La crisis de la Argentina: desde 1875, el país ha atravesado diez severas crisis económicas por repetir errores y no alterar los factores: una clase dirigente que no para de gastar, un sector empresario prebendario, sindicalistas monárquicos enquistados e
Desde 1875 el país ha atravesado diez severas crisis económicas por repetir errores y no alterar los factores: una clase dirigente que no para de gastar, un sector empresario prebendario, sindicalistas monárquicos enquistados en el poder, y una sociedad inerte e inerme que avala con pasividad alarmante.
Cuándo dejaremos los argentinos de suicidarnos? En una de sus composiciones más famosas, Charly García cantaba: Desconfío de tu cara de informado / Y de tu instinto de supervivencia… Tenía razón. Años de irracionalidad y de manipulación por parte de nuestros gobernantes generaron un sentido común pervertido, gracias al cual defendemos posiciones que, lejos de beneficiarnos, nos empobrecen.
UNA MULETILLA ARGENTINA. Nuestra querida Argentina posee, en lo extenso de su vasto territorio, hermosos paisajes, desde cadenas montañosas en el norte hasta glaciares imponentes en el sur; también tiene variedades de vinos y carnes de alta calidad, escritores mundialmente célebres, actores de reconocimiento internacional y extraordinarios futbolistas que triunfan en todo el globo.
Tiene también otra gran singularidad, quizá la más notable de todas: la Argentina, de tanto en tanto, cae en profundas crisis económicas que dejan a la mayoría de su población patas para arriba. La crisis, para nosotros, es como la muletilla para el orador: una palabra o frase que se repite por hábito. Parecería que hablar de
la Argentina es sinónimo de hablar de crisis. Desde 1875 a la actualidad hemos atravesado diez severas crisis económicas (una cada catorce años), con todos los efectos destructivos que esto conlleva en una sociedad.
¿Y por qué caemos en una crisis tras otra? Simple: porque repetimos, una y otra vez, los mismos errores. ¿Por qué se cometen errores una y otra vez? Uno trata, en general, de no equivocarse. Pero a veces alguien se beneficia de esos errores: en este caso, una clase dirigente que no para de gastar más de lo que puede, un sector empresario prebendario que no deja de hacer negocios a costillas del consumidor, cobrándole precios exorbitantes, sindicalistas monárquicos enquistados en el poder desde los tiempos bíblicos y una sociedad inerte e inerme que permite y avala dicho pacto a través del silencio y la pasividad alarmantes.
Pero este silencio no sale gratis. Esta permisividad ante la acción de esas tres corporaciones costó un deterioro importante en el crecimiento de largo plazo de la Argentina. Los momentos clave de nuestra decadencia son las grandes crisis macroeconómicas, desde finales del siglo XIX, pero por sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX. Un brillante científico dijo una vez:
“Estar loco es hacer siempre lo mismo esperando resultados diferentes”. Esto parece obvio en cada rincón del planeta Tierra, excepto en uno. Adivinó, respetable lector: en nuestro país. Como consecuencia de repetir siempre las mismas recetas, experimentamos grandes crisis, que sumergen a la gente de a pie en la pobreza y la ignorancia, y crean círculos viciosos de los cuales es cada vez más difícil salir.
“No hay que ajustar, porque la crisis golpea a los más humildes.” ¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase de nuestra iluminada dirigencia política? ¿Y cuántas veces la repetimos sin pensarlo dos veces? Frente a este tipo de slogans de libro de autoayuda debemos decir la verdad basándonos en los hechos: la Argentina sí ajusta, y mucho, y de golpe. Lo que nuestros dirigentes nos repiten en los medios de comunicación es mentira.
La realidad es al revés: justamente por no realizar ajustes o correcciones cuando hacen falta (básicamente por razones electorales mezquinas e individuales), el país sufre mega ajustes de forma abrupta, perjudicando a todas las personas que trabajan o trabajaron para llevar un plato de comida a su casa. La economía es una ciencia (social): tiene sus leyes propias, que se cumplen sin importar la voluntad de las personas. Violar las leyes de la economía no es muy diferente de violar la ley de gravedad. En ambos casos el desenlace, para decirlo con suavidad, no es nada positivo.
Imaginemos que en un edificio se han encontrado fugas de gas en algunos departamentos. Tras una asamblea de propietarios, se debate acerca de avisar a la empresa proveedora de gas de las pérdidas, para que se proceda al corte del suministro de forma temporal y se realicen los arreglos pertinentes. Los propietarios (o inquilinos) que no tienen pérdidas en su departamento seguramente dirán: “Yo no quiero que me corten el gas… ¡No voy a estar meses sin gas!”. Hasta podrían oponerse a darle aviso a la empresa. En ese caso no se harían los arreglos ni se volvería a la normalidad. Sabemos cómo termina eso: en una tragedia. Algunos dirán que es un ejemplo muy exagerado. ¿De verdad? Bueno, veamos un caso real. Negarse a establecer tarifas acordes al valor del transporte (algo que se consideraba como un “ajuste”) y postergar, así, el mantenimiento de los trenes, desembocó, en febrero de 2012, en la tragedia de Once. “No ajustar” terminó con la vida de muchas personas que sólo querían llegar sanos y salvos a su trabajo.
ATRAPADOS EN LA MATRIX. Para colmo de la ironía, las tres corporaciones aparecen como las salvadoras de la situación, cuando son ellas mismas las que originaron la crisis. Aducen (en el caso de la corporación política) que es la consecuencia de no haber profundizado aún más la participación del Estado en la economía, de no haber cerrado más la economía al resto del mundo (esto dice el empresario prebendario que caza en el zoológico) y de no haber promulgado más leyes laborales inflexibles de la época paleolítica (esto dicen los sindicalistas ricos y eternos). Y como frutilla del postre, tenemos una sociedad que avala estas ideas fracasadas en todo el mundo. Que compra la ilusión de que alguna (o todas) de estas tres corporaciones tienen la receta mágica para sacarnos de la decadencia que hunde al país desde hace más de setenta años. Parece de locos, pero es así. En la Argentina las cosas se repiten una y otra vez.
Tenemos un modelo económico viejo, obsoleto, pero que a estas tres corporaciones les sirve y las alimenta. Nada se parece a nuestro país tanto como la película Matrix, donde los humanos son utilizados como fuentes de energía por las máquinas, que los mantienen mansos mostrándoles una realidad artificial. En nuestra película, los humanos somos la gente de a pie; yacemos viviendo el relato creado por las máquinas, que son las tres corporaciones que se alimentan de nosotros.
Cada tanto, claro, este modelo necesita un service. Se reajusta y sigue despreocupado hasta la próxima crisis. Así pasan los años y la Argentina sigue perdiendo lugares en el ranking mundial de ingreso y producción, con una pobreza y una indigencia que ya son estructurales. Y reformar esta estructura perversa es especialmente difícil por la extrema disparidad de fuerzas entre los actores. Me explico: a veces, cuando se producen interacciones entre las personas, la cantidad de participantes es tan grande que las decisiones de uno en particular no tienen ninguna influencia en la decisión que pueda tomar cualquier otro; un ejemplo sería el mercado de las personas que deciden viajar en servicios como Uber o Cabify.
En este caso, hablaríamos de competencia perfecta. En otras, algunos actores tienen más poder que otros; entonces se dan juegos donde cada uno hace lo que más le conviene, teniendo en cuenta lo que hacen los demás (esto se conoce como equilibrio de Nash). Pero hay otras circunstancias en las que la interacción entre las personas se da dentro de un sistema de explotación del hombre por el hombre, al mejor estilo marxista, con la peculiaridad de que unos pocos explotadores se han aunado de manera corporativa para devorar, a través de la imposición de mitos, a millones de sus conciudadanos. Este último es el caso de la Argentina. Otra metáfora puede explicarlo mejor. Cuando una persona abre archivos en una PC, cada archivo abierto consume recursos, es decir memoria RAM y tiempo.
Acá los archivos son el empleo público, las trabas al libre comercio y las leyes laborales prehistóricas que tenemos. Cuando la computadora tiene demasiados archivos abiertos a la vez, llenos de tareas ineficientes e innecesarias, se paraliza; la única solución es reiniciar el aparato. La Argentina es similar. Saturada de cargos públicos, de trabas al comercio y de impuestos al trabajo, se detiene y hay que apretar “reset”. Este reseteo es la crisis, ajuste, devaluación y volver a empezar hasta el próximo temblor. Es un triángulo vicioso: crisis, rebote, deterioro y crisis otra vez..
¿Cómo entramos a la Matrix? Durante la primera mitad del siglo XX la Argentina tomó parte en un debate ideológico (como también ocurrió en todo el mundo debido a las Guerras Mundiales y la Gran Depresión) y decidió abandonar las ideas que nos habían convertido
Los momentos clave de nuestra decadencia son las grandes crisis macroeconómicas.
El país sufre mega ajustes de forma abrupta, perjudicando a todas las personas que trabajan.
en el granero del mundo.
En su lugar abrazamos el concepto de la sustitución de importaciones y de la promoción de un sector industrial nacional que no tuviera que competir con el mundo: el modelo de la industria naciente. Se creía que por este camino se evitarían los problemas derivados de los ciclos económicos mundiales. Este sendero puede resultar atractivo hasta cierto punto. Pero acá se impone otra metáfora, ésta más local. Imagine que usted es el técnico de la Selección y que cuenta con Lionel Messi.
¿Pondría a Messi a jugar de defensor central? Salvo que esté loco (aunque técnicos locos, es verdad, no nos han faltado), lo pondrá como delantero. ¿Por qué Messi debe jugar adelante, atacando, y no atrás, defendiendo? Porque tiene habilidades naturales para ser delantero: es rápido, tiene una destreza brillante para desmarcarse y facilidad para hacer goles; el puesto donde puede dar lo mejor de sí es arriba, cerca del arco rival.
¿Por qué, si la Argentina tiene tierras fértiles y productivas, energía, petróleo, litio, plata, bellezas naturales
ideales para el turismo (desde la majestuosa Tierra del Fuego hasta Salta “la linda”), se ha empecinado en crear un sector industrial ine ficiente que nunca termina de desarrollarse y que le cobra fortunas a los consumidores? Sé de muchos empresarios prebendarios ricos; pero nunca conocí a un obrero con esa suerte. Al contrario, a los trabajadores en la Argentina cada vez les cuesta más llegar a fin de mes. Entonces, ¿por qué insistimos con este modelo decadente? EL CUENTO DE LA INDUSTRIA NA
CIENTE. El cuento de la industria naciente y pujante parece haberse metido de lleno en el corazón del argentino medio. Es una especie de relato mágico: en él, las personas no pueden vivir sin un empleo ficticio, propio de métodos de producción del siglo pasado.
No logramos ver que gracias a eso pagamos precios exorbitantes por productos de pésima calidad y engordamos los bolsillos de un empresario que arriesga poco capital, pide prebendas a más no poder al gobernante de turno para no competir con nadie y ama cazar en el zoológico. En finanzas suele decirse que la rentabilidad de
Tenemos un modelo económico viejo, obsoleto, pero que a estas tres corporaciones les sirve.
un negocio está estrechamente relacionada con el riesgo que implica: si querés ganar más, tenés que estar dispuesto a arriesgar más. Bueno, esta máxima se observa en todo el mundo excepto en la Argentina. Lo que hace aumentar los beneficios del empresario prebendario es ganarse los favores del político de turno. Como complemento de los empresarios prebendarios surge nuestra clase política.
Todavía se habla de la “oligarquía ganadera”, pero la verdadera oligarquía son ellos: propietarios de los lugares más exclusivos de Buenos Aires, devenidos en celebrities de revistas de moda. Y todo gracias nuestros impuestos. El crecimiento de la participación del Estado en la economía ha sido sistemático y progresivo en la Argentina. El gasto público hoy representa más del 40% del valor agregado que se genera. Esta cifra se encuentra cerca del promedio de los países más desarrollados del mundo.
Pero recordemos que la única manera de gastar por encima de nuestras posibilidades (de ingreso) es endeudándonos. Ahora bien, de ser así habrá que tener claro que el día de mañana deberemos devolver el dinero que nos prestaron, más los intereses sobre ese momento. Esto, que parece una obviedad para cualquier persona sensata que administra su propio presupuesto a diario, parece ser una ciencia desconocida para nuestra clase política.
En setenta de los últimos setenta y tres años nuestros políticos han gastado más de lo que han recaudado vía impuestos.
Por supuesto que este tipo de conductas irresponsables trae consecuencias graves, dado que una vez que la deuda ha crecido de forma insostenible y ya es impagable, la que sufre es la gente y el pequeño ahorrista. Los robos de depósitos han sido una constante en nuestro país: recordamos el Plan Bonex de 1989, el Corralito de 2001 y el Corralón de 2002.
A pesar de todo esto, el apetito recaudatorio de los gobiernos de turno es voraz e insaciable, ya que cada vez el Estado es más grande y deficitario, mientras que al sector privado lo castigan con impuestos por servicios públicos pésimos y en algunos casos inexistentes.
Imaginemos una familia compuesta por padre, madre y dos hijos. El hijo A, si bien trabaja, es un gastador compulsivo, por lo cual sus ingresos nunca le alcanzan para cubrir sus gastos (¿quién no ha tenido alguna vez un familiar así?). Para cubrir ese déficit, decide pedir dinero prestado al resto de sus familiares. Para que éstos le presten, tienen que privarse de cosas que les gustaría comprar, motivo por el cual en algún momento del futuro querrán ser compensados por el esfuerzo de abstinencia que están haciendo en el presente. El precio de esa compensación es la tasa de interés. El problema es que el déficit del hijo A, lejos de cerrarse, es cada vez mayor, pues además de seguir consumiendo y gastando en exceso debe pagar los servicios de capital e intereses por la deuda contraída con sus familiares. De seguir en un camino de déficit permanente, existe la probabilidad de que el hijo A caiga en default, y sus parientes corren el riesgo de no cobrar la deuda.
En estos casos es muy posible que, antes de que esta situación se vuelva irremontable, se organice una reunión familiar para hacerle entender al hijo A que debe, necesariamente, bajar su nivel de gasto a fin de equilibrar su déficit y hasta tener excedentes para poder repagar la totalidad de las deudas contraídas. Este ejemplo pide a gritos la pregunta: ¿por qué la sociedad argentina no pone un límite al gasto desenfrenado de la clase política? Si este camino de déficit y endeudamiento a repetición continua nos ha llevado a experimentar crisis severas, a vivir pagando impuestos por una contraprestación muy pobre y sin servicios públicos de calidad, ¿por qué no cambiamos de verdad?
Sucede que, además de los empresarios prebendarios y de la clase política, está nuestro sector sindical. Son verdaderos señores feudales, que dicen defender a los trabajadores cuidando sus salarios y brindándoles estabilidad laboral. La realidad es muy diferente.
Las leyes laborales inflexibles y prehistóricas han dejado a un tercio de los trabajadores en la precariedad absoluta, desprotegidos y sin derechos. Las presiones que ejercen sobre los empresarios hacen que tener una
Durante la primera mitad del siglo XX la Argentina tomó parte en un debate ideológico.
Pyme en la Argentina sea una odisea, porque en la mayoría de los casos los conflictos entre empleado y empleador terminan favoreciendo al primero. Así, las pequeñas y medianas empresas son avasalladas por los costos salariales y los juicios perdidos, hasta que se ven obligadas a bajar la persiana. Basta recordar los innumerables episodios de paros sorpresivos de transporte, sin justificación razonable, que dejan a la sociedad sin protección frente a un puñado de sindicalistas que mantienen a los trabajadores como rehenes de decisiones unilaterales y arbitrarias.
UN PAÍS ERRADO. La Argentina ha errado su objeto societario. En lugar de producir cosas que le salen bien naturalmente se dedica a sustituir importaciones (poniendo a Messi a jugar de defensor), a tener un Estado gigante y una clase política que gasta más de lo que recauda (el caso del hijo gastador compulsivo) y leyes laborales prehistóricas que hacen que producir en nuestro país sea un castigo, alimentando los bolsillos de los sindicalistas (en muchos casos extorsionadores y mafiosos). Todos estos factores, combinados, han ocasionado las perturbaciones cíclicas que llamamos crisis. Tampoco es nada nuevo.
La Argentina viene conviviendo con severas crisis económicas, desde el default de la deuda en 1890, cuando casi hace quebrar el sistema financiero londinense, hasta la última y más grande de que se tenga registro, en 2001-2002, cuando cerca del 60% de la población pasó a ser considerada pobre según registros oficiales. Dentro de ese período que abarca tan sólo ciento doce años, la Argentina experimentó diez crisis profundas. ¿Recuerdan el dicho popular que dice que la Argentina “tiene una crisis económica cada diez años?”Bueno, es bastante acertado. Pero el ritmo se está acelerando: de 1973 a 2002, en tan sólo 30 años, hemos tenido cinco de gran magnitud, es decir una cada seis años. Las causas son variadas y extensas, particulares y propias de cada momento histórico; analizarlas en detalle excede el propósito de este capítulo. Pero pueden relacionarse con el accionar de estas tres corporaciones junto con su cuarta pata: la clase política, los empresarios prebendarios, los sindicalistas mafiosos y la sociedad cómplice. En este repaso histórico de nuestras diez crisis severas, pueden cotejarse dos Argentinas diferentes: la que hubo desde 1875 a 1947, destacada por una apertura al comercio mundial como proveedora de alimentos y una marcada participación en los mercados internacionales de crédito, y por otro lado la Argentina que se inicia en 1947, caracterizada por un fuerte rechazo al comercio con el mundo, sumada a una activa participación del Estado y de los sindicatos en la economía.
La diferencia entre una y otra etapa es crucial. Cierto, la Argentina siempre conoció períodos de crisis; pero después de 1947 su profundidad y sus efectos nocivos se tornan abismales. ¿Por qué? ¿Qué hace que ante cada nueva crisis la pobreza alcance picos cada vez más elevados, y que una vez llegada la recuperación ésta no pueda compensar la explosión inicial en el número de pobres? Porque ya no se trata de crisis, sino de un proceso de decadencia.
Y la decadencia empieza cuando la Argentina abandona las ideas de integración al mundo, vendiendo bienes y servicios en los cuales es eficiente, y opta por un sistema de restricciones al comercio, fomento de sectores ineficientes, clientelismo político y un profundo rechazo a la competencia internacional. Esta decadencia, que fue desarrollándose de forma gradual, no sólo afectó a variables netamente económicas como el nivel de producto, la tasa de inflación o el tipo de cambio. Sus efectos arrastran a variables más sensibles socialmente, como los niveles estratosféricos de inseguridad y el crecimiento acelerado del narcotráfico. Este último se ha apoderado de muchos sectores de la sociedad, creando nichos de delincuencia y marginalidad, y condenando a más y más personas a la muerte. Vale la pena analizar las causas de las crisis que se sucedieron entre 1875-1947 —las crisis previas a la decadencia— y las devenidas entre 1947-2017, o sea las crisis con decadencia.
ECONOMISTA, docente y político argentino. El anterior es un extracto de "La sociedad cómplice" (Sudamericana).
El crecimiento de la participación del Estado en la economía ha sido sistemático y progresivo.