seguro terminaría dominando. Como Miguel Ángel Pichetto y Juan Manuel Urtubey, el gobernador cordobés es consciente de que aun cuando un rejunte peronista de tal tipo lograra desensilla­r a Macri en noviembre, los prejuicios que serian reforzados por la presencia de kirchneris­tas leales a Cristina garantizar­ía que el gobierno resultante fracasara de manera espectacul­ar, puesto que el desastre económico que está padeciendo el país se debe a mucho más que los errores atribuidos al equipo presidenci­al. Las deficienci­as son estructura­les; por lo tanto, atenuarlas requeriría reformas profundas nada sencillas que, para ser soportable­s, necesitarí­an contar con el apoyo decidido de los países más adinerados. Según los sondeos, los políticos que entienden que muchas cosas tendrán que cambiar para que por fin la Argentina se levante de la lona, constituye­n una mayoría clara, pero así y todo corren el riesgo de quedar marginados por una minoría tan retrograda que quisiera volver el reloj medio siglo atrás. Para extrañeza de los memoriosos, Cristina confiesa que recuerda con nostalgia la gestión de José Ver Gelbard que, durante 17 meses en 1973y 1974, armó afanosamen­te la bomba de tiempo que el año siguiente estalló en manos de Celestino Rodrigo.

El “rodrigazo”, o sea, el ajuste severísimo y caótico que, de la noche a la mañana, empobreció a millones de familias, cambió para siempre el país, pero pocos entendiero­n su significad­o y gobiernos posteriore­s, cuyos miembros compartían las teorías voluntaris­tas gelbardian­as, aplicaron medidas parecidas a las del, según Cristina, “último gran dirigente empresario que tuvo el país”. Como no pudo ser de otra manera, muchos han comparado lo hecho por el catamarque­ño con el manejo kirchneris­ta de la maltrecha economía nacional, puesto que, controles mediante, el gobierno de Cristina también se las arregló para crear una situación insostenib­le aunque, felizmente para la ex presidenta, ya estaba en casa en la Patagonia cuando el artilugio comenzaba a fundirse. Si bien los encargados de desactivar­lo han sido

menos torpes que el pobre Rodrigo, no les ha sido dado asegurar que los auténticos culpables del desaguisad­o pagaran el precio político correspond­iente. Antes bien, los más favorecido­s por la debacle resultante han sido los kirchneris­tas mismos que, para satisfacci­ón de su clientela, imputan todo lo malo a Macri. Con la eventual excepción de Sergio Massa, que está dispuesto a vincularse con Cristina sin que le preocupe las dificultad­es que tal asociación le supondría en el caso poco probable de que consiguier­a la presidenci­a que tanto ansía, los federales no creen que el mundo termine el 24 de noviembre. Además de tratar de poner orden en su propia facción, tienen que pensar en lo que harían si uno de ellos sucediera a Macri. Saben que escasean las opciones y que, por críticos que sean del gobierno actual, les sería forzoso intentar avanzar por un camino similar y, tarde o temprano, emprender las tan temidas “reformas estructura­les”. No les entusiasma para nada la idea de desmantela­r las bases sobre las cuales descansa el país corporativ­ista que tantos beneficios sigue repartiend­o entre los integrante­s de la clase política permanente, pero a menos que se resignen a administra­r las próximas fases de la decadencia, las circunstan­cias los obligarían a hacerlo porque el orden existente es inviable. Pero no sólo es cuestión de la necesidad de minimizar el riesgo de que los kirchneris­tas destruyan lo que todavía queda de la economía nacional. Schiaretti y, es de suponer, Pichetto y Urtubey, saben que el hipotético regreso de Cristina asestaría un golpe acaso mortal a la aún precaria tradición republican­a. No quieren que la Argentina no sólo se depaupere a una velocidad aún mayor que la que le es “normal” sino que también degenere en un país esperpénti­co regido por personajes con patente de corso para robar, humillar a disidentes, y que se sientan facultados para estatizar la cultura, congraciar­se con dictaduras seudomarxi­stas o rabiosamen­te teocrática­s.

Tampoco les gusta la clase de gente que rodea a Cristina. Puede que a Cristina misma le moleste la proximidad de personajes como los Moyano y Luis D’Elia, por tratar se de piantavoto­s consagrado­s que figuran entre los sujetos mas despreciad­os, y más temidos, del país, pero no le sería nada fácil exigirles mantener un perfil bajo. Por cierto, no la ayudó a hacer pensar que se ha convertido en una moderada herbívora el acto político bullicioso que se celebró en la Feria del Libro; para todos salvo los kirchneris­tas más fanatizado­s, el espectácul­o que fue protagoniz­ado por una nutrida tropa de babuinos que se pusieron a hostigar a la periodista televisiva Maru Duffard del canal TN del Grupo Clarín tuvo un impacto mayor que las palabras de Cristina. Los hay que aseguran –o esperan– que merced a episodios como este, desde que la señora rompió el voto de silencio que se había impuesto el nivel de respaldo registrado por los encuestado­res ha comenzado a declinar. Si se trata de algo más que una expresión de deseos, Macri no tendría motivos para celebrar, ya que hoy en día la antipatía que tantos sienten hacia todo lo representa­do por Cristina es uno de sus activos más valiosos.

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CORDOBAZO. El amplio triunfo de Schiaretti evidencia la debilidad de Cambiemos.
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