El vil metal:
en épocas de crisis de rating, “¿Quién quiere ser millonario?” logra establecerse en la cima apelando a historias de vida y a la emotividad. Identificación y un conductor sensible, claves del éxito.
“Todos los que viven en pugna con la sociedad, desde el ladrón hasta el desterrado de la fortuna; desde el bandido hasta el criollismo, experiencia popular y política atorrante; desde el que odia el oropel de los ricos, convencido de que jamás podrá alcanzar a gozar de él, hasta el que lucha descorazonado con la miseria y odia instintivamente a los que tienen medios de fortuna; todos los fermentos malsanos de la sociedad experimentaron verdadera fruición al leer las hazañas de esos matreros – verdaderos outlaws, enemigos del orden social– que acuchillaban policías.
CRIOLLISMO Y MASCULINIDAD. Además de su potencial para la crítica social, las historias de matreros, con su culto al coraje, al honor y a la violencia, también servían a los varones para afirmarse en un modelo tradicional de masculinidad, algo por ellos más apreciado a medida que las mujeres comenzaron a reclamar mayor independencia. Todo indica que el criollismo popular fue una empresa abrumadoramente masculina. Entre los autores de relatos de matreros, la ausencia de las mujeres es palmaria (aunque sí hubo unas pocas payadoras). Las poquísimas que incursionaron en temas gauchescos lo hicieron en su variante nativista y tardíamente.
Por lo demás, en las historias de gauchos, las mujeres o bien no tienen voz en absoluto – como la omnipresente “china” que los acompaña– o bien aparecen como objeto de disputa entre los varones que llevan adelante la trama. La tensión entre el criollo y sus adversarios – la autoridad, el estanciero o el inmigrante– con frecuencia se desarrolla narrativamente como una lucha por la apropiación de alguna mujer. Y en la segunda parte del poema, Martín Fierro prueba su compromiso con la civilización rescatando una cautiva de las garras de un indio y trayéndola de vuelta al mundo al que pertenece. Solo en un caso, de autor incierto, una mujer aparece conduciendo un relato.
Que la libertad utópica de los gauchos era cosa de varones quedaba claro a su vez en la tensión homoerótica que envolvía las amistades más famosas del género. Fierro aludió a su “china” con tal displicencia que ni el nombre sabemos. Pero su amistad a primera vista con Cruz, su decisión de exiliarse juntos, su convivencia bajo un mismo toldo, la ternura con la que lo cuidó al enfermarse y el desfallecimiento que sintió al verlo muerto están descriptos en detalle y en tonos melodramáticos. Y sabemos que Moreira y Julián, al reencontrarse como fugitivos, “se besaron en la boca como dos amantes, sellando con aquel beso apasionado la amistad leal y sincera que se habían profesado desde pequeños”. Por supuesto, la afirmación de la masculinidad se hacía a expensas de las mujeres: en la desvalorización de la china por su sexualidad desordenada, el criollismo popular se volvía a veces indistinguible de las obras de la literatura “culta”. Pero la misoginia y la tensión homoerótica se resolvían también en homofobia dirigida hacia otros grupos. En el Martín Fierro, la virilidad de los inmigrantes se ponía en duda (“solo son güenos / pa vivir entre maricas”), algo que se repite en otras obras. En esto el criollismo popular coincidía con el de orientación más elitista como el de Lugones, quien contraponía el “gaucho viril” a la “chusma de la ciudad” (especialmente a los inmigrantes, a los que detestaba). En la Argentina, como en todas partes, las ideologías nacionalistas tendieron a postular a los varones como encarnación privilegiada de la nación. Sin embargo, en otros puntos las coincidencias se acababan. El criollismo popular reclamó la masculinidad del gaucho como ariete contra los ricos o los letrados (algo que Lugones no habría apreciado). En la primera parte del Martín Fierro, la falta de hombría de los gringos los vuelve similares no solo a los “maricas” sino también a los jóvenes de clase alta (“en lo delicaos / parecen hijos de rico”), algo en lo que coincidía Solané de Fernández. Y como otro prolífico autor gauchesco le hizo decir a uno de sus héroes: “Los gauchos tenemos alma / aunque algunos dotorcitos, / de esos abotonaditos / lo mesmo que una mujer / nos suelen aborrecer / y hasta nos tienen proscritos”.
El criollismo popular contraponía el “gaucho viril” a la “chusma de la ciudad”.