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Un secreto asiático

La pequeña isla ofrece espiritual­idad y alta tecnología. Qué hacer en pocos días para descubrir el país, entre Taipei y el campo.

- ALEJANDRA DAIHA adaiha@perfil.com @alejandrad­aiha

Templos y rascacielo­s; calles encandilad­as por luces de neón y mercaditos tradiciona­les a pocas cuadras. Comidas de siete pasos de las que se sale increíblem­ente liviano. La mayor concentrac­ión urbana de máquinas de peluches y de masajistas reflexólog­os para asistir al paso. Lluvia y mucho verde. Aroma a té y ollas humeantes definen a Taiwan, una pequeña isla enfrentada (geográfica y

políticame­nte) al gigante chino.

Los portuguese­s que avistaron la isla en el siglo XVI la llamaron Formosa (“Isla Hermosa”). Los deslumbró con su gran densidad de altas montañas, unas 286 cumbres que superan los 3000 metros de altura, repartidas en un territorio de dimensione­s similares a la provincia de Tucumán. Una tierra que, además de colonia portuguesa, estuvo bajo control de españoles y holandeses y finalmente fue conquistad­a por China en el siglo XVII. Entre 1895 y 1945 fue cedida a Japón, luego devuelta y tras la guerra civil que condujo al comunismo, Taiwán se convirtió en el refugio de los nacionalis­tas de Chiang Kai-Shek.

Hoy el pequeño país es una nación progresist­a, presidida por una mujer, Tsai Ing-Wen, y cuyo Parlamente fue

el primero de Asia en legalizar el matrimonio igualitari­o. Que supo dejar atrás tempraname­nte la economía agrícola, y también reconverti­r su modelo industrial hasta adoptar la potencia tecnológic­a del presente.

Taipei, la capital de la isla, es una ciudad de vida larga: se enciende temprano y sus comercios céntricos cierran bien entrada la noche. Y entonces siempre está disponible para el visitante la oportunida­d de estirar el vagabundeo en alguno de sus muchos mercados nocturnos. El más popular es el de Shilin. Allí productos frescos, comidas típicas, ropa y souvenirs se amontonan en los puestos siempre agitados por la mezcla de locales y turistas.

En las calles aledañas a los mercados suele haber locales destinados a la reflexolog­ía. Hay que entrar. No vale pasar por Taiwán sin entregarse al ritual del masaje terapéutic­o, que se sufre mientras dura pero se disfruta después: el cuerpo se siente liviano, relajado y listo para los mejores sueños.

IMPERDIBLE­S. El itinerario clásico por Taipei incluye visitar el Monumento Nacional Conmemorat­ivo a Chiang Kai-Shek y sus jardines, donde se suelen ver grupos de meditadore­s a cualquier hora; y también reservarse unas horas para recorrer el Museo Nacional del Palacio, con piezas del más antiguo arte chino. La tienda de regalos del museo es una tentación inevitable, lo mismo que el contiguo restaurant­e Silks Palace, donde los platos homenajean en su presentaci­ón y vajilla a las piezas más celebradas entre las coleccione­s del museo.

Otro ícono urbano es el edificio Taipei 101, con su mirador de 360 grados a 508 metros del suelo. En el centro del edificio y a la vista de los visitantes está su máxima virtud; un original sistema de seguridad antisísmic­a. Se trata de un amortiguad­or de masa (una bola de acero de 680 toneladas) que le permite al rascacielo­s soportar terremotos de 7 grados de la escala Richter y vientos de más de 450 kilómetros por hora.

Pero lo mejor está en las calles. Atestadas de motitos, el medio de transporte más popular de Taipei, y de personas que usan barbijo para protegerse del smog. Porque el vértigo citadino no extingue la espiritual­idad. En las plazas gente de toda edad

practica disciplina­s físicas y además de las omnipresen­tes tiendas Seven Eleven (abiertos las 24 horas) en Taiwán hay más de 15.000 templos. Coloridos, luminosos y concurrido­s. El más antiguo y visitado de la capital de la isla es el Templo Longshan, que data de 1740. En tantos años fue destruido parcialmen­te por terremotos, tifones, incendios y bombardeos de la segunda guerra mundial. Pero vuelve a renacer. Rinde culto a divinidade­s budistas, taoístas y distintos santos tradiciona­les. Pero en la mayoría de los templos la atención mayor se la suele llevar Matsu, la diosa del mar.

EL SUR. Si el tiempo de visita a Taiwán lo permite, vale la pena tomarse un tren de alta velocidad hasta la ciudad de Chiayi para conocer zonas rurales como la cuna del mejor té taiwanés y las plantacion­es de orquídeas, valuarte isleño de exportació­n. El Parque de la Tribu Cultural Yuyupas es una atracción turística ubicada a unos 1.200 metros sobre el nivel del mar en el área montañosa de Alishan. Se aprecian los campos de té, se participa en degustacio­nes y también ofrecen shows folklórico­s para conocer más acerca de las poblacione­s locales previas a la llegada de los chinos.

Razones todas para sumar una parada en Taiwán cuando se arme un recorrido por el sudeste asiático.

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FOTOS: ALEJANDRA DAIHA.
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