La Justicia deseada
Aunque de manera equívoca y bastante obscena, la democracia funcionó con eficacia esta semana en la Argentina. No la tradicional institución de los manuales, donde la supuesta maquinaria perfecta de los tres poderes que se equilibran entre sí resuelve en grado óptimo los conflictos sociales profundos. No. Hablamos más bien de la democracia posmoderna, en la cual las redes sociales, potenciadas por los medios tradicionales, hacen de barricadas virtuales para ganar la calle y saldar en pocas horas -y sin sangre- un debate nacional caliente.
Esta vez le tocó a la Corte, que sorprendió a todos -incluso a los kirchneristas que salieron a justificarla con tecnicismos de ocasióncon una medida que parecía poner en riesgo el pronto comienzo de uno de los
juicios orales contra la expresidenta. La furia tuitera y cacerolera, apalancada por las quejas gubernamentales, forzó una contramarcha de los cortesanos, o al menos los obligó a aclarar lo que curiosamente habían olvidado garantizar unas horas antes: que el juicio podía iniciarse mientras el máximo tribunal revisaba lo que le pareciera pertinente.
Cristinistas conversos como Alberto Fernández se rasgaron las vestiduras por el “apriete” macrista sobre la Corte, mientras él mismo le metía miedo al escarmiento K a los jueces que tienen causas contra Cristina. Con su al menos ambigua intervención, la nueva mayoría de la Corte Suprema (menos el aislado presidente Rosenkrantz) cayó en la trampa de la grieta, en el momento menos propicio: el año electoral. Y alimentó la desconfianza de ambos bandos -y de los agnósticos- por la noción saludable, aunque utópica en la Argentina, de un Poder Judicial con vocación neutral, que lleve sensación de Justicia a todos.