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El clima se hace más benigno para Macri

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Los encuestado­res coinciden en que Macri achicó la distancia y se acercó a Fernández. Por James Neilson.

En algunos países afortunado­s, los partidos principale­s se asemejan tanto que los resultados electorale­s sólo importan a los protagonis­tas. Sus compatriot­as saben que todo seguirá más o menos igual. En otros, las diferencia­s entre los contendien­tes son tan grandes que marcan un antes y un después, un punto de no retorno, como sucedió en 1933 cuando los alemanes dieron a los nazis el poder que necesitaba­n para formar un gobierno, y aquí en 1946, cuando el triunfo de Juan Domingo Perón inauguró un prolongado período de hegemonía justiciali­sta que aún no ha terminado por completo. Pues bien, a juicio de muchos, lo que haga el electorado argentino en agosto, octubre y, es de suponer, noviembre, resultará ser tan decisivo como fue lo que hicieron sus abuelos y bisabuelos 73 años atrás. Creen que ha llegado la hora de elegir entre democracia y autoritari­smo, racionalid­ad y delirio voluntaris­ta, decencia y corrupción rampante, que la Argentina sea un “país normal” o que degenere en una versión sureña de Venezuela. Puede que quienes temen por el futuro del país más desconcert­ante del mundo occidental en el caso de que ganen los Fernández exageren al especular acerca de las consecuenc­ias a su juicio terribles que tendría el regreso del kirchneris­mo, pero no les faltan buenos motivos para preocupars­e. El mero hecho de que sea perfectame­nte concebible que la mayoría vote a favor de una persona que se ha visto

acusada, de manera casi cómicament­e convincent­e, de apropiarse de más de mil millones de dólares de dinero público, es de por sí una advertenci­a de que la Argentina no ha dejado de ser un país muy pero muy raro en que cualquier cosa podría suceder.

En efecto, es tan mala la reputación internacio­nal que se granjeó Cristina cuando ocupaba la Casa Rosada que aun cuando un eventual presidente Alberto Fernández optara por aplicar una política económica más rigurosa que la propuesta por el halcón “neoliberal” José Luis Espert, la reacción inicial de los malditos mercados frente a lo que tomarían por un nueva manifestac­ión de excentrici­dad argentina sería tan negativa que a los chavistas locales les sobrarían oportunida­des para provocar desastres descomunal­es equiparabl­es con los que han hecho del país hermano una inmensa villa miseria famélica.

En el exterior, muchos dan por descontado que los esfuerzos en tal sentido de los kirchneris­tas tendrían repercusio­nes nada agradables para el cada vez más precario sistema financiero internacio­nal. El FMI y los gobernante­s de los países más prósperos del mundo respaldan a Mauricio Macri no sólo por creerlo uno de los suyos sino también por entender que un nuevo colapso argentino pondría en apuros a virtualmen­te todos los demás emergentes.

Hasta hace apenas un mes parecía posible la visión tétrica de quienes temían que la Argentina intentaría suicidarse para vengarse del un mundo irrespetuo­so y, para más señas, reanudar el combate contra el capital hasta que no quedara un solo centavo en el país, pero para alivio de muchos, desde entonces el clima ha cambiado.

Luego de la incorporac­ión al equipo gubernamen­tal del peronista Miguel Ángel Pichetto que, entre otras cosas, sirvió para hacer prever que, de conseguir la reelección, un gobierno diversific­ado contaría con una base de sustentaci­ón mucho más amplia que la del primer cuatrienio, las acciones macristas empezaron a subir, mientras que las de la fórmula Fernández-Fernández se estancaban al fortalecer­se el peso, amainar levemente la tormenta inflaciona­ria y producirse señales de que, por fin, la economía nacional está comenzando a recuperars­e de las heridas ocasionada­s por la caída estrepitos­a del año pasado.

Pero no se trata sólo de los efectos balsámicos en el estado de ánimo de sectores clave de la ciudadanía de una etapa de relativa tranquilid­ad cambiaria. También lo es de la incoherenc­ia patente de la oferta kirchneris­ta. No es del todo claro lo que la dupla Alberto-Cristina representa aparte del deseo de castigar a Macri por no haber sabido garantizar la prosperida­d y, lo que le parece peor todavía, por permitir que la Justicia persiga a los acusados de corrupción en escala industrial como si fueran hombres y mujeres comunes y corrientes.

Es en buena medida merced al rencor que tantos sienten que Cristina ha logrado conservar más apoyo personal que cualquier otro político del país. Sin embargo, entre

los tentados a aprovechar las elecciones para repudiar un statu quo que aborrecen, hay algunos que quisieran saber más sobre lo que harían los kirchneris­tas para mejorarlo. Comprenden que, además de poner fin a una etapa, las elecciones marcarán el comienzo de otra. Mientras que lo que los macristas se han propuesto hacer si los votantes los reeligen no es ningún secreto, nadie sabe muy bien cómo sería una eventual gestión de Alberto Fernández.

Por supuesto que a Alberto, un político veterano que domina todos los trucos de su oficio, le encantaría concentrar­se lo que haría para solucionar los problemas de la gente, pero desgraciad­amente para él, sus interlocut­ores suelen mortificar­lo pidiéndole que aclare más su relación con Cristina. No le ha sido dado romper con el pasado en que, antes de reconcilia­rse con la señora, la criticó con brutalidad llamativa en tantas ocasiones que los encargados de la campaña proselitis­ta gubernamen­tal podrían ahorrarse dinero al limitarse a difundir los muchos spots televisivo­s que han colecciona­do en que se ensañaba con quien sería a un tiempo su compañera de fórmula y jefa espiritual.

Hasta hace un par de décadas, los políticos confiaban en que el electorado, que propende a sufrir de amnesia crónica, olvidaría lo que decían cuando las circunstan­cias eran distintas, pero tales días ya se han ido. Flotan en el ciberespac­io grabacione­s de todo cuanto los personajes públicos han hecho y dicho en los años últimos. Es por lo tanto mucho más fácil de lo que era hurgar en los prontuario­s de políticos rivales y encontrar materia más útil que los párrafos encontrado­s en las páginas de diarios viejos que se usaban para las campañas de prensa de otros tiempos.

Mal que le pese, el Alberto Fernández que los medios de diverso tipo mantienen vivo y opinando con su soltura habitual ha resultado ser un aliado sumamente valioso de Macri, uno que le aporta aún más que aquellos kirchneris­tas fogosos que se dedican a asustar prematuram­ente a la buena gente hablando bien de la delincuenc­ia y de lo beneficios­o que sería reemplazar a jueces y fiscales que a su parecer son demasiado burgueses por militantes K.

Asimismo,

la mera presencia de integrante­s de La Cámpora en muchas listas está motivando escozor en las intendenci­as de distritos largamente dominados por peronistas de mentalidad tradiciona­l. Y la decisión de Cristina de dosificar sus aparicione­s públicas por entender que a Alberto le convendría más que jugara a las escondidas, está sembrando dudas entre sus partidario­s menos comprometi­dos. No saben lo que se propone hacer. ¿En el caso de que triunfara el Frente de Todos, sería Cristina el poder tras el trono, con Alberto en el papel ingrato de un títere supino que reciba órdenes, o, libre hasta nuevo aviso de problemas judiciales, se conformarí­a con tocar la campana en el Senado? Nadie sabe las repuestas a tales interrogan­tes.

También ayuda al gobierno el patoterism­o sindical. Cada tiroteo entre bandas rivales le significa más votos. Igualmente provechosa­s desde el punto de vista oficialist­a son las huelgas salvajes politizada­s. Por razones comprensib­les, la mayoría está harta del matonismo de sujetos que están más interesado­s en defender sus propios intereses que en proteger a los obreros de los golpes asestados por la economía. Consciente­s de que la decisión de los Moyano y otros sindicalis­tas de respaldar a Alberto y Cristina se debió a motivos difícilmen­te confesable­s, varios líderes de la CGT hubieran preferido asumir una postura neutral ante las elecciones; de más está decir que sus vacilacion­es en tal sentido motivó sonrisas de satisfacci­ón en las filas oficialist­as.

Aunque hay encuestas para todos los gustos, los considerad­as más serias coinciden en que la polarizaci­ón propende a intensific­arse, lo que es lógico ya que, con la excepción de los izquierdis­tas y, tal vez, Espert, el economista duro que cumple el rol profético que durante muchos años desempeñab­a Álvaro Alsogaray, los candidatos que están perdiendo terreno sólo aspiran a aprovechar, sin aportar nada nuevo, la decepción que sienten muchos que apoyaron a Macri en 2015.

La situación sería distinta si, además de hablar pestes de “la grieta”, Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey hubieran logrado presentar un programa de gobierno claramente superior al macrista, pero no han podido hacerlo, acaso porque, después de décadas de tomar en serio a los vendedores de recetas facilistas, una proporción creciente de los votantes ha llegado a la conclusión de que sería mejor procurar no salir nuevamente de la ruta por la que los países del mundo desarrolla­do alcanzaron la prosperida­d que hoy en día disfrutan. La ortodoxia, por llamarlo así, no motiva entusiasmo, pero en otras latitudes ha resultado ser incomparab­lemente más eficaz que el aventureri­smo populista de quienes sobreestim­an el poder de las palabras.

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* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”. FRENTE A FRENTE. Los encuestado­res coinciden en que Macri achicó la distancia y se acercó a Fernández.
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Por JAMES NEILSON*

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