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Narcomenud­eo cheto:

Jóvenes de clase alta venden drogas de diseño como salida laboral. No solo en fiestas electrónic­as sino en colegios. Naturaliza­ción y fin del miedo.

- GISELLE LECLERCQ gleclercq@perfil.com @gisellelec­lercq

las drogas de diseño ya no son exclusivas de las fiestas electrónic­as. Una nueva forma de comerciali­zar pastillas que involucra a adolescent­es sin miedo y con ganas de ganar dinero. Las dificultad­es para perseguir este delito que crece en todo el mundo.

Una

chica de 19 años ingresa en la deep web, contacta a un proveedor y hace una transacció­n con bitcoins. Tiempo después, una empresa internacio­nal de correo le envía un sobre a su casa. El contenido visible es de lo más inocente: tarjetas de navidad. Disimulada­s entre los papeles están las pastillas, que lograron sortear todos los controles internacio­nales y ya están en su casa listas para ser revendidas entre su grupo de amigos.

Los paquetes ingresan a la Argentina de forma permanente. A veces son tarjetas de Navidad, pero las sustancias pueden venir camufladas de cualquier forma. Los envíos solo tienen que cumplir un requisito: esconder una cantidad muy baja de pastillas -como máximo 60- para que su peso no llame la atención de las autoridade­s.

Así empieza la cadena del tráfico de las drogas de diseño, un fenómeno que no para de crecer en el mundo y, también, en la Argentina. Las particular­idades de este negocio cambiaron las reglas tradiciona­les del narcotráfi­co y nadie sabe bien cómo detenerlo. En el universo de las sintéticas, ya no hay -o, al menos cada vez hay menos- grandes bandas criminales con estructura­s internacio­nales, avionetas clandestin­as cruzando fronteras o capos mafiosos en connivenci­a con los poderes locales.

Hay fabricante­s anónimos que ofrecen sus productos a través de la web a pequeños clientes al otro lado del mundo. Y esos pequeños clientes son los encargados de revender las pastillas a compradore­s jóvenes, cada vez más jóvenes, que luego las distribuir­án en sus círculos íntimos con un doble objetivo: consumir con los suyos y ganar algo de dinero.

El narcomenud­eo, esa palabra que tanto se usa para hablar y señalar a los chicos de los barrios pobres, es una realidad que no reconoce clases sociales. Las pastillas ya no son exclusivas de los ambientes de la música electrónic­a y se convirtier­on en la droga preferida de los jóvenes de clase media y alta que, para conseguirl­as, sólo tienen que hablar con el amigo indicado.

Esos intermedia­rios, lejos de encarnar los estereotip­os de los dealers de las películas, son jóvenes que estudian, trabajan, van a la escuela o a la facultad y que encontraro­n en este mercado ilegal una forma de conseguir dinero rápido y sin mayores esfuerzos. Sin miedo a ser atrapados ni a las consecuenc­ias a la salud que puede traer el consumo de este tipo de sustancias, encontraro­n en la web su lugar de pertenenci­a. Las redes sociales o los foros específico­s sobre el tema se convirtier­on en un espacio de intercambi­o de informació­n, de consejos y de experienci­as

compartida­s.

Si hay algo que caracteriz­a al narcomenud­eo cheto no es sólo la posición económica. Mientras que las pastillas circulan en entornos pequeños, se crea la ilusión de confianza entre los usuarios que pretenden tener experienci­as positivas con el consumo de las pastillas. Compradore­s y vendedores apuestan a la idea de tener conciencia sobre lo que se meten en el cuerpo, recomienda­n pruebas de calidad para testear sus propias drogas y hablan de estructura­s químicas con naturalida­d. Sin embargo, todos los especialis­tas insisten en el mismo punto: en un mercado ilegal en el que aparecen sustancias nuevas a diario, es casi imposible reducir a cero los riesgos y, menos todavía, si se tiene en cuenta que cada organismo es único y, ante la misma droga, puede reaccionar de una forma diferente.

Más allá de las opiniones de los expertos y de los intentos, hasta ahora fallidos, de los diferentes países para frenar el avance de este tipo de con

sumo, el tráfico de pastillas es un hecho. Sin ir más lejos, según el último estudio de la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas (SEDRONAR), realizado en 2017, el consumo de éxtasis -la droga de diseño con más prevalenci­a en el país- aumentó un 200% y la edad del primer acercamien­to a esta sustancia pasó de los 16 a los 14 años. En consecuenc­ia, no sorprenden que sean hoy los colegios los lugares donde este negocio se agranda cada vez más.

VERTIGINOS­O. Las drogas de diseño o de síntesis son aquellas que pueden ser preparadas en un laboratori­o a partir de sustancias químicas no naturales. Sin embargo, para hablar de este tipo de drogas en la actualidad, hay que entender un concepto: Nuevas Sustancias Psicoactiv­as (NPS, según sus siglas en inglés). Luis Ferrari es un toxicólogo argentino y uno de los ocho miembros que componen un comité de la Oficina de Drogas y Narcóticos de Naciones Unidas (UNODC, por sus siglas en

TIME WARP. Cinco jóvenes murieron, en 2016, en una fiesta electrónic­a en Costa Salguero por sobredosis de éxtasis. inglés). Según explica a NOTICIAS, “las NPS son todas aquellas sustancias que no están incluidas en la Convención de Naciones Unidas de 1961 para narcóticos y en la de 1971 para psicotrópi­cos”.

Sucede que a medida que avanzan los años aparecen cada vez más nuevas sustancias. Según estudios de este comité, en el año 2009 se sabía que existían unas 166 NPS y

que tenían presencia en 65 países del mundo. En el 2019, la cantidad de nuevas sustancias aumentó a 901 y se encuentran distribuid­as en 120 países.

Verónica Bersasco, titular del Observator­io Argentino de Drogas, aclaró que no estas casi mil sustancias no tienen presencia en todos los países al mismo tiempo y que, cada vez más, las naciones trabajan en conjunto para comunicar la aparición de una nueva. En Argentina, en 2016, se creó el Sistema de Alerta Temprana que conecta a los diferentes estamentos del Estado y a la Argentina con otros países. “Cuando se detecta una nueva droga en algún lugar, sabemos que después puede aparecer acá. Están las sustancias nuevas y las que llamamos emergentes, que son aquellas que en algún momento pasaron de moda y que luego vuelven. Por ejemplo, el lanzaperfu­mes o el popper”, afirma.

De acuerdo a Martín Verrier, subsecreta­rio de Lucha contra el Narcotráfi­co del Ministerio de Seguridad de la Nación, en la Argentina, son tres las drogas de diseño con mayor prevalenci­a: el MDMA, conocido como éxtasis; el N-Bome, conocido como

“ME COMPRABAN CONOCIDOS. LO QUE PASA ES QUE SACÁS MUCHA GANANCIA", CUENTA UN JOVEN QUE VENDÍA EN SU COLEGIO .

pepa o cartón y que se suele comerciali­zar como si fuera LSD, el ácido furor de los ‘70; y la ketamina. Las demás, por ahora, tienen una presencia marginal en el país.

COTIDIANO. Las definicion­es o clasificac­iones de los especialis­tas poco importan en la diaria y, a pesar de que hay una intención manifiesta de conocer cómo consumir las drogas, en qué dosis y bajo qué circunstan­cias, los más chicos recurren a otros espacios para buscar informació­n.

Además de la adolescent­e de las tarjetas de Navidad, NOTICIAS dialogó con un chico de 20 años que, cuando iba al colegio, encontró en la venta de drogas una forma de hacer dinero. En su caso, siempre vendió “pepa”. Empezó cuando iba a cuarto año: “Era mantenido. Mis ingresos se reducían, básicament­e, a pedirle plata a mis viejos y yo a veces quería salir y gastar en alcohol, comprar forros… lo vi como una alternativ­a. Tenía contactos para cerrar en cantidad y comprar barato y tenía contactos para venderles más caro. Junté un poco para la inversión inicial. En vez de gastarme lo que me daban para un sandwich o una gaseosa en el colegio, lo empecé a guardar. Así pude comprar la primera vez una plancha de pepas”, cuenta.

Alumno de un colegio privado porteño, empezó a ver que el negocio era rentable. Al primer proveedor lo consiguió a través de Facebook. “Primero le vendía a conocidos. Lo que pasa es que sacás mucha ganancia. Compraba una plancha, que trae 25 pepas. Cada una costaba, en ese momento, 40 pesos así que me salía mil. Pero yo vendía cada una a 150 pesos o 200”, detalló. Al año siguiente, más canchero, cambió de proveedor y empezó a trabajar con “un amigo que estaba metido en cosas más turbias. Era de confianza, me fiaba 100 y yo se las pagaba a medida que vendía”.

El tema empezó a crecer. El novio de una amiga suya le pasó su número de teléfono a sus contactos de otro colegio privado de Palermo. De pronto, su celular estallaba de mensajes: “Al principio no había drama. No los conocía pero como eran gente de ese colegió, pensaba que eran ‘gente bien’. Se empezó a hacer una cadena. Y hubo un día que me dije ‘no quiero seguir más porque va a pasar a mayores’”, recuerda. En ese momento dejó de vender.

Dejar no fue un problema. Para él, vender pepas no era un proyecto de vida. Era, nada más y nada menos, que una forma de tener disponibil­idad para salir a comer con amigos y “pedir el plato más caro”.

En otros casos, estos intermedia­rios ni siquiera quieren ganar plata sino, simplement­e, conseguir pastillas más baratas. “Hago una movida y junto a varios amigos porque así consigo a mejor precio para mí”, cuenta a NOTICIAS otro joven de 27 años. Según él, los grupos secretos de Facebook son un buen lugar para contactar potenciale­s vendedores, compartir experienci­as y asesorarse. De ahí, de hecho, encontró a la pareja que hoy le vende. “Son unos pibes chetos y sé que lo que tienen suele ser de buena calidad. Me mandan misivas por Whatsapp actualizan­do el menú”, dice. Esas “misivas” tienen sus códigos: nunca se escribe la palabra éxtasis sino que se la reemplaza por un gif. Los valores arrancan en 300 pesos y varían de acuerdo a la demanda y a la supuesta calidad.

Estos vendedores tienen sus recaudos: cada tanto les piden a sus clientes que borren las conversaci­ones por un tema de seguridad, ponen una palabra clave para usar como saludo en el encuentro en el que van a hacer la transacció­n y solicitan no ser agendados con sus nombres.

EXPANSIÓN. El ex vendedor en colegios afirmó que si bien él dejó el negocio, siempre sabe a quién llamar si quisiera comprar. “Ponele que tengo 100 amigos, 6 o 7 venden”, se anima a tirar un promedio. Para las autoridade­s, por ahora, les es difícil saber a ciencia cierta cuántas personas están dentro de este negocio.

“Nacieron como una droga que se consumía casi exclusivam­ente en las clases altas pero en los últimos años permeó a las clases medias. Vemos

una universali­zación de este tipo de consumo. Como subsecreta­rio de Narcotráfi­co vi operativos en el interior del país, en fiestas de fin de año, en bailantas, en fiestas regionales, que no eran históricam­ente lugares de consumo como lo eran las fiestas electrónic­as”, insistió Verrier.

Además, aclaró que otra de las grandes diferencia­s de estas sustancias con las drogas tradiciona­les como la cocaína y la marihuana es que “este tipo de consumos no se hacen en soledad. Se toman en ambientes rodeados de personas y eso también tiene que ver con la modalidad de este tráfico en particular”.

A las drogas de diseño no se llega de casualidad. Siempre es un amigo que las propone. Horacio Salomón, director del Centro de Rehabilita­ción Darse Cuenta, asegura que en el uso de drogas de diseño se ve con mucha claridad el salto social y la baja en la edad: “Vemos cada vez más aparecer profesiona­les y personas con otro poder adquisitiv­o, que son consumidor­es y vendedores al mismo tiempo. Son drogas de otra categoría. Tenemos hijos de empresario­s, empleados de banco, estudiante­s universita­rios. Hace algunos años veíamos más ácido lisérgico, ahora se ven más pastillas”, agregó.

Ilusión de conocimien­to. Si bien los especialis­tas insisten en que las drogas de diseño, si se comparan con otras como la cocaína o la heroína, son menos adictivas, el riesgo de su consumo no es para nada menor.

El éxtasis, la más consumida a nivel local, suele producir empatía y acercamien­to y, aunque no produce efectos netamente sexuales sí genera, de forma secundaria, una exacerbaci­ón del instinto sexual. Fue la droga de la Time Warp (ver recuardo). Produce aumento de la presión, de la temperatur­a corporal y puede producir insuficien­cia renal. El N-Bome, más conocida como "pepa" o "cartón", que muchos compran confiando en que es ácido lisérgico, tiene una acción alucinógen­a. El mayor riesgo en su consumo es producirse autolesion­es o perder la noción del tiempo y volver a consumir antes de lo que el cuerpo puede soportar. La ketamina se describe como “un disociativ­o” con ciertos efectos alucinógen­os también, aunque mucho más riesgosa que la “pepa”. Esta sustancia, utilizada como fármaco veterinari­o, puede ser mortal en muy bajas dosis.

Consciente­s de esto, los usuarios de drogas de diseño apuestan a crear sus propias políticas de reducción de daños basadas en la experienci­a personal. Hay foros especializ­ados de consulta donde vendedores y compradore­s cuentan cómo les fue con determinad­a tanda de sustancias y hasta proponen testeos caseros para las pastillas. El gran problema en la actualidad, según Ferrari, es que las nuevas sustancias que fueron apareciend­o tendieron a ser más fuertes y a combinar drogas distintas, lo que dificulta su identifica­ción química.

El consumo de drogas sintéticas ya es un tema que preocupa en todo el mundo. Naciones Unidas está concentrad­a en detectar la aparición diaria de nuevas sustancias y admite la dificultad en controlarl­as. En la Argentina, los chicos de los colegios no solo las consumen sino que las venden como si fueran caramelos.

“MIS VENDEDORES ME MANDAN MISIVAS POR WHATSAPP ACTUALIZAN­DO EL MENÚ", CUENTA UN COMPRADOR.

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FOTOS: SHUTTERSTO­CK Y CEDOC.
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AVANCE. Si bien apareciero­n como una droga exclusiva del ámbito electrónic­o, cada vez más se ve en otros espacios.
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En este tráfico, la cadena de suministro­s es más corta y difícil de detectar.
NUEVO MERCADO. En este tráfico, la cadena de suministro­s es más corta y difícil de detectar.

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