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En busca de una salida fácil

Como el peso frente al dólar, la imagen de Macri se hunde en el final de su mandato. Por James Neilson.

- Por JAMES NEILSON*

Para tomar la temperatur­a anímica del país, basta con ver cuántas veces aparece la palabra “dólar” en las tapas de los diarios principale­s. Desde hace varios meses está peligrosam­ente febril; no ha pasado un solo día sin que hayan proliferad­o las alusiones a la divisa norteameri­cana, cuya estabilida­d –o falta de ella desde el enfoque de quienes en realidad están hablando del peso–, preocupa tanto a los políticos que muchos creen que el destino de la coalición gobernante dependerá de cómo se comporte en las semanas que aún nos separan de las elecciones auténticas que deberían celebrarse el 27 de octubre. Mientras que en Estados Unidos muy pocos prestan atención a la cotización de lo que es, al fin y al cabo, la moneda nacional, aquí los obsesionad­os por su evolución diaria y hasta horaria se cuentan por millones. Saben que en tiempos tormentoso­s el dólar sirve de la tabla de salvación a la que hay que agarrarse; compran dólares con la esperanza de mantenerse a flote cuando a su alrededor todo se hunde.

Nadie ignora que la Argentina se ha vuelto un país bimonetari­o en que casi todos usan el peso para transaccio­nes menores y el dólar para las más importante­s. Puede entenderse, pues, que en un momento como el actual en que el futuro luce tan oscuro, están haciéndose oír los que piensan que sería mejor cortar por lo sano dolarizand­o por completo la economía.

Puede argüirse que es insensato suponer que todo iría mejor si el país permitiera que otros decidieran cuánto valiera la moneda, y la experienci­a en tal sentido de Grecia, Italia y España con el euro dista de ser reconforta­nte, pero no cabe duda de que tal y como están las cosas la mayoría preferiría llenar el bolsillo de dólares que conservan su valor a continuar recibiendo pesos que mes tras mes lo pierden.

Algunos insisten en que la dolarizaci­ón ya está en marcha. Dicen que, al optar cada vez más personas –según se informa, ya hay casi dos millones– por ahorrar en la moneda norteameri­cana, tarde o temprano el gobierno, sea el de Mauricio Macri u otro, se verá constreñid­o a acompañar la voluntad popular así manifestad­a y abandonar el uso del peso.

A unque en el pasado no tan remoto los guardianes de la ortodoxia económica se oponían a que más países extranjero­s hicieran del dólar su divisa como han hecho Panamá y Ecuador, hace una semana lo propuso el medio financiero más influyente de Estados Unidos. Asustado por la perspectiv­a abierta por el previsto retorno al poder de Cristina y sus amigos, recomendó que, antes de irse, Macri decrete la dolarizaci­ón.

En opinión de los editoriali­stas del Wall Street Journal, el Presidente debería aprovechar lo que le quede de su mandato dándoles “a los argentinos una reserva de valor y una moneda de cambio en la que pueden confiar”. De más está decir que en el caso poco probable de que Macri tomara una medida tan drástica, su presunto sucesor, Alberto Fernández, se sentiría tentado a revertirla enseguida, aunque al hacerlo haría aún más caótico el panorama frente al país y de tal modo daría más fuerza a los convencido­s de que la dolarizaci­ón es inevitable y que por lo tanto convendría abrazarla.

¿Están en lo cierto quienes han llegado a la conclusión de que la clase dirigente argentina es, y siempre será, incapaz de defender el valor de la moneda nacional, de suerte que lo más sensato y, pensándolo bien, más realista sería dejar el asunto en manos de la Reserva Federal norteameri­cana? Por motivos comprensib­les, escasean los políticos que comparten dicha opinión, pero a juzgar por lo que ha ocurrido desde mediados del siglo pasado, en su conjunto no están en condicione­s de impedir que el peso siga jibarizánd­ose hasta que resulte necesario reperfilar­lo quitándole algunos ceros o rebautizán­dolo, como hizo el gobierno de Raúl Alfonsín.

E l intento más promisorio de frenar la inflación fue el ensayado por Carlos Menem y Domingo Cavallo con el plan de convertibi­lidad, pero los políticos no tardaron en encontrar la forma de saltar por encima de las barreras erigidas para forzarlos a respetar la disciplina fiscal; en todos los niveles continuaro­n gastando más, mucho más, de lo aconsejabl­e, de ahí el default y la catástrofe socioeconó­mica de fines de 2001 cuyas consecuenc­ias aún no han sido superadas. La convertibi­lidad fue víctima de su propio éxito; impresiona­dos por la estabilida­d cambiaria y la ausencia aparente de inflación, los bancos y fondos de inversión ayudaron al gobierno y a empresario­s a endeudarse sin preguntars­e lo que tendrían que hacer para devolver el dinero. Algo muy similar ocurrió en Grecia luego de que el dracma fue reemplazad­o por el euro.

Como es natural, Alberto Fernández jura que, una vez en el poder, su gobierno manejará las finanzas nacionales con sobriedad, pero también promete un salariazo, más plata para los jubilados, más planes de emergencia, más consumo, más empleos y, desde luego, más crecimient­o, ya que según él Macri cometió el error imperdonab­le de creer que la inflación se debió sólo a factores monetarios y por tal razón procuró aplicar una política de austeridad que a su entender ha sido contraprod­ucente. Tanto voluntaris­mo es conmovedor, pero de aplicarse el recetario propuesto por el “presidente virtual” el país podría sufrir otra conflagrac­ión hiperinfla­cionaria.

Alberto no se equivoca cuando dice que, con escasas excepcione­s, los empleados ganan muy poco, muchos jubilados apenas sobreviven, es imperdonab­le que haya hambre en un país con tantos recursos alimentici­os y todo sería muchísimo mejor si aumentara el producto bruto, pero para remediar tales deficienci­as sólo ofrece una lista de deseos. Las propuestas, por calificarl­as así, de Alberto son idénticas a las que a través de las décadas han formulado políticos opositores que, luego de desalojar a los “neoliberal­es” de turno, se las arreglaría­n para agravar todavía más una situación ya calamitosa. ¿Será diferente con los kirchneris­tas nuevamente al timón? No hay motivo alguno para creerlo.

Consciente­s de que pronto se enfrentará­n con una cri-

sis menda, económica los asesores tredel binomio AlbertoCri­stina están buscando ejemplos de gobiernos en otras partes del mundo que hayan logrado solucionar problemas económicos urgentes aplicando medidas heterodoxa­s. No son los únicos que quisieran conseguir remedios menos dolorosos pero más eficaces que los habituales: progresist­as de distinto pelaje en Europa y hasta de América del Norte también sueñan con encont ra r ev idencia i ncont rover t ible de que la austeridad nunca es necesaria. Por un rato, algunos –además de los kirchner ist as, cier tos laboristas británicos, entre ellos el jefe del partido, Jeremy Corbyn–, creían haber hallado el elixir milagroso en la Venezuela de Hugo Chávez. Por desgracia, la ilusión duró poco.

As por que par gozó ridad el tugués”, i de m de “modelo por entre ismo, meses popula- u n los kirchneris­tas, ha llo berlo que perdido ponderado, le atribuían. el bri- ya se Luego dieron de cuenta ha- de que posible no demostró recuperars­e que de es una perfectame­nte caída estrepitos­a sin tener que ajustar nada. Para decepción suya, se enteraron de que la estabilida­d precaria alcanzada por la economía portuguesa que tanto les había entusiasma­do fue precedida por una reducción brutal de los ingresos de estatales y jubilados ordenada por un gobierno conservado­r resuelto a restaurar el equilibrio fiscal costara lo que costara. Por lo demás, centenares de miles de trabajador­es portuguese­s emigraron a países vecinos, mientras que la Unión Europea, con la participac­ión del FMI, no escatimó la ayuda financiera. Pue

de que, andando el tiempo, un futuro gobierno argentino tenga que adoptar una estrategia parecida, pero no lo haría antes de agotar la reserva de alternativ­as hipotética­s. Por ahora cuando menos, el “modelo portugués” es políticame­nte inconcebib­le. Tanto aquí como en muchos otros países, entre ellos los más desarrolla­dos, abundan los que aseguran que el gobierno local debería gastar más para atenuar los problemas sociales que, para fr ustración de casi todos, siguen agravándos­e al amplia rse l a brecha entre quienes están en condicione­s de sacar provecho de las oportunida­des disponible­s y los demás. Aunque muchas economías siguen creciendo, lo hacen de manera menos inclusiva de lo que era normal hasta aproximada­mente veinte años atrás y hay buenos motivos para prever que la tendencia así supuesta se intensifiq­ue en el futuro cercano. Para más señas, los “empleos de calidad” de que hablaba Macri y, es de suponer, hablará Fernández, requerirán trabajador­es mejor preparados que el grueso de los graduados del sistema educativo actual. Es posible que exageren quienes nos advierten que dentro de muy poco la automatiza­ción manejada por computador­as “inteligent­es” eliminará millones de puestos de trabajo en la Argentina, pero aun cuando nada parecido suceda, para una proporción sustancial de la población sería casi tan difícil adaptarse a una economía un poco más avanzada que la dejada por el macrismo como lo sería para la clase política nacional derrotar la inflación sin recurrir a algo tan contundent­e como la dolarizaci­ón.

PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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DEVALUADO. Como el peso frente al dólar, la imagen de Macri se hunde en el final de su accidentad­o mandato.
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