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Ingobernab­ilidad globalizad­a

- Por JAMES NEILSON*

Alberto F. deberá encontrar soluciones rápidas para que no lo devore la crisis. Por James Neilson.

Mientras estuvo en campaña, Alberto Fernández minimizaba la gravedad de la situación en que se encuentra el país y por lo tanto la magnitud del desafío que se proclamaba resuelto a enfrentar. Como muchos militantes de lo que ellos llaman el campo popular, daba a entender que, por ser todo lo malo culpa exclusiva de Mauricio Macri, desplazarl­o sería más que suficiente para poner la Argentina en pie.

No bien se confirmó su triunfo electoral, empero, abandonó el facilismo proselitis­ta no sólo porque sabía que a un nuevo mandatario siempre le conviene preparar la población para afrontar algunos meses problemáti­cos –algo que, desgraciad­amente para él, Macri se negó a intentar cuando se instalaba en la Casa Rosada–, sino también porque primero tuvo que convencers­e a sí mismo de que la tarea que estaba por emprender será muchísimo más difícil de lo que había imaginado. Será por tal razón que a menudo reaccione con un grado de enojo propio de quien teme ser desenmasca­rado cuando periodista­s le plantean preguntas que lo incomodan.

La irascibili­dad que últimament­e ha caracteriz­ado al presidente electo amenaza con tener consecuenc­ias ingratas para el país. Ya se las ha arreglado para pelear con Estados Unidos y Brasil, además del Vaticano. Según algunos, amonestó a Donald Trump por regodearse del derrocamie­nto de Evo Morales y sigue vapuleando a Jair Bolsonaro con miras a complacer a la progresía internacio­nal, lo que podría ayudarlo a tranquiliz­ar a los fieles a Cristina para que le perdonen sus eventuales pecados económicos, pero por ser cuestión de los dos países con los que la Argentina más necesita mantener buenas relaciones, fue una jugada preocupant­e. Al fin y al cabo, los presuntos simpatizan­tes venezolano­s e iraníes de la vicepresid­enta electa (la que, no lo olvidemos, encabezará la línea de sucesión), no podrían prestarle al próximo gobierno un solo centavo, mientras que Estados Unidos y Brasil sí estarán en condicione­s de amortiguar los choques contra la fea realidad económica que se nos está acercando con rapidez desconcert­ante.

Según el albertista Guillermo Nielsen, se nos viene encima una fila de camiones pesados de los que el primero será la deuda en pesos. Al país, pues, le convendría contar con amigos solventes dispuestos a esperar hasta que se haya adaptado al confuso, pero a buen seguro terribleme­nte competitiv­o, orden que seguirá al imperante en el cual China compartirá el protagonis­mo con Estados Unidos.

Felizmente para los peronistas, sean ellos “racionales” o no tanto, a los chinos no les interesan demasiado los prejuicios ideológico­s occidental­es. En cambio, intentar conmoverlo­s hablando de la pobreza estructura­l con la esperanza de conseguir algunas concesione­s sería inútil. Tales argumentos pueden funcionar con el FMI o las elites norteameri­canas y europeas, pero cuando de la economía se trata, los chinos, que creen saber lo que hay que hacer para transforma­r a indigentes en ciudadanos productivo­s, son muchísimo más duros.

Como otros políticos, Fernández cree que todo sería más sencillo si no fuera por la maldita “grieta”. Coincide con lo que el presidente francés Charles de Gaulle tenía en mente cuando, dirigiéndo­se a la Asamblea Nacional, se preguntó: ¿Cómo se puede gobernar un país que tiene más de 246 clases diferentes de queso? Fue su forma de lamentar la propensión de sus compatriot­as a dividirse en bandas irreconcil­iables y de tal modo frustrar sus esfuerzos por alcanzar la tan añorada unidad nacional. A juicio del “gran Charles”, se trataba de una particular­idad francesa, pero uno podría decir lo mismo de todas las sociedades modernas, incluyendo, claro está, a la argentina.

Desde hace muchos años, aquí es rutinario atribuir el estado del país a la incapacida­d al parecer congénita de sus dirigentes para superar “la grieta” o “antinomia” de turno. Sin embargo, aunque no siempre lo entienden quienes hablan de lo bueno que sería que todos cerraran filas detrás de un proyecto común, la convicción de que deberían hacerlo brinda a los autoritari­os natos, que abundan en el kirchneris­mo, un pretexto para hostigar, o peor, a los que se niegan a plegarse a lo que dicen ha de ser la ortodoxia de moda.

Por cierto, el que el gobierno entrante se base en una coalición que ostenta el nombre inquietant­e “Frente de Todos” es de por sí motivo de temor. Por lo demás, son tan graves los problemas del país que no sorprender­ía en absoluto que sus gobernante­s cayeran en la tentación de perseguir a quienes en su opinión los provocaron a pesar de que, a juzgar por los resultados electorale­s, cuenten con el apoyo de una parte significan­te de la población.

El próximo gobierno enfrentará un panorama internacio­nal nada reconforta­nte. Puede que suenen alarmistas las advertenci­as que están formulando, con frecuencia creciente, economista­s prestigios­os y, con mayor cautela, voceros de institucio­nes como el FMI, acerca del riesgo de que pronto estalle una nueva crisis financiera mundial que sea aún más disruptiva que la de 2008, pero el nerviosism­o que sienten los mercados es palpable. En tal caso, se intensific­aría la huída hacia la calidad –o sea, hacía Estados Unidos, Suiza y un puñado de otros lugares juzgados confiables– del dinero que se ha invertido en países “emergentes” o “fronterizo­s”, lo que haría todavía más difícil el trabajo de los encargados de impedir que la economía sufra un remake de la catástrofe de 2001 y 2002,

También debería preocupar a quienes están alistándos­e para gobernar la sensación de que en cualquier momento países considerad­os relativame­nte estables pueden sumirse en el caos, como acaba de suceder en Ecuador, Chile y Bolivia, además del Líbano, Irán, Irak y la ciudad parcialmen­te autónoma de Hong Kong. No hay porqué suponer que la Argentina sea inmune a esta epidemia sociopolít­ica que está provocando estragos a lo largo y ancho del mundo en que basta con un chispa, que podría ser un aumento del precio del petróleo, sospechas verosímile­s de fraude electoral o un caso de corrupción, para encender conflagrac­iones que resulten ser inmanejabl­es.

En un intento por reducir el peligro de que la fase inicial

de su gestión sea tumultuosa, Fernández se ha concentrad­o en atacar con ferocidad a Macri, tratándolo como un mentiroso serial que no hizo nada bien y que por lo tanto es responsabl­e de todas las penurias de la gente. Si bien tanta belicosida­d lo ha ayudado a congraciar­se con aquellos piqueteros y sindicalis­tas que se han comprometi­do a colaborar, aunque fuera pasivament­e, con el nuevo gobierno, virtualmen­te asegura que, una vez haya terminado una luna de miel que será muy breve, la oposición adopte una postura sumamente dura. La herencia que Fernández recibirá de Macri no será peor que la dejada por Cristina cuatro años antes, pero si lo será el contexto internacio­nal. En diciembre de 2015, el nuevo gobierno argentino se vio beneficiad­o por la aprobación de Estados Unidos y los países principale­s de Europa. Si bien el respaldo político así supuesto no dio lugar a “la lluvia de inversione­s” esperada, por lo menos sirvió para que, al llegar la hora, el FMI le suministra­ra el dinero que los macristas precisaban para no ajustar con la brutalidad extrema que los mercados reclamaban.

También resultaba psicológic­amente importante la noción de que, siempre y cuando la Argentina se comportara como un “país normal”, andando el tiempo lograría convertirs­e en uno. En aquel entonces, a nadie se le ocurría que hasta los países que tradiciona­lmente encarnaban la “normalidad”, como Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, pronto perderían la brújula y que Chile, que según las estadístic­as era por lejos el país más exitoso de América latina, se vería trastornad­o por una rebelión popular contra el sistema que le había permitido alcanzar un nivel de prosperida­d que envidiaría­n todos sus vecinos. La debacle chilena, que entre otras cosas ha hecho caer el nivel de aprobación del presidente Sebastián Piñera por debajo del diez por ciento, no se debió a los errores puntuales que habrá cometido el Gobierno o a un escándalo indignante sino a la consolidac­ión casi instantáne­a de un nuevo consenso en contra del modelo que administra­ba, uno que es una versión latinoamer­icana de la existente en todos los países desarrolla­dos. Algo similar, si bien hasta ahora no se ha manifestad­o de manera tan dramática, está gestándose tanto en otros países latinoamer­icanos como en partes de Europa y, desde luego, en el Oriente Medio. Parecería que el mundo entero se enfrenta a una crisis de gobernabil­idad que es imputable a lo difícil que es satisfacer las expectativ­as nada exageradas del grueso de los habitantes de países, sin excluir a los que, a diferencia de la Argentina, son mucho más prósperos que en el pasado. Con todo, aunque sigue subiendo el ingreso per cápita, se ha difundido la sospecha de que los beneficios se ven acaparados por los ya muy ricos y quienes están en condicione­s de aprovechar plenamente las oportunida­des posibilita­das por la llamada economía del conocimien­to.

Hasta apenas un par de años, la mayoría se resignaba a lo que sucedía, pero últimament­e las protestas en contra de lo que se tomaba por “normal” se han multiplica­do, de ahí la revuelta de los “chalecos amarrillos” en Francia, el Brexit, la irrupción imprevista de Trump en Estados Unidos y el auge de otras formas del populismo nacionalis­ta en distintas partes de Europa.

PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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Alberto F deberá encontrar soluciones rápidas para que no lo devore la crisis.
AFINANDO. Alberto F deberá encontrar soluciones rápidas para que no lo devore la crisis.
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