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Tener cáncer, no culpas

El riesgo de los discursos que prometen curas a partir de una actitud mental o de ciertos hábitos, sin evidencia científica alguna.

- * EDITORA de Ciencia y Medicina

En la pantalla azul, azul cielo, azul mar, se alza la figura de Claudio María Domínguez, sonriente. “Elijo vivir, elijo actuar desde lo que soy", enfatiza. Y asevera: “Esa persona [la que elije] no tiene cáncer, no lo desarrolla, no lo genera. Y si lo desarrolla, o lo hubiese desarrolla­do, lo quita de su vida. Agarra el toro por las astas, se frena y dice tuve el cuerpo acidificad­o y lo alcalinizo en este momento”. La sorpresa afuera de la pantalla es total. ¿Depende de mí tener o no tener un cáncer? Domínguez continúa: ¿Cómo lo alcalinizo? Con mis sensacione­s, con las cosas que yo merezco (…) Esa persona alcaliniza­da, oxigenada, no desarrolla una enfermedad tumoral, porque no hay un ambiente ácido que se lo permita, el ácido de la bilis del odio, el ácido de la bilis de la envidia”. ¿Es tan sencillo tener o no tener tumores? La polarizaci­ón simplifica­dora, la de creer que la enfermedad es algo generado por la mente y que se fortalece o desaparece por la mera puesta en marcha de la voluntad. Sentirse culpable porque es el propio cuerpo el que daña al cuerpo.

Consultado por NOTICIAS al respecto, Domínguez asegura que su intención no pasa por ahí. “¿Cómo podría decirle a una persona que tiene cáncer que se enfermó por su propia culpa? Qué mal lo debo haber expresado yo si se entendió eso. Lo que digo es que cuando alguien está en la tristeza profunda, en el rencor permanente, lo que logran esas emociones es mellar el sistema inmunológi­co y eso puede abarcar desde una gripe hasta un herpes”. Y agrega: “Primero hay que ir al médico. No pienso de ninguna manera que una persona deba abandonar el tratamient­o”.

E l caso de Domínguez es apenas una mínima muestra. Abundan los discursos basados en la expiación de rencores “que se enquistan” y en la toma de aguas milagrosas, nunca verificada­s, improbadas. “Hay que tener mucho cuidado con la narrativa hiperrespo­nsable sobre el cáncer. Es esa que tiende a significar que las enfermedad­es dependen de la mente –describe el oncólogo Ernesto Gil Deza, director de investigac­ión y docencia del Instituto Henry Moore-. No es cierto que las personas alegres no se enfermen, o que las depresivas o irascibles lo hagan inexorable­mente”.

Lo que omiten los discursos de este tipo es que el cáncer ha estado siempre con los seres vivos pluricelul­ares. El cáncer no es una enfermedad contemporá­nea, ni siquiera es patrimonio exclusivo de los seres humanos: las plantas pueden tener tumores, los tiburones, las serpientes. Todos los cánceres nacen en una alteración genética que conduce a un descontrol del crecimient­o celular. Las células desoyen las órdenes de reproducci­ón del organismo, y también ignoran los mecanismos de autodestru­cción. Consecuenc­ia: adquieren una capacidad de reproducci­ón casi ilimitada. Con el tiempo, incorporan capacidade­s para invadir y destruir tejidos, alimentars­e, trasladars­e hacia otras zonas del organismo, ocultarse del sistema inmunológi­co que las combate. A esta evolución se le suman, cual gatillos, una cantidad de agentes tumorogéni­cos, como los rayos ultraviole­tas, las radiacione­s, ciertos virus, algunos componente­s químicos, el tabaco. Cualquier agente capaz de producir mutaciones es cancerígen­o, pero el cáncer ni siquiera es singular: se conocen al menos 250 enfermedad­es con esa denominaci­ón.

T ranscurren ocho años antes de que un tumor sea aparente; las células malignas pasan las dos terceras partes de su vida sin ser detectadas. Los tumores de cinco milímetros tienen 500 millones de células y los de diez milímetros pesan un gramo. A lo largo de una vida de 70 años, por ejemplo, se producen diez tumores y solo aparece alguno en una de cada tres personas. Un puñado crece y se destruye, otro vuelve a mutar a células normales. En ciertos casos, son detectados por el mismo cuerpo, y destruidos.

¿Y las emociones? “Es cierto que el apoyo psicológic­o logra que la persona se sienta más equilibrad­a y con mayor confort. Pero es un riesgo atribuir la palabra cura a una mejoría", advierte Gil Deza. Enseguida admite que el efecto placebo es “exclusivam­ente humano y muy poderoso, debemos estudiar rigurosame­nte sus beneficios”. Y concluye: “A todos mis pacientes les pregunto qué quieren saber, les doy informació­n de la situación y del contexto con honestidad pero respetando aquello que prefieran ignorar. Hay que respetar el autoengaño y la negación, si existieran. Y tener cuidado con las expectativ­as desmedidas”.

La búsqueda de terapias alternativ­as es un derecho. Pero el punto de no retorno es el de la trampa de quienes hablan solo a partir de creencias que no han sido estudiadas ni probadas, y el del abandono de tratamient­os cuyos efectos positivos sí están avalados por la evidencia. Por eso, desde el punto de vida médico no se trata tanto de desestimar creencias ni de cerrar puertas, sino de cuidar que el paciente no corra riesgos o sufra daños por promesas sin sostén. Y, por si fuera poco, cargando con una culpa inventada.

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Por ANDREA GENTIL*
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TELE. Claudio María Domínguez, en el programa que conduce los fines de semana por C5N, suele hablar de la enfermedad.

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