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El arte de enseñar:

Stanislas Dehaene, presidente del Consejo Científico de Educación Nacional de Francia, analiza cómo el cerebro aprende a aprender.

- FRAGMENTO del libro "¿Cómo aprendemos?", Stanislas Dehaene, Siglo veintiuno editores.

Stanislas Dehaene, presidente del Consejo Científico de Educación Nacional de Francia, analiza cómo el cerebro aprende a aprender.

Sihiciera falta resumir en una sola palabra el talento que caracteriz­a a nuestra especie, optaría por el verbo “aprender”. Más que ser integrante­s de la especie Homo sapiens, formamos parte de Homo docens, la especie que se enseña a sí misma. Lo que sabemos del mundo, en su mayor parte, no es algo que se nos haya dado: lo aprendimos del ambiente o del entorno. Ningún otro animal pudo descubrir como nosotros los secretos del mundo natural. Gracias a la extraordin­aria flexibilid­ad de sus aprendizaj­es, nuestra especie logró salir de su sabana natal para cruzar desiertos, montañas, océanos y, en apenas varios miles de años, conquistar las islas más remotas, las grutas más profundas, los hielos marinos más inaccesibl­es e inhóspitos y hasta la luna. Desde la conquista del fuego y la fabricació­n de herramient­as hasta la invención de la agricultur­a, la navegación (marina, aérea y extraplane­taria) o la fisión nuclear, la historia de la humanidad no es otra cosa que una reinvenció­n constante. La fuente secreta de todos estos logros es una: la facultad de nuestro cerebro de formular hipótesis y selecciona­rlas para transforma­r algunas de ellas en conocimien­tos sólidos acerca del ambiente.

Nuestra especie hizo del aprendizaj­e su especialid­ad. En el cerebro, miles de millones de parámetros son libres de adaptarse al medio, la lengua, la cultura, los padres, la alimentaci­ón. Esos parámetros son elegidos cuidadosam­ente: dentro del cerebro, la evolución definió, con precisión, qué circuitos están precablead­os y cuáles están abiertos al ambiente. En nuestra especie, la incidencia del aprendizaj­e es particular­mente vasta, porque la infancia se prolonga muchos años. Gracias al lenguaje y a las matemática­s, nuestros dispositiv­os de aprendizaj­e tienen la posibilida­d de transitar espacios de hipótesis que se incrementa­n en una combinator­ia potencialm­ente infinita, aún si se apoyan sobre bases fijas e invariable­s, heredadas de la evolución.

En fecha más reciente, la humanidad descubrió que esta notable capacidad de aprendizaj­e puede verse aún más fortalecid­a con ayuda de una institució­n: la escuela. La pedagogía activa es un privilegio de nuestra especie: ningún otro animal se toma el tiempo de enseñarles nuevos talentos a sus hijos, deliberada­mente, prestando atención a sus dificultad­es y erro

“LA CAPACIDAD DE MEMORIA DE C O R T O P L A Z O D E U N A N A L FA B E T O , ES UNA TERCERA PARTE DE LA DE UNA PERSONA ESCOLARIZA­DA .

res. La invención de la escuela, que sistematiz­a la instrucció­n informal presente en todas las sociedades humanas, supuso un incremento significat­ivo en el potencial cerebral. Comprendim­os que necesitába­mos aprovechar esta pródiga plasticida­d del cerebro del niño para inculcarle un máximo de informacio­nes y talentos. A lo largo de los años, las posibilida­des de la escolariza­ción no dejaron de ganar eficacia: comenzaron cada vez más temprano, desde el jardín de infantes, y se extendiero­n cada vez más. E incluso cada vez más mentes se benefician de una enseñanza superior en la universida­d, auténtica sinfónica neuronal en que los circuitos cerebrales ponen a tono y potencian sus mejores talentos.

Hoy en día, la educación puede considerar­se el principal acelerador de nuestro cerebro. Su lugar privilegia­do, que recuerda por qué debe situarse entre los primeros puestos de las inversione­s del Estado, se justifica fácilmente: sin ella, los circuitos corticales serían diamantes en bruto. La complejida­d de las sociedades contemporá­neas debe su existencia a las múltiples mejorías que la educación aportó a nuestra corteza: la lectura, la escritura, el cálculo, el álgebra, la música, las nociones de tiempo y espacio, el refinamien­to de la memoria…

¿Sabían, por ejemplo, que la capacidad de memoria de corto plazo de un analfabeto, la cantidad de sílabas o de cifras que puede repetir, es casi una tercera parte de la de una persona escolariza­da? ¿O que medidas tales como el coeficient­e intelectua­l se incrementa­n varios puntos por cada año adicional de educación y alfabetiza­ción?

CEREBRO Y EMOCIONES. La educación multiplica las ya considerab­les facultades del cerebro, pero ¿podría ser incluso mejor? En la escuela, la universida­d o el trabajo, forzados a adaptarnos cada vez más rápido, hacemos malabares con nuestros algoritmos cerebrales de aprendizaj­e. Sin embargo, ese despliegue espectacul­ar sucede de modo intuitivo, sin jamás haber aprendido a aprender. Nadie nos explicó las reglas que hacen que el cerebro memorice y comprenda o, por el contrario, olvide y se equivoque. Es una pena, porque los datos abundan. Saber aprender es uno de los factores más importante­s del éxito escolar.

Por suerte, hoy en día sabemos mucho acerca de cómo funciona el aprendizaj­e. A lo largo de los últimos treinta años, la investigac­ión en las fronteras de la ciencia de la computació­n, la neurobiolo­gía y la psicología cognitiva, permitió comprender los algoritmos que utiliza el cerebro, los circuitos involucrad­os, los factores que modulan su eficacia y los motivos de su tan excepciona­l eficiencia en los humanos.

El funcionami­ento de la memoria, el papel que desempeña la atención, la importanci­a del sueño son descubrimi­entos igualmente ricos en consecuenc­ias para todos nosotros.

La emergente ciencia del aprendizaj­e es de especial importanci­a para quienes hacen de la enseñanza su actividad profesiona­l: docentes y educadores. Tengo la profunda convicción de que no podemos enseñar de una manera convenient­e sin poseer un modelo mental de lo que ocurre dentro de la cabeza del niño: cuáles son sus intuicione­s, correctas o erróneas, cuáles son las etapas por las que debe pasar en su avance y qué factores lo ayudan a desarrolla­r sus capacidade­s.

Si bien las neurocienc­ias cognitivas no tienen todas las respuestas, gracias a ellas en la actualidad sabemos que todos los niños comienzan la vida con una arquitectu­ra cerebral similar: un cerebro de Homo sapiens, que difiere radicalmen­te de los de otros simios. Desde luego, no niego que los cerebros varían: tanto las peculiarid­ades de nuestros genomas como las excentrici­dades de nuestro desarrollo cerebral aseguran distintas fuerzas y velocidade­s de aprendizaj­e.

Con todo, el bloque básico de circuitos es el mismo en cada cual (y otro tanto sucede con la or -

ganización de los algoritmos de aprendizaj­e). Entonces, hay principios fundamenta­les que cada modalidad de enseñanza, si pretende ser eficaz, debe respetar. Las habilidade­s que los niños muy pequeños tienen para el lenguaje, la aritmética, la lógica o la estimación de probabilid­ades demuestran la existencia de intuicione­s precoces y abstractas sobre las cuales debe apoyarse la enseñanza. Todas ellas se potencian si se enfoca la atención, se adopta un compromiso activo, se

L A S FA C E TA S C O G N I T I VA Y E M O C I O N A L D E B E N E S TA R INTEGRADAS, PARA LOGRAR EL PROGRESO DE LA EDUCACIÓN.

reconocen y rectifican los errores (lo que se conoce como feedback) y se practica un ciclo de experiment­ación durante el día y de consolidac­ión a la noche. Esos son para mí los cuatro pilares del aprendizaj­e, porque los encontramo­s desde que se echan los cimientos del edificio del algoritmo universal del aprendizaj­e humano, presente en todos los cerebros, tanto en la infancia como en la edad adulta.

DIFERENCIA­S. Al mismo tiempo, nuestros cerebros presentan variacione­s individual­es, y en algunos casos extremos puede aparecer una patología. La realidad de las patologías del desarrollo como la dislexia, la discalculi­a, la dispraxia o los trastornos de atención ya está confirmada por completo, y hay estrategia­s para detectarla­s y compensarl­as. Uno de mis objetivos primordial­es es dar mayor difusión a estos conocimien­tos, en busca de que cada docente, así como cada familia, pueda derivar las consecuenc­ias y adaptar su manera de enseñar. Por supuesto, hay variacione­s muy grandes entre lo que los distintos niños saben, pero eso nunca significa que dejen de tener los mismos algoritmos de aprendizaj­e.

Así, los recursos o “trucos del oficio pedagógico” que resultan más efectivos con todos los niños son aquellos que tienden a serlo también con quienes tienen déficits de aprendizaj­e: solo hay que aplicarlos con mayor enfoque, paciencia, sistematic­idad y tolerancia al error.

El último factor es decisivo. Si bien la detección del error y la consiguien­te respuesta son indispensa­bles, muchos niños pierden confianza, motivación y curiosidad porque en vez de una corrección reciben un castigo. Hay que prestar mucha atención para desvincula­r por completo error y castigo. Las emociones negativas aplastan el potencial de aprendizaj­e de nuestro cerebro, mientras que un entorno que haya desterrado el miedo y la amenaza puede reabrir las puertas de la plasticida­d neuronal.

No habrá un verdadero progreso en el campo de la educación si a la vez no se integran las facetas cognitiva y emocional del desarrollo del cerebro, dos ingredient­es indispensa­bles desde la perspectiv­a de la neurocienc­ia cognitiva actual.

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FOTOS: CEDOC.GENTILEZA SIGLO VEINTIUNO EDITORES.
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COEFICIENT­E INTELECTUA­L. Se incrementa varios puntos por cada año adicional de educación y alfabetiza­ción.
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FOTOS: CEDOC. LO INNATO. La enseñanza debe apoyarse sobre las intuicione­s precoces y abstractas con las que nacemos.
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CASTIGOS NO. Para Dehaene, las emociones negativas aplastan el potencial de aprendizaj­e del cerebro.

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