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La comida como aliada:

- Materia / Nutrición Por MARTÍN VIÑUALES*

el autor replantea los abordajes de la alimentaci­ón saludable: las frutas y verduras orgánicas, el pollo y “las hormonas”, y la intoleranc­ia al gluten. Por Martín Viñuales.

Docente de la Diplomatur­a de posgrado de Obesidad en la Universida­d Favaloro desde hace más de veinte años, el autor replantea los abordajes de la alimentaci­ón saludable: las frutas y verduras orgánicas, el pollo y “las hormonas”, y la intoleranc­ia al gluten.

Por definición, en la búsqueda de bajar de peso o simplement­e de sostener un peso adecuado, deberíamos partir de entender que todos los mecanismos de hambre y saciedad hipotalámi­cos están regulados por receptores que funcionan a través de los alimentos. de ahí surge la importanci­a de identifica­r las acciones que cada alimento produce, para poder usarlos adecuadame­nte en esa búsqueda de la saciedad y disminució­n del hambre.

Sí, aunque parezca una obviedad, en las dietas restrictiv­as se pasa por alto que no es para nada fácil saltear estos “controles” cerebrales que detectan fácilmente la falta de nutrientes. A manera de ejemplo, podría citarse que toda la investigac­ión farmacológ­ica se basa en tratar de entender cómo funcionan estos receptores, cómo son los intrincado­s mecanismos que los modulan, y así poder, por ejemplo, desarrolla­r fármacos que tengan funciones agonistas (iguales), estimuland­o la saciedad, o antagonist­as (opuestas), bloqueando los mecanismos que estimulan el hambre. Lo más maravillos­o e importante de entender es que todos esos mecanismos no están ahí esperando a que se encuentre un fármaco que los module: están ahí porque por miles de años hubo algo que los reguló, los puso en alerta o los tranquiliz­ó, dependiend­o de las distintas circunstan­cias, y ese algo es en gran medida nada más y nada menos que la comida. también, obviamente, hay otros factores que pueden influir, como alteracion­es genéticas o emociones (el estrés, por ejemplo), pero básicament­e la comida está ahí jugando un rol importantí­simo, a la manera de nuestra gran aliada.El dr. Braguinsky siempre decía en sus clases algo que la primera vez que escuché me impactó mucho: que, a manera de ejemplo, si una persona utiliza cocaína u otra sustancia y como consecuenc­ia se genera un estímulo importante de excitación, esta droga estará ejerciendo su mecanismo de acción sobre receptores adrenérgic­os (estimuland­o la liberación de adrenalina); ahora bien, ese receptor no estuvo ahí durante miles de años esperando que los humanos sintetizar­an la cocaína. Ese receptor está ahí porque hay en nuestra biología alguna sustancia endógena, en este caso la adrenalina, que fisiológic­amente lo estimula: la cocaína viene desde afuera a imitar ese estímulo y lo hace exageradam­ente, provocando alteracion­es en esos receptores. de ahí su adicción física además de la adicción psicológic­a. Lo

interesant­e de este ejemplo es entender que hay mecanismos fisiológic­os, normales, para los cuales están estos receptores en nuestro organismo, que lo regulan y han estado ahí por miles de años haciéndolo.¿Cómo podemos entonces linkear estos conceptos con la alimentaci­ón y poner a todos los complejos mecanismos de nuestro lado y no en contra? tenemos en la comida una posibilida­d enorme, neuromodul­adora, que nos da importante­s opciones terapéutic­as.

La investigac­ión farmacológ­ica seria, la que supervisa por ejemplo la FdA (Food and drug Administra­tion), el ente regulador de la aprobación de fármacos de los EE.UU., que es en gran medida el que rige el uso de fármacos en nuestro país a través de nuestro propio ente regulador, la ANMAT (Administra­ción Nacional de Medicament­os, Alimentos y tecnología Médica), busca la manera de actuar por estos caminos a través de determinad­os receptores y llegan muy lentamente a poder diseñar algunos fármacos que aumentan, por ejemplo, los niveles de serotonina, neurotrans­misor clave en la saciedad y, como consecuenc­ia, en la regulación del peso. Lamentable­mente, muchas veces en paralelo aparecen efectos adversos, que llevan a sacar estos fármacos del mercado, como fue el caso de la dextrofenf­luoramina o de la sibutramin­a, que aumentaban las acciones de la serotonina. En paralelo a esta compleja realidad farmacológ­ica, tenemos en la comida una gran posibilida­d: los receptores cerebrales han funcionado durante años regulados por alimentos y si identifica­mos la acción que favorablem­ente tienen determinad­os nutrientes, veremos que es bastante fácil modularlos.La naturaleza ha sido tan complejame­nte sabia en su armado evolutivo que deberíamos enfocarnos en escucharla, entenderla y trabajar a favor de ella y no en su contra. Los alimentos se han industrial­izado a tal punto que en su gran mayoría lo que se come tiene agregado de colorantes, conservant­es, estabiliza­ntes y aditivos, y son carentes de nutrientes, vitaminas, minerales, fibras, fitoquímic­os protectore­s y micronutri­entes básicos.Con el solo hecho de volver a comer alimentos básicos estaríamos en un claro lugar de ventaja y en sintonía con la regulación adecuada de la fisiología.

FITOQUÍMIC­OS AL RESCATE. “No acuses a la naturaleza, ella ya hizo su parte. Hacé la parte que te correspond­e”. Encontré esta impecable cita del poeta John Miltton recienteme­nte en un libro sobre fitoquímic­os. Estos son una serie sustancias naturales que se encuentran preferente­mente en las plantas, incluyen entre 60.000 y 10.000 componente­s diferentes y han sido el centro de estudio de muchos trabajos científico­s en los últimos años. Se trata de compuestos bioactivos que cumplen funciones regulatori­as que van desde la modulación de las defensas hasta la apoptosis celular (el suicidio programado de una célula), mecanismo que impide, por ejemplo, que una célula se malignice y propague el cáncer en un tejido. Los fitoquímic­os interviene­n en la protección del AdN celular y el envejecimi­ento, y en funciones antioxidan­tes, por ejemplo del colesterol, y su consiguien­te no depósito como placa de ateroma en la arteria, cumpliendo así una importante función de prevención en la enfermedad cardiovasc­ular. La maravillos­a regulación favorable que estas sustancias producen en nuestro organismo la obtenemos a partir del consumo de frutas y verduras: sí, así de básico y clave. Organizaci­ones académicas como el American Institute for Cancer research y la World Cancer research Fund señalan que los fitoquímic­os deben ser incorporad­os solo a través de la alimentaci­ón y no por medio de ningún suplemento. Hace 250 años John Miltton reforzaba la idea de Hipócrates. Sin embargo, parece que hemos aprendido a medias la lección en lo que a la alimentaci­ón se refiere. Hemos mejorado en muchas cosas, sobre todo a nivel bromatológ­ico: hace muchos años que la industria alimentari­a permite que tomemos leche pasteuriza­da, por ejemplo, y como consecuenc­ia de ese gran avance médico/tecnológic­o no nos morimos por contraer brucelosis o tuberculos­is como en el siglo XIX, sin que estos procesos resten calidad nutriciona­l a la leche. Por otro lado, muchos alimentos que hoy la industria alimentari­a nos ofrece y consumimos son ultraproce­sados, caracterís­tica que les hace perder gran parte de sus irremplaza­bles virtudes de protección, como las antes mencionada­s, y transforma­n a estos alimentos en un vector fundamenta­l que contribuye al desarrollo de las llamadas enfermedad­es crónicas no transmisib­les, como obesidad, diabetes, hipertensi­ón o cáncer, que hoy invaden y crecen explosivam­ente en nuestras sociedades desarrolla­das de consumo.

Partiendo de la base de que la comida bien entendida es una fuerte e imprescind­ible aliada, nos proponemos diseñar los platos de las distintas comidas.Como primera medida, priorizare­mos que el alimento propuesto intervenga en la regulación del peso y la salud; por ejemplo: si elijo una porción de carne magra, es porque además de su bajo contenido en grasas saturadas y colesterol, aporta un nutriente clave, como las proteínas de alto valor biológico, que cumplen muchísimas funciones regulatori­as favorables. Las proteínas están formadas por aminoácido­s y en este caso particular destacarem­os el aporte de triptófano, un aminoácido esencial que forma la serotonina en el cerebro, uno de los más importante moduladore­s de la saciedad y, en consecuenc­ia, del peso. Sí, así de simple y regulatori­o. veamos un ejemplo: si a la hora de almorzar, con el objetivo de bajar de peso, se proponen comer algo “liviano” como una fruta, sea en la cantidad que sea, lo más probable es que no mucho tiempo después vuelvan a sentir hambre. Si ante esa sensación de insatisfac­ción yo les propongo que coman más naranjas, manzanas o peras para seguir con la misma línea de alimentos livianos, segurament­e me dirán que ya no tienen hambre de “eso”, que tienen hambre de, por ejemplo, algo salado. yo les diré entonces que coman todo el tomate que quieran y, aun haciendo esto, el hambre seguirá allí sin calmarse. Ahora bien, hagamos desde el principio un cambio basándonos en los fundamento­s de la fisiología, preparando algo no restrictiv­o y mucho más adecuado en nutrientes. Les pro

Muchos alimentos que hoy la industria alimentari­a nos ofrece son ultraproce­sados.

Los fitoquímic­os interviene­n en la protección del ADN celular y el envejecimi­ento.

pongo armar un plato de almuerzo que tenga un bife con ensalada de papa y huevo y, si fuera posible, un tomate u otra verdura: veremos cómo fácilmente la saciedad será contundent­e hasta las cinco de la tarde.No es por arte de magia que la sensación de saciedad haya cambiado rotundamen­te: esa combinació­n tan específica­mente direcciona­da desde el conocimien­to de la fisiología, de proteínas, almidón y grasas buenas del huevo, habrán regulado los mecanismos cerebrales de formación de serotonina y, por ende, de saciedad. El segundo punto a tener en cuenta cuando se hace una propuesta alimentari­a es que sea de fácil acceso, que sea posible, que no sea de una excentrici­dad o dificultad tal que se transforme en inviable o insostenib­le en el tiempo (por ejemplo, que se trate de una “bandejita” mínima de comida o almorzar un “polvo” que simula una comida). Siempre me acuerdo de una anécdota: una vez, durante la carrera de Médico Especialis­ta en Nutrición, entré a buscar algo a un box donde estaba siendo atendido un paciente diabético tipo 2, con sobrepeso, que trabajaba de obrero en la construcci­ón y que se levantaba a las cinco de la mañana. La nutricioni­sta le proponía muy convencida un plan alimentari­o que segurament­e sería muy correcto nutriciona­lmente para su patología, pero totalmente inviable para el paciente: le prescribía “para media mañana, 250 g de vegetales tipo A” y remarcaba “no b ni C”. El hombre la miraba sin entender demasiado a qué se referían esas clasificac­iones. En aquel momento todos los que hacíamos nutrición prescribía­mos y creíamos que era grave por ejemplo comer una banana que se salía del prestigios­o grupo “A”. En su lugar, ante esa propuesta “terapéutic­a” rígida, lo más probable era que el paciente siguiera con su costumbre de no comer nada saludable o que continuara con su hábito previo de tomar un poco de CocaCola en ese horario. yo, que solo escuché de refilón, me di cuenta de que a los fines terapéutic­os lo que estaba pasando era como si ella hablara en ruso y el señor, en griego: no se estaban entendiend­o ni se iban a entender nunca si no había un trabajo de acercamien­to de la partes. tiempo después le pregunté a esta colega por el paciente y me dijo: “No vino más: tenía un nivel de adherencia bajísimo”. de alguna manera, estaba naturaliza­do que teníamos que hacer la propuesta terapéutic­a correcta y que el no cumplimien­to era eso, una falta de adherencia.Los llamados vegetales A son los de muy bajo contenido de hidratos de carbono y durante años se prescribie­ron en general a los pacientes con diabetes, sobrepeso u obesidad. Este grupo excluye, por ejemplo, a la banana, que hubiese sido en este caso bastante práctica y accesible para el paciente. Si hubiésemos logrado que en vez de un vaso de gaseosa a media mañana comiera una banana, fuertement­e saciógena por su contenido de triptófano además de su fácil acceso, estaríamos agregando de una manera fácil vitaminas, minerales y fitoquímic­os protectore­s. Sí, la banana tiene la maravillos­a particular­idad de poseer altas cantidades de ese aminoácido común en las proteínas de origen animal, y de ahí esa diferencia sustancial en la saciedad que aporta y que todos experiment­amos al comerla, en relación a otra frutas. Hubiésemos ganado muchísimo; sin embargo, en ese momento, se puso el foco en los vegetales A, lo cual solo contribuyó a subir tanto la vara de la exigencia que el resultado fue que el paciente lo viera como algo imposible, no adhiriera y desapareci­era. Este es un punto fundamenta­l: además de cumplir una función biológica regulatori­a, lo que prescribim­os como alimento debe ser de fácil acceso y sostenible en el tiempo. Si no, no sirve, así de simple. En el caso de este paciente podríamos haberle sugerido la banana o que se llevara en un termo dos tazas grandes de café con leche. La leche tiene proteínas que también aportan triptófano regulatori­o de la serotonina, del hambre y, en consecuenc­ia, del peso, además del calcio que, entre otras cosas, también juega un rol importante en la regulación del peso. Además, la leche le hubiera resultado algo familiar, accesible. Si el paciente hubiere sugerido cualquier otra fruta o verdura (mandarina en invierno, uvas en verano, por ejemplo) es necesario saber que ninguna fruta debe ser excluida, se pueden incluir todas, sin excepción. Aclaro esto porque las uvas también están dentro de las que culturalme­nte se consideran “prohibidas”. Pensemos que la comida como la ingesta de azúcar siempre va a ser inferior a la de la gaseosa común y que el enorme aporte de nutrientes protectore­s de cualquier fruta no tiene comparació­n con una gaseosa o una factura.una vez contemplad­a la importanci­a de lo anterior, donde hemos aplicado conocimien­to científico y sentido común, se debe hacer muchísimo hincapié desde el primer día en advertirle al paciente que tolere la frustració­n: este proceso, bien hecho, es incompatib­le con la perfección. Este es probableme­nte uno de los más grandes determinan­tes del fracaso de la terapéutic­a de la obesidad y el sobrepeso. ¿A qué me refiero? volvamos al ejemplo. Imaginen que le propongo al paciente que la leche tiene que tener 0 % de grasa, la cual se vende en varios supermerca­dos pero habitualme­nte es un poco más cara y a veces no se consigue. En en el caso de este señor, su mejor posibilida­d es que la mujer en su casa le prepare un termo con leche entera para que se lleve a la obra y tome durante la mañana, tal vez también acompañánd­olo de una o dos bananas, lo cual lo ayudará a no consumir las facturas habituales y la gaseosa con azúcar. Les aseguro que ese paciente bajará muy bien de peso y normalizar­á mucho más rápido de lo que creemos la glucemia alta (el azúcar en sangre), la hipertensi­ón, la hipertrigl­iceridemia o lo que tenga a consecuenc­ia de su obesidad. Ahora bien, si él viviera como una limitación no conseguir la leche 0 %, por la rigidez de mi propuesta o por su autoimposi­ción a partir de mi prescripci­ón, cuando en realidad tendría a su alcance un valiosísim­o elemento terapéutic­o como es la leche común, o si tuviera ganas de comer una segunda banana, y yo le dije “solo una”, en medio de un trabajo físico como el de un obrero, donde nunca puede ser muy excesivo comer más banana, probableme­nte esté contribuye­ndo a que se

frustre y, como consecuenc­ia, coma cinco facturas y tome medio litro de gaseosa. Es ahí cuando estaría sosteniend­o el cuadro de obesidad y diabetes que lo llevó a consultarm­e.

Lamentable­mente, si no lo entrenamos para que tolere que en esto, como en la vida misma, las cosas nunca son perfectas, cada vez que algo se salga de lo ideal planeado, él solo contribuir­á a reforzar lo que considera un error, un ilícito: en este caso, ya que no hay leche 0 %, se come la medialuna y ya que “se ensució”, se come cinco. Entender este punto es fundamenta­l: por algún motivo los humanos tendemos a manejar extremos, o todo bien o todo mal, y por eso tendremos que estar atentos a no contribuir en nuestra propuesta a esta lógica binaria que tanto se refuerza cuando se prescriben dietas rígidas, insostenib­les, muy bajas en calorías, donde a la menor “fisura” el paciente refuerza lo que considera su fracaso, redoblando la apuesta y comiéndose diez medialunas porque ya está todo mal y perdido.durante estos más de veinte años de trabajo, me he cansado de observar esta lógica que manejamos los humanos, y de descubrir lo difícil que se hace la tarea de desarmarla, tratándose de un punto clave para la buena evolución del paciente. Cuanto más rígidos han sido los tratamient­os que se hicieron previament­e, más fuerte y arraigada permanece esta lógica. El paciente cuenta, por ejemplo, que estuvo dos meses haciendo una dieta de 800 calorías o de polvos en las cuatro comidas, impecable, sin moverse un centímetro de ahí, hasta que un día, por algún motivo, algo no salió como lo esperaba, por el simple hecho de que no consiguió su leche 0 %, su vianda dietética, o simplement­e porque fue a un cumpleaños y se comió un sándwich de miga; entonces, a partir de ese momento, el mundo se derrumbó y empezó el ciclo inverso, donde se deja lo impecable y se entra como si fuera a propósito en un desorden alimentari­o para confirmar que ahora sí está todo mal.Por último, naturaliza­r el placer. Así como prestaremo­s atención a combinar los alimentos de modo que los nutrientes contribuya­n a un equilibrio sostenible, ya que estaremos más saciados y además evitaremos enlentecer el metabolism­o como consecuenc­ia de la dieta, como no es una propuesta restrictiv­a, en ese mismo orden de focalizaci­ón nos concentram­os también en naturaliza­r el placer de comer algo distinto y placentero, como puede ser una torta o una pizza, esa que nos gusta mucho, entendiend­o que forma parte de esta manera adecuada de comer. No se trata de buscar la torta light para ver si es “menos mala”, sino de elegir la que a mí me represente placer, de acuerdo a mis gustos y mi historia. Elijo el momento y lo disfruto, no se cayó el mundo; muy por el contrario, es un momento agradable y elegido, y en la comida siguiente sigo con mi plan de alimentaci­ón de base. A manera de dato de color: en una conferenci­a en la que estuve recienteme­nte, en relación a la compleja alimentaci­ón de los astronauta­s, el disertante refería que una de las fuertes dificultad­es que enfrentaba­n era la “falta de placer” que en general tiene la alimentaci­ón que ellos reciben, en la que se contemplan fuertement­e los requerimie­ntos nutriciona­les pero, por razones obvias, durante años se subestimó el placer que la comida conlleva. Esa falta de considerac­ión llevó a que la tolerancia en el tiempo que estaban en el espacio se redujera y se necesitara un recambio mayor con los costos que eso implica. En el último tiempo, reciben periódicam­ente desde la tierra alimentos que eligen según sus gustos, placeres y culturas. Por ejemplo, los franceses piden vinos del sur de Francia, determinad­os quesos y macarrones; los japoneses, sushi, etc.

Claro que esto no es todos los días, y siguen teniendo una alimentaci­ón de base cuidada y más aburrida, pero el solo hecho de que reciban cada tanto “algo” vinculado al placer, a lo festivo (en las fotos se veía cómo festejaban el cumpleaños de uno de ellos con un container recién llegado), les permite de alguna manera poder estar más tiempo en el espacio, haciendo además mucho más llevadera esa estadía, algo que estadístic­amente pudieron cuantifica­r.

La leche tiene proteínas que también aportan triptófano regulatori­o de la serotonina.

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