Héroe nacional
Qué operaciones políticas e ideológicas transformaron al militar de la Independencia en el prócer más aceptado del panteón argentino.
Cuando llegaron los restos de San Martín en 1880, se le realizó un funeral monumental y se erigió la figura mítica.
José de San Martín murió el 17 de agosto de 1850 rodeado de sus afectos y alejado del escenario que lo había tenido como protagonista de la independencia sudamericana.
Las resonancias de su muerte en Chile y en el Perú dieron lugar a días de luto y homenajes que incluyeron, como no podía ser de otro modo, un obituario de Sarmiento que publicó La Tribuna. El presidente del Perú, Ramón Castilla, dispuso realizar exequias en la iglesia matriz, decretó luto oficial y ordenó erigir una estatua que se inauguró tiempo después. Homenajes semejantes se realizaron en Chile a instancias del ministro Rosales, quien había tenido el privilegio de conversar con el general en París. En cambio, en Buenos Aires, las réplicas de su deceso fueron discretas. El ministro de Rosas, Felipe Arana, transmitió el pésame oficial a su familia, y un mes más tarde, La Gaceta Mercantil p publicó una breve nota necrológica. ica. Por su parte, en 1851, la evocación ación ideada por quien se declaró aró rival de Rosas, Justo José sé de Urquiza, prometía ser r más relevante al decretar rendirle honores y erigir una estatua en Paraná. El recuerdo fue simultáneo al que le dedicó Bernardo de Irigoyen en el Archivo Americano donde expondría el “desinterés” sanmartiniano que vertebraría la lectura argentina en torno al legado republicano del difunto.
Treinta años más tarde sus restos arribaron al puerto de Buenos Aires como resultado de la voluntad de una nueva generación de políticos e intelectuales que aspiraban clausurar la violencia política que el pacto constitucional de 1853 no había conseguido erradicar. La repatriación de las cenizas del héroe de Chacabuco y Maipú constituía un acontecimiento propicio para saldar la deuda con el Padre de la Patria. No era la primera vez que aparecía como candidato a liderar el panteón de los padres fundadores de la nacionalidad argentina. En 1862 el presidente Bartolomé Mitre había dispuesto emplazar la primera estatua ecuestre erigida en su memoria en sintonía con el homenaje que Vicuña Mackenna había encabezado en Santiago de Chile. Un año después, el clima evocativo obtuvo carácter institucional mediante una ley del Congreso que dispuso la repatriación de sus restos por la que Juan M. Gutiérrez había instado en la biografía del general que apareció en la Galería de Celebridades argentinas. No se trataba de una iniciativa ajena a las circ circunstancias. La caída de Rosas había propiciado la edición de memorias y docume cumentos que recuperaban el pasado pa revolucionario por lo que San Martín no po podía estar ausente de ni ninguna evocación. En p particular, para quienes habían escuchado el relato de sus padres sobre el austero militar q que había terminado s sus días olvidado por s sus compatriotas, ni ta tampoco para los vetera ranos de las guerras de ind independencia que habían guardado con devo