El problema de España, regeneración:
la autora analiza en varios textos cortos el problema de España, las razones que la han convertido en un país bipolar "que solo logra comportarse como los demás cuando la selección nacional juega un mundial de fútbol". Y sugiere soluciones posibles para curar la herida política "que sangra demasiado". Por Almudena Grandes.
La autora analiza en varios textos cortos el problema de España, las razones que la han convertido en un país bipolar "que solo logra comportarse como los demás cuando la selección nacional juega un mundial de fútbol". Y sugiere soluciones posibles para curar la herida política "que sangra demasiado".
Esto se veía venir. No me refiero al derrumbe de la construcción, que llevaba años divisándose desde kilómetros de distancia. Tampoco a la escasez de alimentos patrocinada por la soberbia occidental, el alegre abandono de la agricultura inspirado por la insensata hipótesis de que los chinos y los indios pudieran seguir produciendo a destajo sin consumir apenas por los siglos de los siglos. Ni siquiera hablo de la oleada de xenofobia institucional que se ha desatado al menor indicio de crisis, en este país de nuevos ricos donde no sé cómo no se nos cae la cara de vergüenza. No, hablo del triunfante retorno de la ideología. La derecha se reorganiza para hacer frente a la batalla de las ideas. Los mismos que anteayer decían que la ideología era un lastre caduco del siglo XIX, se enzarzan ahora en disquisiciones sutilísimas sobre la auténtica naturaleza del liberalismo. Hay quien se ríe de ellos. A mí, la verdad es que me dan envidia. Me da envidia el volumen de afiliaciones del Partido Popular, me da envidia la disciplina de sus militantes, me da envidia la facilidad con la que montan tenderetes de recogida de firmas para cualquiera de las campañas que patrocinan,
por muy odiosas que me resulten, me da envidia que tengan, siempre, interventores y apoderados de sobra en todas las mesas electorales. Mientras los partidos de la izquierda se abandonan a sus respectivas perversiones, entre la autocomplacencia sin condiciones y la búsqueda del Santo Grial de la pureza, la derecha ha aprendido la lección. T
Ahora son ellos los que hacen partido, los que salen a tomar la calle, los que, aunque sea de carambola, han empezado a reivindicar la importancia de la ideología. Y ya sé que Aguirre no sabe lo que dice pero, antes o después, alguno sabrá. Y la izquierda no le verá venir, porque seguirá mirándose tranquilamente el ombligo.
UN MILLÓN DE VOTOS. La vida, en general, es una cuesta arriba. También hay grandes llanos, y hasta vertiginosos descensos, pero antes o después afloran las preocupaciones, los problemas que nos impulsan a seguir viviendo. En la felicidad perpetua, nadie lograría prosperar. En la perpetua adversidad, millones de personas prosperan todos los días. Y aprenden a ser felices en pequeñas dosis, sin dejar de sentir nunca el peso de la cruz que cargan sobre sus hombros. Sobre los míos pesa todavía el fracaso electoral. He apoyado al único partido que fracasó
el 9 de marzo. Se diría que el PP, el PNV y CiU han perdido también, pero lo han desmentido, y ha colado. La responsabilidad de Llamazares ha merecido, en cambio, una respuesta hostil. La ley D’Hont no vale como excusa, se ha dicho, porque es injusta pero ha existido siempre. Igual que el hambre en el mundo, digo yo, las plagas y el amor no correspondido. El progreso consiste en luchar contra las cosas injustas que han existido siempre. Lo del amor no correspondido tiene mal arreglo, pero... ¿a alguien le parecería sensato suspender las políticas contra el hambre o las enfermedades endémicas solo porque han existido siempre? Las luchas intestinas en IU, otra cruz que llevamos a cuestas, la han perjudicado, desde luego, pero en Iniciativa per Catalunya no ha pasado nada semejante y los resultados han sido parecidos. Un millón de votos, dos diputados. Recuerdo una escena de Mary Poppins y a un niño que tenía una moneda para dar de comer a las palomas. Un banquero le perseguía, argumentando que su moneda no valía nada, pero unida a los millones del banco —que son como millones de votos— crecería y crecería sin parar. El niño salía corriendo, porque solo tenía una moneda y su dignidad. Creo que no sería mucho pedir que, junto con nuestros dos pobres escaños, nos dejaran conservar la nuestra.
RAJOY Y ZAPATERO. Zapatero y Rajoy se reunieron para poner fin a la crispación, dicen los titulares. Se diría que la crispación es una epidemia, una emergencia o una catástrofe nacional. Que yo sepa, aunque tal y como están las cosas, les confieso que cada día dudo más de haber sabido algo alguna vez, la crispación ha sido una estrategia política, medida y calculada, que el PP ha desarrollado entre sus dos últimas derrotas electorales, y subrayo, derrotas. Rajoy ha sido su principal impulsor y su frustrado beneficiario. Entonces, ¿a qué viene esta escenificación de culpas compartidas, este numerito de venga esa mano y pelillos a la mar, que parece arbitrado por una monja en el patio de un colegio? Imagino que los votantes del PSOE estarán decepcionados, porque lo estoy yo y no lo soy. Pero ninguna situación es tan dramática como la de los millones de españoles que han coreado durante cuatro años que el presidente del Gobierno era un asesino, un cómplice de los asesinos, el rencoroso nieto de un rojo que estaba dispuesto a acabar con España solo para vengarse. ¿Cómo se sentirán ahora? ¿Qué opinarán de la repentina lealtad que su líder ofrece en la lucha antiterrorista en este verano de grandes detenciones, cuando la negó mientras había muertos por enterrar? ¿Qué concepto de su honestidad tendrán en adelante? La foto del encuentro es muy bonita, nos dicen, y me lo creo. Comprendo que nuestra vida cotidiana será más serena, y me alegro. Comprendo también que la socialdemocracia en Tel poder se parecerá cada vez más a la derecha en la oposición, y que a los políticos la irresponsabilidad les sigue saliendo gratis. Me gustaría comprender, por último, que esta coyuntura le daría a una izquierda fuerte la oportunidad de influir decisivamente en la realidad española, pero me temo que los dirigentes de IU no están por la labor de aprovecharla.
EL PSOE RENUNCIA A MADRID. Esta vez vamos en serio, ha dicho Tomás Gómez, enseñando todos los dientes como si tuviera algún motivo para sonreír. ¿No sabe usted quién es Tomás Gómez? No se preocupe. Ni siquiera la mayoría de los madrileños lo sabe. Es normal, porque el líder de los socialistas de Madrid ha estado un año entero trabajando en broma, por lo que se ve. O mejor, por lo que no se ha visto, que ha sido a él en ninguna parte. Cada vez que Zapatero dice que Madrid es una de sus prioridades, yo también sonrío, pero mi sonrisa es triste, melancólica, una mueca patética de desesperación. Y pienso en Bono, en Fernández de la Vega, en Simancas, en Sebastián, en el tamayazo, del que seguimos sin saber nada a pesar de que el PSOE controla desde hace más de una legislatura el aparato de información del Estado, y así, pasando por Trinidad Jiménez, apartada de su cargo cuando empezaba a estar preparada para ejercerlo, llego hasta un remoto año de mi juventud en el que era evidente que el mejor candidato era Fernando Morán pero el elegido fue Juan Barranco. Desde los ochenta, y se dice pronto, el PSOE, en Madrid, no da una. Habrá quien piense que es mala suerte. Yo no lo creo. A lo peor es que con los años he desarrollado una manía conspirativa, pero cada vez estoy más convencida de que el PSOE ha renunciado deliberadamente a Madrid, de que lo ha abandonado en manos de la derechona para poder presumir de partido progresista y descentralizado en la periferia que lo consolida en el Gobierno. Como estrategia, es mezquina pero rentable, y quizás por eso, casi todos los miembros de la nueva cúpula de Gómez tienen un cargo previo. Así, si como es previsible, y nunca en mi vida he deseado tanto equivocarme, logran la proeza de incrementar una abstención que ya supera con creces la tercera parte del censo, ninguno correrá el peligro de acabar en el paro.
EL GEN DE LA DIVISIÓN. Es nuestra tradición. Los españoles hablamos a gritos, cocinamos con aceite de oliva, somos morenos, juerguistas y trasnochadores. Pero eso no es lo único que llevamos escrito en los genes. Aquí, cuando diez militantes de un grupo de izquierdas se convierten en once, se escinden, las organizaciones consolidadas se enfrentan entre sí con mucho más brío del que despliegan contra el enemigo común y, cuando vienen mal dadas, el PSOE deja de ser un partido para convertirse en tres o cuatro. Es como una maldición, un destino trágico, la trampa mortal a la que los socialistas se tiran de cabeza, generación tras generación, como si sintieran la llamada del abismo. Una vez, cuando la suerte de España estuvo en sus manos más que nunca, su partido fue la suma de tres distintos, el de Prieto, el de Besteiro y el de Caballero, que serían cuatro cuando Negrín asumiera el poder. Ahora que Zapatero ha renunciado a 2012, seguimos teniendo su partido, el de Rubalcaba y el de Chacón, aunque Bono se abalanza sobre los micrófonos cada vez que se reúne con Blanco, mientras los francotiradores se multiplican en los tejados. Para analizar las razones por las que tantos celebran la renuncia del compañero José Luis a un mes y medio de las municipales, hay que esperar a un columnista más inteligente. Yo, honestamente, no lo entiendo. Tampoco creo que existan muchos países donde un líder derrotado en
Los partidos de la izquierda se abandonan a sus respectivas perversiones.
El PSOE ha renunciado a Madrid, lo ha abandonado en manos de la derechona.
dos elecciones sucesivas, haya conseguido acorralar a su vencedor gracias a la entusiasta colaboración del partido en el Gobierno. El encarnizamiento parecería más lógico en el PP, donde ni siquiera se discute la sucesión de Rajoy el perdedor. Pero la derecha española también tiene sus propias tradiciones. La principal, paciencia y barajar. Saben que les basta esperar a que se manifieste la legendaria desunión de la izquierda para volver al poder.
LA JUNTA DE ANDALUCÍA. Lo peor ni siquiera es el cinismo. Invocar la inviolabilidad del hogar o la edad del hijo de la vicepresidenta del Gobierno para condenar los escraches implica consecuencias más graves. Estas declaraciones explicitan que la sensibilidad de quienes se sienten agredidos se limita a los miembros de su propio grupo. Así, el hogar de los desahuciables se puede, y se debe, violar con una ley injusta en la mano, y sus hijos, igual que los de los proletarios del siglo XIX, no cuentan como bebés. Para el Gobierno del PP, la exclusión social no es un riesgo, sino un insignificante daño colateral del que nadie debe hacerse responsable. Permítanme, por tanto, que levante la voz para aclamar el decreto de una consejera de IU, que aplauda con fervor la iniciativa de la Junta de Andalucía, la única medida que se ha tomado en España desde hace mucho tiempo para proteger un derecho constitucional esencial de los ciudadanos.
A pesar de las constantes intoxicaciones, de las retorcidas interpretaciones que ha inspirado, esta disposición —equiparable por otra parte a las normas que penalizan a los propietarios de viviendas desocupadas en muchos países de la Unión Europea— tiene un valor que excede con mucho su propia aplicación. No se podía hacer nada, decían, pero resulta que sí se puede. Ha muerto la política, decían, y miren por dónde, acaba de resucitar. Todos son iguales, decían, y sin embargo han dejado de serlo. Báñez le mete un hachazo a las pensiones por decreto mientras sus portavoces critican que Cortés escoja la vía del decreto para atacar a bancos y especuladores. Lo peor no es el cinismo. Lo mejor es que una Administración haya sabido reaccionar para sacarle los colores de la vergüenza a todas las demás. Y el fin de la cantinela del voto útil. Y la alegría de encontrar en la unidad de la izquierda una puerta abierta hacia el futuro.
APATÍA Y ABSTENCIÓN. Hubo otros lunes. Ojeras, resaca, cansancio, afonías y ojos hinchados, enrojecidos por el llanto. Hubo otros lunes porque antes había habido otros domingos de tensión, de pasión, de incertidumbre, jornadas serenas solo en apariencia donde desembocaban semanas de trabajo constante, derroches diarios de fe, de esfuerzo, de entusiasmo. Aquellos domingos eran una fiesta hasta para los que habían perdido, porque bajo el poso amargo de la derrota, afloraba la satisfacción por el deber cumplido, la convicción de haberlo intentado todo, la ilusión del éxito que estaba por venir.
No, esta semana no hablo de fútbol —aunque estoy tan orgullosa de mi equipo, o más aún, que el lunes pasado—, sino de las elecciones europeas de ayer. Me pregunto cómo se habrán levantado los candidatos y me los imagino a todos con buena cara, porque ni siquiera deben acordarse de las ojeras, las resacas y las lágrimas de su juventud,
si es que alguna vez llegaron a derramarlas. Me pregunto también si estarán tan satisfechos con los elevados índices de abstención como es de esperar después de la atonía deliberada, sin ideas, sin análisis, sin propuestas, de la campaña que han protagonizado. Y mientras siguen haciendo declaraciones sobre si salimos o no de la crisis económica, me escandaliza que no hablen de las otras crisis que, día tras día, asfixian un poco más a este país. Las crisis que ellos mismos representan. Pues bien, muchos españoles hemos ido a votar. Y muchos, tal vez la mayoría, lo hemos hecho sin ganas, sin ilusión, escoTusquets Editores 308 giendo entre lo malo y lo peor, convirtiendo el acto de levantarse un domingo para salir a la calle en una proeza de pura voluntad. Lo que más añoro de los domingos de antes es la intensidad de las derrotas que nos llenaban los ojos de lágrimas. Porque en la grisura del tiempo en que vivimos, ya ni el desencanto es épico.
SUSANA DÍAZ Y LA CRISIS DEL PSOE. Es un fenómeno muy conocido. Se va de mal en peor cuando se huye hacia delante, cuando se persevera en el error, cuando se toman decisiones sin analizar previamente un problema y cuando se cultiva la propia soberbia como método de trabajo. Con estas premisas, y lamentándolo mucho, creo que el PSOE va de mal en peor con unos márgenes cada vez más estrechos. La capacidad para resucitar forma parte del ADN de los socialistas españoles, pero no es su gen más genuino. La división interna es históricamente más relevante. Tras un fracaso electoral sin precedentes, Eduardo Madina interpretó correctamente los resultados. Asumiendo que el PSOE había perdido el favor de sus bases en la misma medida en que la cerrazón del aparato las había alejado del partido, expresó lo evidente.
Tras la dimisión de Rubalcaba, debería haberse formado una gestora para que convocara primarias abiertas. Su alternativa —un congreso en el que cuente el voto de cada militante— representa la esencia misma de una organización democrática, pero estalló como un traicionero anatema entre los barones que se aferran al poder como si la catástrofe de las europeas no fuera con ellos. En ese instante, aparece Susana Díaz y casi todos los dirigentes del PSOE se han apresurado a posicionarse a su favor sin tener en cuenta la voluntad de sus militantes, pues no faltaría más. Susana es la solución, dicen.
¿Para qué? Para mantener el control sobre el partido, naturalmente. Para garantizar la voluntad del aparato. Para mantener a los afiliados en su sitio, o sea, repartiendo caramelos y pegando carteles. Supongo que ninguno de ellos anda por la calle y habla con la gente porque, si no, no me lo explico. Después del éxito de Podemos, parece que en el PSOE nadie recuerda que, cuando las barbas de tu vecino veas pelar, lo mejor es poner las tuyas a remojar. Allá ellos. SOCIALISTA, ARMADO Y PELIGROSO. Manuel Valls, primer ministro francés, ha advertido que la izquierda puede morir si no se reinventa. Me parece bien, estoy de acuerdo con él. Ha añadido que es preciso superar la tentación de la nostalgia, crear nuevas soluciones para resolver nuevos