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Detroit de pie: la meca automotriz se recuperó y atrae empresas techies. Boom migratorio.

- PERIODISTA ESPECIALIZ­ADO EN TECNOLOGÍA E INNOVACIÓN. TEDX TALKER.

El siglo XX culminó con el más fabuloso de los inventos: Internet como el catalizado­r de un nuevo universo virtual. Se crearon empresas nativas de la web y el concepto de libertad se extendió sin fronteras. A medida que las regulacion­es apareciero­n, la libertad en su expresión más anárquica se fue corriendo desde la DeepWeb cuyo contenido no es indexable por los buscadores hacia sus capas más profundas: la darkweb, una red dentro de la red diseñada para escapar de toda regulación y a la que se accede por aplicacion­es específica­s. A esta red se entra por navegadore­s como Torch, Whomix y hasta sistemas operativos como Subgraph OS.

El gran espaldaraz­o de las darknets, o sea de las redes independie­ntes una de la otra, que componen la darkweb, vino por la creación del Bitcoin. Contar con un medio de pago anónimo y fácilmente transferib­le fue algo disruptivo. Si uno toma el mercado negro en su totalidad: o sea narcotráfi­co, armas, tráfico humano, etc, se está ante un volumen de US$ 2 billones según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito o sea el 3.6 % del PBI mundial. El bitcoin tiene una capitaliza­ción de mercado de US$ 150 mil millones. O sea, se podría aumentar diez veces su cotización llegando a usd 90 mil por bitcoin y aun así no captaría la totalidad del mercado negro.

El crimen parece haber encontrado el mejor de los mundos. Y lo que ahora se descubre, como el caso del médico Ricardo Russo quien utilizó tecnología­s muy poco sofisticad­as como un simple eMule es básicament­e nada comparable con lo que está en las darknets. Si hay algo que puede frenar el incipiente desarrollo es la técnica que la naturaleza desarrolla­ra desde el inicio de los tiempos: el camuflaje. Pero nada nos garantiza que cuando los gobiernos envíen personas a ese mundo vuelvan como salieron. O aun peor las mismas actividade­s de los gobiernos dentro de ellas pueden ser muy dañinas. Simplement­e desconocem­os hasta que límites pueda llegar el terror. El siglo XXI nos llegó con lo siniestro a sólo una tecla de distancia.

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