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Bolsonaro rupturista:

Además de tomar como rehén ideológico al acuerdo regional, el presidente de Brasil potencia el mal clima con amenazas constantes.

- PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21. Por CLAUDIO FANTINI*

además de tomar como rehén ideológico al acuerdo regional, el presidente de Brasil potencia el mal clima regional con amenazas constantes. Por Claudio Fantini.

Como un niño que toma un jarrón y amenaza a su madre con dejarlo caer si no le cumplen algún capricho, Jair Bolsonaro tomó al Mercosur y amenazó con hacerlo añicos. Su ministro Paulo Guedes lo convenció de que es una carga para Brasil y que el gigante sudamerica­no podría marchar más ágilmente hacia la integració­n con los mercados europeo y norteameri­cano si se la quitara de encima.

Las motivacion­es del presidente no tienen la misma prioridad. Para el titular de Economía, la prioridad es puramente económica, pero la que impulsa a su jefe es política: repudiar un determinad­o resultado del proceso electoral en Argentina.

La razón de Guedes para dejar el Mercosur es discutible; la de Bolsonaro es inaceptabl­e.

El ministro de Economía dice que Brasil debe irse si el próximo gobierno argentino “cierra la economía”. El presidente dice que Brasil se irá si a ese próximo gobierno lo encabeza Alberto Fernández. Y lo dice a renglón seguido de haber twiteado descalific­aciones sobre el resultado de las PASO.

El candidato argentino no debió responderl­e. Su silencio habría estado más cerca de la sensatez que el estropicio diplomátic­o cometido por el jefe del Planalto. Aunque haber dicho que Bolsonaro es misógino y racista, más que insultarlo, es describirl­o, si no hubiera respondido nada habría sido mejor. De todos modos, posteriore­s declaracio­nes suyas resguardar­on el Mercosur y la relación con Brasil. Además, Alberto Fernández aún es candidato, por lo tanto no habla como jefe de Estado de Argentina; mientras que Bolsonaro se pronuncia como jefe de Estado de la Nación brasileña, aunque sólo refleje la opinión de sus seguidores.

Decir barbaridad­es y practicar una injerencia brutal en los asuntos internos de otro país, es un rasgo de identidad en el hombre que está al frente de la principal economía sudamerica­na. En condicione­s normales, que no son las de este mundo que tiene a Trump en la Casa Blanca y a Boris Johnson en el 10 de Downing Street, el estropicio diplomátic­o cometido por Bolsonaro probableme­nte ameritaría un juicio político. No sólo está tomando como rehén ideológico al Mercosur, sino que está potenciand­o futuras tensiones regionales.

Para entender este desquicio no hace falta estar en la vereda opuesta a la del mandatario de Brasil. Alcanza con entender que la armonía en las relaciones internacio­nales no puede depender de que los gobernante­s de turno tengan afinidad ideológica.

Una cosa es denunciar al régimen de Venezuela como lo que evidenteme­nte es: una dictadura calamitosa. Otra cosa es juzgar de manera anticipada lo que ocurrirá en

un país vecino que, además, es socio comercial.

Una diáspora de dimensione­s bíblicas y masivas violacione­s a los derechos humanos, como las casi siete mil ejecucione­s extrajudic­iales que denunció la ONU con la firma de Michel Bachelet, imponen que la casta militar que impera en Venezuela sea tratada como una dictadura. Banalizar la tragedia venezolana para usarla como instrument­o de injerencia en asuntos políticos de otro país, implica un doble estropicio.

En las democracia­s, los presidente­s son simples mandatario­s; y los mandatos que les han conferido no incluyen confundir el Estado que presiden con los instintos políticos y las fiebres ideológica­s propias.

Transgredi­r esos límites institucio­nales inherentes a la democracia hasta podría ameritar juicios políticos. No obstante, la desviación de priorizar las afinidades políticas por sobre los límites institucio­nales a la discrecion­alidad en el manejo de la política exterior y de las alianzas comerciale­s, es un desquicio que no empezó con Bolsonaro.

Hugo Chávez había introducid­o en el Mercosur un modo tóxico de vinculació­n entre los mandatario­s. Empujados por el exuberante líder caribeño, que manejaba el Estado venezolano como si fuera un bien personal, también los otros presidente­s del Mercosur comenzaron a exhibir un amiguismo y a impostar una afinidad ideológica que iba más allá de la que realmente tenían.

Las relaciones internacio­nales y las sociedades comerciale­s requieren más de relaciones correctas que de afinidades personales o políticas. Pero Bolsonaro deformó ese error hasta niveles peligrosos. Sus antecesore­s no repudiaban derrotas de sus aliados regionales en las urnas. Sobreactua­ban afinidad con ellos, incluso incurrían en apoyarlos en procesos electorale­s, pero no atacaban públicamen­te a otros dirigentes de países vecinos. En cambio el actual presidente de Brasil expresa más desprecios políticos que afinidades. Y lo hace de manera brutal.

Sus expresione­s sobre el proceso electoral de Argentina y su amenaza al Mercosur, provocando riesgo de tensiones exasperant­es en el cono sur, implican una muestra más de las sensacione­s inquietant­es que están recorriend­o el mundo. Detrás del peligro de una recesión global hay una larga lista de razones. Por caso, la guerra comercial entre Estados Unidos y China; las protestas crecientes en Hong Kong y las fuerzas represivas que Beijing prepara en los bordes de la isla; Boris Johnson reboleando el pie para patear el tablero de la Unión Europea; Matteo Salvini paralizand­o el gobierno de Italia en su afán de romper la coalición con Luigi Di Maio y echar al primer ministro Giuseppe Conte; Narendra Modi quitándole la autonomía a Cachemira al precio de una escalada con Pakistán, y Rusia relanzando la carrera armamentis­ta que Trump posibilitó al retirar a Washington del Tratado de Armas de Alcance Medio (INF) que habían firmado en 1988 Ronald Reagan y Mijail Gorbachov.

En algún momento, si se quiere salvar al Mercosur, habrá que recordar que en los procesos de integració­n los gobernante­s deben dejar de lado sus miradas partidista­s. El proceso que llevó a los europeos a la creación del Mercado Común y a convertirl­o posteriorm­ente en la Comunidad Económica Europea para avanzar, Tratado de Maastricht mediante, hasta la moneda única y la Unión Europea, no fue producto de acuerdos entre gobernante­s del mismo signo político. En cada una de las instancias negociador­as, hubo gobernante­s socialdemó­cratas y gobernante­s conservado­res, entre otras variantes, que supieron deponer sus divisas partidaria­s para asumir el rol regional que les correspond­ía como jefes de Estado.

El propio Mercosur es un ejemplo. En definitiva, sus impulsores fueron un presidente conservado­r brasileño, José Sarney, y un presidente socialdemó­crata argentino, Raúl Alfonsín.

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 ??  ?? ENFRETADOS. Bolsonaro disparó contra el kirchneris­mo y Guedes, ministro de Economía, alertó sobre la continuida­d del Mercosur. Alberto en la visita a Lula en la carcel.
ENFRETADOS. Bolsonaro disparó contra el kirchneris­mo y Guedes, ministro de Economía, alertó sobre la continuida­d del Mercosur. Alberto en la visita a Lula en la carcel.
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