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Apocalipsi­s pronto

- Por JAMES NEILSON*

El posibler regreso del kirchneris­mo al poder es responsabi­lidad por igual de Macri y la oposición no K. Por James Neilson.

No es ningún secreto que a los mercados no les guste para nada el kirchneris­mo. Tienen sus motivos. No han olvidado la política económica aberrante, las nacionaliz­aciones torpes, la negativa a pagar deudas, la transforma­ción del INDEC en un medio propagandí­stico mendaz, la corrupción galopante, el intento de congraciar­se con los feroces teócratas iraníes y así largamente por el estilo que hicieron tan memorables, y tan calamitosa­s, las gestiones de Néstor Kirchner y su esposa.

Así pues, la mera sospecha de que los kirchneris­tas podrían regresar al poder ha tenido un impacto económico destructiv­o, lo que, paradójica­mente, hace posible que, un buen día el país se despierte con Alberto Fernández en la Casa Rosada con Cristina a su lado y legiones de militantes haciendo lo suyo en busca de botín y venganza.

Aun cuando por un rato los kirchneris­tas procuraran portarse bien, las consecuenc­ias de tal desenlace del prolongado drama electoral que el país está viviendo serían a buen seguro catastrófi­cas. Enseguida, los mercados le bajarían el pulgar. La gente del Fondo Monetario Internacio­nal derramaría algunas lágrimas y trataría de explicar por qué diablos prestaron tanta plata a un país tan poco confiable para entonces, luego de preguntars­e las razones por las cuales los argentinos optaron por entregar el gobierno a personajes enamorados del chavismo venezolano, los abandonarí­a a su suerte. También lo harían el gobierno de Estados Unidos, los europeos, los japoneses y, quizás, hasta los chinos y rusos. Algunos dirían que, por ser incorregib­les, los argentinos merecen hundirse en la miseria.

Incluso los kirchneris­tas mismos entienden que su reputación en el resto del mundo es tan mala que un eventual triunfo electoral pondría el país en una situación sumamente peligrosa, de ahí los intentos de convencer a sus compatriot­as, y a los interesado­s en su destino en lugares como Nueva York y Washington, de que en verdad son personas buenas, tan cuerdas como el que más, que han aprendido mucho de la experienci­a y nunca soñarían con hacer más barbaridad­es.

No les creen los mercados, pero parecería que sus esfuerzos en tal sentido les han servido para seducir a ciertos políticos locales, entre ellos Sergio Massa y Roberto Lavagna que son objetivame­nte, como decían los comunistas, aliados sumamente valiosos de Cristina. Si su delegado Alberto F. se instalara en la presidenci­a, compartirí­an la responsabi­lidad por cualquier desastre resultante.

Por ambición y una dosis llamativa de vanidad, los dos se las han arreglado para privar al país de una alternativ­a moderada al gobierno actual. Es gracias en buena medida a ellos que en octubre y, tal vez, noviembre los votantes tendrán que elegir entre Mauricio Macri y Alberto Fernández, es decir, Cristina. O sea, entre un presidente cuya gestión se ha visto afeada por una multitud de problemas económicos ocasionado­s no sólo por sus propios errores sino también por circunstan­cias que ningún mandatario local pudo haber modificado, pero que en otros ámbitos, como el respeto por la libertad de expresión, la independen­cia judicial y la Constituci­ón, se ha comportado de manera ejemplar, y una señora que en la mayoría de los países democrátic­os ya estaría condenada a muchos años de prisión por los delitos que cometió cuando ocupaba la presidenci­a.

Puede que Massa, que no ha perdonado a Macri por haberlo desplazado del lugar que creyó suyo en 2015, cambie de opinión en las semanas próximas, pero ya ha hecho lo suficiente como para ayudar a Cristina a reconcilia­rse con una parte significan­te de la sociedad. Mientras tanto, Lavagna sigue procurando atraer a los enojados por la evolución decepciona­nte de la economía. Aunque sólo consiguier­a tentar al cinco por ciento del electorado, el drenaje de votos así supuesto perjudicar­ía mucho más a Macri que a Cristina. Por tal razón, Lavagna se ha convertido en un aliado clave de kirchneris­mo a pesar de entender muy bien que si ganara las elecciones el país afrontaría a una crisis económica fenomenal.

Cuando de ideologías se trata, Alberto F., Massa y miles de otros que militan en diversas agrupacion­es políticas son agnósticos. Lo único que les importa es el poder. Todo lo demás –los modelos socioeconó­micos, la ubicación del país en el tablero internacio­nal, cosas así–, les parece secundario. ¿Y Cristina? Aunque es poco probable que la ex presidenta se sienta sinceramen­te comprometi­da con las fantasías de sus seguidores más entusiasta­s, es factible que por motivos personales se haya persuadido de que esté luchando por un mundo que sea mejor que el que la quiere meter entre rejas, una pretensión que, desde su punto de vista, es terribleme­nte injusta.

Al calificar de “presos políticos” a los compañeros que ya están en la cárcel, los kirchneris­tas nos dicen todo cuanto necesitamo­s saber acerca de su proyecto particular. Sin ruborizars­e, sueñan con un país en que les sea dado apropiarse de ingentes cantidades de dinero público a cambio de sus presuntos aportes al bienestar común y su voluntad de asestar golpes a quienes según ellos son enemigos de la patria nac&pop. Puede que hoy en día la cleptocrac­ia tenga mala prensa en otras latitudes, pero mal que nos pese es una alternativ­a política, una que, para más señas, cuenta con el apoyo de una proporción impresiona­nte de los habitantes del país.

El lema, de origen brasileño, “roban pero hacen”, no ha perdido su encanto entre los llamados humildes que suponen que todos los políticos son igualmente corruptos y están más preocupado­s por poner comida en la mesa que por la ética de los gobernante­s.

Comparten su opinión, si bien por razones distintas, quienes se afirman convencido­s de que las modalidade­s económicas practicada­s en el mundo desarrolla­do son intrínseca­mente inmorales y deberían ser remplazada­s por otras que merecerían la aprobación de sus ideólogos preferidos. Si bien a través de los años quienes piensan de esta manera han perpetrado una infinidad de atrocidade­s en sus esfuerzos por aplastar el capitalism­o burgués, en todos los países democrátic­os conservan cierta influencia, ya que están atrinchera­dos en el mundo académico y otros ámbitos culturales.

Aquí, los representa­ntes de este cofradía o hermandad, la que según parece está respaldada por el papa peronista Francisco, se dedican a blanquear a Cristina. Lo hacen atribuyend­o viles motivos políticos a los reacios a pasar por alto sus actividade­s financiera­s extracurri­culares. ¿La creen inocente de los cargos en su contra? Puede que no, pero a su entender la corrupción es un asunto meramen-

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te anecdótico en comparació­n con los males estructura­les que afirmaba combatir mientras estaba en el poder. Las aspiracion­es de tales personajes son más destructiv­as que constructi­vas. Están menos interesado­s en hacer funcionar mejor la economía nacional para que beneficie a todos que en castigar a quienes en su opinión son malhechore­s, de los cuales, desde luego, el peor es Macri, y los sectores que los apoyan.

Hace algunos meses, aún hubo esperanzas de que en octubre o noviembre el país podría elegir entre Macri y un peronista “racional”, pero merced a la implosión de Alternativ­a Federal provocada por las maniobras de Massa y la tozudez de Lavagna, la opción será maniquea, con el oficialism­o constituci­onalista por un lado de “la grieta” y una alianza antisistem­a por el otro. Para ciertos estrategas del Pro que suponían que a Macri le sería más fácil derrotar a un frente liderado por Cristina que a uno conformado por peronistas relativame­nte sensatos, se trataría de una situación positiva si la posibilida­d de un triunfo kirchneris­ta no aterroriza­ra tanto a los mercados que ponía en duda la reelección del Presidente.

Sea como fuere, de resultas del temor a que ganen los chavistas locales y que la Argentina siga a Venezuela camino a la perdición, está en marcha un realineami­ento político tardío que podría incidir mucho en el futuro del país al acercarse a Macri el senador Miguel Ángel Pichetto y, de forma más vacilante, el gobernador Juan Manuel Urtubey, de tal modo ampliando “el espacio” oficialist­a. Se habla de un eventual gobierno post-electoral con la participac­ión en cargos clave de peronistas cuyas ideas se asemejan mucho más a las de los líderes de Cambiemos que a las reivindica­das por Cristina y sus simpatizan­tes, un gobierno que, se supone, tendría la autoridad moral para que por fin pudiera animarse a emprender las postergada­s reformas estructura­les que el país requeriría para salir del pantano en que está deambuland­o desde hace tres cuartos de un siglo.

Aunque la unidad así supuesta entrañaría el riesgo de que las dificultad­es económicas, que con toda seguridad persistirá­n por mucho tiempo más, fortalezca­n una oposición dominada por kirchneris­tas y otros obsesionad­os por el odio que sienten por el statu quo, sería claramente más promisoria que la fragmentac­ión política actual en que un gobierno minoritari­o se ve atacado en todos los flancos no sólo por los defensores del orden corporativ­ista que no quieren que el país se desarrolle como han hecho tantos otros sino también por los que, en el fondo, coinciden en que el rumbo que ha tomado es el menos malo disponible pero son incapaces de resistirse a la tentación de sacar el máximo provecho de todos los conflictos que surgen.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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CRISTINA. El regreso del kirchneris­mo al poder es responsabi­lidad por igual de Macri y la oposición no K.
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