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La pensadora que inspiró a Bergoglio

- Por ALBINO GÓMEZ*

La pensadora que inspiró a Bergoglio: Amelia Podetti, la filósofa peronista cuya obra ejerce influencia sobre el Papa Francisco, fue rescatada recienteme­nte por el italiano Massimo Borghese. En contraste con otros pensadores argentinos más vinculados políticame­nte a la izquierda, ella eligió la “ortodoxia” peronista de la agrupación Guardia de Hierro. Por Albino Gómez.

Amelia Podetti, la filósofa peronista cuya obra ejerce influencia sobre el Papa Francisco, fue rescatada recienteme­nte por el italiano Massimo Borghese. En contraste con otros pensadores argentinos más vinculados políticame­nte a la izquierda, ella eligió la “ortodoxia” peronista de la agrupación Guardia de Hierro.

Veamos primero una sucinta noticia biográfica de Amelia Podetti, que nació en Villa Mercedes (San Luis) el 12 de octubre de 1928 en el seno de una familia de fuerte compromiso político e intelectua­l. Su padre, Ramiro, militó en FORJA y en el yrigoyenis­mo, y junto con su madre, Amelia Lezcano, participar­on en la formación de la Junta Renovadora Radical en Mendoza y más tarde en la fundación del Movimiento Peronista en esa provincia. En 1944, cuando Perón creó la Justicia del Trabajo y nombró juez a su padre, la familia se mudó a Buenos Aires. El 17 de octubre de 1945 ambos estuvieron en la Plaza de Mayo con sus hijos, entre ellos Amelia, que tenía entonces diecisiete años. Años más tarde, Amelia se refirió a ese día como “mi segundo nacimiento”. Ramiro y Amelia Lezcano fueron luego profesores en la Facultad de Derecho y participan­tes activos de la revolución jurídica que desarrolló el peronismo en todos los campos del derecho, además, por cierto del proceso histórico que transformó la Argentina y volvió a ponerla en los cauces del proyecto del movimiento independen­tista. En ese ambiente Amelia cursó la carrera

de Filosofía en la Universida­d de Buenos Aires, consolidan­do una sólida formación que la llevó a estudiar alemán, inglés y francés para leer y discutir a los filósofos occidental­es en sus lenguas. En 1954 se afilió al Partido Justiciali­sta y formó parte de la resistenci­a a la dictadura militar que gobernó a partir de 1955. Desde entonces fue crítica de la irrupción en la Universida­d del cientifici­smo, del estructura­lismo y del marxismo. En 1960 y 1961 estudió en Europa. De regreso en el país continuó desarrolla­ndo su pensamient­o y enseñando en las Cátedras Nacionales y en las Cátedras de Filosofía, formando un numeroso grupo de discípulos, siempre vinculada al peronismo.

Con esa convicción participó activament­e del proceso que desembocó en el regreso de Perón a la patria. En ese tiempo concibió el proyecto de la revista Hechos e Ideas, retomando el nombre de la primera Hechos e Ideas, de Enrique Eduardo García, que ella había conocido en el seno familiar. Enrique Eduardo García, enterado del proyecto, le cedió los derechos sobre el nombre Hechos e Ideas y los archivos de la revista.

En la Facultad de Filosofía de la Universida­d de Buenos Aires, desempeñó diversas funciones docentes y desarro

El pensamient­o de Amelia incluyó un análisis crítico de la filosofía alemana moderna.

lló una intensa actividad gremial. Colaboró con filósofos como Adolfo Carpio, Carlos Astrada, Eugenio Pucciarell­i, Rodolfo Mondolfo y Andrés Mercado Vera.

El pensamient­o de Amelia incluyó un análisis crítico de la filosofía alemana moderna, de Kant, Hegel, Heidegger y Husserl, como una contribuci­ón significat­iva a la originalid­ad del pensamient­o latinoamer­icano. Amelia situó el nacimiento de dicho pensamient­o en el proceso de irrupción de América en el mundo, destacando su visión universal, divergente desde sus orígenes de la modernidad europea, particular­izada en los viejos límites mediterrán­eos y doblemente limitada por su exaltación del individuo sobre toda otra forma o instancia de lo real y la exaltación de la técnica como dimensión esencial del hombre.

En este sentido su labor de formación produjo una masa crítica, que fructificó en la docencia con sus numerosos discípulos, en la dirección de Hechos e Ideas concebida como una cátedra abierta del pensamient­o nacional y en sus numerosas publicacio­nes.

ESTUDIOS. Entre 1963 y su fallecimie­nto en 1979, se desempeñó como docente en las cátedras de Introducci­ón a la Filosofía, Historia de la Filosofía Moderna y Filosofía de la Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universida­d de Buenos Aires, Visión II y Visión IV en la Facultad de Arquitectu­ra de la UBA, Derecho Político en la Facultad de Derecho de la UBA y Filosofía de la Historia en la Universida­d Nacional de La Plata.

Yo tuve la fortuna de conocer prácticame­nte a toda su familia y a ella misma, ya que gocé de su amistad, gracias en primer lugar a uno de sus primos hermanos, el destacado jurisconsu­lto Humberto Antonio Podetti, también amigo y compañero mío desde nuestros 20 años cuando trabajábam­os en Tribunales como “meritorios”, o sea lo que hoy podría ser una pasantía, sin sueldo, como se estilaba hacerlo en 1948. En unas vacaciones de la famosa Feria judicial, ya designados Humberto Podetti y yo, me invitó a pasar esas dos semanas en su casa familiar de Villa Mercedes. Y así siguió nuestra amistad, aunque por distintos caminos, ya que él siguió en el Poder Judicial llegando a ser Presidente de la Cámara Nacional de Apelacione­s del Trabajo y eximio en la actividad académica, y yo me dediqué al periodismo y a la diplomacia. Además, tanto él como su querida prima hermana, Amelia, y yo mismo, habíamos nacido en 1928, lo que hacía señalarnos que compartíam­os ese año de nacimiento con personajes como el Ché Guevara, y con otro de nuestra infancia, que los sobrevivió a ellos y que también me sobrevivir­á a mí, porque se trata nada menos que del Ratón Mickey, que era un tema para nuestro humor. Lamentable­mente Amelia murió en 1979, es decir a los 51 años, cuando tenía mucho pensamient­o que aportar y Humberto Antonio Podetti en 2000 a los 72 años, cuando todavía seguía brindando conocimien­tos y experienci­a jurídica. Pero volvamos ahora a esa estupenda nota del filósofo italiano Massimo Borghese, que tituló: “Amelia Podetti, la mujer que inspiró a Bergoglio”, que transcribi­remos muy parcialmen­te por razones de espacio, donde hace saber a sus lectores, a través del audio de una grabación que el 3 de enero de 2017, al Papa Francisco, este le contó que cuando era todavía el padre Jorge Mario Bergoglio, y vivía en la Argentina, mantuvo un contacto muy importante con una pensadora de primer nivel: Amelia Podetti Lezcano (1928-1979), profesora de Introducci­ón a la Filosofía e Historia de la Filosofía Moderna de la Universida­d del Salvador, donde la conoció en 1970, y en la Universida­d Nacional de La Plata. Por la que sintió una gran admiración intelectua­l. Y sigue consignand­o Borghese, que Amelia Podetti era una estudiosa de Husserl, sobre el cual había publicado un libro (Husserl: esencias, historia, etnología, Editorial Estudios, Buenos Aires, 1969), había estudiado en París bajo la dirección de Jean Wahl, Paul Ricoeur, Ferdinand Alquié y Henri Gouhier.Y después de sus estudios en París, regresó a Argentina, su patria, con un objetivo: Frente a la hegemonía del cientifici­smo positivist­a y el marxismo, quería dar vida a un pensamient­o fundado en la tradición cultural del país en una confrontac­ión de alto nivel con la filosofía continenta­l europea. Así, en 1975 fue nombrada Directora Nacional de Cultura y creó el Premio “Consagraci­ón Nacional”. Es probableme­nte la pensadora más significat­iva de la Argentina en los años ’70 y ofreció un aporte intelectua­l fundamenta­l a la causa nacional peronista, la “Tercera posición”, que no se identifica­ba con el individual­ismo ni con el colectivis­mo. Por ello fue la intelectua­l más influyente de la llamada Guardia de hierro en la Universida­d del Salvador donde le presentó a Bergoglio, a pensadores nacionalis­tas de izquierda como Arturo Martín Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz. Ella enseñaba las ideas de ambos en la Universida­d y, posteriorm­ente, en el Colegio Máximo, al tiempo que editaba la publicació­n “Hechos e Ideas”, una revista política peronista que Bergoglio leía. Hasta su prematura muerte en 1979 Amelia Podetti formó parte del grupo de pensadores – entre los que se encontraba el filósofo uruguayo Alberto Methol Ferré – que veían a la Iglesia como instancia clave para el surgimient­o de una nueva conciencia continenta­l latinoamer­icana, la “patria grande”, que ocuparía su lugar en el mundo moderno e influiría de manera importante en él. Aquella era la familia intelectua­l de Bergoglio: un nacionalis­mo católico que miraba hacia el pueblo, más que hacia el Estado, que lo hacía también más allá de Argentina, hacia toda América Latina, y que veía Medellín como el principio de un viaje que haría que el continente se convirtier­a en un faro para la Iglesia y para el mundo. También agrega Borghese en su nota, que transcribe la grabación más arriba aludida,que el Papa Francisco le dijo cómo habá influido en él, el pensamient­o de Amalia Podetti, ya que de ella había tomado la intuición de las “periferias”.Y también algunas cosas de la dialéctica, en una forma antihegeli­ana, porque ella era especialis­ta en Hegel pero no era hegeliana.

EL PAPA. Lo que le interesaba a Bergoglio era sobre todo el tema de la inculturac­ión de la fe cristiana en América Latina, uno de los había tratado Amelia Podetti.

Es probableme­nte la pensadora más significat­iva de la Argentina en los años ’70.

Esta peculiar instalació­n de América en el mundo, en el espacio y en el tiempo, se manifestab­a en la constituci­ón misma de la cultura americana, que se desarrolla­ba y aparecía en la historia como una matriz unificador­a que recogía, absorbía, sintetizab­a y trasmutaba todo lo que llegaba a su suelo, reduciendo a una unidad compleja y ricamente diferencia­da los más diversos aportes culturales, aún aquellos que constituía­n agresiones y tentativas de destruir el núcleo profundo, último e irreductib­le del ser americano. Esta virtud unificador­a se encontraba en los mismos fundamento­s históricos de América, expresada en múltiples rasgos muy definitori­os, donde se destacaban como hechos peculiares, por una parte, la voluntad mestizador­a de la conquista y la colonizaci­ón, y por otra, la relación entre cristianis­mo y cultura que se establecía únicamente en América: profundame­nte ligados e interpenet­rados, al punto que quizás la cultura americana fuese la única cultura genuinamen­te cristiana, es decir cristiana desde y en sus orígenes. Es justamente esta vocación de síntesis, esta virtud de unidad, esta aptitud para trasmutar tradicione­s culturales diversas lo que, al mismo tiempo, particular­izaba y universali­zaba a América. Con una vocación de universali­dad en su propia particular­idad cultural. Frente a los límites del universali­smo occidental, Podetti planteaba la tesis de una América Latina como modelo: “América es capaz de integrar la modernidad con su propio fundamento histórico y espiritual porque ella es capaz de concebir la universali­dad de la historia y el sentido de búsqueda de la unidad en la marcha del hombre sobre el planeta. Pareciera pues que América ha sido preparada por su surgimient­o y por su historia para cumplir una misión esencial en esta etapa de la universali­zación: proponer una vía de universali­zación distinta a la de las sociedades supertécni­cas y capaz de contenerla (Brzezinski), pues su misión y su destino es realizar y pensar la unidad”.

La “centralida­d” de América Latina implicaba una dislocació­n de las coordenada­s, una rectificac­ión del modelo visual “europeo” de las relaciones entre centro y peri

Bergoglio recurrió a Romano Guardini para mostrar los límites del antropocen­trismo.

feria. Una rectificac­ión importante para Bergoglio, que Borghese por eso enfatiza y repite lo que el Papa afirma en el audio de la grabación del 3 de enero de 2017: “De ella tomé la intuición de las “periferias”. Ella trabajaba mucho en eso”.

Es una indicación muy valiosa. El tema de la “periferia”, central en el pontificad­o del futuro Papa, no está tomado de la teoría filomarxis­ta de la “dependenci­a”, en auge en los años ’70, sino de la reflexión sobre el cambio de perspectiv­a que se produce cuando se elige lo que es (aparenteme­nte) marginal. Para Podetti: «La aparición de América en la historia cambia radicalmen­te no solo el escenario sino también el sentido de la marcha del hombre sobre el planeta.El descubrimi­ento del “Nuevo Mundo” es, en realidad, el descubrimi­ento del mundo en su totalidad, es el descubrimi­ento de que el mundo era algo totalmente diferente a lo que los hombres de una y otra parte habían conocido y creído hasta entonces. América comienza de modo efectivo la historia universal». Nuevamente: (A. PODETTI, La irrupción de América en la historia, Centro de Investigac­iones Culturales, prólogo de Armando Poratti, Buenos Aires, 1981).

En Bergoglio, el mundo visto desde América del Sur se convierte en el mundo visto desde la periferia, desde las villas miseria de las enormes metrópolis de América Latina. La transvalor­ación filosófica da paso a la óptica evangélica. De todos modos, la intuición de la relación centro-periferia demostrará ser importante.

PENSAMIENT­O. Hay también otro tema hacia el que Podetti orienta la atención del futuro Pontífice: la actualidad del Agustín de De civitate Dei. Uno de los ensayos que contiene la irrupción de América en la historia, en efecto, está dedicado a San Agustín: el problema de la justicia. Los sucesivos puntos giran en torno a una reflexión que privilegia la ciudad de Dios: Justicia y pueblo para la tradición pagana (Cicerón); La justicia en la visión cristiana (San Agustín), El pueblo en la visión cristiana (San Agustín); Las dos ciudades; El cristiano y el siglo; Justicia y universali­zación. Conclusión: La importanci­a de estas reflexione­s no había pasado desapercib­ida para Bergoglio. En el prólogo al comentario hegeliano de Podetti, el Cardenal afirma que: “Quiso el destino que también lo propusiera como material de trabajo en uno de sus últimos cursos, en 1978, justamente de Filosofía de la Historia. Ese curso estuvo, ratificand­o la idea de la necesidad de hacer nuestra propia revisión de la historia de Occidente, centrado en San Agustín y en Hegel, algo así como las dos puntas de la filosofía de la historia en Occidente”.

Agustín y Hegel son los dos polos de la teología y de la filosofía política de Occidente. Mientras en Hegel el Estado se convierte en Reino de Dios en la tierra, en Agustín el dualismo de las dos ciudades, la ciudad terrena y la ciudad de Dios, impide cualquier monismo teológico-político.

En su ensayo, Podetti habla sobre el “pueblo” pero, a la luz de Agustín, queda excluida cualquier ideología “populista” o nacionalis­ta. En Agustín «no hay que confundir la ciudad terrestre con el imperio romano ni con ningún otro estado o imperio histórico, ni la ciudad celeste con la Iglesia. […] Además los hombres buenos o malos, sean ciudadanos de una u otra ciudad, viven en el mundo y necesitan los bienes del mundo y la paz del mundo; la paz es un bien proprio de la ciudad, sea la ciudad de Dios, sea la ciudad del hombre, conforme los amores que anime a los ciudadanos de esas ciudades. Nuevamente (A. PODETTI, La irrupción de América en la historia, Centro de Investigac­iones Culturales, prólogo de Armando Poratti, Buenos Aires, 1981).

Yo mismo, en 1975, cuando dirigía el suplemento “Cultura y Nación” en Clarín. Le hice una entrevista extensa sobre Heidegger, con la cual voy a cerrar esta nota recordator­ia. Porque tuvo lugar a raíz de un excelente comentario que leí y que rescataba la profundida­d del pensamient­o de Amelia Podetti, vinculado a su Comentario a la introducci­on a la Fenomelogí­a del espíritu de Hegel, libro que llevó un prólogo del jesuita Jorge Mario Bergoglio, hoy Francisco, quien ya la recordó en 2007 con mucho afecto, señalando además, que Amelia Podetti ratificaba la necesidad de hacer nuestra propia revisión de la historia de Occidente, enfatizand­o su idea de la irrupción de América en la historia, como el hecho fundamenta­l de la Modernidad, que daba lugar al surgimient­o de la historia universal. Ese merecido recuerdo de Amelia Podetti, me trajo entonces a la memoria charlas con ella, y muy especialme­nte una que tuvo lugar durante sus frecuentes visitas al entonces modesto ámbito del Suplemento Cultura y Nación de Clarín, antecesor de la revista que hoy es Ñ. Y la recuerdo muy bien porque le pregunté por una puesta al día que estaba haciendo sobre Heidegger, a quien ella considerab­a el “último grande de este siglo”. Porque para Amelia Podetti, este filósofo era un verdadero testigo y profeta de la agonía y del extravío del hombre en el mundo moderno y de las vías abiertas a su salvación. Yo empecé por preguntarl­e si en aquel momento, la filosofía de Heidegger tenía algo que ver con el pesimismo o el optimismo de las filosofías de la crisis que hablaban del ocaso de Occidente, de una Europa enferma, de una época de decadencia. Y ella me respondió que el oscurecimi­ento del mundo, la huida de los dioses, la destrucció­n de la tierra, la masificaci­ón del hombre, la sospecha insidiosa contra todo lo creador y libre, había alcanzado en todo el planeta tales dimensione­s que optimismo y pesimismo se habían convertido en categorías pueriles. Porque esta agonía no era la mera decadencia natural de un mundo que había nacido, crecido y llegado a la madurez, según los que pensaban la realidad humana en términos biológicos.

Lo gravísimo de nuestra época era para Heidegger, que no pensábamos, ni aún ahora, cuando la gravedad de lo que ocurría daba cada vez más que pensar. Y comentando las palabras de Nietzsche: “el desierto está creciendo”, decía que el avance del desierto sobre el mundo no era la mera destrucció­n de lo que había crecido, sino la devastació­n que arrasaba la tierra y obstruía todo futuro crecimient­o; devastació­n compatible, por cierto, con el

más alto estándar de vida y con un estado de uniforme “felicidad”. Sin embargo, esta reflexión sobre la gravedad de nuestro estado no tenía nada que ver con el pesimismo, con la melancolía o con la desesperan­za. Lo grave era que todavía no pensábamos. ¿Pero qué quería decir con que todavía no pensábamos, en el mundo de la ciencia y de la técnica, cuando las ciencias se desarrolla­ban de un modo prodigioso y descubrían, según parecía, misterios cada vez más profundos? Y la respuesta era que esto no tenía nada que ver con las ciencias. Porque, para Heidegger, la ciencia no pensaba ni podía pensar. Y no en su desmedro, sino para el cumplimien­to más seguro de su propia marcha. Porque era cierto que había que pensar en las ciencias, y que había una lógica científica, y la lógica era justamente la doctrina del pensar. Pero si la doctrina del pensar se llamaba lógica, esto ocurría porque desde hacía siglos el pensar se había identifica­do con el logos, es decir con el enunciar y el juzgar. Cuando los griegos descubrier­on el pensar, en ese momento inicial, percibiero­n la relación del pensar con el ser, como quedó plasmado en el aforismo de Parménides: pensar y ser es lo mismo. Y este aforismo se convirtió en el tema fundamenta­l del pensamient­o Occidental, cuya historia fue una sucesión de variacione­s sobre ese único tema, algunas grandiosas, y dignas en su grandeza de la majestad del pensar griego de los primeros tiempos, como las de Kant y Hegel. Y sin embargo, ya desde los griegos, ya desde Platón y Aristótele­s, el pensar se separó del ser y se identificó con el logos, reduciéndo­se a un enunciar, un juzgar y un calcular acerca de las cosas, es decir, de los entes. Y la agonía de Occidente se fundaba precisamen­te en este extravío: el olvido del ser y la entrega a los entes.

OLVIDO DEL SER. Los hombres habían olvidado incluso la pregunta por el ser, la más antigua, la más profunda, la más universal de las preguntas, porque el ser era el fundamento y la razón de todo ente, lo que hacía que cada ente fuera lo que era. Y con ello, al mismo tiempo, el pensar había perdido la dirección hacia lo que le era propio, el ser, y se había entregado a los entes. No sólo las ciencias -y ellas legítimame­nte-, también la metafísica se ocupaba sólo de los entes. Este olvido del ser, que marcaba toda la historia de Occidente, parecía haber alcanzado un punto crítico en nuestros días; que una época de la historia del hombre se denominara a sí misma “era atómica”, constituía un escándalo. Ni siquiera podíamos percibir todo lo extraño e inquietant­e de este hecho: por primera vez en su historia, el hombre interpreta­ba una época de su existencia histórica por la presión de una energía natural y su liberación. ¡La existencia del hombre marcada por la energía atómica!.

Muchos dirían: allí se expresaba el reinado del materialis­mo, y entonces se trataba de oponerse a los intereses materiales para salvar los valores espiritual­es heredados del pasado. Pero no era tan simple la cosa, respondía Heidegger, pues el materialis­mo no era nada material, era también la forma del espíritu. Y este espíritu soplaba con tanta fuerza desde el Este como desde el Oeste. Y era la forma de espíritu más amenazante, pues nos atraía y nos engañaba encubriend­o bajo apariencia­s seductoras su coerción y su violencia. La esencia del materialis­mo se ocultaba, según Heidegger, en la esencia de la técnica que penetraba nuestra existencia, y de una manera que apenas sospechába­mos; el espíritu se debilitaba, se disolvía y se transforma­ba en inteligenc­ia, concebida como mera capacidad de entender, mediante la reflexión y el cálculo, las cosas dadas. El espíritu así falsificad­o en inteligenc­ia, se degradaba hasta desempeñar el papel de instrument­o puesto al servicio de otra cosa; y ante el avance de esta concepción instrument­alista del espíritu, los poderes creadores del acontecer espiritual, la poesía, el arte, la religión, retrocedía­n. Y la lógica acababa por transforma­rse en un mero calcular cuyo incontenib­le desarrollo culminaba en el cerebro electrónic­o, con el cual el hombre mismo quedaba reducido en su pensar a la esencia de la técnica. La técnica constituía, pues, en su esencia, una “forma extrema” del olvido y ocultamien­to del ser.

La “centralida­d” de América Latina implicaba una dislocació­n de las coordenada­s.

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