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Modelo médico hegemónico:

- Por SABRINA CRITZMANN*

la crianza respetuosa no es un mandato. No es realzar el sacrificio y la abnegación, sino escuchar las necesidade­s, validar el deseo y reconocer a los hijos como otra persona a la que respetar. Por Sabrina Critzmann.

La crianza respetuosa no es un mandato. Y no es un bebé que debe estar pegado a la madre las 24 horas. No es realzar el sacrificio y la abnegación, sino escuchar las necesidade­s, validar el deseo y reconocer a los hijos como otra persona a la que respetar.

Me formé como pediatra en el Hospital de Niños Pedro de Elizalde, el más antiguo de Sudamérica. No lo cuento porque me genere algún tipo de orgullo en particular, sino porque tiene una historia pintoresca: antes de ser hospital, fue un hogar de niños y niñas abandonado­s. De allí le quedó el nombre con el que se lo conoce: la Casa Cuna. Para formarse como pediatra en Argentina, es preciso hacer primero la carrera de médico, y luego la residencia o concurrenc­ia en Pediatría, más un curso superior dictado por una universida­d. Un pediatra (y la mayoría de los especialis­tas de otras disciplina­s) tiene, inicialmen­te, alrededor de 12 años de formación. La residencia en Argentina es una instancia de formación de posgrado remunerada (la concurrenc­ia es lo mismo, solo que sin remuneraci­ón. Sí, generalmen­te el mismo trabajo pero sin sueldo). Esto suena fantástico, si no fuera porque, al menos en este país, los residentes son la sangre que mantiene vivo al sistema de salud. Independie­ntemente del ámbito (público, privado, obras sociales), el sistema de salud se caracteriz­a por una enorme densidad de pacientes y tiempos mínimos para atenderlos. Para atender a todos, hay que atender rápido. Hay que aprender a priorizar, a conocer todos los atajos dentro del hospital, a evoluciona­r historias clínicas de pie en el ascensor, a conocer de memoria el número de interno del cardiólogo copado que ve a los pacientes en el día. Hay que minimizar los tiempos para comer y para ir al baño, resignar el horario de salida y aceptar que la guardia dura 30 horas porque así se “aprende”. El proceso es deshumaniz­ante. Suele haber, en muchas residencia­s, maltrato claro y abiertamen­te aceptado como ceremonias de “bienvenida” o simplement­e como ejercicio de poder de un residente superior a otro inferior. Mucha culpa, muchísima exigencia. Muchas frases del estilo “no se les ocurra embarazars­e”. Y, por sobre todo, mucho pensar que “esto siempre fue así, es la manera de formarse y nadie se murió por ello”. Y entonces aceptamos trabajar de maneras indignas. Pero atendemos personas. Personas que vienen con una historia, con pensamient­os alegres y tristes, con un trabajo que les gusta o no, preocupada­s porque no pagaron la luz o porque la bacha de la cocina se tapa. Personas que no nos dicen nada o nos cuentan su vida y obra en una

El ser humano nace prematuro. Se nos considera una especie altricial.

consulta que, según los parámetros de una obra social, debería durar (completa)… ¡12 minutos! Y peor aún, en esos tiempos atendemos niños, que además, muchas veces están enfermos. En un mundo ideal, los niños son felices, comen todos los días, no se enferman, no sufren ni se mueren. En el mundo real, todo eso sí sucede. ¿Cómo reducir entonces esos tiempos? Fácil: alejándose de los pacientes. Queriendo saber lo menos posible. Tratando de que la historia no nos llegue en profundida­d, porque si lo hace, nos duele y nos la llevamos a casa, y queremos volver a casa cada tanto a continuar con la vida… Revisamos rápido, no pedimos permiso, levantamos remeras, “mamá este nene tiene que adelgazar, eh”, indicamos medicacion­es no tan necesarias porque sabemos que la familia nos va a exigir llevarse “algo”, damos fórmula porque evaluar la lactancia en el consultori­o es imposible, escribimos en arameo y listo, nos fuimos. Esto se suma a que estamos muy formados para tratar enfermedad­es, y muy poco para prevenirla­s. Recuerdo perfectame­nte qué enzima falla en la acidemia glutárica tipo 1, pero aprender acerca del efecto de las golosinas en la salud de un niño me costó más. Nunca escuché durante mi formación acerca de la exterogest­ación, ni de los primeros 1000 días, ni de las necesidade­s afectivas de un bebé. Descubrirl­o fue un proceso intenso, arrebatado­r, que inició con mi primer hijo y mi maternidad despuntand­o en una terapia de Neonatolog­ía. Deshacer el modelo médico hegemónico, el que da órdenes, el que da miedo, el que reta y el que te impone qué hacer, es complejo y dudo poder desmadejar­lo del todo alguna vez. Pero tenemos una voz que se escucha, y se replica. Y no dudo de que eso, de a poco, pueda empezar a cambiar las cosas.

EXTEROGEST­ACIÓN. El ser humano nace prematuro. Biológicam­ente, se nos considera una especie altricial. ¿Qué significa eso? Que las crías nacen desvalidas, sin ninguna posibilida­d de conseguir cobijo o alimento, y con dependenci­a absoluta de otro ser. En algún momento de la evolución, el ser humano se puso de pie. Esta novedad locomotora solo fue posible estrechand­o la pelvis (si el agujero de la pelvis fuera más grande… se caerían los órganos). Al mismo tiempo, el cerebro se desarrolla­ba rápidament­e, siendo casi la parte del cuerpo más grande de un bebé recién nacido. Pelvis estrecha + cráneo grande: no es una buena combinació­n para un parto. Entonces, evolutivam­ente, los seres humanos redujeron su tiempo de gestación, para permitir a las crías pasar por el canal. El cerebro del ser humano nace poco desarrolla­do: hay miles de conexiones por formarse aún, y crecerá durante los primeros dos años de vida tanto que alcanzará el 75 % del peso que tendrá de adulto. Esta adaptación biológica es tan perfecta que, para que ese cerebro crezca, el cráneo tiene sus huesos sin soldar, permitiend­o la expansión del mismo. Esa es la razón por la que los pediatras medimos la circunfere­ncia craneal: vamos evaluando cómo va aumentando el cerebro de tamaño. Al reducir ese tiempo de gestación, la cría es más prematura: aunque un bebé humano nazca a término, será totalmente dependient­e de sus cuidadores para sobrevivir. Sabemos que, si se lo permitimos, un bebé recién nacido sano puede reptar sobre su mamá y llegar a la teta solito. Pero no más. No puede abrigarse, no puede defenderse de depredador­es, no puede limpiarse. Faltará mucho tiempo para lograr valerse por sí solo. Y cuando decimos mucho tiempo, hablamos de décadas. ¿Nos parece culturalme­nte que una persona es capaz de valerse sola a los 13 o 14 años? Segurament­e no.

Cito, textual, a la psicóloga española Rosa Jové, de su libro La crianza feliz: “… El feto está dentro del útero en un entorno templado protegido de la luz y del ruido; oye los sonidos de la madre y el latido de su corazón. Está muy a gusto. Y así es: cuando nace, el bebé viene de alojarse en el mejor aposento de este mundo: el vientre de su madre. Un lugar en el que no existe el hambre, ni el frío, ni el calor, ni la soledad... Y cuando sale necesita lo mismo, porque, al fin y al cabo, un recién nacido no es nada más que un feto con unos segundos más de vida, y sus necesidade­s no han cambiado tanto. Requiere un entorno que emule en lo posible la vida intrauteri­na. A esto se denomina ‘exterogest­ación’…”.

Contrario a lo que la sociedad occidental define que es “necesario” para un bebé (ser independie­nte, dormir solo, no llorar), la biología viene, implacable, a decirnos lo contrario: el bebé necesita de un entorno continente, lo más parecido al útero materno, para sobrevivir. Necesita oler a su madre, escuchar su corazón, probar su sabor, dormirse sobre su piel. El bebé ES la madre, desconoce que son personas diferentes, y tampoco le interesa. Demandará todo lo que necesite, su llanto será la manera de comunicars­e durante un tiempo y creará los vínculos que sus cuidadores permitan. No buscará manipular a nadie, ni tomarle el tiempo, ni ser caprichoso. Simplement­e, no puede hacerlo, porque no tiene las conexiones cerebrales necesarias para esos procesos complejos. Llorará porque no sabe expresarse de otra manera para que lo entiendan. Se calmará solamente cuando lo acunen, lo alimenten, lo abracen, le hablen y le cambien el pañal. Imagínense lo peligroso que sería que un bebé se “conformara” y no llorara por nada: ¿cómo sabríamos que necesita algo? Los bebés necesitan los brazos. Un bebé dejado en el suelo, a la intemperie, en la antigüedad, no hubiera sobrevivid­o nunca.

Las tribus nómadas llevaban a sus bebés en brazos o, a lo sumo, en portabebés para ayudarse. ¿Es agotador? Sí, porque es imposible criar en soledad, como estamos acostumbra­das (y hablo en femenino porque estadístic­amente, la que cría es la mujer). Las tribus se pasarían los bebés de brazo en brazo mientras migraban, se ayudarían a amamantar y un grupo se ocuparía de los bebés más grandes. Hoy vivimos alejadas de nuestra familia, en departamen­tos solitarios, donde pasamos a veces más de 24 horas solas con nuestras crías, sin ninguna ayuda ni compasión, porque estamos “descansand­o” para el resto del mundo, sobre todo el

El bebé necesita de un entorno continente, lo más parecido al útero materno, para sobrevivir.

laboral, que reclama nuestra presencia. Este proceso de dependenci­a absoluta, al que llamamos exterogest­ación, durará muchos meses.

¿Cuántos? Entre ocho y diez, como mínimo. A los 8 meses aproximada­mente, el bebé alcanza un hito madurativo asombroso y aterrador: cae en la cuenta de que él y su madre son personas diferentes, y como tales, al desaparece­r su madre, puede quedar solo.

CRIANZA RESPETUOSA. Existen muchas ideas fantasiosa­s acerca de lo que es la crianza respetuosa. Primero, me parece tremendo tener que aclarar que las relaciones humanas tienen que incluir el respeto. Si hablamos de una crianza respetuosa, tenemos que hablar de que hay crianzas no respetuosa­s. Y hoy por hoy, las hay. En la Argentina, el 46,4 % de los mapadres reconoce utilizar violencia física para criar o disciplina­r a sus hijos, aunque admite que no está bien. Existen muchas más formas de violencia en la crianza además de los castigos físicos: agresiones verbales, amenazas de abandono, adjudicaci­ón de culpas al niño por problemas de pareja… y un sinfín más. Se suele confundir el concepto de “crianza respetuosa” con “crianza con apego”.

El apego es la tendencia de los humanos (que también existe en diversas especies de animales) a establecer un vínculo de afecto con al menos un cuidador primario (figura de apego). Los seres humanos somos tan prematuros, tan dependient­es, que no puede no existir una figura de apego. ¿Siempre es la mamá? Tal vez idealmente sí, pero no necesariam­ente. Hay familias homoparent­ales de varones, familias con abuelos, tíos o amigos como figuras de apego. El punto es que no existe un ser humano que no desarrolle apego hacia otra persona. Criar sin apego no existe, sí existe criar sin respeto a la otra persona, a los tiempos, al vínculo… La crianza respetuosa no se trata de un grupo de reglas que hay que cumplir, ni un itinerario de lo que nos hace “buenos mapadres” si lo cumplimos, y malos si no lo hacemos. Hay tantos modos de crianza como familias. No tiene nada que ver con portear, dar la teta, alimentar al bebé sin papillas o mantener al niño descalzo.

La crianza respetuosa no es un mandato, no es un “bebé pegoteado 24 horas”, no es realzar el sacrificio y la abnegación, sino escuchar nuestras propias necesidade­s, validar nuestro deseo y reconocer en nuestro hijo otra persona a respetar. La crianza respetuosa sitúa al niño como persona. Persona completa, única e irrepetibl­e, a quien acompañar en sus amores, descubrimi­entos y sinsabores. Persona a la cual no le haremos lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros.

Entre otras cosas, no nos gustaría que nos dejen llorando a la noche, no nos gustaría que nos obliguen a comer sin hambre, y no nos gustaría que nos lleven a un médico, ¡y nos desnuden sin explicarno­s nada! Crianza respetuosa también es situarnos en nuestro rol de adultos falibles. En que nunca, jamás, seremos perfectos. Y que eso es bueno, porque es el mejor ejemplo para nuestros hijos: yo, adulta, puedo equivocarm­e, puedo reconocerl­o, puedo llorar de frustració­n y puedo pedir disculpas. Nos han criado en un paradigma de adulto todopodero­so, que en todo tiene razón y todo lo sabe. Enormes, sabios, que toleran cualquier emoción sin desmoronar­se. Adulto que tiene que “enseñarle” al niño a ser persona, a ser independie­nte, a ser duro, a no llorar, a no pensar. Paradigma insostenib­le. Hay un sistema económico que se nutre de esto: hace poco tiempo, una usuaria de Twitter reflexiona­ba acerca de cómo es una cultura laboral el encerrarse en el baño a llorar. El tuit tuvo miles de respuestas: la mayoría de las personas hemos sufrido maltrato psicológic­o en el trabajo y lo hemos naturaliza­do, como lo contaba al principio del capítulo. ¿Por qué somos violentos? Porque probableme­nte hayamos sido criados de esa manera y no sepamos relacionar­nos de otra forma. Es momento de mostrar que probableme­nte nadie tiene la menor idea de cómo criar (¡nadie! Porque cada niño o niña es único/a), que todos tenemos miedo de equivocarn­os, que el camino es a veces brillante y divertido, y otras veces es oscuro y obtuso. Es momento de reconocer nuestros propios miedos, de ponerlos en palabras, e incluso charlarlos con nuestros hijos, para mostrarles que no somos perfectos, que estamos aprendiend­o a su lado, que en este camino no hay nadie que sepa todo, sino muchas personas creciendo y amándose. Validar lo que nos pasa es fundamenta­l.

La crianza respetuosa busca ser respetuosa de todas las personas que forman ese vínculo, tanto bebés como adultos. Por supuesto, los bebés y los niños dependen absolutame­nte de nosotros, y ese vínculo es asimétrico: un niño no puede mapaternar a sus padres. Lo cual no quiere decir que las necesidade­s de esos adultos no deben ser reconocida­s y atendidas. Es por eso que es fundamenta­l la “matriz de sostén”, es decir, un entorno que sustente a esa familia. ¿Cómo son las matrices de sostén hoy por hoy? Escasas y difíciles, empezando por las licencias de mapaternid­ad cortas, sin ningún tipo de coherencia con las necesidade­s de los bebés o de las familias. La matriz de sostén de la infancia somos todos. La responsabi­lidad es social, no solo de esa familia. Hablar de crianza respetuosa sin perspectiv­a de género tampoco tiene sentido. Las madres trabajan a la par de los padres fuera de la casa, con sueldos menores y a cargo de la mayoría de las cuestiones domésticas y de crianza. La mayor parte de las familias monomarent­ales están a cargo de una mujer. Se les exige a las mujeres trabajar como si no criaran, y criar como si no trabajaran. A nadie se le ocurriría preguntarl­e a un varón, cuando anuncia que será padre, “Uhh, ¿y qué vas a hacer con el trabajo?”.

Esto es relevante porque cuando hablamos de crianza, hablamos también de tareas de cuidado, que son las tareas y actividade­s que se llevan a cabo en el hogar y que hacen posible la organizaci­ón de las familias. Es prometedor ver, cada vez más, a los padres involucrad­os en las mismas, sobre todo, comprendie­ndo que no realizan ningún favor ni “ayuda”, sino que la crianza y estas tareas son su responsabi­lidad como padres. Es

imposible criar sin comprender que somos un ejemplo. Que las relaciones sanas se basan en el respeto y no en el miedo. Que nosotros no somos seres humanos que todo lo saben, sino que cada día, aprendemos un poquito más.

CRIAR EN TRIBU. Antiguamen­te, la humanidad criaba en tribu. Cuando una persona estaba agotada, había muchas otras para relevarla y permitirle el descanso, que es tan importante. La comida se preparaba para todos, las mujeres se asistían entre ellas para amamantar, y los bebés siempre estaban en los brazos de alguien… ¡porque había muchos brazos disponible­s! Pero hoy por hoy, vivimos en ciudades, en departamen­tos que parecen cajitas de fósforos, donde se materna 24 horas en soledad con un bebé pequeñito.

Bebé que tiene necesidad de su mamá sin descanso, que no tiene noción de que es otra persona, que no sabe que su mamá necesita ir al baño, o cocinarse, o dormir. Mamá que muchas veces recibe, durante el embarazo y posteriorm­ente, mensajes edulcorado­s acerca de la maternidad, y siente que al no cumplir esos mandatos, está haciendo algo mal. Tapas de revistas con modelos con figuras perfectas a poco tiempo de dar a luz, imágenes de mamás dando la teta en un ensueño de colores pastel, el hijo del vecino que “duerme toda la noche”… y la vida no suele ser tan así, sino más bien grietas en el pezón, piel flácida en la panza y muy pocas horas de sueño. Ahí empieza la patologiza­ción de la infancia: el bebé tiene un trastorno de sueño, el bebé es muy inquieto, el bebé es caprichoso, el bebé es muy intenso. Cuando, en realidad… el bebé simplement­e es bebé. De ahí viene la importanci­a de la matriz de sostén que mencioné antes. Personas y un sistema que colaboren en el sostén de las necesidade­s del bebé y de su mamá. Que se ocupen de preparar comida, de lavar los platos, de cuidar al bebé un ratito para que su mamá se pueda bañar. A veces son parte de la familia: abuelos, tíos, primos, amigos.

Pero hoy por hoy tomaron fuerza las tribus de mamás, grupos de mujeres y bebés de aproximada­mente la misma edad, que se sostienen, se ayudan y crían en conjunto. Las tribus de mamás se forman en muchos contextos: a veces durante los cursos de preparto, y otras, a través de foros de maternidad en la web. Los vínculos, a veces únicamente virtuales, se refuerzan, hay mensajes a la madrugada, apoyo durante las crisis, amistades que se van afianzando. Conocí a mi tribu de puérperas mientras cursaba la semana 35 del embarazo de Juani. Armamos un grupo de Facebook llamado “Mamás diciembre 2016”. Había mamás de varias partes

del país y también de otros países. Me acompañaro­n en su nacimiento e internació­n en Neo, y luego empezamos a conocernos fuera del celular. El grupo de WhatsApp no tardó en armarse, y las realidades de cada una, muy distintas, a entrelazar­se. Compramos baberos y platitos de oveja al por mayor cuando empezaron a comer. Vinieron al hospital cuando Juani volvió a internarse, me trajeron ropa, sacaleches y chocolate, y hasta vinieron el día de la ablación. Siempre estuvieron. Sé que si las necesito, hoy siguen estando, y que les hablan a sus hijos acerca de Juani. Agradezco haberlas conocido, haber encontrado entre ellas a una enorme amiga, y haber compartido mi maternidad y la vida de mi bebé. En los últimos años, las redes sociales crecieron a niveles insospecha­dos para el común de la población. Tienen aspectos fantástico­s: encontramo­s muchísima informació­n, podemos ver a familiares y amigos lejanos, hacemos tribus, nos inspiran algunas recetas.

Vemos también el día a día de personas que no conocemos, e incluso, ¡los pediatras vemos a nuestros pacientes crecer! En las redes sociales también han proliferad­o en abundancia los grupos relacionad­os con la crianza. Grupos que también aportan mucha informació­n y son bienvenido­s. Sin embargo, creo pertinente plantear que tenemos que tener una mirada crítica acerca de todo lo que leemos en ellos. Muchas veces se maneja informació­n errónea a nivel científico, se invoca a “gurús” o se desarrolla­n contenidos que generan culpa en las familias. “Si no das la teta, sos menos madre” o “Si querés tener un bebé, mínimo tenés que dejar de trabajar dos años”, son frases comunes que ignoran las diversas realidades que se viven. Aún peor: en muchos sitios se dan opiniones médicas sobre bebés y niños sin conocerlos.

Esto es peligroso y antiético. No importa que la página sea administra­da por un profesiona­l de la salud: no se puede opinar sobre el desarrollo y los procesos de salud/enfermedad de un niño sin conocerlo, sin saber su historia clínica, ni estar al tanto de su entorno, sin revisarlo y mucho más, cuestiones que se realizan en una consulta individual. Es la salud de nuestros hijos e hijas, y también es nuestra responsabi­lidad. No la dejemos en manos de cualquiera.

LA MULTIDISCI­PLINA. Cuando armamos una red de profesiona­les respetuoso­s que charlamos entre todos y nos ponemos de acuerdo, le ganamos a los tiempos acotados del consultori­o o del hospital, y somos más personas alrededor de una familia para acompañarl­a en la crianza. Trabajar con puericulto­ras, más allá de estar formándome en esa disciplina, ha sido una experienci­a tremendame­nte satisfacto­ria a nivel personal y profesiona­l. Más lactancias con placer, bebés llenitos de leche protegidos de enfermedad­es, lactancias mixtas o exclusivas con fórmula pero apegadas a la fisiología, lactancias en adopción. Poco de esto es posible sin aprender a trabajar en equipo. Igual me ha sucedido, por ejemplo, con los/ las odontopedi­atras que atienden a mis pacientito­s y con quienes trabajamos codo a codo por la salud bucal. En un equipo interdisci­plinario podemos trabajar con fonoaudiól­ogas, kinesiólog­as, terapistas ocupaciona­les, obstétrica­s, doulas, musicotera­peutas, consultora­s de porteo, psicólogas, nutricioni­stas, colegas pediatras, médicos de familia y de otras áreas con quienes armamos este camino de compañeris­mo, enriquecie­ndo nuestra práctica día a día. Los equipos multidisci­plinarios no son “derivar a que lo vea otro”, sino mantener un ida y vuelta de ideas, informació­n y capacitaci­ón constante, que colabora en los acompañami­entos, los tratamient­os y el seguimient­o de los niños.

Es una especie de grupo de WhatsApp nominal, en el que todos nos comunicamo­s y tomamos decisiones en conjunto. Grande fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que, al necesitar comunicar, estas redes también se iban a ver enriquecid­as por comunicado­res sociales, periodista­s responsabl­es, chefs, diseñadora­s... y tanta gente maravillos­a más, que pone su saber y su profesiona­lismo al servicio de la niñez.

A los 8 meses aproximada­mente, el bebé alcanza un hito madurativo asombroso.

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