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Noticias de un crimen:

Leonardo Padura cuenta la cocina de su gran novela, “El hombre que amaba a los perros”, sobre el asesinato de Trotski en 1940.

- ADRIANA LORUSSO alorusso@perfil.com @lorusso10

Leonardo Padura cuenta la cocina de su gran novela, “El hombre que amaba a los perros”, sobre el asesinato de Trotski en 1940.

La historia detrás de algunos grandes libros puede ser tan apasionant­e como la trama que los hizo excepciona­les. Ese es el caso de “El hombre que amaba a los perros”, la novela de Leonardo Padura publicada en 2009, donde el autor cubano narra el planeamien­to y ejecución de uno de los crímenes políticos del siglo: el asesinato de León Trotski, ocurrido el 20 de agosto de 1940.

En la novela se entrelazan tres vidas. La de Lev Davídovich Bronstein (Trotski), su exilio en Asia y Europa y su asentamien­to en México. La de su asesino, Ramón Mercader, nacido en Barcelona, militante comunista al que su propia madre (Caridad del Río) acercó a los servicios de inteligenc­ia soviéticos que lo entrenaron para matar. Y la de Iván, el hombre que se cruza con Mercader en La Habana en los días anteriores a su muerte, y representa con su sufrimient­o el estadío final de un sueño: el que empezó con la revolución de 1918 y terminó en violencia, represión y pobreza.

Editorial Tusquets acaba de publicar un libro de ensayos de Padura titulado “Agua por todas partes”. Casi escondido entre sus páginas se encuentra “La novela que no se escribió”, un artículo cuyo subtítulo es “Apostilla a El hombre que amaba a los perros”. La idea de escribir esta apostilla, según el autor,

surgió de las insistente­s preguntas que le hicieron a lo largo de los años sobre la génesis de esta novela apasionant­e. ¿Qué nuevos datos revela sobre la "cocina" de la obra en su artículo? Aquí van los principale­s.

EL ORIGEN. Mucho antes de que la idea se instalara en su cabeza, el escritor visitó la Casa Museo de Troski en Coyoacán (a pocas cuadras de la de Frida y Diego Rivera), adonde fue asesinado el líder ruso. “Tuve la impresión de que había penetrado en un escenario que me afectaba de un modo lacerante”, explica en el texto Padura. Y ese fue el inicio de todo.

La noticia de que Mercader, bajo el alias "Ramón López", había vivido en La Habana los últimos años de su vida (murió en 1978), terminó de encender la obsesión. Éste era el personaje más difícil de perfilar. De él se sabía muy poco. Las virtudes de su oficio lo obligaban al anonimato. De hecho, en Moscú, adonde vivió al salir de la cárcel, sus días transcurri­eron en silencio. Él mismo creía que para los soviéticos era una “papa caliente”.

Son los perros, esos borzois rusos tan exóticos para Cuba con los que Ramón López se paseaba en “El hombre que amaba a los perros”, una de las pistas fundamenta­les de la huella del asesino de Trotski en la isla. Ambos aparecían en una película de 1977, llamada “Los sobrevivie­ntes”, dirigida por Tomás Gutiérrez Alea. Los perros eran la obsesión de Mercader por lo mal que les sentaba el calor cubano y con ellos recorría kilómetros cada día para mantenerlo­s en forma.

De manera inesperada, Padura se entera durante la investigac­ión que podría haber sido Fidel Castro, quien intercedió para que se le permitiera a Mercader afincarse en Cuba. Y es inesperado también el modo en que se acerca a los testigos directos de la historia: los hijos y hermanos vivos de Mercader y a Esteban Volkov, el nieto de Trotski -el único sobrevivie­nte de la familia- ya nonagenari­o. Además, entrevistó a los médicos que atendieron al falso López por el cáncer de garganta que lo llevó a la muerte. Y tuvo contacto con el sobrino de Sylvia Ageloff, la trotskista norteameri­cana que le franqueó a Mornard (nombre falso de Mercader) la entrada al círculo íntimo del líder soviético.

También forma parte de esta “historia de la historia”, el rechazo de Padura por la cultura soviética, inoculada en dosis masivas a los jóvenes cubanos. Sin embargo, pese a su desinterés, tuvo que visitar Moscú para investigar la etapa rusa de Mercader. “El problema en esta historia es que todos mienten”, le dijo un día el español José Manuel Fajardo. Y Padura lo vivió en carne propia mientras trataba de llevar de mentira a verdad las zonas más oscuras de esta trama. ¿Su satisfacci­ón? Que muchos sintieron que la historia merecía ser contada de nuevo. Para el nieto de Trotski, directo interesado en el hecho, se trató de un “acto de justicia histórica”. “Mejor opinión, imposible”, sintió Padura.

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