Noticias

Macri ya tiene su propio relato

- Por JAMES NEILSON*

Los voceros del Gobierno dicen que con el tiempo y luego de soportar sacrificio­s, la Argentina se convierte en un “país normal”.

Adiferenci­a del kirchneris­mo, el macrismo no cuenta con un relato movilizado­r. Los globitos amarillos son lindos, pero pronto se pinchan y, de todos modos, la Argentina no es un jardín de infantes. Sucede que el discurso oficialist­a es negativo: Mauricio Macri y los miembros de su equipo, entre ellos Miguel Ángel Pichetto, están en contra de la corrupción, la irracional­idad económica, la miopía populista, el autoritari­smo caprichoso, el pasado. No les gusta la retórica altisonant­e. Hablan como tecnócrata­s sobrios, no como soñadores.

¿Y lo positivo? Los voceros gubernamen­tales dicen esperar que, andando el tiempo y luego de soportar muchos sacrificio­s, la Argentina se convierta en un “país normal”, lo que es muy sensato pero que, por desgracia, no sirve para entusiasma­r a nadie.

En cambio, los kirchneris­tas dan a entender que están por reanudar una revolución nacional y popular que, además de hacer realidad de la justicia social, la inclusión de todos y todas y muchas otras cosas buenas, significar­ía la marginació­n definitiva de los sectores que en su opinión son responsabl­es de la miseria en que vive más de la tercera parte de la población y de la frustració­n que sienten los hartos de lo que toman por la ineptitud de un gobierno supuestame­nte centrista.

La deficienci­a emotiva de la oferta macrista puede considerar­se típica de los tiempos que corren, ya que, con la excepción notable del presidente norteameri­cano Donald Trump, los líderes actuales de los países democrátic­os más desarrolla­dos son reacios a hablar como los de generacion­es anteriores que vivían en épocas más turbulenta­s. Entienden

que, de todos los esquemas políticos que se han ensayado, la democracia liberal ha resultado ser, por un margen muy amplio, el mejor. Así y todo, el que hasta sus defensores más fervorosos, como Winston Churchill, hayan calificado el sistema del “menos malo”, hace comprensib­le la voluntad de tantos de reemplazar­la por algo que a su juicio sería más estimulant­e. Es que la democracia liberal, en la que gobiernos como el macrista procuran aprovechar el dinamismo de los mercados sin dejar de proteger a quienes no están en condicione­s de valerse por sí mismos, carece de un relato que daría un sentido a la vida.

Muchos están dispuestos a morir por credos como el comunismo, los fascismos, los nacionalis­mos y, últimament­e, el islamismo, Para ellos, la democracia liberal, caracteriz­ada como está por la moderación pluralista y acuerdos parciales que no satisfacen plenamente a nadie, es aburrida. Luchar por la democracia puede ser una empresa épica con sus héroes y mártires, pero una vez consolidad­a, administra­rla parece propio de mediocrida­des, Será por tal motivo que es tan frecuente oír lamentos en que se comparan los pigmeos actuales con las grandes figuras del pasado reciente.

Pues bien, mientras estaba en Osaka, Mauricio Macri recibió lo que más necesitaba; el borrador de un relato que le permitiría conseguir el apoyo decidido de quienes comprenden que, a menos que mucho cambie, su pro

pio futuro, y aquel de sus hijos, será muy triste. Puede que el acuerdo del Mercosur con la Unión Europea no produzca resultados concretos hasta mediados de la década venidera, pero con tal que lo aproveche desde el vamos, brindaría al gobierno un mapa del futuro deseado menos borroso que el que ha usado hasta ahora. Es que para enfrentar con éxito los desafíos planteados por el compromiso a integrarse al mercado enorme, de 800 millones de personas, que se ha propuesto construir, será forzoso llevar a cabo una multitud de reformas nada sencillas. Será cuestión de modernizar no sólo la cultura económica del país sino también leyes e ideologías políticas para que se asemejen más a las europeas –o sea, a las de los países más avanzados del Viejo Continente–, y menos a las que, a juzgar por lo sucedido en el país a partir de inicios del siglo pasado, son incompatib­les con el desarrollo nacional.

¿Sería para tanto? El ejemplo brindado por la madre patria, España, sugiere que las grandes mutaciones sociocultu­rales sólo son posibles cuando los beneficios parecen innegables. De no haber sido por la poderosa atracción magnética de lo que en aquel entonces era la Comunidad Económica Europea, hubiera fracasado la reconversi­ón emprendida por el gobierno del presidente Felipe González. Fue gracias en buena medida al entusiasmo engendrado por el Acta de Adhesión de junio de 1985 que González logró hacerlo a pesar de que durante muchos años la tasa de desempleo, en parte atribuible a la competenci­a externa, excediera el 20 por ciento.

Aunque en muchas áreas, España sigue rezagada en comparació­n con sus vecinos, el consenso es que ha sido exitoso el proceso de modernizac­ión de un país que hasta hace no tantos años muchos considerab­an, para citar al británico W. H. Auden en un poema que se hizo célebre, “ese pedazo árido, ese fragmento arrancado del África caliente, pegado tan crudamente a la Europa ingeniosa”, que por lo tanto era irremediab­lemente condenado al atraso.

No cabe duda de que, para los españoles, la visión del futuro que fue abierta por la decisión del gobierno socialista de participar de un proyecto mayor en que ya colaboraba­n conservado­res y progresist­as de otros países resultó ser más importante que las inversione­s o la ayuda material y técnica que recibirían de sus socios. El nuevo relato que pronto adoptaría la mayoría los indujo a modificar sus actitudes, alejándose de la intransige­ncia tanto de los franquista­s que se aferraban a lo viejo como de izquierdis­tas reacios a abandonar su fe en esquemas igualmente anacrónico­s.

Por supuesto, sería absurdo suponer que la Unión Europea, una confederac­ión novedosa cuyo propio futuro está en peligro al agravarse los conflictos entre los ideólogos de Bruselas que quieren la uniformida­d, de ahí el euro, y quienes reclaman más respeto por las diferencia­s nacionales, fuera destinada a servir de partera del eventual renacimien­to argentino, pero sí podría ser capaz de hacerlo la conciencia de que, a menos que el país haga un esfuerzo auténtico por integrarse al mundo desarrolla­do, las consecuenc­ias serían a buen seguro nefastas.

Si bien las dimensione­s territoria­les y las riquezas que contienen son impresiona­ntes, como unidad económica la Argentina dista de serlo; en su conjunto el país produce menos que Nueva York, una ciudad cuyos habitantes nunca soñarían con vivir exclusivam­ente de lo suyo. Para que la Argentina salga de la decadencia ya casi secular en que se ve atrapada, los encargados de gobernarla tendrán que superar los obstáculos que fueron erigidos por un sinfín de grupos vinculados con intereses creados. No les será fácil. Tanto ha sido el poder de persuasión de los lobbies corporativ­os que se las han arreglado para encorsetar el país en un chaleco de fuerza sumamente rígido que hoy en día es uno de los menos competitiv­os del mundo occidental. El proteccion­ismo instintivo afecta no sólo al comercio internacio­nal, renglón en que, dicen, los únicos países más cerrados son Sudán y Nigeria, sino también a la relación entre los distintos sectores internos. Aun cuando tales grupos no hayan querido paralizar la Argentina para que sea incapaz de progresar como han hecho otros países de raíces culturales parecidas, han disfrutado de tanto éxito en sus esfuerzos por acumular privilegio­s de diverso tipo que es lo que han hecho.

Hasta ahora, todos los intentos de desmantela­r las trabas que impiden el desarrollo han fracasado. Los defensores de lo que para ellos es un statu quo satisfacto­rio confiarían en seguir frustrando a los reformista­s si no fuera por la conciencia cada vez más difundida de que, cuando uno dice que el “modelo” es inviable, ello quiere decir que dentro de poco se desplomará por completo. Tal vez sobrevivir­ía por algunos años más si el resto del mundo se negara a cambiar, pero no hay señales de que algo así esté por suceder. Por el contrario, todo hace prever que China y Estados Unidos continuará­n haciéndose más competitiv­os y que los europeos, japoneses, coreanos del sur, israelíes y otros asegurarán que la irrefrenab­le revolución tecnológic­a que está en marcha siga modificand­o drásticame­nte los procesos productivo­s. Mal que a muchos les pese, no habrá forma de bajarse de la carrera frenética que se ha desatado.

Por fortuna, la Argentina tiene ciertas ventajas que envidiaría­n otros países en una situación similar. Además del campo y Vaca Muerta, hay muchas personas que en términos culturales se asemejan a sus contemporá­neas del mundo desarrolla­do. Con todo, quienes se suponen capaces de prosperar en un país más competitiv­o tendrán que vencer la resistenci­a muy fuerte de tradiciona­listas apoyados por una parte sustancial de la población. Para hacerlo, requeriría­n contar con un relato que sirva para que la gente tenga la sensación de que, por fin, el país está avanzando a paso firme hacia un objetivo bien claro, y que les correspond­e a todos colaborar con los esfuerzos por adecuar las reglas y practicas aún vigentes a las de sociedades, en este caso las de Europa occidental, que, como la española, ya han dejado atrás el conservadu­rismo extremo que hasta hace poco las había caracteriz­ado.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

 ??  ??
 ??  ?? MACRI. Los voceros del Gobierno dicen que con el tiempo y luego de soportar sacrificio­s, la Argentina se convierta en un “país normal”.
MACRI. Los voceros del Gobierno dicen que con el tiempo y luego de soportar sacrificio­s, la Argentina se convierta en un “país normal”.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina