País calesita
Luego de un breve período de ilusión por un futuro de crecimiento sustentable para la Argentina, nos encontramos entrampados, una vez más, en el ciclo de la decadencia nacional. El país que alimenta al mundo y que, con Vaca Muerta, sueña con venderle energía, discute esta semana en la calle y el Congreso la letra chica de la emergencia alimentaria.
Cada vez que la dirigencia fracasa en armar un modelo de país productivo e inclusivo, el principal activo por el que pulsea la clase política pasa a ser la pobreza, ese negocio infame de los que nunca pasan hambre.
Así se pone en marcha el triste mecanismo de la calesita de la protesta social, que manda a las personas sin empleo a trabajar de piqueteros itinerantes, cortando una calle hoy, copando un shopping mañana, siguiendo las consignas de líderes que nadie votó, pero que negocian con oficialismo y oposición por espacios de poder, en nombre de las masas desposeídas.
Todo sucede al calor de una campaña electoral que los argentinos no hemos sabido aprovechar para debatir propuestas ni para exigir respuestas concretas de los políticos refugiados en sus respectivas trincheras de una grieta degradante. Mientras, los gobiernos pasan, los relatos vuelven, pero la pobreza no deja de crecer.
La calesita no es nueva, pero desde fines de los '90 gira con ritmo cada vez más acelerado. El kirchnerismo llegó hasta a dejar de medir la pobreza con excusas inverosímiles. Luego el macrismo prometió llevarla a cero, pero la aumentó dramáticamente al final de su mandato. Esos fracasos le dieron aire a una nueva dirigencia social, que hoy logra protagonizar un tramo caliente de la campaña electoral. Y va por más.