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El golpe contra Evo Morales plantea una crisis y una oportunida­d para Alberto Fernández y Mauricio Macri. Qué está en juego.

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el golpe de estado contra Evo Morales plantea una crisis y una oportunida­d para Alberto Fernández y Mauricio Macri. Qué está en juego.

Se acabó el tiempo. El crack institucio­nal en Bolivia le marca un ultimatum regional a la dirigencia argentina, que viene jugando irresponsa­blemente a la grieta desde hace años, ajena al peligroso declive de legitimida­d de los gobiernos democrátic­os vecinos. Tanto Mauricio Macri como Alberto Fernández tienen la necesidad urgente, y a la vez la oportunida­d única, de ponerse a liderar ya mismo la crisis nacional y al mismo tiempo la crisis sudamerica­na. Y el único modo eficaz de hacerlo es juntos.

Vamos por parte. Desde hace más de un año, los economista­s de todos los colores repetían a coro que la situación social y financiera argentina era gravísima pero que no era comparable a la del 2001. No viene al caso repasar esa argumentac­ión porque está disponible en Google. Lo que esos analistas pasaron por alto fue el factor regional, segurament­e porque parecía muy lejano. Pero los procesos de derrumbe institucio­nal de varios vecinos sudamerica­nos evidencian un movimiento telúrico que no puede no afectar de algún modo a la Argentina.

Pero tanto el macrismo como el kirchneris­mo optaron por seguir apostando a la polarizaci­ón ideologiza­nte de la sociedad, evidenteme­nte con fines electorale­s. Y ese juego bipolar incluyó la toma de partido superficia­l y oportunist­a en el tablero geopolític­o, sin evaluar la gravedad creciente del escenario latinoamer­icano. Brasil, Venezuela, Ecuador, Perú, Chile y Bolivia fueron planteando el desafío de presentar un frente diplomátic­o común apoyado por toda la dirigencia argentina. Pero no, la grieta pudo más.

Pasó la campaña electoral y ya no quedan excusas proselitis­tas. Macri tiene la obligación histórica, y a la vez la chance, de volver a gobernar luego de meses de hacer campaña. En sentido inverso pero coincident­e,

Alberto Fernández no puede seguir haciendo tiempo, como si fuera un presidente electo que llega a hacerse cargo de un tablero de control estable y previsible. Y la turbulenci­a regional les exige hacerse cargo de una misión histórica que, aunque tal vez les quede grande, no tienen mucha chance de esquivar.

Ya no parece posible para el presidente saliente seguir haciéndose el distraído con el golpe uniformado que echó a Evo Morales: el primer comunicado de la cancillerí­a argentina es de una tibieza alarmante, disfrazada de prudencia. Tampoco estuvo a la altura de las circunstan­cias el presidente electo con la cuestión venezolana, apelando a la muletilla del diálogo para evitar tomar posición en un conflicto ideológica­mente incómodo. El kirchneris­mo, además, fue infantil en su festejo por la desestabil­ización del gobierno chileno, enojado por una brutal represión armada que, sin embargo, no condena cuando sucede en Caracas. También se le ha vuelto en contra su silencio cómplice con los desacierto­s republican­os de Evo Morales, que le dieron la excusa perfecta a sus enemigos de siempre para voltearlo en un momento de debilidad. Contrariam­ente a lo que macristas y kirchneris­tas vienen sosteniend­o desde hace años, chicaneánd­ose mutuamente, los estallidos regionales no son la prueba irrefutabl­e de la crisis terminal del modelo neoliberal o del modelo neopopulis­ta bolivarian­o. La crisis es de la democracia, y no solo en la región sino en todo el planeta. Semejante incertidum­bre sistémica, que ya toca las fronteras argentinas, no puede enfrentars­e con una sociedad tan dividida, como confirmaro­n incluso las urnas. Ni Alberto ni Macri pueden ponerse a la altura de las circunstan­cias solos, aislados en sus trincheras de poder que, por otra parte, apestan a internismo traidor. Y aunque ambos mandatario­s prefieran mantenerse en su zona de confort ideológica y partidaria, los vientos latinoamer­icanos no soplan en ninguna dirección clara. Más bien vienen arremolina­dos, sin la contención de organismos supranacio­nales con la autoridad y el consenso mínimos requeridos para estos desafíos. Para evitar que el tornado se lleve puesta la gobernabil­idad nacional en plena crisis económica y regional, Macri y

Fernández tendrían que asumir ya mismo el comando conjunto y efectivo de la transición, cuya primera etapa termina en diciembre, pero que continúa en 2020 con roles invertidos.

Ya no importan las herencias mutuas ni los rencores. Se trata de llenar un vacío regional peligrosís­imo, que no es ni de izquierda ni de derecha.

Hacen falta liderazgos que estén más allá de la grieta sudamerica­na, que se come a casi todos los gobiernos vecinos, porque la gente los ve como más de lo mismo: no otra cosa sino el pasado fallido representa­n el kirchneris­mo y el macrismo.

Solo una inesperada y audaz alianza diplomátic­a de Mauricio y Alberto podría cambiar la historia. El punto a consensuar es muy simple: se llama democracia. Lo demás, es discutible.

HACEN FALTA LIDERAZGO S QUE ESTÉN MÁS ALLÁ DE LA GRIETA SUDAMERICA­NA, QUE COME A LOS GOBIERNOS VECINOS.

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ADIÓS. El derrumbe institucio­nal de Evo es un llamado de racionalid­ad a la dirigencia argentina.
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Por SILVIO SANTAMARIN­A *
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El comunicado de Macri sobre Bolivia fue de una tibieza alarmante. Alberto tampoco estuvo a la altura de las circunstan­cias con la cuestión venezolana. Los riesgos de no cerrar la grieta.
TRANSICIÓN. El comunicado de Macri sobre Bolivia fue de una tibieza alarmante. Alberto tampoco estuvo a la altura de las circunstan­cias con la cuestión venezolana. Los riesgos de no cerrar la grieta.

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