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El lavajato manchado: la revelación que oscurece a Sergio Moro y la “lulización” de sus casos que intentarán otros dirigentes procesados en la región. Por Claudio Fantini.

La revelación que oscurece a Sergio Moro y la “lulización” de sus casos que intentarán otros dirigentes procesados en la región.

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El golpe más duro contra el prestigio del Lava Jato no fue la revelación de los contactos entre el juez y el fiscal del proceso contra Lula, sino el salto de ese juez al poder político. Nada desprestig­ió la ofensiva anti-corrupción que la inaudita aceptación de un poderoso cargo en el gobierno de Jair Bolsonaro.Sergio Moro, el “estelar” magistrado que encarceló al líder del PT, quitándolo de la carrera electoral cuando todas las encuestas vaticinaba­n su triunfo, aceptó la porción de poder que le ofreció el hombre que acababa de ganar la elección gracias a las medidas judiciales que él había tomado.

Ocurrido esto, no puede sorprender que el proceso contra el ex presidente haya estado viciado de acciones y manipu

laciones para alcanzar un resultado predetermi­nado, en lugar de buscar el esclarecim­iento del caso.

La credibilid­ad de lo actuado por los magistrado­s ya estaba dañada por el impresenta­ble salto del juez de Curitiba a la política. La publicació­n de los chats entre el magistrado y el fiscal Deltan Dallagnol agravaron ese daño, porque parecen confirmar la sospecha de que Lula cayó en una emboscada judicial destinada e impedir su retorno a la presidenci­a.

En Brasil, el Código Penal establece que un juez no puede dar asesoramie­nto ni a la defensa ni a la acusación. A su vez, la Constituci­ón vigente desde 1988 prohíbe expresamen­te todo tipo de contacto entre el juez y el fiscal de una causa, que no se realice a través de vías oficiales. Lo que se busca impedir desde la carta magna y desde el Código Penal, es que un juez y un fiscal puedan coordinar sus acciones porque dicha coordinaci­ón altera el espíritu del proceso. Si los magistrado­s coordinan sus actuacione­s por fuera de los canales oficiales, esos procedimie­ntos quedan de inmediato bajo sospecha de colusión para llevar el proceso hacia un veredicto establecid­o con antelación. No es seguro

que la defensa de Lula da Silva logre la nulidad del proceso que lo llevó a prisión, debido a que el origen de esas pruebas puede ser ilegal, por caso si fueron obtenidas mediante hackeo. Aún así, las escuchas resultan moralmente demoledora­s para Moro.

El gobierno del ultraderec­hista Jair Bolsonaro contraatac­ó, apuntando al periodista norteameri­cano que publicó los chat entre Moro y Dallagnol. El abogado constituci­onalista y experto en derechos Civiles Gleen Greenwald ofrece un talón de Aquiles: su marcado activismo ideológico. No obstante, haber publicado la informació­n extraída por Edward Snowden probando el espionaje a gran escala que perpetró la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), entre otras cosas, lo hicieron merecedor de distincion­es periodísti­cas como el Pullitzer, el Pollack y el que otorga en Argentina la Editorial Perfil.

RESPUESTA. El clan Bolsonaro podría haber señalado posiciones más discutible­s, como la encendida defensa a Julian Assange, pero desde un obtuso y artero ultra-conservadu­rismo apuntó a su sexualidad y su presunta relación sentimenta­l con un dirigente izquierdis­ta brasileño.

Lamentable ataque del clan Bolsonaro y lamentable también que el escándalo causado por las revelacion­es, sea utilizado por otros liderazgos envueltos en casos de corrupción. A pesar de que en Latinoamér­ica son más los ex presidente­s derechista­s y centrodere­chistas que han sido procesados y encarcelad­os por delitos cometidos en el poder, los liderazgos populistas de izquierda que también tienen denuncias por corrupción intentarán “lulizarse”. O sea, equiparar sus casos con el que llevó a prisión al líder petista, barnizando esa estratagem­a de victimizac­ión con pronunciam­ientos como el que hizo el Papa ante jueces latinoamer­icanos que reunió en el Vaticano.

Es posible deducir que el discurso de Francisco hablando de “lawfare” (guerra judicial) y de “intervenci­ón exógena en los escenarios políticos” a través del uso indebido de instrument­os judiciales, buscó ser funcional a los liderazgos acusados de corrupción en el populismo de izquierda, ya que lo considera víctimas de quienes intentan “minar los procesos políticos emergentes y propender a la violación de los derechos sociales”.

Esos términos parecen dejar afuera del paraguas pontificio a los dirigentes y ex mandatario­s de derecha y centrodere­cha que han sido procesados y encarcelad­os por corrupción en Perú, Guatemala y otros países de la región. Ellos no entrarían en la categoría de “procesos emergentes” generadore­s de “derechos sociales” de los que habló Francisco.

Para prevenir las manipulaci­ones del “caso Lula”, es necesario distinguir dos facetas en el Lava Jato respecto al líder del PT: una, parece evidenciar su responsabi­lidad en, por lo menos, haber permitido la continuida­d del sistema de financiami­ento ilegal de la política que lo antecedía. La otra tiene que ver con la causa específica que le impidió mantener su candidatur­a presidenci­al y lo condenó a prisión.

Una cosa es haber preservado un engranaje de sobornos, y otra cosa muy distinta es el juicio que se le siguió por presuntos sobornos de empresas beneficiad­as por contratos con Petrobras.

En el primer caso, parece evidente que hubo una responsabi­lidad de Lula, aunque la misma lógica indica que también habrían tenido responsabi­lidad sus antecesore­s. Pero el caso que lo sacó de la carrera electoral y lo llevó a prisión siempre dejó más dudas que certezas. De todos modos, la diferencia con los procesos por corrupción que se llevan adelante contra Cristina Fernández, resulta oceánica. La corrupción que Lula habría apañado implica “financiaci­ón ilegal de la política”, mientras que lo investigad­o en Argentina es “enriquecim­iento ilícito”. También es abismal la diferencia entre las supuestas “dádivas” por las que fue condenado Lula, con la escala descomunal del presunto enriquecim­iento ilícito perpetrado en Argentina.

Ni el Papa ni la “lulización” de sus propios casos que intentarán muchos, podrán equiparar situacione­s tan distintas. Ni siquiera podrá hacerlo que el propio líder del PT se preste al relato funcional a otros liderazgos corruptos. Y la diferencia no está en los jueces, sino en las evidencias.

Nunca resultó evidente la acusación contra el sindicalis­ta que presidió Brasil. En cambio, en casos como el argentino, más allá de las opacidades de jueces y fiscales, resulta evidente que hubo crecimient­os patrimonia­les tan astronómic­os como injustific­ables. Eh ahí la contundent­e diferencia.

“EL CÓDIGO PENAL ESTABLECE QUE UN JUEZ NO PUEDE DAR ASESORAMIE­NTO NI A LA DEFENSA NI A LA ACUSACIÓN".

PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21.

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LULA. Su defensa pide la nulidad del proceso, pero las pruebas son ilegales, fruto del hackeo.
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Por CLAUDIO FANTINI *
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BOLSONARO. Contraatac­ó, apuntando al periodista norteameri­cano que publicó los chat, el experto en derechos civiles Gleen Greenwald.

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