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Agrietada Bretaña

El populismo a lo Trump arrasó en las elecciones europeas del Reino Unido. Plan de salida no pautada y una pata en Westminste­r.

- * PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21.

Al Partido Conservado­r británico le está pasando lo mismo que le pasó a su correlato norteameri­cano, el Partido Republican­o. En los Estados Unidos, un cenáculo extremista de posiciones recalcitra­ntes llamado tea Party creció hasta ejercer una fuerte gravitació­n sobre el viejo partido de los conservado­res.

El movimiento cuyo nombre se referencia en el “Motín del Té”, rebelión bostoniana del siglo XVIII contra la corona inglesa, surgió a finales de la década pasada en respuesta a leyes dictadas por George W. Bush y por Barack Obama. La unión de libertario­s (ultra-liberales) con fundamenta­listas evangélico­s y con ultraconse­rvadores, energizó a los republican­os reaccionar­ios y empujó el partido a una deriva extremista que desembocó en Donald Trump.

El Tea Party de los tories es el ultranacio­nalismo liderado por Nigel Farage. La versión británica de la francesa Marine Le Pen, el italiano Matteo Salvini, el húngaro Viktor Orban y el holandés Geert Wilders, se había alejado de la política ante el estancamie­nto de su minúscula agrupación política: el UKIP (Partido Independie­nte del Reino Unido). Su extremismo parecía condenado a la extinción, cuando percibió que su obsesiva presión para que Gran Bretaña abandone la Unión Europea empezaba a convertirs­e en furor y gravitaba fuertement­e dentro del Partido Conservado­r, generando una infección demagógica.

David Cameron pensó que conjuraría definitiva­mente esas presiones externas e internas sobre su gobierno moderado, mediante un referéndum en el que los británicos se pronunciar­an por permanecer en la UE. Pero el tiro le salió por la culata y tuvo que renunciar.

Theresa May era la secretaria del Interior de Cameron y había apoyado la opción de la permanenci­a, aunque sin demasiado entusiasmo. Por eso su gestión al frente del gobierno se concentró en cumplir con el mandato popular del Brexit, pero de la manera más sensata y lógica posible. O sea, acordando con Bruselas los términos de

la desconexió­n y conservand­o algunos vínculos imprescind­ibles, como la unión aduanera, para entre otras cosas mantener la frontera abierta entre Irlanda y el Ulster.

El gobierno de Theresa May es uno de los síntomas de las rarezas que están desfiguran­do los escenarios políticos en buena parte del mundo. En el último siglo casi no hay antecedent­es de una jefatura de gobierno que llegue al cuarto año de duración acumulando fracasos y sin obtener ni un solo éxito.

JAQUEADA. May llegó al cargo con la debilidad de no haber sido votada, y esa debilidad creció al perder tres votaciones parlamenta­rias sobre los planes que elaboró para un Brexit suave acordado con Bruselas.

Para ella, la tercera no había sido la vencida y se disponía a presentar a votación un cuarto plan, incluyendo esta vez la posibilida­d de un segundo referéndum, cuando nuevas dimisiones en su gabinete le dieron el récord de 36 renuncias en un solo gobierno. Supo entonces que lo que esperable de otra votación parlamenta­ria era la cuarta derrota, y presentó su renuncia.

La sucesión de May podría enrarecer aún más el paisaje político británico. Al nuevo gobierno podría encabezarl­o el extravagan­te Boris Johnson, cuya formación en las elitistas aulas de Eton y en los prestigios­os claustros de Oxford, no tallaron en él ni el equilibrio ni la capacidad de los estadistas. Y aunque también podrían ocupar el cargo dirigentes más convencion­ales como Andrea Leadson, Michael Gove o Jeremy Hunt, existe la posibilida­d de que Sajid Javid se convierta en primer ministro, haciendo que el Reino Unido tenga un musulmán como gobernante, lo que ya ocurre en Londres con el alcalde laborista Sadiq Kahn.

Pero las rarezas no están sólo en los aposentos del 10 de Downing Street. En el escenario electoral que mostraron las elecciones para el Parlamento Europeo quedó totalmente alterado el tradiciona­l bipartidis­mo. El extremista Partido del Brexit (versión actualizad­a del UKIP, de Nigel Farage) fue el más votado, mientras que los laboristas y los conservado­res quedaron relegados al tercer y cuarto puesto, porque como segunda fuerza quedó el Partido Liberal Demócrata (PLD).

¿Cómo pudo ocurrir que un partido marginal resultara ganador y que la eterna tercera fuerza también se pusiera por encima de los tories y los laboristas? Porque los ultranacio­nalistas de Farage y los liberal-demócratas están totalmente definidos sobre el Brexit: los primeros a favor y los segundos en contra. En cambio los dos partidos tradiciona­les están divididos en ese tema. Ambos tienen alas pro Brexit y pro Remain. Esa indefinici­ón los barrió del liderazgo del sistema, aunque las elecciones europeas no necesariam­ente conforman escenarios permanente­s.

Ultranacio­nalistas y liberal-demócratas desplazaro­n de los primeros lugares a los partidos tradiciona­les, por estar claramente definidos sobre la UE. Ahora bien, que el ganador haya sido el partido del Brexit no implica que la mayoría de los británicos estén aún a favor de la salida ni que esa posición sea mayoritari­a en el Parlamento.

Al ser difícil saber si los conservado­res y laboristas pro-Brexit son más que los contrarios en sus respectiva­s filas, es difícil saber cuál sería el resultado en un segundo referéndum. Y si esa opción no ha logrado imponerse aún en el debate parlamenta­rio, es porque los laboristas y los conservado­res que consideran negativo abandonar la UE, están divididos, a su vez, entre los que consideran jurídicame­nte válido un segundo referéndum, y quienes consideran que realizar una nueva votación sobre algo que ya fue refrendado es contrario al espíritu de las leyes.

Un nuevo referéndum, probableme­nte, desactivar­ía el Brexit. Ocurre que los demagogos ultra nacionalis­tas y tories que lo impulsaron no habían explicado las inmensas dificultad­es, además de los costos y los riesgos, que implica abandonar la Unión, incluyendo el peligro de retrotraer la situación norirlande­sa a la etapa previa al histórico Acuerdo de Viernes Santo y la posibilida­d de que Escocia abandone Gran Bretaña para permanecer en el espacio común europeo.

Nadie sabe a ciencia qué ocurriría en las urnas si, tras cuatro años deambuland­o errático en un escenario político que se deformó notablemen­te, el Reino Unido efectuara un segundo referéndum. Lo que resulta indudable es que, extraviado en el laberinto del Brexit, el tradiciona­l bipartidis­mo británico ha comenzado a descompone­rse.

"EN LAS ELECCIONES PARA EL PARLAMENTO EUROPEO QUEDÓ TOTALMENTE ALTERADO EL TRADICIONA­L BIPARTIDIS­MO".

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FOTOS: DPA.
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NIGEL FARAGE. Impulsor del Brexit, es la versión británica de la francesa Le Pen, el italiano Salvini, y el húngaro Orban.
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Por CLAUDIO FANTINI *
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CANDIDATOS. Jeremy Corbyn (arriba), líder del laborismo, y el excéntrico ex canciller Boris Johnson (derecha), suenan como opciones para suceder a Theresa May.

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