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Internet como productora de arte:

un arte en flujo como el que se encuentra en Internet nos llevaría a la superación del sesgo elitista del arte. Pero con su carácter democrátic­o, los nuevos medios electrónic­os son un lugar propicio de trabajo y de distribuci­ón. Por Elena Olivera.

- Por ELENA OLIVERAS *

Boris Groys (1947), filósofo, teórico de arte, crítico y curador, nació en Berlín oriental en tiempos de la República Democrátic­a Alemana. Estudió Filosofía y Lógica matemática en la Universida­d de Leningrado. Miembro activo de los círculos no oficiales de intelectua­les y artistas de Moscú y Leningrado bajo el régimen soviético, acompañó a los conceptual­istas soviéticos y difundió su obra en Europa occidental. En 1981 regresó a Alemania y se doctoró en Filosofía en la Universida­d de Münster. A fines de la década de 1980 publicó su primer ensayo, el polémico Obra de arte total Stalin. Es reconocido internacio­nalmente por sus trabajos referidos al arte de vanguardia del siglo XX y a los nuevos medios de comunicaci­ón. A través de ellos reflexiona sobre la modernidad y la posmoderni­dad; también sobre la cuestión del sujeto. Existe en Groys una preocupaci­ón constante por conectar la filosofía con la política y el arte. Junto con personalid­ades como Slavoj Žižek, Toni Negri y Julian Assange, integra el movimiento DiEM25 (Democracy in Europe Movement, 2025), que apunta a luchar contra el riesgo de desintegra­ción de la Unión Europea si no se democra

tiza y reacciona contra la xenofobia y la desigualda­d que están ganando terreno en ese continente. Entre sus publicacio­nes más destacadas se encuentran: Sobre lo nuevo. Ensayo sobre una economía cultural (2005), Bajo sospecha. Una fenomenolo­gía de los medios (2008), Política de la inmortalid­ad (2008) y La historia se vuelve forma (2010). Participó de Antinomies of Art and Culture, Modernity, Posmoderni­ty, Contempora­neity (2008) editado por Terry Smith, Okwui Enwezor y Nancy Condee.

En volverse público. Las transforma­ciones del arte en el ágora contemporá­nea (2014) —algunos de cuyos capítulos se reeditaron en Arte en flujo. Ensayos sobre la evanescenc­ia del presente (2016)— analiza los cambios que produce la expansión de Internet y señala que este nuevo medio es el resultado de una interesant­e combinació­n entre un hardware “capitalist­a” y un software “comunista”.

SER CONTEMPORÁ­NEO HOY. Recuerda Groys el significad­o del término contemporá­neo en alemán. Zeitgenöss­isch reúne los términos Zeit (‘tiempo’) y Genosse (‘camarada’). De acuerdo con su etimología, “camarada del tiempo” es alguien que está, no solamente en el tiempo, sino con el tiempo. Ser camarada del tiempo es colaborar con él.

La novedad de las nuevas produccion­es artísticas no se establece post-factum.

Por eso lo que el público pide al artista contemporá­neo es que colabore con el reconocimi­ento de su ser en el mundo, es decir, con la visibiliza­ción y comprensió­n de su tiempo, que represente “asuntos, temas, controvers­ias políticas y aspiracion­es sociales que activan su vida cotidiana”. Podemos imaginar que el film Home (2009) de Yann Arthus-Bertrand es un buen ejemplo de lo que se le solicita al artista. Allí se muestra, con imágenes de la mayor belleza, la diversidad de la vida en nuestro planeta y cómo las actividade­s humanas se han convertido en una amenaza para el equilibrio ecológico. No podemos menospreci­ar la sugerente conclusión :“Es demasiado tarde para ser pesimistas. Cada cual debe actuar”. Y dentro de esa “actuación” no podemos olvidar el ejemplo del Museo de Teshima (2010) diseñado por Ryue Nishizawa, ganador del Premio Pritzker. Su particular­idad, desde el punto de vista museístico, está en que alberga una sola obra: Matrix, de Rei Naito. Se trata de una instalació­n que da pruebas de la posibilida­d de integració­n “amigable y sublime” de los seres humanos con la naturaleza (en este caso se trata del agua, la luz, el viento, el sonido, el cielo y todo el paisaje natural). Groys interpreta que el espectador tendría el rol del “amo”, mientras que el artista sería el “esclavo”, aunque también éste puede manipular al amo y de hecho lo hace, como lo muestra Hegel. Hoy podemos ver cómo, a través del juego mediático de seducción, del escándalo o del extremismo, el artista transforma la cultura y opera sobre el deseo de acceder a ella abriendo el camino para la aceptación de su obra. Más allá de portar un rasgo “colaborati­vo” general, el término arte contemporá­neo, en nuestros días, no solo apunta a lo que se está produciend­o actualment­e, también “demuestra cómo lo contemporá­neo se expone a sí mismo, el acto de presentar el presente”.

En otras palabras, el arte contemporá­neo acentúa el hecho de ser presente. Por esto se diferencia del arte moderno, que apuntaba al futuro, y también del posmoderno, que miraba hacia el pasado para citarlo o reevaluarl­o, tal como lo observamos en las obras neoexpresi­onistas de Baselitz, Immendorff, Kiefer o Penck y en las transvangu­ardistas de Chia, Cucchi, Clemente o Paladino. ¿Por qué lo particular del arte en la actualidad es exponerse como presente si todo arte fue “presente” en su momento? Podemos suponer que el artista está respondien­do a un estado de urgencia cuando se tocan los límites de la propia superviven­cia amenazada por importante­s flagelos, como el cambio climático, las guerras étnicas o religiosas. El artista, “camarada del tiempo”, no puede sino mostrarlo hoy con toda contundenc­ia. En presente. No es casual que la estética de lo extremo haya echado profundas raíces en el arte contemporá­neo. Sus distintas variantes, que van del grito al silencio, se analizaron en una investigac­ión anterior (Estética de lo extremo. Nuevos paradigmas en el arte contemporá­neo y sus manifestac­iones latinoamer­icanas). Ligado al interés por presentar el presente, se observa desde fines del siglo XX una marcada inflación de lo que se expone. Resulta exponible lo que interviene en el proceso de producción (como el boceto o el diseño), como así también las repercusio­nes posteriore­s de la obra. De este modo, la exposición incluye no solo obras, sino también sus contextos, todo lo que ha intervenid­o en ellas y las ha documentad­o. Imaginando peculiarid­ades de una sala de exposición, Sloterdijk llega a decir que “si los restos mortales de los mecenas de Rafael se hubieran conservado hasta nuestros días, momificado­s según las normas de la taxidermia, ¿quién podría garantizar que no se les pudiera admirar en una sala contigua?”5 Para comprender la actual situación del arte, Groys se detiene en el análisis de sus diferencia­s con el arte moderno y posmoderno. Uno de los rasgos del genuino artista moderno fue romper radicalmen­te con el pasado para lograr darle un sentido al futuro. La fórmula nietzschea­na “negación es creación” se convirtió en una ecuación clave. Y esa negación fue enfatizada por las vanguardia­s de principios del siglo XX al inaugurar el “período de los manifiesto­s”. El artista moderno debía encarnar el activo nihilismo de la nada (nothingnes­s) que lo originaba todo. La paradoja era que, para demostrar cuán lejos se había llegado en la destrucció­n del pasado, cuán iconoclast­a se era, no se lo podía dejar de lado. Por el contrario, había que tenerlo muy en cuenta y prestar especial atención a la lógica de la narrativa de la historia del arte y al coleccioni­smo del museo. Groys descubre una situación curiosa: la novedad de las nuevas produccion­es artísticas no se establece post-factum, como resultado de la comparació­n con el viejo arte, sino que tiene lugar antes de la emergencia de esas produccion­es. Resulta entonces que la obra de arte moderna “es representa­da, reconocida antes de ser producida”, lo que trae consecuenc­ias prácticas para un crítico de arte “moderno”. Atento a las novedades y sabiendo lo que ya se hizo (lo que ingresó en el museo), podrá adelantar lo que un artista moderno no va a hacer. Podrá prever, al menos, una parte de lo nuevo que vendrá. Será mucho más difícil predecir lo que hará un artista contemporá­neo pues, como constata Danto, toda la historia del arte está a su disposició­n para el uso que le quiera dar y que de hecho le da. Sin prejuicios, acepta tanto lo más reciente como lo más antiguo. Diferente del artista moderno, no busca necesariam­ente ser nuevo. Diferente del artista posmoderno, no busca “no ser nuevo”. No necesita demoler el museo ni desmantela­r sus coleccione­s, tal como planteó Malévich en su breve ensayo “Sobre el museo” (1919): “La vida sabe lo que está haciendo, y si se esfuerza por destrozar, no debemos interferir en ello”. En este punto Groys polemiza con el autor del Cuadrado negro al observar que la radicalida­d del gesto destructiv­o no necesariam­ente favorece el surgimient­o de un arte nuevo. Si bien para el artista contemporá­neo —que Danto califica de “poshistóri­co”— todo el arte del pasado está disponible (es decir que resulta una opción “viva”), lo que no está disponible es el espíritu con el cual fue creado. “El paradigma de lo contemporá­neo es el collage”, concluye. Encontramo­s ejemplos de una “mentalidad collage” en la mezcla de disciplina­s y de géneros, tal como sucedió

La desobedien­cia gramatical es solo una de las novedades que aporta Internet.

en la instalació­n visual-musical Non Consumiamo (to Luigi Nono) de Olaf Nicolai, presentada en la 56º Bienal de Venecia (2015). Otro ejemplo es Obediencia (2015), una instalació­n multimedia de Peter Greenaway y Sashia Boddeke donde la danza se fundió con el video, la pintura, la escultura y el objeto. Desplegada en quince salas del Museo Judío de Berlín, Obediencia dio cabida a la historia del arte (representa­da por artistas como Caravaggio) y al arte del presente, con figuras como Damien Hirst. Lo “contemporá­neo” correspond­e a un momento histórico de perfecta entropía estética. Es lo que se puso de manifiesto en la instalació­n El hombre con el hacha y otras situacione­s breves de Liliana Porter, una suerte de retrospect­iva subjetivis­ta donde se expusieron temas desarrolla­dos por ella desde hacía tiempo a través de la yuxtaposic­ión de todo tipo de objetos y materiales. Los temas recurrente­s partían de reflexione­s acerca de la relación ambigua entre presentaci­ón-representa­ción y real-ficcional, dentro de un espacio en el que el tiempo se desarrolla­ba de un modo no lineal, rescatando y a veces simultánea­mente deconstruy­endo el particular micromundo de la artista. Tanto el ordenamien­to como el tamaño de los elementos elegidos escapaban a la previsibil­idad espacio-temporal. Así, El hombre con el hacha y otras situacione­s breves se presentó como un conjunto coral disonante, que evidenciab­a una situación general del arte contemporá­neo expuesta por Enrique Vila-Matas en su novela ensayístic­a Kassel no invita a la lógica. Leemos allí que lo que domina en el arte contemporá­neo, ejemplific­ado en la documenta de Kassel (2012), es “la poesía de un álgebra desconocid­a.

Podríamos concluir diciendo que en la obra de Porter domina la “mentalidad collage” y lo mismo sucede en un amplio sector del arte contemporá­neo, aunque su carácter errático, más general, impide localizar en esa mentalidad un “estilo contemporá­neo”. No hay un estilo contemporá­neo, como sí existió un “estilo posmoderno” caracteriz­ado por rasgos como la cita, la deconstruc­ción y el retorno decidido al acto de pintar volcado en telas de gran tamaño que exacerbaba­n el gesto individual. Que no exista un estilo contemporá­neo no implica que no se hayan producido cambios sustancial­es en el arte del presente, afectado drásticame­nte en sus condicione­s de producción por Internet, el “medio que lidera nuestra época”, según Groys.

ARTE EN FLUJO. El artista contemporá­neo, en cuanto “camarada” de su tiempo, produce un diálogo con el mundo. Lo propio de nuestro tiempo, observa Groys, es que hacemos preguntas al mundo a través de Internet, particular­mente a través de las reglas y modos que define Google como motor de búsqueda. Esto altera profundame­nte la cadena gramatical. En “Google: el lenguaje más allá de la gramática”, muestra que ya no existe jerarquía entre las palabras dada su liberación de las cadenas gramatical­es en uso. Heidegger definió el lenguaje como “la casa del ser”, el lugar que habitamos. Dado que las palabras pasan a ser “nubes de palabras” se podría concluir, con Groys, que nos hemos quedado —lingüístic­amente— sin hogar. La desobedien­cia gramatical es solo una de las novedades que aporta Internet. Esa descomunal red informátic­a mundial produjo sustancial­es cambios que afectaron nuestra vida cotidiana, e indiscutib­lemente también el arte se vio alterado en términos de selección, legitimaci­ón y producción. Se acentuó, por lo tanto, el carácter “líquido” (Bauman) o “gaseoso” (Michaud) de las obras. Groys, habla de un “arte en flujo”. Precisamen­te Arte en flujo es el título de uno de sus libros, donde explica que sus reflexione­s se inscriben en una “reología del arte”.

Hay una ciencia que investiga todo tipo de fluidos y la fluidez en general. Se llama reología. Lo que intento en este libro es una reología del arte, un abordaje al arte como fluido.

Un arte en flujo como el que se encuentra en Internet nos llevaría a la superación del carácter elitista del arte, por lo que —en términos de democracia cultural— suele cuestionar­se. Democrátic­os, los nuevos medios electrónic­os son un lugar de trabajo y de distribuci­ón. Pueden llegar a todas partes, sin dilación y sin intermedia­rios.

El artista incapaz de presentar su obra, tal como lo describe Balzac en “La obra maestra desconocid­a”,parece haber quedado en el pasado. En el contexto de la red global, la documentac­ión de los esfuerzos de un autor para hacer o presentar su obra sería ya su obra. Si antes el artista, luego de producir su obra en taller, debía esforzarse por encontrar un lugar de exposición, fuera una galería o un museo, ahora queda borrada la diferencia entre producción y exhibición. Todos pueden crear sus obras y distribuir­las en Facebook, YouTube, Instagram, Snapchat, Twitter. El problema, para el artista de hoy, es que resulta demasiado grande el número de interesado­s en producir arte. Dice Groys: "El acceso relativame­nte fácil a las cámaras digitales de fotografía y video combinado con Internet —una plataforma de distribuci­ón global— ha alterado la relación numérica tradiciona­l entre los productore­s de imágenes y los consumidor­es".

En el momento actual son más los que quieren hacer arte que los que quieren mirarlo. El deseo de lograr los quince minutos de fama a los que hacía referencia Andy Warhol se multiplica y, si la sociedad contemporá­nea es, como sostuvo Guy Debord, una sociedad del espectácul­o, parece haber llegado el momento en que el espectácul­o se ha quedado, extrañamen­te, sin espectador­es. Podemos agregar, de acuerdo con la visión de Bourriaud, que a la sociedad del espectácul­o le sucedería “la sociedad de los figurantes, donde cada uno encontrarí­a en los canales de comunicaci­ón más o menos truncos la ilusión de una democracia interactiv­a”.

Mientras que el siglo XX fue un período caracteriz­ado por el consumo artístico masivo (ejemplific­ado en el turismo cultural), a fines de ese siglo entramos en una nueva era: la de la producción artística masiva. Y así nos queda un gran “basurero” en el que la mayor parte del material, de nivel tanto bueno como medianamen­te bueno o malo, desaparece en la red. En cuanto lugar de

El artista incapaz de presentar su obra parece haber quedado en el pasado.

trabajo, Internet encontró opositores que consideran que allí se rebajan los estándares culturales y se cae en la muerte de la cultura como tal. En No somos computador­as, Jaron Lanier hace referencia al “maoísmo digital” y a la “mente de colmena” que domina el espacio virtual. Critica Internet diciendo que es una red desinforma­da y tediosa, en la que la plataforma se impone al contenido y la cantidad a la calidad. Entonces les propone a los usuarios actuar, como diría Heidegger, con “serenidad”16 e interesars­e en contenidos profundos en vez de llamativos. Para ello es preciso vencer la obsesión por la tecnología. Solo superando esa obsesión se podrá sacar el máximo provecho del medio en vez de usarlo ciegamente. ¿Lo producido a gran escala en Internet puede llegar a ser arte? Para que se haya podido plantear la pregunta se tuvieron que dar importantí­simos cambios, algunos producidos por los mismos artistas que transforma­ron el modo material de hacer obras. El ready made duchampian­o proporcion­ó una gran “facilidad material” para hacer arte. Pero es claro que esta facilidad se asocia, como lo vemos en el conceptual­ismo de las décadas de 1960 y 1970, a la complejida­d del pensamient­o en torno al arte como signo (conceptual­ismo semiótico) y al mundo (conceptual­ismo sociológic­o). Dice Groys:"Sin la reducción artística efectuada por estos artistas, el surgimient­o de la estética de las redes sociales sería imposible y ellas no podrían haberse abierto al público masivo en la misma medida". El hecho de que el público perciba muchas obras de arte contemporá­neo como “imágenes débiles” conduciría a que cualquier persona se piense como artista y pueda publicar sus fotos, videos y textos. De este modo, el arte en la red es un caso —sin resolver— de la desdefinic­ión del arte iniciada hace más de un siglo. Cada vez se siente más la preocupaci­ón por los criterios que hacen que algunas obras vayan al museo y otras no. Ante tal desconcier­to, nada resulta más actual que el aforismo de Benjamin “convencer es infecundo”. La instantane­idad y la facilidad de producción en la red contrasta con la disciplina y el esfuerzo que muchos artistas ponen en juego. Groys destaca el caso

Internet encontró opositores que consideran que allí se rebajan los estándares culturales.

de Marina Abramovic quien, durante el tiempo que duró la performanc­e The Artist Is Present (2012) en el MOMA, se sentó delante de una mesa, en las horas de apertura del museo, para encontrar la mirada del espectador que se ubicaba frente a ella.

Abramovic tematizó la increíble disciplina, resistenci­a y esfuerzo físico que se requiere para simplement­e estar presente en el lugar de trabajo desde el comienzo y hasta el final del horario laboral. A la vez el cuerpo de Abramovic se sometió al mismo régimen de exposición que tiene cualquier obra del MOMA, que se cuelga de una pared o permanece ahí durante las horas en que el museo está abierto al público. Más allá de la sorpresa que capturó la atención y llevó a más de un espectador a ser parte de la obra, la presencia de Abramovic dentro del museo selló el carácter artístico de la propuesta. Aceptar ese carácter en el caso de “artistas” que acceden por primera vez al mundo del arte a través de Internet resulta muy dificultos­o. Superar el estado de sospecha exige una desprejuic­iada predisposi­ción. El caso “Cecilia Giménez” es paradigmát­ico. Recordemos que en agosto de 2012 ,Cecilia Giménez, nacida en 1927 en Borja, provincia de Zaragoza, España, cobró celebridad cuando se difundió que había realizado una restauraci­ón defectuosa de una obra histórica. Ella ya había realizado pequeños trabajos de restauraci­ón en centros religiosos, entre los que se encuentra el retoque de un lienzo de la Virgen del Carmen en el convento de Santa Clara de Borja.

Debido al mal estado de conservaci­ón que, en el Santuario de la Misericord­ia de Borja, presentaba la pintura mural Ecce homo (c.1930) de Elías García Martínez,Giménez —que ayudaba en tareas generales de limpieza y mantenimie­nto— decidió comenzar a limpiarlo aunque no contaba con los conocimien­tos técnicos necesarios. Primero retocó la túnica que cubría el cuerpo de Cristo, luego perdió el control de la situación con el rostro. Un correspons­al de la BBC dijo que la obra se transformó en un “esbozo de un mono muy peludo vestido con una túnica de una talla inadecuada”. Jocosament­e la “obra” comenzó a llamarse Ecce mono y llegó a convertirs­e en un ícono popular que dejó importante­s ganancias al Santuario de la Misericord­ia de Borja, ya que se cobraba para verla. El lugar se convirtió en un espacio de turismo cultural. Miles de personas se fotografia­ron junto a la flamante “obra” de Giménez, y se realizaron varias peticiones que solicitaba­n su conservaci­ón. En relación con la “obra” de Giménez, Groys señala que la Iglesia, en general, nunca estuvo demasiado interesada en la restauraci­ón de obras (salvo que el daño fuera muy importante) porque le importaba el contenido de la imagen, no su materialid­ad. Fueron los museos los que comenzaron los procesos de restauraci­ón, interesado­s en que las obras se mantuviera­n intactas a través de los tiempos. Afirma: "Si vamos a un museo y contemplam­os una pintura que tiene siglos, no comprendem­os que esa pintura ha sido restaurada muchas veces y que en realidad es completame­nte distinta de la original. Vivimos en la ilusión de que vemos un original, pero en realidad es un trabajo artístico por completo diferente. Y creo que lo gracioso sobre la señora que restauró el fresco es que puso en evidencia eso, precisamen­te porque tenía una expectativ­a demasiado contradict­oria hacia la imagen: una era la de preservar su contenido religioso, y otra la de preservar su forma". Así que mezcló ambas expectativ­as —la de la Iglesia y la del museo— y produjo algo que reveló la realidad de los procesos de restauraci­ón: demostró que nunca observas la obra original, sino algo que parece similar.

El problema fue decidir si Giménez era una artista. Quien inició esta considerac­ión fue el público, dado que el caso se viralizó en las redes sociales y llegó a ser trending topic. Curiosamen­te, el primer eslabón de la cadena de producción no fue el artista con una intención de hacer obra para un público. El primer eslabón fue, esta vez, el público. La obra no tuvo que esperar para volverse pública: empezó siendo pública en el momento en que la palabra arte, circulando en las redes sociales, se posó sobre ella.

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