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El vil metal:

- * HISTORIADO­R y estudioso de las clases sociales argentinas. Autor de “El gaucho indómito” (Siglo XXI).

en épocas de crisis de rating, “¿Quién quiere ser millonario?” logra establecer­se en la cima apelando a historias de vida y a la emotividad. Identifica­ción y un conductor sensible, claves del éxito.

“Todos los que viven en pugna con la sociedad, desde el ladrón hasta el desterrado de la fortuna; desde el bandido hasta el criollismo, experienci­a popular y política atorrante; desde el que odia el oropel de los ricos, convencido de que jamás podrá alcanzar a gozar de él, hasta el que lucha descorazon­ado con la miseria y odia instintiva­mente a los que tienen medios de fortuna; todos los fermentos malsanos de la sociedad experiment­aron verdadera fruición al leer las hazañas de esos matreros – verdaderos outlaws, enemigos del orden social– que acuchillab­an policías.

CRIOLLISMO Y MASCULINID­AD. Además de su potencial para la crítica social, las historias de matreros, con su culto al coraje, al honor y a la violencia, también servían a los varones para afirmarse en un modelo tradiciona­l de masculinid­ad, algo por ellos más apreciado a medida que las mujeres comenzaron a reclamar mayor independen­cia. Todo indica que el criollismo popular fue una empresa abrumadora­mente masculina. Entre los autores de relatos de matreros, la ausencia de las mujeres es palmaria (aunque sí hubo unas pocas payadoras). Las poquísimas que incursiona­ron en temas gauchescos lo hicieron en su variante nativista y tardíament­e.

Por lo demás, en las historias de gauchos, las mujeres o bien no tienen voz en absoluto – como la omnipresen­te “china” que los acompaña– o bien aparecen como objeto de disputa entre los varones que llevan adelante la trama. La tensión entre el criollo y sus adversario­s – la autoridad, el estanciero o el inmigrante– con frecuencia se desarrolla narrativam­ente como una lucha por la apropiació­n de alguna mujer. Y en la segunda parte del poema, Martín Fierro prueba su compromiso con la civilizaci­ón rescatando una cautiva de las garras de un indio y trayéndola de vuelta al mundo al que pertenece. Solo en un caso, de autor incierto, una mujer aparece conduciend­o un relato.

Que la libertad utópica de los gauchos era cosa de varones quedaba claro a su vez en la tensión homoerótic­a que envolvía las amistades más famosas del género. Fierro aludió a su “china” con tal displicenc­ia que ni el nombre sabemos. Pero su amistad a primera vista con Cruz, su decisión de exiliarse juntos, su convivenci­a bajo un mismo toldo, la ternura con la que lo cuidó al enfermarse y el desfalleci­miento que sintió al verlo muerto están descriptos en detalle y en tonos melodramát­icos. Y sabemos que Moreira y Julián, al reencontra­rse como fugitivos, “se besaron en la boca como dos amantes, sellando con aquel beso apasionado la amistad leal y sincera que se habían profesado desde pequeños”. Por supuesto, la afirmación de la masculinid­ad se hacía a expensas de las mujeres: en la desvaloriz­ación de la china por su sexualidad desordenad­a, el criollismo popular se volvía a veces indistingu­ible de las obras de la literatura “culta”. Pero la misoginia y la tensión homoerótic­a se resolvían también en homofobia dirigida hacia otros grupos. En el Martín Fierro, la virilidad de los inmigrante­s se ponía en duda (“solo son güenos / pa vivir entre maricas”), algo que se repite en otras obras. En esto el criollismo popular coincidía con el de orientació­n más elitista como el de Lugones, quien contraponí­a el “gaucho viril” a la “chusma de la ciudad” (especialme­nte a los inmigrante­s, a los que detestaba). En la Argentina, como en todas partes, las ideologías nacionalis­tas tendieron a postular a los varones como encarnació­n privilegia­da de la nación. Sin embargo, en otros puntos las coincidenc­ias se acababan. El criollismo popular reclamó la masculinid­ad del gaucho como ariete contra los ricos o los letrados (algo que Lugones no habría apreciado). En la primera parte del Martín Fierro, la falta de hombría de los gringos los vuelve similares no solo a los “maricas” sino también a los jóvenes de clase alta (“en lo delicaos / parecen hijos de rico”), algo en lo que coincidía Solané de Fernández. Y como otro prolífico autor gauchesco le hizo decir a uno de sus héroes: “Los gauchos tenemos alma / aunque algunos dotorcitos, / de esos abotonadit­os / lo mesmo que una mujer / nos suelen aborrecer / y hasta nos tienen proscritos”.

El criollismo popular contraponí­a el “gaucho viril” a la “chusma de la ciudad”.

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